Blogia
CubanosDeKilates

CRÍTICA ARTÍSTICO Y LITERARIA

GUILLÉN EN SANTA CLARA

GUILLÉN EN SANTA CLARA

Por Luis Machado Ordetx

Una preferencia, no muy difundida en investigaciones, sintió siempre Nicolás Guillén por los frecuentes recorridos al territorio villareño. Unas veces vino en misión político-ideológica de los comunistas, y aprovechó las circunstancias para hacer periodismo militante. Fue también el poeta que, en otras ocasiones, ofrecía el rostro de la palabra cargada de metáforas. De regreso del exilio, en enero de 1959, decidió que en Santa Clara haría el sexto y séptimo de los recitales públicos. Así fue.

Antes hubo otras historias de cercanías. Aparecieron crónicas con «una naturaleza ríspida, dura, de nervio de animal sacado al sol», como decía. Los textos que lo aproximan a la ciudad están carentes de estudios, y se esconden en páginas de Noticias de Hoy, donde cimentó una columna periodística que nombró Motivo, así de simple, para describir sucesos nacionales.

De aquellos relatos, entre otros, destaca la celebración de la III Asamblea Nacional del PCC en el teatro La Caridad, cuando en enero de 1939 dirigió el programa artístico-cultural que representó por vez primera en Cuba la pieza Mariana Pineda, de Federico García Lorca. Era la versatilidad propia de Guillén.1

Por esos días intervino en protestas contra la discriminación racial que acontecía en el parque Vidal, el recinto urbano de confluencia de la vida social y cultural en la ciudad. Las crónicas del camagüeyano calaron en particularidades de la Escuela Luz y Caballero y el Centro de Cultura Popular José Martí, así como en el Puente de los Buenos, llamado así por las despedidas de duelos a los fallecidos que iban camino al cementerio San Juan de Dios para recibir la morada eterna en Santa Clara.

No faltó el reconocimiento a Celestino Hernández Robau, joven galeno a quien acompañó en recorridos por el Condado, «tierra de nadie», como indicó.2 También escrutó en Los Grifos, «con menos negros, pues predominan los blancos pobres», y donde la muerte por enfermedades rondaba a cada instante.

Al amigo Gaspar Jorge García Galló, pedagogo y filósofo marxista-leninista, dedicó otro de sus Motivo, y lo definió como un «self made man; es decir, un hombre hecho por sí mismo […]; pichón de libanés y cubano por los cuatro costados», añadió.3

Narró los viajes en compañía de Jesús Menéndez por Santa Clara-Motembo-Corralillo-Sierra Morena-Rancho Veloz-Sagua la Grande.4 Válido aquel elogio del poeta-periodista, al decir de Carilda Oliver Labra: «garganta original […] sin adulteraciones histriónicas, sin alardes efectistas […], con su nimbo sagrado de gracia». Sería, una década después, ese encuentro del Ateneo de Matanzas, en noviembre de 1952, uno de los últimos momentos de Guillén en Cuba. Después se fue por Europa y Sudamérica, al exilio obligado.

Dos momentos posteriores, siete años después, acercan más al poeta a Santa Clara. Ambos transcurren casi simultáneos, con horas de diferencia. Uno tiene que ver con la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas (UCLV) y, al menos solo en periódicos, la indagación resulta pormenorizada. El otro, lo involucra con el Casino Español de la localidad, entonces rancio asiento burgués y discriminatorio, ocasión en la cual un poeta negro «escaló» la tribuna pública para hablar de la integración nacional.5

Aquí realizó, respectivamente, la quinta y sexta lecturas de poesía luego de su regreso al país. Fue el primer recital que ofreció el escritor en un alto centro de estudios cubanos, y  se efectuó en la mañana del domingo 26 de abril de 1959 en el teatro universitario. Todo tiene un vínculo con el Che Guevara, quien lo invitó y lo presentó en el campamento de La Cabaña, en La Habana, ante soldados casi analfabetos que desencadenaron la invasión guerrillera a territorio villareño.6

El viernes 20 de febrero, después del retorno, Guillén hizo allí su reaparición pública. Conoció de cerca a hombres que fomentaron la guerra por llanos y montañas, y le recordaron otra vez a Santa Clara. Al paso de dos meses estaba en la capital de esta provincia cubana. De auditorio tendría a profesores y alumnos de la universidad. Silvio de la Torre Grovas fue el presentador.7

En el intermedio de febrero-abril solo ofreció cuatro recitales en Santiago de Cuba (Teatro Cuba, Colegio de Maestros y la Galería de Artes Plásticas), y otro en Manzanillo. El primero en una universidad de nuevo tipo fue en Santa Clara.8 Luego vino, a finales de mayo, el efectuado en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de La Habana. En junio se presentó en similar centro docente en Oriente. Son seis décadas, y los reportes de prensa no mienten. Al menos, aunque ya pasó el tiempo, la Universidad Central tiene una probada inspiración para festejar desde el recuerdo ese suceso histórico y literario.

 

Notas:

1- «Esta noche se estrenará en el Teatro “La Caridad” de Santa Clara, por vez primera en Cuba, la obra de García Lorca “Mariana Pineda”»: Noticias de Hoy, 2(10):4; 5, La Habana, 1939, viernes 12 de enero.

