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Capdevila, el Secretario sin Cartera

Capdevila, el Secretario sin Cartera

En ocasión del aniversario 70 de la caída en combate de Pablo de la Torriente Brau.

Por Luis Machado Ordetx

                                                                             « [...] No me quedan dudas ningunas sobre las altas condiciones                                           que posees para cumplir cualquier encomienda. Si algún día                                        llego a Mariscal, te nombraré mi ayudante...».[2]                                                                             Pablo de la Torriente Brau Pedro Capdevila Melián, es quizás, el insustituible y más fiel de los amigos cubanos de Pablo. Tuvo un rostro oculto, con ojos de centella, discreto y organizado en deberes y atributos del que empeña la solidaridad y la estimación, aunque en el propósito se arriesgue la vida. Esas son prendas que descollaron en su absoluta probidad.Jamás estuvo, en última instancia, dentro de las fuerzas juveniles que enfrentaron  escaramuzas contra los porristas machadistas y los acólitos yanquis. Tampoco figuró en la nómina de los encarcelados, aquel 16 de septiembre de 1931, para la inauguración del Presidio Modelo, de Isla de Pinos, y mucho menos se enroló en un exilio forzoso.Nunca pensó, tal vez, incluirse en las brigadas internacionalistas de España y, por supuesto, ningún bombardeo lo dejó tendido sobre el fértil campo de una comarca o las ruinas de una ciudad mutilada por la miseria guerrerista.A pesar de su juventud, del ambiente bullanguero de La Habana, y de los sobresaltos políticos y las penurias económicas, atestiguó en la protección de Martí que:   «[...] hilamos, donde no se nos ve, [porque] tenemos voces que llegan. [Y] le robaremos, con nuestra prudencia, la sangre al cadalso...».[3]De ese modo, imbuido del espontáneo proceder por sentirse útil, Capdevila, el mecanógrafo —asistente en el bufete compartido por Fernando Ortiz, Manuel Giménez Lanier y Oscar Barceló—, se irguió como un hombre capaz de componer las espinosas gestiones traspasadas por Pablo, desde los recónditos sitios donde el revolucionario ancló como cubano inspirado en la literatura y la beligerancia del internacionalista.Casi un adolescente, y después de un regreso efímero y forzoso al natal Placetas, en la antigua provincia de Las Villas, Capdevila se instaló, previo a concluir la década del 20, en San Juan de los Remedios, donde el abogado Humberto Arnáez lo guareció como oficinista auxiliar. La única forma posible, se dio cuenta, de ayudar a la familia en el sustento y principiar en otras propuestas, dependía del forcejeo y del acatamiento competitivo junto a una cuartilla en blanco, la Underwood y los términos jurídicos. Caviló hacerse abogado, pero percibía la imposibilidad académica, por los gastos que originaría.El escribano que labra, se yergue con sorprendente rapidez, limpieza, precisión y ortografía. Atónitos tiene a sus émulos, cuando, a finales de 1928, con apenas 21 años, los hermanos remedianos Manuel y Joaquín Giménez Lanier lo conminaron a abandonar el pueblo y radicarse en La Habana. El joven, apto para acariciar en el teclado una velocidad y limpieza inusitadas, no  caviló dos veces, y sin la congoja que coerce al guajiro, se vio enclavado en una de las salas del edificio Abreu, en O´Reilly esquina a Mercaderes, donde radicaba uno de los prósperos bufetes de la capital: aquí reafirma la laboriosidad y se aprecia como fraterno colaborador.[4]

La capital, inquietada, crispada y anonadada, no lo petrifica, y la algarabía de los colegas  sopesa las desgracias materiales o espirituales que lo asisten. El ángel aletea, escudriñando espacios, al agenciarse la mirada del curioso,  impuesto del ánimo de la sabiduría. Circula, de un apasionamiento a otro, placentero por las instrucciones que conceden los mentores de la abogacía, y se resiente por la visión maniquea que otea entre la opulencia y la miseria de las barriadas aledañas.

