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BIBLE OF HELL O «LA BIBLIA PERDIDA»

BIBLE OF HELL O «LA BIBLIA PERDIDA»



Una polémica que abre otras aristas en torno a la investigación y la ficción histórica contenida en «La Biblia Perdida», del poeta, narrador, editor y crítico literario Ernesto Peña, autor de ese  texto inédito aún, y merecedor en 2009 del Premio Alejo Carpentier.

Tomado íntegramente de http://verbiclara.nireblog.com/


El señor Juan Antonio Hernández, embajador de Venezuela ante el Estado de Qatar, me ha enviado un mensaje, que aparece al final, donde acusa de plagio al escritor villaclareño Ernesto Peña, uno de los más destacados jóvenes literatos de la provincia de Villa Clara y que obtuvo recientemente el Premio Alejo Carpentier 2010, en novela, otorgado por la Fundación que lleva el nombre del ilustre intelectual cubano y la Editorial Letras Cubanas, con su obra “Una biblia perdida”. Vea además la entrevista que le hicieron José Ernesto Nováez Guerrero y Jenny Pérez, estudiantes de Periodismo: Ernesto Peña: "Me importa el público que me lee".

La respuesta de Ernesto no se ha hecho esperar y la publico con mucho gusto:


Un amigo me enseñó que es lúcido conceder segundas oportunidades a los desconocidos. Pero como el señor Juan Antonio Hernández no es un desconocido para mí, aprovecharé esta lamentable ocasión para enviarle un abrazo de amigo, y de paso, halarle las orejas. Digo que no es desconocido porque, aunque no le he tratado personalmente, su excelente obra Hacia una historia de lo imposible: la revolución haitiana y el “libro de pinturas” de José Antonio Aponte, inspiró algunos diálogos de mi novela y alumbró varias cuestiones relativas a la creación de personajes (como el memorioso Argos, ficticio espía del barón de Vastey).

Para usted, señor Hernández, mi gratitud y cariño. Gratitud que debo también a los historiadores cubanos, los doctores María del Carmen Barcia, Gloria García, Félix Julio Alfonso y al poeta e investigador Yamil Díaz; a los ibéricos, Sigfrido Vázquez Cienfuegos, Juan Bosco Amores Carredano, Felipe Abad León, etc. cuyos artículos e investigaciones también resultaron muy útiles en la configuración del ambiente de mi novela y la psicología social de la época en que se mueven mis personajes.

Después del tributo merecido, señor Hernández, quisiera pasar a la parte fea de su carta. Ante todo, es importante recordarle que soy escritor de ficción (o pretendo serlo) y no investigador e historiador del arte, como usted. Usted me acusa de plagio, olvidando que yo me apoyé en su investigación pero HICE una novela, no emití juicios de índole científica. Trabajé con escenas particulares (creadas por mi imaginación) donde inventé situaciones dramáticas, no llegué a conclusiones o resultados de examen. La ficción literaria —y esto lo sabe usted muy bien— tienen un fin diverso de la investigación histórica. Porque si usted me acusa de plagio por usar elementos de su investigación, entonces debemos acusar de plagiarios a todos los escritores de novelas históricas que realizan consultas de diversas fuentes para hacer verosímil la época que recrean.

Usted habla de “la apropiación indebida que hace de mi trabajo intelectual el señor Peña”, sin haber leído mi novela y basándose exclusivamente en entrevistas que concedí. Reitero: ¿He publicado yo una tesis doctoral y robado sus ideas, o hice una novela donde predomina la ficción y en la que aparecen sus ideas de manera indirecta? Y una vez más, ¿es razonable comparar una novela y un libro de historia?