2-Nicolás Guillén: «Médico dos veces», Noticias de Hoy, 5(58):2; La Habana, 1942, domingo 8 de marzo.

3- Nicolás Guillén: «Obrero e Intelectual», Noticias de Hoy, 5(59):2, La Habana, 1942, martes 10 de marzo.

4- Nicolás Guillén: «Viajando con Menéndez», Noticias de Hoy, 5(64):2, La Habana, 1942, viernes 13 de marzo.

5- «Próximo recital poético de Nicolás Guillén en la Universidad Central»: El Villareño, 10(89):4, Santa Clara, 1959, sábado 18 de abril.

6- Recital de Guillén mañana en la Universidad Central»: El Villareño, 10(95):1; 4, Santa Clara, 1959, sábado 25 de abril.

7- «Nicolás Guillén ofrecerá dos recitales mañana en Sta Clara»: Noticias de Hoy, 21(94):1; 4, La Habana, 1959, sábado 25 de abril.

8- «Dos recitales de Nicolás Guillén en Santa Clara»: Noticias de Hoy, 21(98): 1; 3, La Habana, 1959, jueves 30 de abril.

 

 

DIMARYS ÁGUILA, DE LO EFÍMERO A LA MALDITA ETERNIDAD DEL VERSO HELÉNICO

DIMARYS ÁGUILA, DE LO EFÍMERO A LA MALDITA ETERNIDAD DEL VERSO HELÉNICO

Por Rainer Castellá

 

 

Ante los ojos de los poetas griegos sería develada la semilla del corpus poético desde una lírica preconcebida para enaltecer la belleza, digna de un diseño semántico enriquecedor del discurso pleno de la imagen tal como lo concebía Lezama Lima en su novela Paradizo: el creador contemporáneo deberá hacer una regresión a los postulados de la cultura clásica griega, o lo que es lo mismo, viajar a la semilla, parafraseando un tanto a Carpentier.

 Afanado por vislumbrar en su catalejo creativo los modos y formas que componen una obra artística, en este caso la literatura, cuyo instrumento es la palabra que ofrece un objeto del cual se desprende en mayor o menor medida una minuciosa gama de símbolos que brindan coherencia al discurso durante un trayecto lírico, que si bien en la narrativa, precisa además de otras herramientas técnicas, en la poesía su fuerza se concentra en los postulados de la imagen, descifrable ante los ojos del período clásico griego y su posterior transición helénica que aún hoy disgrega sus vestigios en la poesía contemporánea.

 Incluso dentro de la heterodoxia discursiva de la antipoesía, fecunda en su precursor chileno Nicanor Parra y que goza hasta nuestros días, de mucha influencia en latinoamericana, e incluso modula los aspectos estructurales de la actual poesía cubana cultivada por los poetas postmodernos de nuestro siglo venidero.

El lirismo de la antigua Grecia, es si bien una estética milenaria, cuyo tiempo no ha sido sepultado del todo. El tiempo en el arte es indivisible a merced del frágil trayecto que inicia el creador en su ambicioso sendero por hilar los hilos de la virtud y sabiduría en vilo a la gracia de la imagen que se devela en el poeta como una suerte de ebullición o éxtasis espiritual divinizado en sus versos y le ofrece, (esto sucede solo en caso de los poetas cuyo racionalismo oficioso apunta a las tinieblas del espíritu más osado)

A ese ir y venir entre retórica, emoción e imagen, unificada por el poder insólito de la metáfora que nos invita a la lectura constante, al descubrimiento de lo incognoscible y su afán perpetuo, del mismo modo que encanta y ennoblece en sabia ofrenda al campo ciego de la belleza estética tras el componente de la imagen que ofrendan los versos de la poetisa habanera Dimarys Águila.

Tributo de un lirismo que se viste de una agradable musicalidad, como si encantase, en versos breves y profundos, estos poemas rimados suscitan en el escenario de la antigua Grecia donde eran cantados, acompañados de la lira, en alguna medida de tono elegíaco, evocando gestas, muertes, el pasado heroico, cantatas a los dioses y todo esto dentro del germen insaciable del amor visto en lo erótico en cada una de sus magnitudes y presencias comulgantes. Tal como lo afirma en su Poema «Púber» que destina el inicio de su poemario “69 Pasos”

«Espantada de todo, salvo la pubertad de mi género impuro amanecer de mi vientre, destilan los poros misiones  de vastos atardeceres  bajo la roca cálida de la osadía. Irrumpen en la noche  gemidos lanzados al vacío de nostalgias…»

Una poetisa que recoge como pocas un registro lírico digno de la tradición más longeva dentro del panorama poético contemporáneo, intencionando el cuidado de los versos rimados.  Véase un fragmento de su poema Inocencia:

«… ¡Ay muchacho inocente que ha partido! Desde hace tanto en busca de razones, en la misión descubre los pezones y más abajo el vientre enmohecido… Qué inocencia viril estoy contando si al reposo regresa salvo y blando. »

El nerrománticismo o lo que yo prefiero simplemente denominar: verso amatorio, para ofrecerle una distinción menos contextual a lo que siempre ha pretendido la crítica. Fue cultivado por no pocos poetas cubanos a partir de la primera mitad del pasado siglo. Nombres como José Ángel Buesa, Carilda Oliver Labra, el poeta santaclareño Carlos Hernández López, Gustavo Sánchez Galarraga, Regino Botti, el propio Emilio Ballagas en una  etapa iniciática, influidos por el primer neorromántico del chileno Pablo Neruda en su “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”.