Va a las redacciones periodísticas, donde «aprende» y colabora en las sesiones artísticas y literarias que auspician las instituciones culturales, y de pronto, sin discernirlo, está inmerso en las polémicas que sustenta la lucha antimachadista.

Un colega —dotado de responsabilidad y amabilidad, propio del que se ampara tras un «gusanillo» pedagógico—, lo convoca a todas partes, y con sistematicidad se les contempla juntos en peñas deportivas, tertulias culturales y ratos de ocio.Pablo, el secretario de Fernando Ortiz, le sirve de cicerone en las correrías, mientras otros mecanógrafos y abogados ordenancistas del bufete, asientan la forja de la personalidad de Capdevila Milián. La sinceridad  y la fidelidad, entre uno y otro joven, jamás se descosieron, y puntearon una impronta indicadora para la Cultura Cubana.Importantes epistolarios, resplandecientes y lúcidos, suscritos a raíz de los sucesos del 30 de septiembre de 1930 —cuando de la Torriente Brau fue detenido en El Príncipe, y luego desplazado al Presidio Modelo—, dan cuenta de una soberana amistad. Del pupilo del villareño brotaba el «ímpetu campechano de los hombres viriles», del que habló Martí, hecho que el otro reparó de inmediato. Acaso, si no fuera por la conservación de esa documentación —custodiada con celo por Capdevila o personas relacionadas con los acontecimientos—, un exquisito trazo de las instrucciones a acatar, las estrategias y tácticas del combate, la descripción de los horrores y  penurias del confinamiento, y una cantidad considerable de la obra narrativa y epistolar del auxiliar principal de Ortiz, se habría esfumado, perdido...Justo en la página enfebrecida, que sirvió de portada al prólogo que escribió Pablo, para Versos míos de la libreta tuya, el poemario preparado por su esposa en 1934, aparece una dedicatoria: «Para Capdevila, el mejor y más constante amigo nuestro de aquellos días oscuros, de prisiones y penas».[5]Un decenio después, en Los Ausentes, Teté Casuso, la autora, revirtió la embestida de las recompensas, y puntualizó: « [...], a quien no sé que palabra poner, que sean expresión de un gran sentimiento de gratitud y amistad [...] Unido estás en mis recuerdos, a los [...] de Pablo, a todo ese tiempo [...], que tu no has olvidado [...]».[6] En la página 238 de la novela, de ribetes «autobiográficos», se lee: « [...] Federico, un entrañable amigo de Leopoldo, que aunque no era político, jamás se mezcló en el coro de alabanzas, nos ayudaba en todo. Mandando las noticias más frescas, más verídicas que las de los periódicos oficiales, desde la propia secretaría donde empezaba a trabajar [...], en una aguda y ágil correspondencia, que merecía ser publicada con el nombre de ”Cartas de tío y sobrino”, ya que siempre firmaba: Tu tío, F...».[7]

Desde que arrancó 1931 y hasta 1933, durante los 27 meses de encarcelamiento de Pablo, casi en lo absoluto, fue Capdevila el acople con lo que urgía desplegar a favor de la Revolución, el periodismo y la literatura por las calles habaneras. El encierro en el Presidio Modelo no limitó en Pablo el conocimiento de la realidad cubana, porque el remediano fungió como un retenedor inconcluso de la memoria histórica de ese tiempo.

Tres cartas, dos inéditas, escritas en 1931, casi al arribo del confinamiento en Isla de Pinos, y otras de mediados de 1932, sintetizan la camaradería: contienen desde solicitudes de materiales de oficina, veedor y suministrador de libros, alimentos, recados varios, y en el centro la delineación de narraciones jocosas e hirientes sobre la vida carcelaria.