Quienes me conocen saben que nunca he quitado crédito a quien lo merece. Dígame en qué parte de las entrevistas concedidas a La Jiribilla y a Vanguardia afirmo que todo lo que expongo fue el fruto de una tesis mía o algo semejante. Que fui yo el descubridor de esos contenidos que usted desarrolló y defendió con éxito? Por temor a equivocarme, releo en La Jiribilla y me cito: “la mayor parte de la información que compilé…”. Compilé, señor Hernández. Es decir, las fuentes (su tesis doctoral, entre otras) existían previamente. ¿Acaso no consultó usted también a Palmié y a José Luciano Franco, al igual que yo? ¿No se apoyó en el excelente trabajo de trascripción hecho por Jorge Pavez? ¿Quién parte de la nada hoy día?

En otra parte digo:

“En la novela, juego con la posibilidad de que el influjo más significativo sobre Aponte partiera del barón De Vastey, erudito pensador de la corte de Henri Christophe”.

Lo anterior, lo sugirió usted en su libro y yo lo ficcioné inventando un enlace entre Aponte y el barón: el espía Argos.

Tal vez mi error, lo que ha creado el malentendido, es no haber mencionado su nombre. ¿Se trata de eso, señor José Antonio Hernández? ¿No dije que lo “curioso” de mi novela histórica, en cuanto a ideología, se lo debía a su obra? ¿Por esa omisión en una entrevista merezco sus insultos? ¿Por esa causa pretende usted aplastarme con su evidente erudición? Porque si yo debo contestarle (como si fuera un escolar) una pregunta de carácter histórico, a usted que es especialista en el tema, entonces yo tendría derecho a preguntarle: ¿Qué sabe usted de la infancia y la adolescencia de Aponte, que yo INVENTÉ en mi novela? ¿Qué sabe del carácter del pulpero Chacón y de las reflexiones del marqués de Someruelos? ¿Cuánto conoce usted la psicología del interrogador José María Nerey, uno de los protagonistas de mi obra?

Yo como escritor aprendo rápido (y quizás debido a ello se me escapen pormenores históricos) porque mi propósito no es el conocimiento científico sino la creación de situaciones dramáticas.

En cambio, usted me acusa de plagiario, saqueador y descarado. Es penoso que un embajador y un intelectual de su calidad se exprese públicamente en tales términos sin haber solicitado explicaciones, o al menos un pequeño encuentro privado con el blanco de sus agravios.
Esto que lamentablemente hago público (porque usted no me concedió otra alternativa), pudiera habérselo comunicado mediante un mensaje privado. Pero usted quiso de antemano que la bola de nieve echara a rodar. Espero que en beneficio de ambos. Pero en caso inverso, sepa que yo no le guardo rencor. Todo lo contrario, anhelo que mis palabras disuelvan este malentendido y si algún día tengo el placer de encontrarle personalmente, no me niegue usted un estrechón de manos.
Con afecto, Ernesto.

PD: Le digo de antemano que no continuaré esta plática sin sentido.
Santa Clara, marzo de 2010.


Mensaje de Juan Antonio Hernández:

ACUSO DE PLAGIO AL SEÑOR ERNESTO PEÑA, GANADOR DEL PREMIO “ALEJO CARPENTIER” POR LA NOVELA “UNA BIBLIA PERDIDA”.

Me he apartado, brevemente, de mis obligaciones como embajador de Venezuela ante el Estado de Qatar, para escribir esta carta. La indignación de diversos amigos, conocedores de mi trabajo académico sobre la figura histórica de José Antonio Aponte, hizo que llamaran mi atención sobre ciertas declaraciones formuladas por el señor Ernesto Peña a propósito de una novela suya, “Biblia perdida”, la cual obtuvo, recientemente, el Premio “Alejo Carpentier”. Respondo, por tanto, con esta nota, a esa inquietud de amigos muy queridos, manifestada a través de correos electrónicos y llamadas telefónicas. Casi todos ellos pertenecen al ámbito académico y de la cultura en general.