 Cultivaron de manera elegante y jactanciosa desde lo emotivo la poesía amatoria que igual tiene su influencia inmediata entre los Becquerianos y románticos franceses durante el oscurantismo literario del siglo XIX que buscaba la exaltación de los sentimientos como alternativa filosófica ante el impúber peregrinaje del entonces racionalismo social en Occidente.

 Residuo de esta generación de poetas insulares, imbuidos por la bolerística cubana y la confluencia sentimental que se ofrecía de modo sublime en las parejas de la época. Vale destacar que la sociedad ha evolucionado en normas y proyección psicológica originando una flagelación de lo sublime y que hoy ese tipo de poesía no a pocos les resulta su discurso un tanto ambiguo. Mas la belleza implícita en este ruedo de emociones por sus versos en apariencias simples y pegajosos, y la suma de su sonoridad perfecta se resiste al quebranto de otras corrientes estéticas que si bien la hieren no consiguen sepultarlo.

La poesía de Dimarys es una muestra ferviente de esa huella colosal de beldad esperanzadora que nos enceguece y cautiva. Versos tejidos por imágenes plenas y muy bien cuidados, lo erótico en ellas no solo traspira al cuerpo de un modo sensorial sino que incita a lo cognitivo. Es el conocimiento donde respira la fertilidad sacrílega de sus imágenes, vestidas por la lubricidad del deseo en pieles que no resultan ajenas al lector, pero que incitan a buscar algo más que amor, desamor, y sexo agotable o inusitado. Cito su poema “El Juicio Final”:

«No te pido Señor que me perdones

cuando tú, hombre y mujer has permitido

la costilla en el suelo se ha partido

y el precio fue pagado en perdigones.

 

No te pido Señor que me perdones

no pretendo en el juicio mis razones

ofrecerla en disculpa a la manzana…»

Antes afirmaba que el romanticismo procede de consolidar en la base de la consciencia un ideal supremo, cuya raíz imperfecta levite en el propio edén del ser, ese sendero luminoso que faltaba en el siglo XIX ante un malogrado racionalismo que enriquecerían en exceso  los postulados del Siglo de las Luces.

Esto analizado apenas en esencia y sin que sea la intención de entrar en ese ámbito comparativo, la poesía neorromántica de los poetas mencionados carecen del cuerpo estético que se erige aún en un trayecto baldío, pero cuyas huellas suscita e inquieta de hallar ese lívido solsticio  que revele los misterios del cuerpo, y la fe en el rito sagrado del amor conferida por la poesía de Dimarys.

Por tanto su obra no reposa en un pensamiento inmediato; muestra una experiencia más antigua. Para la poeta cada accionar humano es un misterio, digno o no del reproche en los deseos de la carne. En unos los dibuja como si el erotismo fuese el Mesías de sus versos, en otros la huella imperecedera de lo innoble y herético. Como lo describe y se describe en su poema La Maldecida:

 

«Soy esa mujer,

la maldecida,

la que canta al silencio en el albor.

Hay un retoño de luz frente a los ojos,

una silueta deshecha con los dedos,

un beso profundo en Aleluya,

la inocencia tan cerca de la cama…»

Su discurso leve y de imágenes precisas cobra vigor en el reparto oscuro que le sustenta, crea inquietantes atmósferas a través del discurso íntimo. Lo interior es suficiente para vislumbrar la inquietud interna que le perturba y perturba en esos cuerpos académicos que describe como elegante pitonisa de lo erótico. Amante de un lenguaje que coquetea con lo clásico, dada la evidente estética que le influencia.

 Sin embargo no resta aires frescos y ciertos vestigios coloquiales que sirve de utilidad sonora y diversifica un tanto el discurso intimista en constante guerra con las emociones y lo fugaz en este caso en su viaje trascendente a la cima reflexiva del amor viril en esta vida que le habita y atormenta en la marea baja de su consciencia figurativa, depuesta en este poema «Donde Arden las Estrellas» perteneciente a su libro “Los más fieles difuntos”, y que considero uno de sus poemas de cabecera:

«Una vez más la razón impone sus motivos

la idea yace sobre el retablo

con hilos muertos que salen por la frente en sollozos.

No le temo a la muerte

pero sí a la vida nauseabunda

hecha de sal y azufre;

sobre mi cuerpo de cera

se derrite la noche

que invoca tu presencia.

El pretexto es una réplica de todo razonamiento. »

Entonces, ¿podemos afirmar que la obra poética de Dimarys Águila es hija del más puro nerrománticismo, tal y como le conocemos en su ámbito académico precedente? En cuanto al ritmo; tanto la estrofa rimada como el verso blanco o libre, poseen esa confluencia sonora de cantatas, cuales fósiles traspiran en la Grecia antigua y esto es un rasgo técnico en común para todos los neorrománticos y en particular el soneto, pero su base estética responde a una poesía oscura de rasgos mucho más universales y milenarios.

