Blogia
CubanosDeKilates

Capdevila, el secretario sin cartera

Capdevila, el secretario sin cartera

Por Luis Machado Ordetx

Una historia oculta sobre Pablo de la Torriente Brau 

Jamás estuvo dentro de las fuerzas revolucionarias que enfrentaron escaramuzas contra los porristas machadistas. Tampoco figuró en la nómina de los encarcelados escogidos, aquel 16 de septiembre de 1931, para la inauguración del Presidio Modelo, de la Isla de Pinos y, mucho menos, se enroló en un exilio forzoso en los Estados Unidos u otros lugares del mundo.

 

Nunca pensó, tal vez, incluirse en las brigadas internacionalistas que viajaron a España a combatir al fascismo y, por supuesto, ningún bombardeo le cercenó la piel o lo dejó tendido sobre el fértil campo de una comarca o las ruinas de una ciudad mutilada por la miseria imperialista.

 

A pesar de su juventud, del ambiente bullanguero de La Habana, y de los sobresaltos políticos y las penurias económicas que sufrió en la capital, atestiguó como Martí, que “...hilamos, donde no se nos ve, [porque] tenemos voces que llegan. [Y] le robaremos, con nuestra prudencia, la sangre al cadalso...”[1]

 De ese modo, imbuido del noble y espontáneo proceder por sentirse útil, Pedro Capdevila Melián, el mecanógrafo —asistente de redacción en el bufete de Fernando Ortiz, Manuel Giménez Lanier y Oscar Barceló—, se irguió como un hombre de silencio, capaz de componer espinosas encomiendas transmitidas por Pablo de la Torriente Brau, desde recónditos sitios donde ancló, como cubano inspirado en la beligerancia solidaria del internacionalista.          

                                       

Las Germinales capitalinas: Casi un adolescente, y después de un regreso efímero y forzoso al natal Placetas, Capdevila emprendió el recorrido, junto a otros dos jóvenes, por pueblos del interior del país, para tomar datos de un tentativo bosquejo biográfico-cultural de la Isla. Lo denominarían “Cuba Geográfica”. Razones económicas truncaron el proyecto, así como las aspiraciones de continuar los estudios superiores. Entonces, el autodidactismo y la tradición notarial refrendaron la fuente de inspiración para el desenvolvimiento profesional.

 

El abogado Humberto Arnáez, en Remedios, lo guarece como uno de los oficinistas auxiliares. La única forma posible, se dio cuenta, de ayudar a la familia en el sustento económico, y principiar en otras propuestas, dependía del forcejeo y del acatamiento competitivo junto a una cuartilla en blanco, la Underwood y los términos jurídicos. Caviló hacerse abogado, pero percibía la imposibilidad académica, por los gastos que originaría.

 

El escribano que labra en su interior, ya se yergue con sorprendente rapidez, limpieza, precisión y ortografía. Atónitos tiene a sus émulos cuando, a finales de 1929, los también remedianos Manuel y Joaquín Jiménez Lanier lo conminan a abandonar el pueblo y radicarse en La Habana.

El joven, apto para acariciar el teclado de la máquina a una velocidad inusitada, no lo caviló dos veces, y sin la congoja que coerce al guajiro, se le vio enclavado en una de las salas del bufete de San Ignacio 40, altos, donde reafirma la laboriosidad inquebrantable y se aprecia como un fraterno colaborador.

 

La capital, inquietada, crispada y anonadada, no lo petrifica. La algarabía y la juventud de los colegas contribuye a sopesar las penas y desgracias materiales o espirituales. El ángel aletea, escudriñando espacios, al agenciarse la mirada del curioso,  impuestos del ánimo de la sabiduría. Circula, de un apasionamiento a otro, placentero por las instrucciones que conceden los mentores de la abogacía, y se resiente por la visión maniquea que otea entre las diferencias de la opulencia y la miseria existente en las barriadas aledañas.

 

Va, con los escasos 22 años, a las redacciones periodísticas, donde colabora en las sesiones artísticas y literarias que auspician las instituciones culturales. De pronto, está inmerso, sin discernirlo, en las polémicas políticas, las revueltas obreras y estudiantiles, y las pasiones revolucionarias de la lucha antimachadista.

 

Un colega -dotado del sentido de la responsabilidad y la amabilidad, propias del que se ampara tras las huellas del gusanillo pedagógico, al polvorear la tierra fértil con simientes que crecerán-, lo convoca a todas partes, y con sistematicidad juntos se les contempla en peñas deportivas y ratos de ocio.

