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BALLAGAS, LAS INICIALES (I)

BALLAGAS, LAS INICIALES (I)

-Uno de los más grandes líricos en la Historia de la Literatura Cubana arribó el viernes 7 de noviembre al primer centenario de vida, y aún persisten capítulos inéditos por redescubrir en su vasta producción artística y pedagógica.- Santa Clara tiene deudas impagables   en todo el reconocimiento que merece ese creador.

Por Luis Machado Ordetx

               «¡Líbranos Dios del invierno de la memoria! ¡Líbranos Dios del

                           invierno del alma!».1

                                                                    José Martí

 

El sexto día de la semana encarnó un sutil des(encuentro) para el poeta Emilio Ballagas Cubeñas, considerado, tal vez, un agónico escritor en medios de quebrantos espirituales y económicos en tiempos de la seudorepública: nació y falleció un sábado, primero el 7  de noviembre de 1908 en Camagüey, luego el 11 de septiembre de 1954 muere en La Habana tras descubrirle en Santa Clara una enfermedad incurable en los sistemas renal y hepático.

Sin embargo, el demiurgo Ballagas, cincelador hasta el acabado perfecto de la palabra oral y escrita, dada a conocer en esta ciudad y en otras del país o el extranjero durante las cuatro primeras décadas del siglo pasado, vino a nuestra Escuela Normal de Maestros en 1933, recién graduado en La Habana de Doctor en Pedagogía, empeñado en ocupar la Cátedra de Gramática y Literatura, y aquí permaneció casi tres lustros en el contagio de las aulas, las tertulias culturales, las redacciones de periódicos y el encanto por desbordar las emociones personales por medio del verso, las disertaciones teóricas o la ensayística.

A Santa Clara, vine acompañando a Pepilla Vidaurreta, quien asume la dirección del plantel educacional, y entabla relaciones con intelectuales de la localidad, y junto a los pintores Domingo Ravenet Escuerdo y Ernesto González Puig, publica en 1934 el Cuaderno de Poesía Negra, versos impresos en la casa editorial La Nueva, ubicada en la calle Independencia esquina Villuendas. La tirada de 500 ejemplares, con los dibujos de los dos amigos pedagogos, se agota de inmediato después de las ventas en la Librería Casa Orizondo.

Interviene como un escritor anhelado en la conformación de las páginas de la revista Umbrales, dirigida por María Dámasa Jova Baró; intercambia impresiones y confecciona artículos para el periódico La Publicidad;  anima el surgimiento del Club Umbrales y las programaciones radiales Audiciones Umbrales y la Hora Hontanar  -transmitidas por la emisora CMHW-; va a las tertulias de la Academia Luz y Caballero, patrocinada por Onelio Jorge Cardoso; al Ateneo de Villaclara, y también a  reuniones informales con comunistas del calibre de Gaspar Jorge García Galló.

Severo Bernal Ruiz [Santa Clara, 1918-Id, 1990], figura como albacea y guardapapeles de Ballagas en períodos en que reside en la ciudad o en Nueva York, y gracias a la correspondencia entre ambos, incluso a las documentaciones conservadas, se reconstruye el paso por la localidad; los instantes significativos de las conferencias y las intervenciones en tertulias y ambientes intelectuales: da a conocer sus poemas «sociales y de servicio» en favor de la causa de los oprimidos; imparte las conferencia «La condición martiana» a reclusos políticos y comunes de las cárceles de Santa Clara y Remedios, así como el texto teórico  «Castillo interior de poesía», dictados jueves 28 de enero y el viernes 14 de mayo de 1943, respectivamente, a instancias de la Sociedad Artístico-Cultural Ateneo de Villa Clara, radicada en la Biblioteca Martí.

En medio de la mojigatería y el provincianismo, define esencialidades de la poesía moderna; su alejamiento de modas, y hurga en la unidad histórica, universal, que pre-existe en la composición de versos ceñidos al acontecer diario del hombre; del presente o el pasado histórico y social.

En la segunda dice: «No copiar, no imitar, crear una obra de arte por ella misma -o, de otra manera: una obra de arte es una realidad cósmica que el artista agrega a la naturaleza...»; pero en febrero de ese año, Ballagas está urgido de labores pedagógicas, a la par que prepara otra disertación confirmada el domingo 11 de abril: el sitio es el Aula Magna del Instituto de Segunda Enseñanza, y por tema «El aporte vivo de Heredia a las Letras Cubanas», texto panorámico que inició el curso de Extensión Universitaria de ese centro docente.

Tal vez como en ningún otro lugar de Cuba, en esta ciudad Ballagas se impregnó de la gracia de las conversaciones y el conocimiento para «adentrarse» en costumbres, mitos y la cultura religiosa de los afrocubanos.

Toda se poesía transita en un conocimiento singular y religioso; del río, y la miel de abeja; del amor y la feminidad; de la simpatía y la fiesta, y su lírica suscribe atributos inherentes a la concha,  los corales marinos; los collares de cuentas y los colores amarilla o ámbar; rojo, verde esmeralda; las yerbas esenciales de asiento; las flores de las deidad, así como del desgarramiento intimista y los quebrantos espirituales.

En Ballagas, como en ningún otro poeta cubano, hay que persistir en la investigación, para situarlo, tal como se debe, en el preciso y justo reconocimiento que requiere. Tres testimonios, de un modo ejemplar, lo circunscriben, en el breve tránsito de su existencia, en el instante lírico, del pedagogo, y también del velador de las esencias humanas, para dejarnos, justo, la inicial que reclama.   

 

 

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