En lo fractal de sus versos (aquella que se refleja y no se escribe, pero está cobrando una homogénea dualidad conceptual a lo contado) en la palabra invisible, radica la magia de su poesía. ¿Dimarys Águila es una poeta maldita? En efecto. Los ingredientes de su discurso poético reposan en la poesía maldita del siglo XIX, y sus imágenes construidas con metáforas concisas se eternizan en su encantamiento helénico.

En resumen, la poesía de la habanera, aunque a primera vista se podría encasillar en el canon estético neorromántico difiere mucho de serlo. No tengo dudas que estamos ante la presencia de una poetisa total o poetisa del alba y no de la era del cenit, donde la virtud no radica solo en el pensamiento crítico) sino en los componentes universales que en sus imágenes le erigen desde un tiempo universal: el tiempo único y supremo de la poesía total y en sus secretos básicos que de a poco se le irán develando como un velo en descenso.

Si en el siguiente siglo aún se lee poesía en el planeta y los libros sean cual sea el formato aparecen firmados por su autor, nadie dude que la poetisa habanera tendrá su nombre bañado en oro entre el gusto popular y la crítica cubana como una oscuraAfrodita que sustenta con lo efímero la maldita eternidad del verso helénico.

 

PD:

Dimarys Águila García

Biografía

Corresponsal de prensa de la Agencia de información Argosis Internacional y directora de la editora Argos Iberoamérica. Profesora de talleres literarios. Directora de la revista chilena Es-Kupe y columnista de la revista italiana “Artística Literaria Poetas por la Paz y la Libertad de los pueblos y de la revista argentina “El Bullicio”. Representante en La Habana. Cuba de Arte Poética Latinoamericana. Miembro de la Asociación de poetas del Mundo (WPA)

Ha obtenido entre otras distinciones: Premio Internacional, Premio Único “La Pluma de Oro de 14k”Perú 2021. Mención nacional en el Concurso de Glosas Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí) 2021. Premio Anca María David y Premio Archivo Literario (Rumania 2021). Primer Premio del VII Certamen de Poesía “Mesa de Otaña”. Toledo España. 2021, entre otros premios y distinciones. Ha publicado los poemarios “Al Derecho y al Revés,”El Secreto de los Parques” (Antología Poética) y “En cuatro paredes” (poesía erótica) Entre otros. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y publicada en  periódicos, revistas y antologías nacionales y extranjeras, incluida entre las mejores letras del mundo 2021.

 

 

PEDRO LUIS RAMÍREZ Y EL PUNTUAL DE ESENCIA

PEDRO LUIS RAMÍREZ Y EL PUNTUAL DE ESENCIA

Por Luis Machado Ordetx

 

Pasó el tiempo. Diría años. Allá en Cascajal, en el extremo villaclareño, Pedro Luis Ramírez Rodríguez, carpintero-ebanista, dejó a un lado las labores artesanales con la madera preciosa, la preferida. Ahora el ingenio personal lo atrapaba como orfebre de la denominada pintura primitiva, ingenua, o inocente de hálito popular.

Nunca antes había combinado colores sobre un lienzo y una cartulina, y mucho menos hacer figuras o dibujos espontáneos, no inducidos, dentro del espíritu de procrear temas y forjar estilos. La más cercana aproximación a ese acto estuvo en terminar el retoque de pintura con brocha “gorda” en puertas, ventanas o paredes de mampostería, y también en el aprovechamiento de recortes de maderas lizas con las cuales componía  algunos “muñequitos” que luego regalaba a niños de la familia.

Un “hechizo” lo catapultó a volver la mirada hacia componentes de la naturaleza, y deleitarse con dibujos, casi “inocentes”, en el sentido laborioso de las abejas, o las hormigas, las aves y los animales de trabajo rústico en el campo.  Algún que otro responso logró en el ámbito hogareño por abandonar el perfil del carpintero. Entonces inquirió algún asesoramiento especializado con profesores de pintura, especialmente con José Ramón Ley Hernández, allá en Santo Domingo.

Eran los últimos años de la octava década del pasado siglo. El municipio de Santo Domingo “resucitaba” con fiebre de cultura popular, sobre todo en tejidos con guano de palma cana, en tela, y papel maché, con los cuales componían objetos decorativos y artísticos.  Ese movimiento también acogió a Manuel (Villa-Peñita) García Peña, hacedor de originales máscaras con rostros negroide, conformadas con semillas de coloraciones naturales.

Fue el ambiente artístico que tomó en principio Ramírez Rodríguez. Luego por la lejanía de las sesiones teórico-práctica, decidió abandonar el proyecto. Comenzó intercambios personales con otros creadores de idénticas inclinaciones por la pintura popular de vertiente primitiva, o ingenua.

Aparecieron los destellos de Noel Guzmán Bofill Rojas en desacralizar la historia, y Bernabé Aquino hacía galas de introvertido, mientras Julián Espinosa Rebullido (Wayacón) se mostraba irreverente y Pedro Osés perfilaba el festejo de la pulcra floresta y la fauna campesina.

Después  surgieron otros creadores que, en sus ramificaciones, harían interminable un listado con apego a la estética del Grupo Signos que inspiró Samuel Feijóo en el centro del país. En tanto Pedro Luis Ramírez  exhibía la inicial Serie de las Abejas, su contexto de arranque, hasta llegar a los coloridos Abanicos, una suerte de ensamblaje del fino oficio de carpintero con la genialidad de formas que registró su pintura.