La primera que intercambian, tal vez la que inicia el prolongado carteo, está fechada el 13 de noviembre de 1931. Puede que sea —excepto las tarjetas postales que cursó—, una de las pocas donde la caligrafía de Pablo resalta en todos sus caracteres y magnitud. Ahí expone:

«Querido Capdevila:      «Todavía la barba no me llega ni con mucho al papel. Por eso puedo escribirte. Recibí aquí una carta tuya dirigida al Príncipe, cuando nos quitaron la incomunicación y la contesto a los «125 días presos». (Segunda Serie).       «No puedes imaginarte cuánto tipo estrafalario ha sido lector mío. A cada rato un guajiro tano y simpático suelta y dice por la centésima vez, y admirado por toda su vida, como si yo fuese un personaje: « ¡Mire Ud. quién me iba a decir a mí que iba a estar preso junto con Pablo de la Torriente        « [...] Aquí se está estupendamente. Las demás prisiones de la República son establos al lado de esta. Fundé dos academias: la de Incultura Física del prof. «Heriberto» y la de Idiomas, del prof. War Rellow, pero el gobierno me ha perseguido hasta en la cárcel y me dejó sin alumnos en la primera y sin profesor en la segunda». El texto continúa con bromas referidas a los amigos del bufete, y al final una sentencia: «Y te mando para ti un abrazo largo, como un escrito de Ortiz».[8]En otra, con descripción Presidio Modelo, 9 de julio de 1932, elaborada con papel timbrado de la Revista de Derecho y Ciencias Sociales —publicación mensual dirigida por Rubén Martínez Villena y Miguel Gener—, explica:       «[...] Antes que nada van las gracias por el envío de las 1000 hojas de papel, las que, considerando el costo de embarque, además del propio de ellas, me hacen sospechar enérgicamente que te sacrificaste por la Patria. Allá tú. Me llegaron también dos envíos de revistas hechas por ti y unas cuantas hojas de papel que vinieron estupendamente bien para las copias. Las cintas aún no las he recibido, pero cómo podrás juzgar por esta carta, la que tenemos está aún bastante buena.    «[...] Bueno, hoy recibí carta de Teté en la que me da las más «horribles» noticias. Nada, que desaparezco como miembro honoris causa del bufete, y como resultado que en el bufete era donde únicamente existía yo (en estado de asfixia, desde luego) económicamente hablando, pues hay que llegar a la conclusión de que ya estoy muerto. Apesto.   « Pero está visto, que estoy decidido a morir a carcajada limpia. Es preciso caerle bien a la gente del infierno y una buena sonrisa es la mejor tarjeta de presentación. Estoy dispuesto a que antes que la carne podrida se caiga y mi calavera muestre la habitual mueca irónica de los esqueletos, ya mi cabeza muerta enseñe una sonrisa de anuncio. No queda más remedio. Y fíjate de paso cuanta palabrita para tranquilizar a los niños he medido en el párrafo anterior.   «[...] Papel y sobres tengo lo menos para seis meses y por ese lado no te molesto por ahora.   « Dale los mejores recuerdos a todos los amigos, anúnciales que mañana soy preso de un año y «con tan plausible motivo», deséales ya felices Pascuas y próspero Año Nuevo».[9] De esa trilogía, de aparentes inéditos, Pablo redacta una última misiva, identificada el 12 de noviembre de 1932:    «[...] Por lo pronto te diré que ya solo se trata de conseguirme un carrete, pues tengo uno ya. La máquina en que escribo es una Rémington Portátil, nueva, aunque no puedo asegurar si es el último tipo. No es silenciosa. El carrete se puede obtener de una cinta, pero no del standard, sino de las pequeñas. La que tú enviaste la recibí enseguida y me extraña que no recibiera la tarjeta firmada por ti.   «[...] La noticia del ciclón de Camagüey me produjo ayer una verdadera y profunda pena. Nos leyeron aquí, por la noche, y como cosa extraordinaria, remitidos por el propio Comandante Castells, los boletines del ejército, que daban cifras aterradoras de muertos. Cuando me escribas infórmame de él. Ah, oye, recibí hace algún tiempo varias revistas que supongo sean remitidas por Isidro o por Adrián. Dales las gracias de mi parte...».