 

El puertorriqueño-cubano Pablo de la Torriente Brau, el secretario particular de Fernando Ortiz, es quien le sirve de cicerone en las correrías, y será, junto a los abogados ordenancistas del bufete, el que más asienta la forja de la personalidad investigativa del futuro folklorista. De ahí prorrumpió el soplo del periodista (asociado de las ediciones de la Revista Bimestre Cubano y El Huracán, de Remedios), así como del hombre cabal y de servicio de su tiempo. La sinceridad  y la fidelidad, entre uno y otro, nunca se descosió, y punteó una impronta indicadora para la Historia o la Cultura cubanas.

 

En esto subyacen importantes epistolarios, resplandecientes y lúcidos, suscritos por ambos, a raíz de los sucesos del 30 de septiembre de 1930, cuando de la Torriente Brau y  algunos revolucionarios fueron detenidos en la fortaleza de La Cabaña o el castillo de El Príncipe, y luego desplazados al Presidio Modelo. De esa etapa brotó en Capdevila el “ímpetu campechano de los hombres viriles”, del que habló Martí.

 

Acaso, si no fuera por la conservación de esa documentación -custodiada con celo por el remediano, sus familiares o intelectuales relacionados con los acontecimientos-, un exquisito trazo de la aportación de muchos conspiradores, así como las actitudes individuales y las instrucciones a acatar, las estrategias y tácticas del combate, los horrores y las penurias alimentarias del confinamiento, y una cantidad considerable de la obra narrativa del auxiliar principal de Ortiz, se habría esfumado, perdido...

 

Justo en la página enfebrecida, que sirvió de portada al prólogo que escribió Torriente Brau, para Versos míos de la libreta tuya, el poemario preparado por su esposa en 1934, aparece una dedicatoria: ”Para Capdevila, el mejor y más constante amigo nuestro de aquellos días oscuros, de prisiones y penas. Con verdadero cariño. Teté”.[2]

 

Díez años después, en Los Ausentes, la autora revirtió la embestida de las recompensas, y puntualizó: “Para ti [...], a quien no sé que palabra poner, que sean justa expresión de un gran sentimiento de gratitud y amistad [...] Unido estás en mis recuerdos, a los [...] de Pablo, a todo ese tiempo ausente, que tu no has olvidado [...] Tete”[3]

 En la página 238 de esa novela se lee: “[...] Federico, un entrañable amigo de Leopoldo, que aunque no era político, jamás se mezcló en el coro de alabanzas, nos ayudaba en todo. Mandando las noticias más frescas, más verídicas que las de los periódicos oficiales, desde la propia secretaría donde empezaba a trabajar [...], en una aguda y ágil correspondencia, que merecía ser publicada con el nombre de ‘Cartas de tío y sobrino’, ya que siempre firmaba: ‘Tu tío, F...”[4]  

 El alumbramiento de Federico: Desde que arrancó la década del 30 -años sombríos en la historia de Cuba-, Capdevila Melián se cimentó como el enlace permanente de Pablo de la Torriente Brau con todo lo que urgía desplegar a favor de la revolución, el periodismo militante y la literatura por las calles habaneras. El encierro en el Presidio no limitó el conocimiento de la realidad cubana.

 El remediano fungió de cámara y rollo fotográfico -un retenedor inconcluso de la memoria histórica-, de la realidad político, económica y social del país, y de recreador de la vida. A la par que se desenvolvió en misiones específicas del mensajero, del enlace entre personas, del mecanógrafo apasionado y de corrector de estilo literario. También figuró como conservador de documentaciones, correspondencias, y de buscador de alimentos y de asegurador o proveedor de libros, materiales de archivos...

 

En el epistolario, Torriente Brau se exterioriza jovial, deportista del idioma, picaresco, irónico, humanísimo, conocedor de la historia nacional, apasionado por las reivindicaciones sociales y políticas. A la vez, está interesado en preservar la integridad física del conspirador que se desenvuelve en el franco acecho de los sicarios del dictador Machado. Análogos quehaceres le depararán, en el siguiente lustro, como confiable depositario de toda la papelería que le despachó el ex colega desde los Estados Unidos o España.

 

La desbordada veta humorística, el relajo constante, la risa batiente, y las precauciones de la lucha clandestina, suscitaron que, en lo adelante, lo nombrara con el seudónimo de Federico de Capdevila. El aludido -referido al defensor español de los estudiantes de Medicina, fusilados en 1871-, circunscribe, entre líneas, los  atributos de ‘Consejero de Estado’, ‘Secretario sin carteras’, ‘Ayudante del Mariscal’, ‘Doctor’, ‘Don’, ‘Concienzudo gramático verdoso’ y ‘Culto letrado’...