También surgieron los gallos y sirenas con siluetas “humanas” y relieves policromados. En las tallas en madera consolida la agudeza temática-expresiva. Ahora, al cabo de tres décadas de hacer creativo en solitario y de siete de existencia, Ramírez Rodríguez advierte al público que decantó un estilo que asume la tinta sobre cartulina para ofrecer tres impresionantes piezas: “Pozo de rondana”, “Colando café” y “Pilón de arroz”, convertidas desde ahora en reliquias del tiempo.

El tríptico le permitió el premio del XXIII Salón Territorial de Arte Popular  en Villa Clara, certamen que distinguió la depuración estilística, el manejo de técnicas y contenidos de constante ingenuidad temática, muy próxima a la estética inculcada por Feijóo a la pintura autodidáctica, no inducida, o primitiva, y de la cual el artista de Cascajal, desde su tímida modestia, se erige en puntal de esencias. 

BOFILL ROJAS DESDE LA CALLE DEL SOL

BOFILL ROJAS DESDE LA CALLE DEL SOL

Por Jesús Díaz Rojas.

 

Palabras introductorias a la exposición “Guapeando”, de Noel Guzmán Bofill Rojas, en galería Carlos Enríquez, en San Juan de los Remedios, Villa Clara, Cuba.

 

 

Intuitiva, la mano que pinta no obedece al cerebro que intenta ordenar sobre el lienzo una idea coherente. La mano que pinta se escapa, esquiva cualquier razón y traza lo que ella como mano que sueña cree pertinente. La mano que pinta no tiene dueño. Una vez un poeta la utilizó para trasmitir al papel lo que las musas le dictaban, pero ella no se dejaría someter por mucho tiempo y comenzó a describir mediante la forma lo que deseaba expresar.

 

No es que exista un divorcio entre el cerebro y la mano, entre la razón y la sinrazón. Es que la mano que pinta es quien dicta los signos, quien busca el motivo y encuentra el camino. ¡Nunca una mano ha sido más independiente! La mano pinta y el cerebro interpreta.

 

El consiente descubre a medida que el cuadro va completándose en su cosmogonía insólita, que el Universo está más allá de las fórmulas matemáticas, los preceptos filosóficos y hasta las reglas del arte; que más que infinito, es insaciable.

 

La mano que pinta desde que dejó de obedecer descubrió que en un mismo espacio y tiempo pueden confluir todas las eras, todas las formas. El vacío es la mayor mentira que se inventaron los hombres para imaginarse solos. Las reglas verdaderas son las que la mano se impone para en la próxima sesión romperlas.

 

Sin embargo la mano que pinta resulta una paradoja, pues pinta a partir de la vida vivida por el ser que la posee para demostrar que ese hombre existe y es diferente.  Por eso la mano que pinta intenta la infinitud de las formas. No es horror vacui, es que el vacío es un mito y le es dado a ella el repletar cada intersticio del soporte con la satisfacción del misterio develado.

 

Entonces… a quién pertenecen las imágenes y rostros que solo pueden engendrase en una mente creadora y fabuladora si ella es la mano del que era poeta. La mano pinta, los rostros que el hombre admira, los dioses que lo animan y que ella no copia, no calca, no reproduce sino que descifra, para escamotearle a la razón la posibilidad de dejar un testimonio Otro. 

 

No es de extrañar que en estos espacios poblados de misterios las épocas no existan, que todo trascurra en la consecución de los signos, en un desfile aleatorio de grandes hombres y enormes acontecimientos. La mano que pinta sabe que juega con la iconografía más apreciada por el hombre que la posee y, satisfecha y atrevida, gusta de conjugar todos los tiempos posibles sobre el soporte idóneo para fusionar arte con eternidad. 

 

Unas veces Hemingway es el viejo pescador que no se dejó vencer por la aguja y sí por el cañón de su fusil de cazador. Cazador que se cazó. Otras tantas un guerrillero con cara de Cristo Redentor porta un brazalete de 26-7 y es Camilo y a la vez todos los Camilos que hay en el pueblo cubano. Otras el mismísimo Cristo de las estampas, cansado de tantos altares y opulencias, descendió a la tierra como guerrillero y puede que le resulte un ser cercano. 

 

Rasputín, Furulo, Wayacón pintor, Jesús pintor, personajes populares en sus mundos paralelos se dan la mano. Yemayá, Chango, Santa Bárbara, palma con ceiba del monte y potente rayo deshaciendo el azul añil de una melena hirsuta. Mar encrespado sobre el que flotan girasoles y donde una diminuta balsa lucha contra torvo huracán. Puerta que se abre una y otra vez hacia el futuro de la América y la llave es el Ché. Camisas militares como la piel de los que la portaron durante las batallas necesarias exhiben su coraza verde olivo e invicta, con nombres que de solo enumerarlos honran al que los lee. 

 

La mano que pinta es fiel al que una vez la guiara por los caminos de la poesía. Tal vez no se haya podido desprender del todo de sus primeros pasos. Puede que todo resulte un rejuego de la existencia y la fábula, de lo aleatorio y lo genésico. Pero lo verdaderamente cierto es que es arte con poesía. 