En lo que sigue voy a sustanciar, con diversos ejemplos, la apropiación indebida que hace de mi trabajo intelectual el señor Peña. No lo hago con el propósito de exponerlo a la vergüenza pública o de exigirle compensación alguna por derechos de autor. Lo hago por amor a la verdad, un tipo de amor que alguien dedicado a escribir novelas históricas debería comprender.

Mi trabajo sobre la revolución haitiana y el “libro de pinturas” de José Antonio Aponte se encuentra disponible, desde el 2005, en internet. Dicha publicación electrónica es parte de las políticas de la Universidad de Pittsburgh en torno a la divulgación de las tesis doctorales producidas en esa casa de estudios. Dicha versión puede consultarse en:

http://etd.library.pitt.edu/ETD/available/etd-04172006-152726/unrestricted/VersionFinal1.pdf

Dos miembros de mi jurado de tesis, John Beverley y Gerald Martin, ampliamente conocidos en Cuba y América Latina, fueron testigos del arduo trabajo que culminó en ese texto con el que obtuve mi Ph.D en el 2005. Tengo conmigo, incluso, diversos correos electrónicos que atestiguan que, al menos, desde el 2000, he estado trabajando en torno a la llamada “conspiración de Aponte”. Por si no bastase lo anterior mi ex colega y amiga, Susan Buck Morss, seguramente recuerda las conversaciones que tuvimos sobre el “libro de pinturas” cuando fui profesor en la Universidad de Cornell, entre el 2005 y el 2007.

 Desde el 2006 parte de mi tesis doctoral forma parte del prólogo de una reedición de “Las conspiraciones de 1810 y 1812” de José Luciano Franco, la cual está por aparecer en la prestigiosa Biblioteca Ayacucho de Venezuela. Por último, en el 2008, el Premio Casa de las Américas me honró con una mención especial, en la categoría de ensayo histórico social, con “Hacia una historia de lo imposible: la revolución haitiana y el libro de pinturas de José Antonio Aponte”.

Dicho lo anterior pasemos a las declaraciones, verdaderamente insólitas, del señor Peña.

Lo declarado por este señor puede leerse, hasta donde conozco, en tres lugares en internet. La magnífica página “La Jiribilla” y en dos blogs, “AloCubano” y “VerbiClara”. Veamos lo que dice al principio de una de las entrevistas, publicada por “La Jiribilla”, en su edición del 11 al 21 de febrero de este 2010:

“José Antonio Aponte concibió su Libro de pinturas como una suerte de Biblia. Empezaba con imágenes ilustrativas de los versículos del Génesis, la creación del mundo y el hombre, al igual que el Antiguo Testamento. Pero más adelante, en vez de relatar las experiencias del pueblo hebreo, Aponte pinta algunas vicisitudes y personajes del imperio etíope y del llamado Batallón de Morenos Leales de La Habana. O sea, hace una versión de la historia sagrada y militar de la raza negra en África y en Cuba. O al menos intentó hacerla. Él fue ejecutado en 1812 y su Libro de pinturas desapareció”.

http://lajiribilla-habana.cuba.cu/2010/n458_02/458_61.html (énfasis nuestro).

Diversas secciones de mi tesis doctoral están dedicadas a describir la presencia del Génesis y de elementos del Antiguo Testamento en el libro de pinturas de Aponte. Cualquiera que revise la página 183 o la 192, para tan sólo citar dos entre decenas de ejemplos, encontrará, palabras más, palabras menos, exactamente lo que Peña dice que es fruto de su investigación histórica. Con respecto a la presencia de lo que llamo, a falta de un mejor término, el “etiopecentrismo” del libro de pinturas de Aponte y las representaciones del batallón de Morenos Leales de La Habana, sólo voy a citar, por ahora, el encabezado de una de las secciones de mi trabajo:

“3.3 EL PRESTE JUAN ETÍOPE. REPRESENTACIÓN DE LA DEFENSA DE LA HABANA EN 1762. HOMENAJE DE CARLOS III A LOS MILICIANOS NEGROS. UN ROSTRO “DEMASIADO TRIGUEÑO”DE FELIPE V. UN CARDENAL Y UN BIBLIOTECARIO NEGROS ACOMPAÑAN AL PAPA. ELEMENTOS ETÍOPES DEL “LIBRO DE PINTURAS”

