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Brisas del Sinfonismo

Brisas del Sinfonismo Por Luis Machado Ordetx
Pie de foto: Con la conducción María Elena Mendiola, hubo un concierto que, por temas, estilos y originalidad, pocas veces tienden a repetirse en la historia. (Fotos: Carolina Vilches Monzón).
Aires renovadores, de esos necesarios de insuflar a cada instante, trajo los dos primeros conciertos del año que ofreció la Orquesta Sinfónica de Villa Clara, dirigida por la batuta tierna e interpretativa —y también enérgica según las exigencias que impone— de la maestra María Elena Mendiola, y el apoyo de la guitarrista Yalit González, en un programa que para cualquier escenario tiende a convertirse en un lujo de insustituible raigambre.
El cine-teatro Cubanacán —sede de la agrupación y apto para espectáculos mayores de aparecer un remozamiento menor, dado el cierre prolongado de La Caridad—, tal vez pudo resultar pequeño para la afluencia de público, pero no fue así del todo.
No obstante, quienes asistieron se llevaron una latiente concordia que incluyó, por encima de todo, el Concierto de Aranjuez, protagonizado por la solista González, una holguinera pensante y ejecutante, capaz de trasladar las añoranzas nostálgicas de Joaquín Rodrigo tras los desafueros de la Guerra Civil que arrasó a su país en las postrimerías de la década de los año treintas.
La guitarra, como refiere la partitura original, jamás estuvo diluida, sino fundida a cada instante de la pieza, sobre todo en sus partes concernientes al allegro con spirito, el adagio y el gentile, donde el autor detalló, desde la nostalgia, un reencuentro angustioso, irónico y violento que perpetúan los lienzos de Goya o El Greco, hechos en los que la concertante patentizó su crecimiento artístico.
La Mendiola junto a la Sinfónica, trajo el gesto elocuente de Mozart y su Divertimento en Re M K-136 —uno de los 61 que concibió el compositor durante una estancia en Salzburgo—, y esas pequeñas joyas que, al parecer fueron simples en el estilo y la forma para cuartetos de cuerdas, impregnó majestuosidad en una orquesta que, a muchos asistentes, pareció renovada por jóvenes que impregnaron gracia temperamental y artística en las ejecuciones.
Por último, hecho que subrayo no por su insignificancia, vino la Obertura-Fantasía Romeo y Julieta, de Piort Ilich Tchaikovsky —a orquesta completa—, para sustentar la prestancia de la creación inspirada en la tragedia y la pasión inmortalizada por Shakespeare. Allí, historia hecha música, rememoró el ideal romántico de una época que jamás muere.
Ojalá que conciertos de este tipo, donde las exigencias técnicas, de selección de repertorio, y las enseñanzas aportadas por María Elena Mendiola, constituyan una constante que jamás desaparezca entre nosotros.

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