[10]Otras cartas, más conocidas, refrendan la solidaridad que entablan: Torriente Brau se exterioriza jovial, sabedor y jugador del idioma, picaresco, irónico, humanísimo y apasionado por las reivindicaciones sociales. En tal sentido testimonia el 19 de marzo de 1933:      «Tengo dos o tres indecentes epístolas suyas que contestar. Una de ellas las de las gracias por el pulsillo que le envié a su hermana. De nada, hombre de nada. O «de nalgas», como se decía entre la chusma del Club, por mi tiempo, allá por la época de José Antonio Saco.     «Otra a tratar es notificarle el puntual recibo de las revistas, de los sellos y de los sobres, por lo cual se le devuelven las gracias. Y «de nalgas» otra vez. Por cierto que en lo sucesivo, el próximo millar de sobres que me dispongo a consumir, procura que sea todo del tamaño grande, cosa que contengan bastante material por los tres kilos a que ha venido a cotizarse nuestro mercantilista tiempo, el pobre Don Pepe de la Luz.      «[...] El cuarto tema del día se refiere a la sortija pedida. Desde luego que se puede hacer y se te agradecen todas esas gestiones por buscarme unas salvadoras pesetas. El precio está bueno, como no. Bueno, pero siempre que me mandes algo así incluye la medida exacta, para evitar que el trabajo se pierda...».[11]La mensajería que recibe el detenido, y las indicaciones que remite, entre bromas y puyas, refuerzan aspectos de una personalidad forjada al calor del estoicismo revolucionario. Asimismo, advierten el por qué, con absoluta seguridad, Capdevila Melián constituye el eslabón primordial para encauzar, de manera anónima, parte de los acontecimientos históricos, profesionales y literarios en los que se debate durante la posterior etapa de exilio neoyorquino y de épica antifascista de España.Un pedazo de la grandeza del periodista cubano «más original y moderno de su tiempo», en última instancia, estaría ahora diseminada de no asegurarse en lo inmediato, y con fines perspectivos, de un depositario, casi confidencial —dotado de una talla de lealísimo afecto—, atribuibles a la capacidad profesional del villareño. Por tanto no quedaba duda de la hermandad establecida.En Cuba y el mundo, Capdevila ha sido un inadvertido, y en el fondo, otros testimoniaron que mostró contentura hasta su muerte, ocurrida en 1975. Jamás en los predios familiares y artísticos se jactó de las entusiastas relaciones y servicios que procreó. Por esto su huella está inmersa entre nosotros.[12] No por gusto, como hombre forjado en los recintos de un bufete —acostumbrado a sacar copias de los materiales que protegía, y a guardar discreción confesonaria—, surge y se sintetiza una de las clave, para el intento nada vano de desentrañar enigmas, sobre todo los relacionados con la narrativa escrita por el ex colega y la correspondencia cursada desde los Estados Unidos y la Península Ibérica.Poseído de la perspectiva martiana de que «Nada hay tan enojoso como hablar de sí mismo...»,[13] cuánto desempeño acometió, siempre fermentó el más puro silencio. Por su máquina de escribir —instalada  en las oficinas del bufete de Ortiz-Giménez Lanier-Barceló—, visto por lo que se conoce y aún guarda sombra, desfilaron memorables papelerías de la Revolución del 30, del enfrentamiento a las tentativas del imperialismo yanqui, así como una porción exquisita del epistolario que Pablo de la Torriente despachó desde el mismo interior o exterior de la Isla a las más comprometidas personas y publicaciones cubanas.La desbordada veta humorística, el relajo constante, la risa batiente, y las precauciones de la lucha clandestina, típicos de Pablo, suscitaron que, en lo adelante, lo nombrara con seudónimos: «Federico de Capdevila», —referido al defensor español de los estudiantes de Medicina, fusilados en 1871—, «Consejero de Estado», «Secretario sin cartera», «Ayudante del Mariscal», «Doctor», «Don», «Concienzudo gramático verdoso», «Raúl de Cárdenas» y «Culto letrado»...Por medio de Pablo, un hombre de pueblo empeñado en servir, se conecta, casi en la clandestinidad, con Martínez Villena, Raúl Roa García, Ramiro Valdés Daussá, Gabriel Barceló, Gustavo Aldereguía, Conchita Fernández, Roig de Leuchsenring, Porfirio Pendás, Eduardo Chibás...    