El anterior subtítulo de mi tesis encabeza los contenidos que van desde la página 181 hasta la 208. Invito a los que me leen a que se paseen por esas páginas siguiendo el link de la Universidad de Pittsburgh que ya he referido. Si alguno de ustedes tuviera la paciencia para hacerlo y emprender el respectivo contraste con lo que dice Peña, a lo largo de su curiosa entrevista, advertiría, de inmediato, el saqueo que hace este señor de mi trabajo.

Más adelante, en sus declaraciones a “La Jiribilla”, prosigue Peña:
“La mayor parte de la información que compilé sobre Etiopía o Abisinia no la usé en la novela. Los discursos y libros sobre Egipto y Abisinia dejaron mayor huella en las colonias francesas e inglesas —al menos en la época en que transcurre mi relato—, y crearon lo que con el tiempo se convirtió en el movimiento rastafari.

En la novela juego con la posibilidad de que el influjo más significativo sobre Aponte partiera del barón De Vastey, erudito pensador de la corte de Henri Christophe. De Vastey se afanó en refutar los argumentos que justificaban la inferioridad de la raza negra. Asimismo, intento resaltar dos aspectos de la ideología del barón: El pueblo etíope, y por extensión todos los descendientes de africanos, tuvieron un pasado glorioso, representado en el Kebra Nagast (o Libro de la Gloria de los reyes).

Los etíopes son una rama del pueblo elegido, pues Menilek I era hijo de Salomón, según se cuenta, y llevó el Arca o Tabernáculo de la Alianza desde Jerusalén hasta Etiopía, tras lo cual convirtió a su nación a la fe judía, muchos años antes del nacimiento de Jesús. A estos dos elementos añadí las conjeturas sobre el origen y significación de las vírgenes negras (como la Virgen de Regla) diseminadas en diversos santuarios europeos y africanos”.

Invito al lector de esta carta a retornar a la cita anterior cada vez que se encuentre con fragmentos de mi trabajo en lo que sigue. En todo caso y para enfatizar el descaro de lo dicho por Peña, en el pasaje arriba citado, voy a recoger, en extenso, algunos fragmentos publicados en mi tesis del 2005. El primero relacionado con el tema del lugar del libro de pinturas de Aponte dentro de una genealogía del movimiento rastafari:

“Ciertas evidencias hacen posible pensar el libro de Aponte como integrado a un vasto proceso de resistencia cultural el cual conducirá, después de muy diversos avatares, a la muy posterior conformación de la gran corriente Pan-africanista de Marcus Garvey e, incluso más tarde, a la creación del movimiento Rastafari a escasas millas de Cuba. Esto, por supuesto, nos remite a un sistema afrocaribeño de resistencia político- cultural cuyas ideas e imágenes- propias de un “abolicionismo desde abajo”- circulaban, durante la época de Aponte, a través de los diversos puertos de la región” (pág. 247).

El segundo fragmento recoge mi planteamiento sobre la importancia de hacer un estudio comparado entre la figura de Aponte y la del Barón de Vastey. En mi tesis propongo esta comparación para cuestionar la analogía que establece Stephan Palmié (uno de los estudiosos más serios del libro de pinturas) entre Aponte y William Blake:

“Particularmente atractivas resultan las afinidades, trazadas por Palmié, entre la “Bible of Hell” de Blake y lo que sabemos del “libro de pinturas” de Aponte. Pero las pinturas del libro de Aponte pudieran tener una conexión mucho más inmediata, desde el punto de vista de la proximidad geográfica. Estoy pensando no sólo en las escenas de la mitología griega, pintadas por Francisco Velásquez, en el palacio del Rey Christophe, en las que los personajes eran representados como negros. Además de este dato - altamente significativo para nuestra comprensión del clima cultural propiciado por el reinado de Henri- está la obra del más importante de los intelectuales de Christophe: Barón de Vastey “(pág. 221).