 

Por las manos de Federico, el remediano, y su máquina de escribir -en las oficinas del bufete de Ortiz-Giménez Lanier-Barceló-, desfilaron memorables documentaciones de la Revolución del 30, del derrocamiento de la dictadura machadista, del enfrentamiento a las tentativas del imperialismo yanqui, así como una porción exquisita de todo el epistolario y del periodismo militante que Pablo de la Torriente despachó desde el mismo interior o exterior de la Isla a las más comprometidas publicaciones cubanas.

 

Con la perspectiva martiana de que “Nada hay tan enojoso como hablar de sí mismo...”[5], cuanto desempeño acarició Capdevila, fermentó el más puro anonimato, incluyendo, en ese sentido, a los familiares cercanos. El hijo Pedro Martín, después del fallecimiento del padre, redescubre ahora la trayectoria de un hombre conectado con Martínez Villena, Raúl Roa García, Ramiro Valdés Daussá, Gabriel Barceló, Gustavo Aldereguía, Conchita Fernández, Roig de Leuchsenring, Porfirio Pendás, Eduardo Chibás... 

   Su máxima preferida: “No hay que acobardarse ante los peligros, sino conocerlos y afrontarlos”[6], lo mantuvo ágil, sin aparente descanso, en la vigilia revolucionaria de los años 30, y en la lealtad, sin fronteras y ambages, hacia los que ofrendaron la vida o empinaron el presente.

Las últimas personas que intimaron a Capdevila, en el Remedios adoptivo de la década de los 70, precisaron del rigor del investigador, del entusiasmado folklorista, pero desconocían un pasado, caliente, muy cercano al crisol del fuego, a la bala, a la literatura o el periodismo militante y los litigios legales en favor de la propiedad de la tierra, para el que la trabajaba, y del humilde cubano.

 La revista Signos, se adjudicó los destellos que pregonaron públicamente la existencia de un pródigo intercambio epistolar entre Pablo y Federico. Los documentos son de consulta obligada. Después florecieron las Cartas Cruzadas: más de 160 misivas redactadas por de la Torriente (abril de 1935-agosto de 1936), durante la estancia en Estados Unidos, y unas 70 recibidas como respuestas. Una decena de esos papeles —testimonios mayúsculos— remitidos por atajo riguroso a Capdevila, quien, además, se emerge citado en otros materiales y, absorbe el soberano nombramiento de mediador de gestiones periodísticas, recados a combatientes de la clandestinidad, y de albacea ...[7]                                                               

Las últimas encomiendas: Dentro de aquel contexto renovador de las artes, contra los valores deteriorados del mundo burgués, el entreguismo político y el imperialismo yanqui, el epistolario no se detiene: son más urgentes los requerimientos que recababa del amigo que trabajaba en el bufete habanero de O’Reilly y Mercaderes. Federico estaba a la orden del día: le pedía que obrara como “las centellas”, sin detenerse ante los contratiempos.

 

El 6 de mayo de 1935 Pablo subraya a Valdés Daussá: “[...] El que te entrega esto sí tiene la confianza necesaria en cualquier grado.” Es el 21 de diciembre, y en contestación a Roa, comenta: “No escribas por medio de Cap. Ése es asunto mío y no pretendo complicarlo más de la cuenta”. El 10 de agosto del año siguiente, vuelve a comunicarse con Valdés Daussá, y manifiesta: “[...] En todo lo que se refiera a envíos míos desde España [...], ya lo tengo arreglado allá, con mi intermediario infatigable e inmejorable. En todo caso, no lo comprometas nunca, pero utilízalo siempre”.[8]

 

Roa, por otra parte, el 19 de diciembre de 1935, expresa en Tampa: “[...]le escribí a Ramiro, vía Capdevila, desde Fila, pero éstas son las horas en que no me ha respondido.”. En cambio Valdés Daussá testimonia en agosto del año entrante: “Cuto se fue ahorita a conectar a Gustavo [Aldereguía] con Capd., para que te entregue tu carta.”

 

De lo contenido en Cartas Cruzadas, uno se percata de la responsabilidad que pendía desde el anonimato sobre los hombros del joven remediano. Días antes del 1ro de septiembre de 1936, cuando Pablo sale de Nueva York, al encuentro de la revolución española, le expide una carta a Federico: “[...] Me voy para allá, casi con seguridad, a reportar la guerra [...], todo cuanto trabajo envíe para periódico o revista en Cuba te la remitiré a ti, a fin de que, antes de entregarlo a quien sea, le saques copia y me las vayas archivando, por si regreso tener listo el material [...] Las fotografías procuraré remitirlas ya sacadas [...], y si alguna vez te mando negativos, ocúpate de conservarlos [...] En cuanto a lo que se publique, te encargo asimismo que me guardes copia de todo lo que sea posible”.