Su máxima preferida: «No hay que acobardarse ante los peligros, sino conocerlos y afrontarlos»,[14] lo mantuvo ágil, sin aparente descanso, en la vigilia de los años 30, y en la lealtad, sin fronteras y ambages, hacia los que se jugaban la vida.La revista Signos, en 1978, se adjudicó los destellos que pregonaron públicamente la existencia de un pródigo intercambio epistolar entre Pablo y Capdevila. Después florecieron las Cartas Cruzadas —más de 160 misivas redactadas por Pablo entre abril de 1935 y agosto de 1936, durante la estancia en Estados Unidos, y unas 70 recibidas como respuestas—, que contienen una decena de esos papeles, verdaderos testimonios, fueron remitidos al remediano por un atajo riguroso.[15]También emerge, citado en otros materiales, y absorbe el nombramiento de «mediador» de gestiones periodísticas y literarias, de recados a combatientes, y de un especial tipo de albacea...[16]                                                                              Dentro de aquel contexto, donde hasta las artes recibieron el hálito renovador contra los valores deteriorados del mundo burgués, el epistolario de Pablo desde los Estados Unidos no se detuvo: son urgentes los requerimientos que recababa, y pide que dentro del bufete, en O’Reilly y Mercaderes, y en las calles habaneras, obre como «las centellas», sin mirar a los contratiempos.El 6 de mayo de 1935 de la Torriente subraya a Valdés Daussá: «[...] El que te entrega esto sí tiene la confianza necesaria en cualquier grado».[17] Es el 21 de diciembre, y en contestación a Roa, comenta: «No escribas por medio de Cap. Ése es asunto mío y no pretendo complicarlo más de la cuenta».[18] El 10 de agosto del año siguiente, vuelve a comunicarse con Valdés Daussá, y manifiesta: «[...] En todo lo que se refiera a envíos míos desde España [...], ya lo tengo arreglado allá, con mi intermediario infatigable e inmejorable. En todo caso, no lo comprometas nunca, pero utilízalo siempre».[19]Raúl Roa, por otra parte, el 19 de diciembre de 1935, expresa desde Tampa:           «[...] le escribí a Ramiro, vía Capdevila, desde Fila, pero éstas son las horas en que no me ha respondido».[20] En cambio Valdés Daussá cuenta en agosto del año entrante: «Cuto se fue ahorita a conectar a Gustavo [Aldereguía] con Capd., para que te entregue tu carta».[21]En Cartas Cruzadas el lector se percata de la responsabilidad que pendía, desde el anonimato, sobre los hombros del joven Capdevila. Días antes del 1ro de septiembre de 1936, cuando Pablo sale de Nueva York, al encuentro de la revolución española, le expide una correspondencia sentenciosa: «[...] Me voy para allá, casi con seguridad, a reportar la guerra [...], todo cuanto trabajo envíe para periódico o revista en Cuba te la remitiré a ti, a fin de que, antes de entregarlo a quien sea, le saques copia y me las vayas archivando, por si regreso tener listo el material [...] Las fotografías procuraré remitirlas ya sacadas [...], y si alguna vez te mando negativos, ocúpate de conservarlos [...] En cuanto a lo que se publique, te encargo asimismo que me guardes copia de todo lo que sea posible».[22]El  «Secretario sin cartera», como lo fichó, consumó los requerimientos. Claro está, no solo protegió cartas y papelerías diversas, sino que, además, buscó libros, informes, y transcribió todos, o casi todos, los 53 capítulos que componen las 10 partes del Presidio…, y copió la lista solicitada sobre los detenidos en el recinto penitenciario.[23] También los originales de Aventuras del soldado desconocido cubano, de un modo u otro, pasaron por sus veloces manos y recibieron la pericia del detalle.