Cualquiera puede encontrar, en las páginas de mi tesis, unas 19 referencias explícitas al Barón de Vastey. Reproduciré, abajo, otras dos:

“Dos temas dominan la obra de De Vastey: la defensa de la revolución haitiana y la apología de África (y de los descendientes de africanos) dentro del contexto de la historia universal. Coetáneo de Aponte, De Vastey fue un formidable polemista cuyas ideas merecen ser comparadas con lo que conocemos del afrocubano. Consideremos, rápidamente, las observaciones que, dentro de su polémica con Mazères (un apologista de la esclavitud) hace en relación con la representaciones visuales de tipo religioso en el Haití de Christophe: “Nuestros pintores haitianos representan a Dios y a los ángeles como negros, mientras representan a los demonios como blancos” (Vastey, 1818, 26). ¿No se trata, acaso, de representaciones cuyo desafío al orden simbólico de la esclavitud y el racismo pudo haber llegado a los ojos u oídos de Aponte a través de los canales de comunicación que Julius Scott denominó como ‘the common wind’?” (pág.221).

O esta otra, absolutamente pertinente para compararla con lo declarado por el señor Peña:

“Citando el Génesis (a favor del monogenismo), Esopo y Virgilio, Abisinia y Egipto, la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, las crónicas del Inca Garcilaso de La Vega, los aztecas, Cartago, Tebas, Memphis y Babilonia, Sócrates y Séneca, junto con imágenes de “Lost Paradise” de Milton, De Vastey sostiene que el lugar del origen del hombre es africano y que África ha sido el punto de partida de todas las civilizaciones. Paralelamente –y utilizando un argumento similar al del Walter Rodney, siglo y medio antes- el Barón De Vastey plantea que el tráfico esclavista ha “subdesarrollado” a África. Cierto tipo de historicismo, fundado en el relato del auge y caída de los imperios, de las guerras y conquistas de la antigüedad, es usado por Vastey como arma antirracista, mostrando que, durante la época de las grandes civilizaciones africanas del pasado, los europeos se encontraban en un estado de abyecta “barbarie”. Dicho historicismo antirracista –en este caso ligado a la ideología del Estado de Christophe- adquiere gran potencialidad política, dentro del contexto de finales del XVIII y principios del XIX” (pág.222).

A la luz de lo anterior, me permito una pregunta al autor de “Biblia perdida”: ¿En qué lugar, señor Peña, de la obra del Barón de Vastey, se encuentra la referencia al Kebra Nagast? ¿En Le Système Colonial Dévoilé de 1814 o en Cri de la conscience, de 1815? ¿En Essai sur les causes de la révolution et des guerres civiles d’Hayti, de 1819 o en Le cri de la patrie, de 1807? ¿O acaso será en Réflexions politiques, de 1817 o en Réflexions sur une lettre de Mazères, de 1816? Conozco, perfectamente, la respuesta a esta pregunta, dado que, desde hace bastante tiempo, estoy trabajando, con Luis Duno Gottberg, en una traducción de las obras completas del Barón de Vastey al español.

Pero quisiera brindar a Peña la oportunidad de deslumbrarnos con el erudito conocimiento que debe tener de la obra de este intelectual de la corte de Christophe, se trata de un conocimiento indispensable para poder vincularlo con Aponte: ¿en cuál de estos textos, señor Peña?
Quisiera enfatizar que hay, al menos, ocho menciones distintas en mi trabajo a la Reina de Saba y unas 30, aproximadamente a Etiopía o Abisinia. Unas ocho a Menilek I y unas 10 referencias a la Virgen de Regla, relacionándola con los imaginarios de las vírgenes negras y el “etiopecentrismo” de Aponte. Otros ejemplos que resaltan la apropiación indebida de Peña:

