SANTA CLARA DESEMPOLVA ARCHIVOS (8)
Por Luis Machado Ordetx
Vega Alta no está enfundada por una cripta de olvido: su historia todavía sustenta la explotación del mayor puente colgante, en longitud y altitud, del ferrocarril cubano. Esto posibilitó en marzo de 1890 que se inauguraran las paralelas que unieron a Encrucijada con Camajuaní, así lo apunta Alcover y Beltrán, y lo refrenda Martínez-Fortún.
El antiguo corral de Bartolomé Rodríguez, regidor alférez real de Santa Clara en 1794, cobró entonces otra dimensión tras el propósito de la sacarocracia de Cienfuegos, Sagua la Grande y Remedios por empalmar de sur a norte a la Isla, y tocar puntos agrícolas del centro del país. Las exportaciones e importaciones, desde los ingenios o los pequeños poblados, irían o vendrían desde sus respectivos puertos.
Casi un siglo antes, en 1696, en los litigios territoriales entre Remedios y Santa Clara —linderos del río Sagua la Chica, en la banda del levante para el primero, y del poniente en el segundo—, Vega Alta, formó parte de las 52 haciendas que integraron la jurisdicción de la Octava Villa de Cuba.
Desde entonces tuvo distinción en la crianza de ganado y el fomento tabacalero y azucarero. La mayor jerarquía la adquiere a partir de la construcción de la línea férrea, y del sorprendente puente. De acuerdo con el rotativo El Criterio Popular, de Remedios, y lo admite Martínez-Fortún, «constituyó, a partir Camajuaní, un triángulo perfecto en el trasiego de mercancías y viajeros entre Sagua la Grande y Caibarién. Persiste interés en enlazar a Sancti Spíritus por esta vía. Los vapores o el tren harán los otros periplos.»
En un metro de largo difieren las medidas expuestas por Alcover y Beltrán y las recogidas por Martínez-Fortún. El primero dice que tiene 62 metros de longitud, y el segundo le resta uno. Eso no importa, aun cuando resulta evidente en la actualidad un retoque de pintura para la mejor conservación de ese patrimonio material que sorprende por su majestuosidad al más incólume de los viajeros.
En la Historia de la Villa de Sagua la Grande y su Jurisdicción (1901), Alcover y Beltrán es prolijo en documentación: «Este puente, sistema Prats, americano, ha sido construido en los acreditados talleres de Mr. Verrearen &, de Jager, de Bruselas (Bélgica). Es todo de plancha de acero, batido o dulce, de ½ pulgada de espesor o grueso, con trabazón de angulares remachados, cuyo total de número de remaches no baja de 60 000.
«Las cabrias inclinadas de sus extremos, como las bridas superiores, vulgo soleras, igualmente que sus doce pilares, están ligadas y combinadas sus planchas laterales con celosías o crucetas muy resistentes y remachadas.
«Pesa 155 toneladas —310 000 libras— y su resistencia está calculada para 4 locomotoras de 50 toneladas cada una, o sea el factor de seguridad 4, aproximadamente, algo más del doble peso específico del puente.
«La altura desde el centro del río al carril es de 14 metros; y de este a la cara alta de la brida supera los 10 metros, formando un total de 24 metros de altura por 5,35 de ancho.
«(…) si bien es cierto que existen otros más largos, en otras empresas, lo es también que tienen a intervalos pilares de sillería u otra materia, a semejanza de viaductos que disminuyen la longitud colgante (…) Reúne en su forma, que puede llamarse arquitectónica, una esbeltez y serenidad tales, que impone y hace sobrecoger el ánimo del que lo mira.
«Empezose a armar el 28 de abril de 1890 y se terminó el 20 de mayo del mismo año, bajo la inteligente dirección del ingeniero de la Empresa Sr. D. José D. García, habiéndose empleado, por tanto, 32 días en su terminación.»
Alguien puede alegar que hay otros puentes con similares características: el existente sobre el río Yabú, cerca del antiguo ingenio “Salvador”, en el ramal que trazó Fermín del Monte en mayo de 1859 para empalmar a Sagua la Grande con Cienfuegos. Sin embargo, es de menores dimensiones.
Dirán, algunos ¿y el soñado por Julio Sagebien?, y que vinculó a Casilda con Placetas, ubicado en el río Agabama, a 46 metros de altura, en las cercanías del poblado de Meyer. Fue concluido el 3 de febrero de 1919. Después del paso del ciclón “Kate” en 1985 está averiado. Cierto, constituyó el más alto, proyectado para el ferrocarril cubano, y obligó a perforación de farallones rocosos, pero no tiene las dimensiones del enclavado en Vega Alta.
La existencia del vial concebido a partir de la concusión del puente sobre el río Sagua la Chica en Vega Alta, entusiasmó a los hacendados de Sancti Spíritus enfrascados en prolongar la línea hasta las márgenes del río Yayabo por medio de un ramal hasta Placetas. Alcover y Beltrán declara que:
«(…) El proyecto se quedó en proyecto (…) Sagua estuvo siempre llamada por su ventajosa posición geográfica, y por consiguiente por su proximidad al gran mercado norteamericano, a haber sido una plaza importadora de primer orden. Lo primero que debió haberse hecho fue llevar sus paralelas a grandes centros de población, atravesando comarcas ricas (…): Villaclara y Sancti Spíritus, que habrían optado preferentemente por recibir y exportar sus mercancías por Sagua, que ofrecía —como ofrece—, mayores facilidades y ventajas por razones naturales. »
El historiador següero afirmó que 1885 hay 21 ingenios por Camajuaní; otros 70 en Sagua la Grande, y 38 perduran en Remedios. El proceso de centralización y concentración de las producciones agrícolas e industriales, y hasta las secuelas de la guerra de independencia afectan las jurisdicciones. Unos 200 mercantes arrastran azúcar blanco, de cucurucho, mascabado y quebrado, así como miel de purgas, alcoholes y otros renglones básicos en la economía insular o de otros países. De ahí se desprende los abultados cálculos en toneladas que viajan gracias a las líneas férreas y entran o salen por los puertos del norte de la región.
Hace poco alguien preguntó ¿qué tipo de azúcares son esos? El erudito Félix Erénchun en Anales de la Isla de Cuba (1856), lo esclarece: el blanco «ocupa la parte superior de la horma en que se coloca el azúcar para su purificación, purgado o destilado de la miel»; el cucurucho «sale del fondo de la horma, y es el más oscuro»; el mascabado «azúcar no purgado. No es envasado en cajas cuadrilongas, sino en toneles llamados bocoyes»; y el quebrado «se sitúa en la parte media de la horma entre el blanco y el mascabado.»
El ilustrado Manuel Moreno Fraginals apunta que la «(…) operación de purga tenía lugar en las hormas —formas en español antiguo—, que eran moldes o vasijas cónicas, de barro cosido, abiertas a ambos lados (…), una vez llenas se mantenían invertidas hasta la solidificación parcial del contenido. La cristalizada quedaba en la parte superior, y la melaza o magma, de mayor peso específico, iba hacia el fondo o furo.» El grano unido era sacado de la horma, sus colores eran diferenciados, y el blanco era el más cotizado, mientras que el oscuro lo consideraban corriente.
Todas esas producciones, en cantidades jamás contadas y perdidas en los nebulosos peregrinajes de trasiegos de mercancías y viajeros, fueron aguantadas —y todavía lo son—, por el portentoso puente de hierro de Vega Alta; aquel que en una fría mañana de enero de 1895 deslumbró al violinista Brindis de Salas en su periplo por Remedios, Caibarién y Sagua la Grande.
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