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LYDIA CABRERA, FIJEZA EN LA ORALIDAD (IV)

LYDIA CABRERA, FIJEZA EN LA ORALIDAD (IV)

Por Yohania Machado Pérez

 

En los Cuentos negros de Cuba la oralidad juega un papel determinante en la expresión de la identidad cultural cubana y de la variante lingüística nacional, pues ahí emana una enorme variedad de registros de la tradición oral.


Estudiar algunos de los componentes lingüísticos de ascendencia africana presentes en los cuentos, como expresiones de la oralidad, es hoy imprescindible para comprender el legado lingüístico y cultural, no solo por medio de expresiones discursivas de ficción literaria, sino también de herencia y remanentes de la lengua  incorporados a nuestra insularidad y su acervo.  De ahí que, esos componentes constituyan una de las manifestaciones más significativas, y a su vez compleja, de la cultura popular tradicional, hecho que denominamos oralidad.


Los avatares de la literatura oral, por cambios y preservaciones generacionales, son muchos y de significativos momentos de acuerdo a disímiles contextos históricos-sociales, así como al valor que en una cultura dada tenga la fijación escritural u oral.


En las últimas décadas del siglo pasado los trasvases entre oralidad y literatura constituyeron un centro de interés, dada la característica -cada vez más nítida- del manejo de formas lingüísticas surgidas en la comunicación cotidiana, como medio lingüístico en una gran parte de autores, muchos de prestigio; así surgieron trabajos investigativos sobre la oralidad en la literatura cubana, tal fue el caso de la narrativa escrita por Onelio Jorge Cardoso, Severo Sarduy, Cabrera Infante, Pablo A. Fernández y...  (Vázquez, 2006:1-2)


Sin embargo, una cara oscura aún queda por  estudiar. Todo reside en terrenos de antropólogos, sociólogos, lingüistas, historiadores y folkloristas, pero raramente lo encontramos en  estudiosos  de la creación  literaria; de ahí que el análisis de la  literatura


oral de origen africano represente una imperiosa necesidad en el momento actual, ya que forma parte integrante del conjunto inmaterial de creaciones del hombre y debe ser admitida, con su justo valor, en el amplio concepto de literatura nacional.


Este tipo de literatura es escasamente valorada por algunos, casi imperceptible para los grandes críticos, apenas mencionada en los análisis literarios, y tampoco está contemplada en los programas docentes. No obstante, esta literatura persiste bajo diferentes formas y nutre constantemente, y cada vez más, a la llamada «literatura seria»; pero, además, y esto es lo más importante, existe de forma independiente como variante de la creación literaria. (Vázquez, 2006:2)


La oralidad ha ido recuperando gradualmente y no sin sobreponerse a cuestionamientos "oficialistas" su merecido sitio y su validez en la encomiable labor de recuperación de la memoria histórica de las culturas, en la reivindicación del saber a través de lo dicho. Es importante destacar que no es hasta finales del siglo xx, sobre todo a partir de la década del 80, fecha en que arranca un proceso de reconocimiento del valor metodológico del estudio de la oralidad. Sobre todo debido a los cambios de paradigmas metodológicos, estimulado por las tendencias histórico-sociales que conllevaban el reconocimiento del otro y la visión antropológico-ética resultante, que impulsaron también los necesarios enfoques cualitativos.


A ello han contribuido disciplinas como la Antropología, la Sociología, la Etnolingüística, que en sus estudios demuestran la importancia de tener en cuenta las posibilidades de la comunicación oral para el conocimiento de procesos históricos, lingüísticos, culturales y desarrollados metodológicamente para alcanzar un fundamento científico. Todas tienen que desplegar una labor multilateral e interdisciplinaria de inestimable valor y trabajo en equipo, en el cual cada uno por su parte, intercambia herramientas particulares de su saber científico, y luego los incorpora de conjunto o tiende a desmembrarlos por separado.


Tal es así que, las relaciones actuales entre la oralidad y la literatura escrita ocupan un lugar acentuado en los estudios del análisis del discurso. Nunca como ahora se hace más necesario  no  olvidar  que  la  palabra   se  nutre  de   toda  la  memoria  histórica  de  una


comunidad de hablantes. (Valdés, 2006: 6) La oralidad como parte del complejo proceso de formación de la identidad nacional es y será siempre una problemática de los estudios sociológicos, etnológicos, culturales y artísticos.