 

Pero, ¿cómo esa mano puede pintar lo que pinta y soñar lo que sueña? Todo tiene su génesis.

 

El pintor dice que «Nací en la calle del sol, para iluminar el mundo», sin embargo, en  esa calle no nace ni se pone el astro rey. Es del sol, por algún sortilegio  surgido entre los bares, los cafetines, las casas de juegos donde se apostaba a un número esquivo la exigua riqueza de los concurrentes. Es del sol, por el rostro de sus mujeres alegres y dispuestas, maquilladas de luz para ocultar la sombra, la tristeza y  el tedio que las ahogaba en sus interminables noches de lujuria.

 

Del sol, por el proxeneta de gruesas cadenas al cuello y plateado reloj de bolsillo, que enfoca sus ojos de buitre a la quinceañera perdida. Del Sol,  por la dentadura de oro en la sonrisa del guapo del barrio. Del sol, por los infantes que a golpes de cepillo y paño le lustran los zapatos a los que, a hurtadillas, entran a la Ronda. Del sol, por los toques de santo a la luz de las velas que hacen resplandecer los torsos sudados de los negros, mulatos y blancos en el Todo mezclado que nos define. Del sol, por el fulgor de la espada y la copa de Santa Bárbara bendita trasmutada en Changó.

 

Por el San Lázaro de los tabacos inapagables y humeantes, por su botella de aguardiente de caña, sus perros del desvelo y su mechero de aceite eternamente prendido. Por los girasoles de Ochún y la tiara de la Caridad del Cobre iluminada por la fe de los marginados. Del sol, por los faroles de hojalata y espejitos policromados que construye el negro sansarí para las fiestas de la Navidad. Por las tijeras del barbero orador que ha de morir un día cualquiera atravesado por un puñal. Del sol, por las banderitas en colores y los farolitos encendidos en la noche de San Juan. Por el judas que ardía en las cuatro esquinas. Del sol, porque una tarde de diciembre se repletaron los cocteles molotov para la batalla definitiva y se llenó la callejuela de las estrellas que provenientes de la Sierra, auguraban una nueva luminiscencia.

 

En fin del sol, porque en ella habitan seres sin ocasos. 

 

En esta infinita calle que nace en el norte remediano y es cortada por la Plaza del Mercado desaparecida en este San Juan del 500 envuelto en un celofán de brillo que se llevó la captura del güije a otro plano terrenal y dejó al pueblo sin sus juegos tradicionales, nació el 4 de agosto de 1954, Noel G. Bofill Rojas, poeta y pintor.

 

Poeta que anduvo con su jolongo de versos improvisados por toda la isla, cantándoles a los campesinos, los trabajadores, los estudiantes, a los héroes y mártires de cada uno de los rinconcitos que visitaba. Poeta de incansable andar inalcanzable que anduvo por África en busca de la fuente primigenia de sus ancestros;  repartiendo versos como balas, como pétalos, con una mano tendida para el encuentro y la otra firme en su fusil de internacionalista. Poeta que en su bregar de Quijote cubano entendió que tanta belleza natural, tanta Humanidad como Patria debía de ser llevada al lienzo como la manera de compartir lo que veía. Y se le juntaron ceiba y baobab y despertó en un amanecer definitorio con un pincel en la mano y su eterno canto en los labios.

 

El poeta entendió que mediante la pintura otros podían ver lo que él había observado o mucho mejor, lo que él había experimentado cuando se llenó de tantos horizontes. Y se dispuso a trasmitir, no el paisaje real, sino la impresión que causó ese paisaje en sus ojos de niño. Y la humanidad toda se le fue ahondando hacia el centro de lo trascendental y los lienzos se llenaron de güijes, de palomas, de orishas, de santos, de deidades orientales, de fantasmas, pintores, escritores, poetas de todos los rincones del universo y hasta los  espíritus malignos quisieron torcerle el rumbo, poseerlo en cruentas batallas que le encontraron y le encontraran siempre vencedor.

 

Y fue un duende como él, ¡tremendo duende!: El Sensible sarapico Samuel Feijóo quien al abrirle el pecho y tenderle la mano, le ordenó ¡Empínate y anda!

 

Y la mano que escribía versos comenzó a pintarlos sobre el lienzo. 

Se hizo al mundo y de su San Juan se fue una tarde tras el amor eterno a concebir un hijo y e intentar descansar en un Santo Domingo que lo acogió como uno de los suyos.

 

Maestro de sí mismo, el niño que pinta sus cuadros, no dejará de serlo. Bofill Rojas tiene la capacidad de renovarse, de encontrar en cada obra un camino otro hacia la expresión de su genialidad sin dejar de ser él. Un Bofill, es y será siempre un Bofill. La mano que pinta lo sabe y por eso lo secunda en todo. 

MUCHACHOS, Y ALFREDO DELGADO PÉREZ

MUCHACHOS, Y ALFREDO DELGADO PÉREZ

Por Bienvenido Corcho Tabío

 

Es un hecho que el imaginario infantil supera diferentes períodos según avanza el niño en su normal desarrollo. Por eso el abordaje del acto creativo destinado a este público conlleva un acercamiento psicológico —aún de forma intuitiva— a una etapa de la existencia humana, precisada de viajar a la velocidad de una locomotora, mientras recibe impredecibles vaivenes y el asedio tenaz de un sinnúmero de interrogantes.

