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KMILO DESDE EL PINCEL DE BOFFILL

KMILO DESDE EL PINCEL DE BOFFILL

Por Luis Machado Ordetx

 

Boffill es un ignato irreverente en la manera de ser, pintar, fabular desde la oralidad; saludar a los amigos y hasta contar anécdotas personales en que el ingenio de cada cual saca todas las lecturas posibles de esas ensoñaciones de mitomanías que siempre lo acompañan.

 

En el campo de las composiciones del lienzo, la mirada primitivista, naif   -inducido o espontáneo-, rebusca en los sueños y en la realidad para coronar la historia y los ancestros, la propia y la nuestra insular.

Años llevo en el trato, el aliento y el afecto, y muchos que conocen de ese vínculo no lo desmentirían, y hasta algunas de sus obras pictóricas de antaño cuelgan en las paredes en deleite constante de la vista,  la alegría del color, el re (juego) de eso que denomina el «dibujo boffilliano» y el pletórico sentido por indagar en el ímpetu de los cultos sincréticos de la Regla de Ocha, de lo yoruba y lo lucumí trasplantado por los ancestros a la cultura cubana.

 

Desde hace tiempo pulsa el pintor remediano, radicado ahora en Santo Domingo, en la desacralización de la historia, de las epopeyas revolucionarias recientes, de los hombres y mujeres que conducen cada día, con el ejemplo social de los hechos, la ruta inquebrantable del devenir nacional.

 

Antes, afanoso, apareció en el nacimiento del siglo aquella exposición en homenaje al niño Elián González en instantes en que fue raptado por la mafia cubano-americana y luego rescatado por su pueblo, el de la Isla, gracias a la solidaridad internacional; después vinieron los lienzos que recreaban el rostro de Ernesto Che Guevara -El Orate-, los dedicados a Fidel -El Soldado Fidel-, y en la actualidad la exposición «Para ti», en la que retoma a Camilo Cienfuegos,  el revolucionario de la «Sonrisa Franca» que braga todavía por  las sierras y el llano.

 

Esta semana, en la sede de la UNEAC quedó abierta la exposición que recuerda el aniversario 76 de nacido el Héroe de Yaguajay, ocasión en que Boffill Rojas lo plasma de cien maneras diferentes, casi siempre, con la risa batiente, alegre y dicharachera del revolucionario a carta cabal; con el sombrero alón, el inseparable tabaco, así como la melena larga y su espesa barba, y por vestimenta el traje verde-olivo, el brazalete del 26-7 y los grados legendarios de Comandante.

 

 El colorido, tejido ostentoso del que jamás se desmembrará el estilo pictórico de Boffill Rojas, el recreo de los rostros en primeros planos, en perfiles, en contrapicadas, propios del que ostenta una cámara fotográfica contenida en la sencilla imaginación popular, precisan en el detalle sin imperativos de barroquismos y ornamentaciones gratuitas, y detallan y ofrecen esa sensibilidad que raya en la nostalgia del niño y del adulto que apropiado de las miles de anécdotas contenidas en la oralidad de generaciones y la historiografía insular.

 

El artista popular confecciona su pintura con una rapidez inusitada tras el primer boceto, y todo cuaja a partir de esa obsesión por redescubrir cada una de las aristas que componen el rostro o la psicología del «biografiado retocado por su pincel»; momento en que ve y decanta aspectos de la trayectoria vital de los hombres más recientes de la historia, y los imagina y enriquece, como si fueran mil maneras de concebir a Martí, a los orishas o Wifredo Lam, tal como antes hizo.

 

El primitivismo, la locuacidad y el esplendor oral, inmersos en la espiritualidad del artista, distinguen un modo de hacer, y también de ser en esa identidad en que el delirio y la razón estrechan insistentemente la compostura individual del creador; despojado siempre de cualquier tipo de supercherías, válidas  para entregarnos con una original mirada todo nuestro entorno social y patriótico. Así está visto KMILO desde el pincel fresco y animoso de un   reconstructor de historias. 

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