Fundamentalmente tres son las tareas específicas que permiten a la oralidad  formar parte de la identidad cultural de un grupo humano determinado; dentro de estas funciones podemos mencionar las siguientes: establecer las normas colectivas para fijar la memoria social; transmitir la experiencia colectiva en la llamada "historia oral"; garantizar el vínculo entre generaciones. (Valdés, 2006: 3)


La oralidad es entonces el componente básico y determinante de una variante de lengua y refleja la cultura nacional de un grupo humano dado. Esa identidad cultural se expresa  de forma relativamente nítida, a través de diferentes rasgos, y entre los más reveladores están: la relación de pertenencia a un grupo, el grado de identificación positiva a esa pertenencia, la revalorización de las raíces y las tradiciones de esa sociedad como condicionante de su personalidad histórica y del desarrollo de su capacidad creativa, así como conciencia identitaria reconocible  dentro y fuera de una sociedad dada, participación en una historia común y en un espacio geográfico determinado. (Cárdenas, 2004: 71)


Válido es destacar que existen dos tipos fundamentales de oralidad: primaria y secundaria, y la primaria es la correspondiente a las culturas que no poseen escritura, a aquellos pueblos ágrafos en los que la palabra es vida. Este tipo de oralidad «se fundamenta en el intercambio verbal directo entre personas, en la existencia de grupos humanos pequeños que se comunican sin mediación alguna, en el dialogo directo y sutil en que se esperan respuestas, comentarios, rectificaciones». (Mosonyi, 1990: 10)


La oralidad secundaria es, por el contrario, la relacionada con las culturas que conocen la escritura. En estas comunidades, la oralidad constituye un medio secundario de comunicación, pero la mayoría de las veces florece transformada por diferentes tipos de filtros sociales, tales como los medios de difusión masiva o la propia escritura. (Mosonyi, 1990: 10)


Martín Lienhard demuestra en La voz y su huella el poder que ha tenido históricamente la escritura sobre la oralidad, así como también revela que este proceso fue en parte subvertido por los indios, de modo que: «(...) en las subsociedades indígenas y marginales, el sistema oral siguió dominando como variante "baja" de un sistema "diglósico".» (Lienhard, 1990:167)


Según Lienhard estas escrituras alternativas ocupan un lugar substancial en la teorización literaria, y a pesar de la marginalidad a que son expuestas « (...) ellas configuran un conjunto documental en el cual las situaciones históricas de enfrentamiento e interacción cultural se ven cómodamente "petrificadas" gracias a la escritura.» (Lienhard, 1990:18)


Por su parte el antropólogo y escritor argentino Colombres considera que la  oralidad es en cierta medida, sinónimo de grupo, reunión para escuchar al bardo, al declamador o cuentero; es, por ende, contacto humano, incluyendo intercambios de ideas y experiencias entre los miembros de la concurrencia, antes y después de la audición del discurso. Señala, además, que «(...) la oralidad es la casa de lo sagrado, mientras que la escritura literaria representa un intento de desacralizar el relato, de afirmar su autonomía.» (Colombres, 1998:17)


Este investigador, especifica que la llamada literatura oral, literatura folklórica, literatura popular oral u oralitura, trata de abordar el estudio de lo auténtico popular en su expresión primigenia, y con una jerarquía similar a la literatura escrita. Se quiere, por tanto, dignificar la producción narrativa oral como una forma donde «(...) se encuentra acaso la mayor fuerza expresiva de la literatura popular.» (Colombres, 1998:19)


La problemática de las relaciones entre la oralidad y la escritura es un tema aún poco explorado, y los criterios anteriores expresan una preocupación por estas relaciones, pero conceden un valor primordial a la oralidad; pero lo cierto es que aunque la escritura ayuda a la perpetuación de muchos de los patrones culturales que son guardados en la casa sagrada de la oralidad, y esta a su vez matiza las páginas escritas de encantadoras historias míticas, ancestrales, tradicionales.



Por su parte, Bustos Tovar precisa que toda la indagación sobre la oralidad en los textos escritos debe dirigirse no solo a la localización y descripción de rasgos orales en los planos fónico, léxico y sintáctico, y el hecho permite, asimismo, determinar los grados de oralidad existentes en la escritura y la función  que los signos manifiestan o desempeñan dentro del discurso reproducido. Estos signos adquieren su valor por referencia a los agentes del discurso y a la situación comunicativa. (Bustos, 1996: 4)


No obstante, entre los mecanismos introductorios para lograr la imbricación de la oralidad en la escritura se encuentra la gran variedad de verbos de comunicación; pero otro tipo de signos son los llamados "marcadores conversacionales", los que señalan la continuidad de la relación establecida entre los interlocutores.


El diálogo, por su parte, en su nimiedad temática, está perfectamente construido gracias a la cohesión que proporcionan los elementos de la oralidad que se introducen en el acto de enunciación. Lo relevante no es tanto que existan signos de oralidad en el enunciado (interrogaciones, interjecciones, rupturas sintácticas), sino que la situación narrativa pueda ser interpretada desde el ángulo de su manifestación oral; es decir que permita ser recreada oralmente.