 

 

La obtención de un producto literario sintonizado con las vivencias internas y externas de determinada edad, derivado del conocimiento justo de sus necesidades cognitivas, y muy especialmente de su esfera afectiva, es una tarea en la que han encallado los buenos propósitos de algunos escritores.

 

 

La afirmación anterior encuentra, sin embargo, una ejemplar respuesta en la novela Muchacho (Editorial Capiro, 2010), del manicaragüense Alfredo Delgado Pérez (Manicaragua, 1949); narra, con el virtuosismo de los que saben lo que buscan, la cotidianidad de un adolescente en ese lapso inicial de profundos descubrimientos, donde se comienza a experimentar, no solo las naturales transformaciones fisiológicas, sino otras devenidas de las experiencias en las relaciones sociales ajustadas a un medio que resulta común a la gran mayoría de los destinatarios.

 

 

Y es que toda obra orientada a esta etapa de la vida, debe contener “deliberadamente” elementos transformadores —entiéndase desarrolladores— en aras de edificar una personalidad en ciernes, todavía desprovista —y por eso los menores buscan referentes en los adultos— de las coordenadas necesarias para aprehender los recursos del entorno. Dicho así, pudiera pensarse que abogo por el rancio didactismo y el moralismo per se; lastre pseudo-artístico, antes tolerado en la obra infanto-juvenil en detrimento de sus valores estéticos.

 

 

No debe olvidarse, sin embargo, que toda obra literaria, lleva implícito una propuesta en el orden del conocimiento, y este aspecto adquiere en la infantil una dimensión consciente. Y el conocimiento, a diferencia de lo que creen algunos, no es solo declarativo, circunscripto al mundo de los objetos y de los fenómenos visibles; es también en el orden interno, donde las vivencias afectivas van moldeando sentimientos y actitudes.

 

 

El arte del escritor que intenciona su obra hacia el público infantil radica entonces en la destreza para abordar cualquier aspecto de la realidad —los cuales deben coincidir con los intereses del niño lector—, a través de una oferta estética desarrolladora donde prime el único lenguaje entendido por ellos: el de la sinceridad, sin artificios, sin pedantería…; es lograr el punto de un dulce donde no se perdona pecar por exceso o por defecto; es oficio y es corazón, terrenos ambos, donde Alfredo Delgado ha demostrado sobradas dotes.

 

 

Teniendo en cuenta lo expresado, pudiéramos catalogar a Muchacho, el personaje protagonista de la novela, como una síntesis de características y conductas que bien pueden ser añadidas a cualquier niño de su tiempo, con los anhelos y las interrogantes comunes a un menor que perfila los códigos de su identidad, mientras va recibiendo de los adultos los apoyos necesarios para dotarse de independencia como individuo.

 

 

En la madeja de tramas, el hecho “heroico” de salvar al pueblo de la sequía y devolverle su otrora salida al mar, —un recurso clásico de la literatura infanto-juvenil— se acomoda a la conducta altruista, no exenta de peligros, de encontrar la forma de remover una enorme roca que obstruye la entrada del mar, punto de partida de un desarrollo argumental, eficazmente manejado por el autor para mantener el interés y, al mismo tiempo, trasmitir mensajes tales como el valor de la amistad, la fidelidad, el amor filial, el comportamiento valiente, el despegue del amor sexual, desprovisto este último de un tratamiento melindroso o disfrazado.

 

Otras aristas, como la aceptación a las diferencias que puedan existir entre las personas —tan en boga, por necesarias— tiene salida a partir de la relación de Muchacho con el amigo discapacitado: un profesor de lucha —y de ética— quien le aconseja y le enseña a defenderse.

 

También la situación creada en torno a Cándido, personaje afeminado a quien el padrastro le ha impuesto la práctica obligada del boxeo, es una lección para educar a los niños en el respeto y aceptación a personas diferentes, sin ocultar la recelosa actitud mantenida en un inicio por Muchacho, consecuencia de las rezagantes valoraciones que sobre el tema existe en nuestra sociedad. El enfrentamiento, además, a la inevitable realidad de la muerte en el caso del abuelo y la alusión al espinoso tema de la infidelidad de la madre, hacen saber al lector la existencia de aquellos rincones desagradables de la vida.

 

La inclusión de personajes, locaciones y hechos tomados de la realidad, solo visible a los implicados y a los lectores de Manicaragua, en nada restan universalidad a los temas. Los nombres son cuidadosamente colocados en cada escena, de manera que no fuerza ni interfiere la comprensión del texto. Interpreto en ello la voluntada del autor de evocar, a modo de homenaje o legado, su gratitud hacia los amigos y su tierra de origen.

 

Finalmente debo reconocer el realismo de las ilustraciones, la verosímil reproducción de las escenas y los estados de ánimo de los personajes. Tanto ellas como la imagen de portada, aspectos relevantes en la literatura infantil, son también de la autoría de Alfredo, y contribuyen a delinear, en el conjunto de la novela, a este singular muchacho, quien ha de ser, sin miedo a hiperbolizar, todos los muchachos que esperan por ella.

