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ANIDO, UN PINTOR ALADO POR EL MISTERIO

ANIDO, UN PINTOR ALADO POR EL MISTERIO

Por Luis Machado Ordetx


Un tiempo atrás, en sosegadas reflexiones, el muralista Ramón Rodríguez Limonte comentó que los güijes, instituían una creación de tipo colectivo. En su diálogo sustentó que esos “seres” misteriosos se remontan a determinadas insinuaciones de aparecidos, y aclaró que deambulaban en cualquier espacio, como desperdigados del credo particular de los artistas de la plástica villaclareña que surgieron al calor inspirador de Samuel Feijóo.


Alertó que de manera individual todos los creadores asumían el hecho de una manera diferente; incluso desde la inducción, la espontaneidad o la mirada inusual de una realidad vivencial y típica sin que distinguieran un entorno rural o urbano. El tiempo da razón a Rodríguez Limonte.


En ese idéntico escenario, y no otro, también percibo igual fundamento en Alberto Anido Pacheco por la manera de abordar la transparencia o las sinuosidades  en que concibe su mundo.


Anido se transporta cuando pinta; va hacia al más variado de los vericuetos  de su espiritualidad; los recrea e imprime bellezas a esas esencias que traslada a los dibujos a partir de una conceptualización cromática de los fondos en los que ubica sus piezas muy identificables entre los seguidores que tuvo Feijóo antes o después de arraigarse entre nosotros la pintura popular.


El artista siente un gozo personal y lo explaya en la ingenuidad de su risa o la palabra alada, casi en susurro. Hasta en las narraciones literarias que luego escribe tras el recreo de las calles y aceras más céntricas de la ciudad, hay como un acertijo; una dimensión infinita.


Ahora encuentro a ese creador parapetado en la galería del Fondo Cubano de Bienes Culturales ubicada en la Biblioteca Martí, en Santa Clara, su ciudad de origen; la única existente en sus contornos de Pilongo. Quedo sorprendido ante la exposición «Misterios de una prodigiosa primavera» que desde principios de mes exhibe una impresionante colección  de 46 piezas elaboradas por Anido Pacheco con afanes de utilidad personal.


En definitiva las obras están asediadas por un propósito de comercialización.  Algunas, la mayoría, fueron vendidas a turistas foráneos atraídos por la magia que despliega un artista que, como inusual “orfebre”, parece inabarcable a un encasillamiento de normas o cánones que rigen su profusión creativa.


Lleva razón el crítico Roberto Ávalos Machado cuando anuncia en el catálogo esa «acción de mercadear que despierta entre nosotros» la inusual muestra. Allí están los motivos de siempre, muy recurrentes en la obra pictórica y literaria de Anido: cotejar la realidad a partir de un sustrato fantasmagórico, individual, ingenioso, mítico, desde  la cual abundan lechuzas, hormigas, güijes, mujeres-caracol, zapapicos, gallos, jicoteas, sirenas mulatas, dragones y dragoncitos, y otras ensoñaciones tomadas de un ideal exclusivo de imaginerías.


Ese representa su universo contextual; más, es hombre al que ocurren las cosas más descabelladas y delirantes del universo. Lo peor, y más sorprendente: las cree y las sufre por igual al descubrirlas de una manera disímil, y como tal opta por representarlas con idéntica animosidad, apertrechado de contar historias y hacer que otros las disfruten hasta el encanto fantasmagórico.


Más allá del concepto; cotejar sus producciones pictóricas lo erigen en edificio monolítico, en dimensión irrepetible, en estruendo perfeccionista y en encanto de las líneas que conforman un dibujo de singularidades inabarcables.

Tal vez ahí, aunque muchos tiendan a avistar cualidades repetitivas, distinga en absoluta madurez creativa a un Anido de otro; a una etapa que evoluciona y se decanta; al contagio de un embrujo que motiva. Muchas de esas piezas, elaboradas desde 2006, estuvieron en la exposición «Electriza el pensamiento»; otras las recreó después a partir de dimensiones mayores.


Ahí están las huellas de la «Virgen Pagana» (1961) o «Bailarín de Carnaval» (1962), hasta las recientes elucubraciones de «Romance guajiro», «Amistosos güijes», «Zapapico juguetón» y… Todas fundamentan un horizonte indivisible. Separar al creador de su pintura, los motivos y el estilo que la sustenta, incluso, la manera en que la metáfora se viste de palabra escrita, sería una ofensa. Sencillamente, Anido Pacheco, es un creador que sin detenerse en el tiempo, resulta indivisible a los ojos de todos.


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