Un rasgo notable de la oralidad  es la tendencia a no hacer explícito lo que es innecesario para la eficacia comunicativa. Para ello, se cuenta entre otros recursos, con la gestualización, y esto significa que en la narración, "lo escrito" debe sustituir, por otros medios disponibles, aquellos significados faltantes en el discurso.


Todos son rasgos orales que configuran un discurso reproducido de gran eficacia comunicativa. Sin embargo, el discurso indirecto libre es la técnica narrativa que está más alejada de la estructura del discurso oral como eje de organización textual, precisamente porque trasgrede o viola las normas establecidas sistemáticamente en la identificación de las voces enunciadoras, por lo que busca la riqueza comunicativa precisamente en la ambigüedad que resulta de este juego constante entre la voz del narrador y el personaje.





La complementación de la oralidad y la escritura es también estudiada por Peter Koch y Wulf Oesterreicher en Lengua hablada en la Romania: español, francés, italiano, y a partir de un estudio de las condiciones comunicativas esenciales dentro del continuo oralidad/escrituralidad, determinan que la oralidad y la escritura se dan la mano en el continuo existente entre inmediatez y distancia comunicativas. (Koch y Oesterreicher, 2007:23)


Cualquier forma de comunicación está necesariamente caracterizada por un grupo de valores paramétricos de estas condiciones comunicativas, y el análisis de  cuantificaciones establece el continuo hablado-escrito a partir de la diferenciación de las condiciones comunicativas en dos polos fundamentales: la inmediatez y la distancia.


La inmediatez  reúne los valores paramétricos relacionados con la privacidad, familiaridad, fuerte implicación emocional, anclaje en la situación y acción comunicativas; referencialización con respecto al origo del hablante, inmediatez física, máxima cooperación en la producción, alto grado de dialogicidad, libertad temática y espontaneidad máxima.


En tanto, el polo de la distancia congrega las condiciones de carácter público; desconocimiento, falta de implicación emocional, desligamiento de la situación y la acción comunicativas, imposibilidad de deixis referida al origo del hablante, distancia física, ausencia de cooperación en la producción, monologicidad, fijación temática y máxima flexibilidad. (Koch y Oesterreicher, 2007:28)


Estudiosos cubanos también dedican un espacio al análisis de las problemáticas en torno a las relaciones entre oralidad y escritura, hecho que determinó a María del Carmen Victori Ramos conferir  un valor de significación a la oralidad a partir de que esta propicia casi siempre el intercambio por excelencia; sobre todo la de tipo conversacional, la cual ofrece el ámbito más democrático para la reciprocidad de ideas de toda índole por su interrelación circular.





No ocurre así en la expresión del tipo discurso que tiene un sentido más direccional, de expositor a receptor, en diferentes niveles de interrelación, y para esa estudiosa, el interés de la oralidad radica precisamente en eso: proporciona una visión personal o de grupo auténticas, al incluir todos los espacios de la vida humana. La comunicación a través de la voz no solo es necesaria, sino que resulta indispensable para el equilibrio social y emocional del hombre. (Victori: 2004)


Gisela Cárdenas considera que la oralidad es un hecho de la lengua, y reconoce una propiedad inherente que permite que se manifiesten varios saberes: el elocucional, el lingüístico y expresivo del hablante, con lo cual  se descubren las significaciones implícitas, definidas como parte de los contextos situacionales, sociales y culturales que dan sentido a lo expresado. (Cárdenas, 2004)


La ensayista puntualiza que las relaciones de contraste que pueden establecerse entre la oralidad y la escrituridad están dadas, en gran medida, por la forma en que los hablantes de una lengua, o de sus variantes, manejan sus experiencias culturales.


Como hemos expuesto, los criterios en torno a la oralidad dejan ver que esta es la encargada de establecer las normas colectivas para fijar la memoria social, de transmitir la experiencia colectiva en la llamada "historia oral", así como de garantizar el vínculo entre una generación y otra. La oralidad, en esencia, fundamenta la memoria colectiva, y de tal modo, podemos comprender y aprehender  el sentido popular de la historia, la visión que un pueblo tiene de su pasado, su presente y su devenir.


En la tradición oral la palabra llega fresca, viva, y expresa el sentido de lo vivido; es reactualización de lo vivido y proyección en la historia. Por ello, la tradición oral popular es producción cultural y memoria colectiva. La tradición popular, la memoria, y la oralidad de los pueblos también puede expresarse en textos escritos, pues lo oral y lo escrito no son necesariamente excluyentes; por el contrario, se complementan mutuamente o viven caminos paralelos.




 

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