 

El  cargo de ‘secretario sin carteras’, como lo fichó de la Torriente Brau, consumó el requerimiento. Las manos de Federico, con fidedigna seguridad (después del 19 de diciembre de 1936, día de la caída en combate del corresponsal de guerra -acreditado por la revista New Masses y el periódico mexicano El Machete-, del comisario político y el combatiente internacionalista , allá en las cercanías del caserío de Romanillos, en Madajahonda), atesoraron valiosísimos documentos, incluyendo originales y copias de cartas, artículos literarios, testimonios, la novela Aventuras del soldado desconocido cubano, y algunos cuentos inéditos.

 

La muerte del amigo lo estremeció en lo profundo, y según confesiones del hijo, jamás se recuperó de la pérdida. En sus oídos pululó el estruendo de los bombardeos, los dolores y quebrantos de los moribundos y los sórdidos ronroneos de los tanques que jamás reparó en la realidad.

 

Sin embargo, el 20 de febrero de 1939, saldaba una página de camaradería cuando, a solicitud de Raúl Roa García, traspasó a Armando Ley Cobos, los materiales, para la preparación de un libro sobre la vida y obra del revolucionario internacionalista.[9]

 

Detrás de revelaciones anunciadoras, repletas de solidez argumental (no sólo por lo que encarnó el mecanógrafo en predios ‘bufeteriles’, su atadura con la intelectualidad izquierdista,  y la asistencia que prestó en el enlace, la corrección  de estilo y la protección de las preferibles e insuperables piezas literarias o periodísticas desembocas de la imaginación sui géneris del autor de Batey, Presidio Modelo, Realengo 18 y...) hay que indagar o penetrar en otras, cargadas de una solidez inusitada, en aras de concertar el adeudo que tiene la Cultura cubana con el singular remediano.

La memoria histórica y documental lo agradecería en un testimonio sin fronteras. Las rúbricas del incógnito ‘ayudante del Mariscal’, del ‘secretario sin carteras’, como lo apostilló Pablo, jamás reposarán dormidas. Hostigan centellantes en las meditabundas letras alumbradas con a trascripción del manuscrito que abandonó la virginidad del creador.

 También van hacia el firmamento de la tierra, detrás de la estruendosa algarabía y, del esfuerzo público de todos. Ahí gotea la pisada incólume de Federico. Esa también fue su obra mayor:  servir con lealísima constancia a un tramo de la historia de la Patria.  


[1] José Martí. “De un rincón de Cuba”. Patria, Nueva York, 23 de abril de 1892. En: Obras Completas, tomo 1, Editorial Nacional de Cuba, La habana, 1963. pp. 419.

[2] Teté Casuso. Versos míos de la libreta tuya. Prólogo de Pablo de la Torriente Brau. Editorial Cultural, S.A., La Habana, 1934.

[3] Tete Casuso. Los ausentes. Premiada por Cuba en el II Concurso Latinoamericano de novelas, patrocinado por la editorial “Farrar and Reinhardt”, de Nueva York, bajo los auspicios de la Unión Panamericana de Washington. Editorial Revolución, México, D.F., 1944.[4] Op. Cit., pp. 238.

[5] José Martí. Op. Cit., pp. 134.

[6] Ibídem. pp. 261.

[7] Ver: Revista Signos, Biblioteca Martí, Santa Clara, Villa Clara, enero-diciembre, 1978. pp. 116-137. También consúltese: Pablo de la Torriente. Cartas Cruzadas, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1990.

[8] Consúltese: Pablo de la Torriente Brau. Op. Cit.

[9] Véase: Raúl Roa García. “Los últimos días de Pablo de la Torriente Brau”. En: Retorno a la alborada, volumen II, Dirección de Publicaciones de la Universidad Central de Las Villas, 1964. pp. 88.

1 comentario

seguros -

Luz verde a la Ley de Memoria Histórica

El Pleno del Senado ha aprobado, de forma definitiva, el proyecto de Ley por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la Dictadura, la llamada Ley de Memoria Histórica.
El proyecto, remitido por el Congreso de los Diputados, recibió 127 a favor y 119 en contra. Previamente, la Cámara había rechazado dos vetos a la ley firmados por el Grupo Popular y ERC.

Según informa el grupo socialista en el Senado, a lo largo del debate, la senadora por Badajoz y portavoz socialista, Carmen Granado, recordó que la ley se redactó con el objetivo de "reparar públicamente el honor y la dignidad de todos los españoles represaliados y de sus familias que, durante años, han luchado por esclarecer y dignificar su memoria".
Se trata, añadió, de establecer derechos y medidas de reconocimiento y reparación a las víctimas, continuando el espíritu iniciado por la Transición.

¡Estamos en el siglo XXI, ya es hora de finalizar con la traída y llevada Transición!