“…al final de la descripción de la pintura 14 aparece Menilek (“Miguelet” es, sin duda, un error del escribano) el mítico fundador de la “dinastía salomónica” etíope. Se trata de una referencia fundamental que expresa, además, la cuestión de la antigüedad y continuidad del Estado etíope y su relación con la cultura judeo-cristiana: Menilek, de acuerdo con una leyenda que persiste hasta hoy, habría traído consigo, desde Israel, el Arca de la alianza para resguardarla en Etiopía. Esto aparece, claramente, al final del último pasaje que hemos citado de las declaraciones de Aponte” (pág. 189).

O esta otra referencia a los emperadores etíopes:

“Recordemos, ante la cita anterior, la apropiación hecha, por la llamada “dinastía salomónica”, del legendario encuentro entre la reina de Saba y el rey Salomón, padres, de acuerdo con la leyenda, de Menilek. Este último, como hemos visto, sería el iniciador, siguiendo con el relato fundacional etíope, de una monarquía que persistiría, a lo largo de los siglos, hasta llegar a Haile Selassie. El puente, cruzado por la reina de Saba, formado “...con maderos qe. havían de servir a la redención...”, es un elemento que sirve para enfatizar la continuidad (y, por tanto, la legitimidad) entre la tradición salomónica y la cristiana a partir del nacimiento del primer “Preste Juan”, Menilek” (pág. 199).

Para finalizar, también quisiera resaltar el robo descarado, por parte de Peña, de lo que sostengo en mi tesis sobre la Virgen de Regla. Cito tan sólo un ejemplo:

“…ya hemos destacado la vinculación, establecida por Aponte, entre la imagen del Preste y la de la Virgen de Regla. Ambos aparecen asociados por intermedio de una misma representación de la “Justicia” que aparece acompañando, en dos momentos distintos del libro, a ambas imágenes. Se trata de una compleja constelación en la cual el descendiente etíope de Salomón y una virgen negra, (celebrada por Aponte a través de un conocido pasaje del Cantar de los cantares) parecieran formar parte de un ordenamiento teológico-político africano tan legítimo, por lo menos, como el de las monarquías europeas”(pág. 250).

Las otras declaraciones de Peña, tanto en “AloCubano” como en “VerbiClara”, no hacen sino reiterar, con ligeras variantes lo que ya hemos visto. Acaso, me permito especular, tales declaraciones no fueron otra cosa que un torpe intento por resaltar la “originalidad” de su novela. ¿No era mucho más sencillo y honesto hacer lo que practica la vasta mayoría de los que escriben novelas históricas y reconocer la investigación en la que se basa “Biblia perdida”? Salvando todas las distancias del caso, alguien como Vargas Llosa no tuvo problema alguno en reconocer el trabajo de Norman Cohn como parte de la preparación para “La guerra del fin del mundo”. García Márquez hizo lo mismo con la obra de diversos historiadores que le sirvieron de sustento a “El general en su laberinto” y pare usted de contar.

Todo lo que he documentado, en esta larga carta, da vergüenza ajena. Sin embargo, por una cuestión de principios, he dirigido esta carta no solamente a usted, Ernesto Peña, sino también a diversas figuras intelectuales y del mundo de la cultura para que lo ocurrido pueda ser objeto del más amplio debate público. A usted no le reclamo tan sólo que haga un mínimo reconocimiento de mi trabajo investigativo. Me parece, además que, dándole la cara a los diversos destinatarios de esta comunicación (John Beverley, Gerald Martin, Fernández Retamar, el Presidente de Biblioteca Ayacucho, la gente de la UNEAC y muchos otros), usted debería aclarar toda esta situación tan deplorable, particularmente a la luz de la hermosa tradición, de lealtad y amor, que une a la República Bolivariana de Venezuela con Cuba.

Juan Antonio Hernández
Doha, febrero del 2010


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