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LABRADOR RUIZ, PERIODISTA

LABRADOR RUIZ, PERIODISTA

Por Luis Machado Ordetx
 

Los fundamentos teóricos que asientan la técnica periodística de Enrique Labrador Ruiz [Sagua la Grande, 1902-Miami, 1991], al igual que la practicada por colegas cubanos de la primera mitad del siglo pasado, está por redescubrir, principalmente, porque sus textos se desperdigaron por las más variadas publicaciones, en lo esencial habaneras.
 
Variadas, como un volcán, son las recurrentes desviaciones que acontecieron en la estética de esos escritores hacia otros géneros literarios, entre los que destaca la narrativa y la ensayística.
 
Todavía recuerdo el elogio que, recién fallecido Labrador Ruiz, hizo Humberto Arenal para las páginas de La Gaceta de Cuba,[1] al rastrear en los valores innegables y las aportaciones de su periodismo y narrativa en la Historia de la Literatura Cubana e Hispanoamericana.
 
Otros estudios aparecieron después, tanto en la isla como en el extranjero, con una mención obligada sobre las cualidades de la obra del sagüero. Sin embargo, nada en lo absoluto se relacionó con el desempeño del periodismo, principalmente ese que tiene un fundamento literario por tipología genérica: la crónica, el reportaje y la entrevista de personalidad, sitios en los que hay una búsqueda y explicación de los hechos, la realidad y los valores humanos que los circundan.
 
Ahora acaba de publicarse un libro de Labrador Ruiz con el rubro de «periodismo», y obedece a una selección, prólogo y notas al pie de página, preparado por Reberca Murga y Lorenzo Lunar: Un hombre de vasos capitares, perteneciente a la editorial Capiro, Villa Clara, Cuba, 2005.
 
El texto tiene 63 páginas, y abunda en otras 20 con caricaturas que durante las décadas del 30 al 50 hicieron en La Habana, y también en otros sitios cubanos, los artistas Conrado W. Massaguer, Wall, Carmelo González, Arce y Valladares, así como Juan David.
 
El libro se perfila más hacia la recreación ambiental de lo historiográfico que dio origen a la existencia de una respuesta o un acontecimiento periodístico puntual, que, por así decirlo, al análisis teórico de un modo específico y una forma de reconstruir la realidad nacional y sus hombres.
 
A partir de la segunda mitad del pasado siglo Labrador Ruiz se vinculó al periodismo desde el diario El Sol, en Cienfuegos, y luego marchó a La Habana, donde escribió para diversas publicaciones (El Mundo, Bohemia, Social, Mundial, Chic, Información, Diario de la Marina y...), al tiempo que figuró, desde la capital, como corresponsal de otros redacciones cubanas.
 
En 1938 el diario La Publicidad, de Santa Clara, incertó una nota con el titular: «Nuestro nuevo colaborador: Enrique Labrador Ruiz»,[2] quien después envió algunos materiales que, por hecho y por derecho, determinó  «especiales» para ese medio de prensa.
 
Aunque todos los herramentales del periodismo están contendidos en su abundante narrartiva, a la que ascendió en un principio «[...] de algún modo no solo en el fondo, sino en la forma», tal como sustentó en una nota introductoria en su novela Cresival (1936), los experimientos con la palabra, la mirada cinematográfica, las entradas elocuentes y el calado por lo humano y la realidad, jamás quedaron detendidos.
 
El libro preparado por Murga y Lunar nada explica —aun cuando está referido al periodismo—, sobre la concepción teórica que animó siempre a Labrador Ruiz   —novelista y ensayista, además—, para jamás abandonar las redacciones de los diarios, y por supuesto a no contentarse como un perfecto profesional de «gabinete», porque como hombre se su tiempo estuvo dispuesto a «olfatear y laborar en caliente» en un gusto por la inmediatez de la comunicación y los ambientes de la cubanidad cosmopolita.
 
Dicen los autores en la introducción: «Queremos hacer un retrato, reconstruir una imagen...», p.7. ¿Acaso lo logran? Ahí nunca  abordan los mecanismos entre periodismo y la literatura, y tampoco brota el análisis de contenido de la información, y su relación con la fuente documental llamada prensa impresa. Mucho menos está la referencia teórica dedicada a tipologías genéricas, el estilo y la visión original y aguda de la realidad objetiva de su época.
 
Julio del Río Reynaga —y concuerda con otros especialistas—, incica que en periodismo «[..] la indagación histórica, la documentación, la lectura, el conocimiento de la época y sus momentos [...], son fundamentales [para que el autor se proponga] un desentrañamiento de la realidad...»,[3] y eso precisamente no contiene el libro Un hombre de vasos capilares, preparado por Murga y Lunar.
 
La selección planteada, y sobre todo el apuntalamiento teórico y científico en torno al periodismo que hizo Labrador Ruiz, de hecho, resulta deficiente en un primer acercamiento, incluso sus libros capitales de esa temática, y que reúnen textos antológicos [Papel de fumar —Cenizas Conversación—, 1950, El pan de los muertos, 1958 y Cartas a la Carte, 1991 y...], no son mencionados.
 En el muestrario se apela a «algunos» comentarios, artículos, crónicas y hasta reportajes, poco conocidos —¿serán los mejores o tenemos que acatarlos como tales por la época en que se publicaron, su distanciamiento y el desconocimiento del periodismo de Labrador Ruiz?—, para ofrecer «[...] El mejor testimoniante, la historia...», p.7, relacionada con el hacer profesional y el diarismo de este autor.
¿Cuántos excelentes reportajes, crónicas y entrevistas, ejemplares, sí, estarán diseminados por publicaciones cubanas de las décadas de los años 20 al 50 del pasado siglo?
 
Incontables. Esa prosa literaria publida y maestra, valió a Labrador Ruiz, que en 1951 el Colegio Nacional de Periodistas le confiriera el Premio Juan Gualberto Gómez, y pasara, de hecho y por derecho, a engrosar las filas de los mejores profesionales del país.
 
Agudeza, cubanismo y visión original y humana de un hacer artístico sobraron para otros merecimientos, principalmente por el sentido profesional en que acometió su misión de periodista.
 
Hacedores literatrios como Chejov, Poe, Martí, Horacio Quiroga, Hemingway, Bosch, García Márquez y.., también periodistas formados en las redacciones de diarios, sustentan que el cuento, como género, se caracteriza por fuerza, claridad, condensación, tensión y novedad. Esos son valores que ofrece Labrador Ruiz para reconstruir la realidad y los circunstancias de sus hombres.
 
No obstante, Murga y Lunar jamás puntualizan en este tipo de acontecer. Entonces, ¿qué ven estos autores dentro del periodismo de Labrador Ruiz? Nada, en teoría, y mucho menos restructuración y contraste histórico y profesional de un tiempo en que, lo competitivo y el enjuiciamiento de la realidad, marcó una pauta del hacer profesional más allá de la pureza informativa que penetra en lo opinativo.
 
Creo que el libro sobre el periodismo de Labrador Ruiz, el cubano, está todavía por hacerse en una búsqueda que de cabida a lo antológico y el pormenor teórico.
 

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[1] Humberto Arenal: «Labrador Ruiz en mi memoria», en La Gaceta de Cuba, La Habana, pp. 32-35, marzo-abril de 1992 [2] La Publicidad «Nuestro nuevo colaborador: Enrique Labrador Ruiz», Santa Clara, Las Villas, xxxv (12012):1;octubre 8 de 1938.[3] Cfr. Juan Gargurevich (1989): Género periodísticos, La Habana, p. 83, Editorial Pablo de la Torriente Brau.

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