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BALLAGAS, LAS INICIALES (III)

BALLAGAS, LAS INICIALES (III)

Profesor-alumno, dice la Doctora en Pedagogía Orbelia Palomeque Ríos, en declaraciones dadas en Santa Clara, lunes 13 de agosto de 2007.-

 

Por Luis Machado Ordetx

 

«Sin darme realmente cuenta, me sentía muy dichosa de tener un poeta-profesor: Emilio Ballagas, el de los versos de Sabor Eterno. Cursaba mi segundo año en la Normal de Maestros de Santa Clara. Estudiaba intensamente, casi sin tiempo de pensar en mis deseos de leer sus versos, y yo también de hacer algunos míos, porque al terminar el bachillerato el año anterior, tuve la osadía de matricular Derecho en la Universidad de La Habana, yendo solo los días de exámenes, mientras aquí recibía otra carrera.


«Así una tarde nos reunimos los dos grupos en el Aula Magna de la Escuela, mientras el Dr. Ballagas se disponía a impartir su clase. Hubo de salir del recinto por un momento, y al quedarnos solos y sin el profesor al frente, empezó la gran algarabía, olvidando clase y profesor, y también la disciplina. A su regreso al aula, el Dr. Ballagas al ver que nadie se dio cuenta de ello, y él esperó hasta que su paciencia se hiciera tangible, entonces cayó el silencio poco a poco, hasta hacerse general. Con su mirada triste de siempre, con su voz pausada, erguido en su pequeña-gran estatura, nos dijo: «Ustedes no son realmente culpables de haber olvidado que están en una clase. El único culpable soy yo, por no haber sabido, con mis palabras y mis clases, llegar a interesarlos a ustedes, y así solo tengo un camino, abandonar el aula.»


«Empezó a recoger sus papeles lentamente. Aquellas palabras me llegaron muy hondo, y sin pensarlo estaba de pie y le dije: «No, Dr. Ballagas. No es usted el culpable, somos todos nosotros, por no haber podido apreciar y comprender la grandeza y profundidad de sus clases, por no poder estar a la altura del profesor que tenemos. Le ruego, en nombre de todos mis compañeros que nos perdone, que olvide, si es posible, este momento de inconsciencia de los que aquí estamos.


« Así, yo tuve el gran privilegio, de que luego me escribiera no sé donde, "A mi alumna, Orbelia Palomeque, ya en el anecdotario de mis clases".»

 

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