[24]Cualquier duda sobre la formulación queda desterrada por Pablo, quien insiste en la protección de copias y originales. Esas transcripciones que leyeron Fernández de Castro, y Chacón y Calvo, indistintamente, donde se solicitaba una casa impresora para el Presidio..., fueron mecanografiadas por Capdevila, quien, al parecer, custodiaba el original o uno de los ejemplares seleccionados tras las revisiones minuciosas que hizo el autor.Lo cierto es que el villareño se llevó muchas lagunas a la tumba, y estas siguen el camino de lo incógnito. Sin embargo, de su eficiencia no hubo quejas. Del compromiso de Pablo de enviarle textos desde España para publicarlos en Cuba se desconoce si llegaron. No obstante, en el archivo familiar se conservan algunas tarjetas postales que dan cuenta del transito del internacionalista por Barcelona, Madrid y...Días después del 19 de diciembre de 1936, fecha de la caída en combate del corresponsal de guerra —acreditado por la revista New Masses y el periódico mexicano El Machete—, del comisario político y el combatiente internacionalista Pablo de la Torriente Brau, allá en las cercanías del caserío de Romanillos, en Madajahonda, Capdevila se estremeció y, con persistencia, en sus oídos pululó el estruendo de los bombardeos, los quebrantos de los moribundos y los sórdidos ronroneos de aquellos tanques que reparó en su imaginación.El 20 de febrero de 1939,  Capdevila saldó una página de camaradería cuando, a solicitud de Raúl Roa García, traspasó a Armando Ley Cobos, todos los materiales que atesoraba, para la preparación de un libro sobre la vida y obra del revolucionario internacionalista.[25]Un mes antes, desde México, Teté Casuso le traslada una nota, con seguridad inédita:«México, 20 de enero. Querido Capdevila:Anoche me llegaron unas líneas de Raúl, urgido, —que diría Mañachde esto que hoy te mando. Llena de temor lo envío porque es original y no existe ninguna copia. Confío en el correo y el certificado y que te llegará sin extravíos. Como eres la única gente que tengo de confianza por eso te lo mando a ti [...] Aunque la última página está interrumpida sin continuación (Pág. 26) nada he perdido yo. Como «El Capital» habrá que ponerle a esto: aquí quedó interrumpido el manuscrito. Porque Pablo se llevó la última página de ese capítulo con él para, en el barco, sabiendo cómo terminaba esa parte, escribir el final y mandármelo todo junto al llegar a Francia. Pero naturalmente no lo hizo y tampoco nunca me envió esa hoja que quizás, —seguramente— tenía entre sus papeles de España y que no he podido recoger todos. Raúl le hará una explicación a todo esto y así tendrá que salir. A todos nos queda la curiosidad de ¿a dónde iría Pablo a parar con su imaginación y qué final le daría a Iliodomiro del Sol? Hay algunos nombres mal escritos en el texto. Algunos he arreglado, pero no tengo tiempo para más. También hay un salto que tú podrás entender y coordinar como siempre supiste hacer en los enredos de Pablo. Es ahí donde hay una estrellita y luego una cosa de Víctor Hugo.No tengo tiempo para escribir más porque corro inmediatamente a certificar esto ya que Raúl me dijo que tenían imprenta y todo hablada y no quiero que por mi se retrase ni un día esa publicación...».[26] Detrás de cualquier revelación anunciadora, repletas de solidez argumental —por lo que encarnó el mecanógrafo en predios «bufeteriles»,  y la asistencia que prestó en la conexión, la trascripción y la protección de algunas de las preferibles e insuperables piezas literarias o periodísticas desembocas de la imaginación sui géneris del autor de Batey, Presidio Modelo, Realengo 18 y...—, habrá que indagar en otras, que tienden a quedar sueltas, aun su validez inusitada, en aras de concertar un pequeño adeudo de la Cultura Cubana con el singular remediano. No obstante, las rúbricas del confidencial «Ayudante del Mariscal», y del «Secretario sin cartera», como lo apostilló Pablo, pertenecientes a Capdevila, el folklorista villareño, jamás reposarán dormidas. Sin lugar a duda, ellas hostigan centellantes en las meditabundas letras alumbradas con la mecanografía de algunos manuscritos: esos que abandonaron la virginidad de su creador y fueron hacia el firmamento de la tierra, junto a la estruendosa algarabía del esfuerzo público de todos. Entonces, ahí gotea por siempre parte de la pisada incólume de Federico. Esa también fue su obra mayor: servir con lealísima constancia al amigo y a un tramo significativo de la historia de la Patria.     


[1] Publicado con el título de «Las rúbricas del secretario sin carteras», en Vanguardia, xxxix (34):4, Santa Clara, Villa Clara, sábado 10 de marzo de 2001.
[2] Carta de Pablo de la Torriente a Pedro Capdevila Melián, New York, 7,8, 936, Cartas Cruzadas [selección,  prólogo y notas de Víctor Casaus], p. 242, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1990.
[3] José Martí: «De un rincón de Cuba», Patria, Nueva York, 23 de abril de 1892, Obras Completas, t. i, p. 419, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963.
[4] Capdevila Melián, secretario de bufete, depuró en sus funciones las exigencias que competen al oficio: excelente redacción y mecanografía, discreción y organización del trabajo, eficiencia precisa en catalogación, archivos, documentación y concertación de citas y despachos.
[5] Teté Casuso: Versos míos de la libreta tuya [Prólogo de Pablo de la Torriente Brau], Editorial Cultural, s.a., La Habana, 1934. [En archivo familiar].
[6] Tete Casuso: Los ausentes [Premiada por Cuba en el II Concurso Latinoamericano de novelas, patrocinado por  «Farrar and Reinhardt», Nueva York, auspiciada por la Unión Panamericana de Washington], Editorial Revolución, México, d.f., 1944.
[7]  Op. cit., p. 238.
[8] Originales donados en 1980 por Pedro Martín Capdevila Echenique al Museo Histórico «Francisco Javier Balmaseda», en Remedios, Villa Clara, Cuba.
[9]   Carta de Pablo de la Torriente. Op. cit.
[10]   Idem.
[11] Carta a Capdevila: Op. cit. Recuérdese la narración «El cofre de granadillo», Pluma en Ristre [Selección de Raúl Roa García. Prólogo de Carlos Prío Socarrás. Semblanza de Guillermo Martínez Márquez], p. 434, Publicaciones del Ministerio de Educación, Dirección de Cultura, La Habana, 1949. Aquí enumera los tipos y clases de maderas que abundan en la Isla, y sus valores para confeccionar prendas valiosas que, incluso, pueden comercializarse a buenos precios.
[12] La obra ensayística e investigativa de Pedro Capdevila Melíán subyace en publicaciones periódicas de la época, sobre todo en las revistas Bimestre Cubano, islas  y signos, y el periódico Huracán, de Remedios, donde escribió sobre temas folklóricos e históricos. Sin embargo, una parte importante de sus trabajos mantienen un carácter inédito. [Consulta del archivo familiar].
[13] José Martí: Op. cit., p. 134.
[14] Ibídem., p. 261.
[15] Al contrastar algunas de misivas de Cartas Cruzadas, Op. cit., con los textos publicados en «Cartas inéditas de Pablo de la Torriente a Pedro Capdevila Melián», revista signos, pp. 116-137, Biblioteca Martí, Santa Clara, Villa Clara, enero-diciembre, 1978, se advierte que las primeras no constituyen, al parecer, los verdaderos originales, sino copias sacadas por el mecanógrafo: carecen de las acotaciones al margen, tachaduras que realizó el remitente, y la firma completa. [V. Pablo de la Torriente Brau, Op. cit., p. 31-3]. De igual forma, la dirigida el 2 de agosto de 1935, al parecer a Capdevila —como subraya Casaus en la página 56 de Cartas…—, corresponde verdaderamente al remediano, y tiene relación con un texto con posibles ribetes de inédito.«New York, 4, 7, 935.Dr. Raúl de Cárdenas, Habana.Querido Raúl: Te acompaño unos asuntos que quiero que me despaches a la mayor velocidad posible. De los mamotretos, si te queda espacio, saca un juego de copias y encárgate de distribuirlos sabiamente.De lo de Agua de Maíz, sospecho que te trabarás en muchas partes. Pásalas por alto que probablemente a mí me sucederá lo mismo cuando lleguen, pero para eso tengo la memoria. No me lo certifiques tú. Dáselo a la interfecta que te lo dio.Hoy estoy muy ocupado. Es 4 de julio y suenan tantos petardos que parece que estamos en Cuba, antes. Recuerdos,Carlos.Al margen: Si puedes mándame una cinta sin lata, para que te cueste menos». [Inédito].
[16] signos, Op. cit. 
[17] Cartas Cruzadas, Op. cit. p. 17.
[18] Idem, p. 107.
[19] Ibidem, p. 246.
[20] Op. cit. p. 301.
[21] Idem, p. 361.
[22] Ídem, p. 243.
[23] En carta del 22 de mayo de 1935, desde Nueva York, Pablo recaba la trascripción de la lista que incorpora José E. Embade Neyra, en El gran suicida, sobre la cantidad de presos políticos que albergó el Presidio Modelo. Capdevila compró el libro para satisfacer la solicitud y envió los datos que acompañan al texto definitivo. En el archivo familiar del secretario de Giménez Lanier se encontró esa publicación salida de la imprenta La Propagandista, La Habana, 1934. V. Cartas Cruzadas, Op. cit., p. 31-2; 39.
[24] Pablo de la Torriente Brau: Aventuras del soldado desconocido cubano [«Inicial» de Raúl Roa García], La Verónica, La Habana, 1940.
[25] El texto escrito en papel timbrado de la Oficina Internacional de Informaciones Universitarias, de la Universidad de La Habana, suscrito por Roa García, indica: «Mi estimado Capdevila: Tengo el gusto de presentarte al portador de estas letras, el Sr. Armando Ley Cobos.Yo desearía que usted le diese a él la copia del trabajo de Pablo, ya que me es imposible ir por él en estos momentos.Quisiera de paso manifestarle mi gratitud por su colaboración, y ella será anotada en el libro que publicaremos enseguida. Suyo, Raúl Roa». V. Raúl Roa García: «Los últimos días de Pablo de la Torriente Brau», Retorno a la alborada, volumen II, pp. 116-137, Dirección de Publicaciones de la Universidad Central de Las Villas, 1964. En lo tocante a Capdevila no se hizo el justo reconocimiento con las ediciones respectivas de Aventuras… y Pluma en Ristre, Op. cit... Sólo con Cartas Cruzadas su figura, vinculada a Pablo de la Torriente Brau, comienza a adquirir una insustituible dimensión.
[26] El texto provoca una duda: llegó el manuscrito de Aventuras del soldado desconocido cubano a manos de Capdevila, tras el envío de los originales que remitió Teté Casuso. ¿Fue él quien lo transcribió? Realmente ¿Quién tenía en sus manos el libro? Roa García cuenta que le fue entregado por José Luis Galbe, primer fiscal del Tribunal Popular de Madrid, como aparece en la aclaratoria «Inicial». El investigador cree que el material llegó a Cuba por conducto del correo certificado suscrito por Teté Casuso. 

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