 

DOS POETAS CUBANOS EN LA MIRILLA

DOS POETAS CUBANOS EN LA MIRILLA

Por Luis Machado Ordetx

 

 

Dos poetas de generaciones literarias diferentes llegaron al espacio de lectura «Que comienza en mí la fe», recién estrenado en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en Villa Clara, empeñados   en demostrar, como dijo Antonio Machado, que lo «otro no se deja eliminar; subsiste, persiste; es el hueso duro de roer en que la razón se deja en los dientes», y encara el diálogo, y funda una propuesta incomparable alrededor de la expresión individual y la cotidianidad colectiva.

 

 

Al menos eso intuí cuando el poeta y narrador Arístides Vega Chapú presentó su nuevo programa literario, de diálogo, de libertad y comunicación, y trajo al Foro Agesta a Reinaldo García Blanco ((Venegas, Sancti Spíritus, 1962) y a Sergio García Zamora (Esperanza, Villa Clara, 1986), dos voces disímiles, pero contagiadas de un apetito voraz, no solo por leer sus versos, primeros o últimos, sino también para sustentar búsqueda y hallazgo que, de un modo u otro, pertenecen al balance de la recreación y las quejas, carencias, anhelos y querencias de la espiritualidad.

 

 

Es el estado de gracia, de confluencia desde el cual se percibe el  crecimiento emocional, o la sustancia poética, tal como quiso expresar Vega Chapú luego de hablar sobre ambos escritores, enaltecer sus respectivas obras creativas, y por supuesto, tras la lectura de cada verso, dejar que el otro, el receptor, saque conclusiones en torno a la ingravidez de la metáfora que enaltece, del rumbo de los recuerdos o de una frase que hace enmudecer por su acento dramático.

 

 

Estos encuentros, más allá de las consabidas preguntas y respuestas entre anfitrión y huésped de una tertulia literaria, animan a enriquecer el espectro del diálogo, y de la comunicación, proyecto que caracteriza ese espacio mensual que propone Vega Chapú entre escritores vivos de diferentes promociones, residan en un lugar u otro, y surgidos en Cuba dentro de los avatares que insufla la cotidianidad.

 

 

La poética de Reinaldo García Blanco aparece ramificada en  Advertencias infieles para escuchar el pájaro de fuego de Stravinsky, o en Perros blancos de la aurora, y País de hojaldre y Campos de belleza armada, textos en los cuales el verso se vuelve a lo cotidiano, y ausculta desde las cosas perdidas hasta las añoradas, como el que repiensa una isla, o la asume en propiedad como estado espiritual, de sueño y del recreo de la memoria expuesta en un tono coloquial, de confesión y entrega humilde al otro, legando un valor a las cosas mínimas, a aquellos objetos viejos que posee un curso inefable, de aprehensión insustituible del sentido ecuménico de entrega.

 

 

Dos poemas anuncian el calibre, entre los muchos que ostentan el disparador poético de García Blanco, para demostrar su valía literaria inmersa en viajes del centro-oriente cubano (reside en la actualidad en Santiago de Cuba) y el traspaso de fronteras, más allá del agua, más allá de su Isla amada. Ahí está el entusiasmo de “Alfonsina y el bar”, en el cual expone:

 

 

                        «No es posible que te llames así

                          y que vengas a este sitio  

                         Los parroquianos cantan en desorden
                        y tú humedeces el cristal 
                        ¿Lágrimas
                        o escorpiones? 
                        Esto ya lo contaré a mi regreso
                        por lo pronto lo escribo 
                        Que te llames Alfonsina
                        y vengas en las noches a llorar
                       donde los hombres vienen a reírse de la muerte
                       de la muerte
».

 

 

O esa belleza contenida en “Noche de perros”, un texto para figurar en cualquiera de las más exigentes antologías. García Blanco, cuando labora sobre la cotidianidad, va siempre a ese humilde y diáfano sentido primigenio de las cosas, y hasta hace recordar al origenista cubano Eliseo Diego En las oscuras manos del olvido (1942), o en las viñetas de Divertimentos (1946), y el rastreo sugerente de En la Calzada de Jesús del Monte (1949), referentes simbólicos de una poesía de la memoria, y del gusto por los sentidos y el valor ecuménico que entabla la espiritualidad del ser, tal como cuenta en esa exultación al perro.

 

 

                            «Yo también tuve un perro lanudo
                             que volteaba la puerta al septentrión 
                             Una vez enfermó
                             y me costó casi tres salarios
                             dos vacunas y un suero
                             eso fue en una farmacia llamada La complaciente 
                             Mi perro se llamaba País
                             Y yo le decía País muerde a mi vecino
                             y lo mordía
                             yo le decía País siéntate
                             y obedecía como un perro lanudo 
                            Mi País odiaba al ruso del cuarto piso
».

 

 

Del otro lado, a la espera del verso ajeno, estuvo Sergio García Zamora, joven poeta de Santa Clara que, en breve tiempo, a fuerza de concursos traza un balance lírico que mira a la cotidianidad y la ojea con el entusiasmo crítico y la nostalgia del tiempo que escapa. Ahí está su premio de Poesía La Gaceta de Cuba (2014) por la selección de los textos La condición inhumana, y de aquellos versos establecidos en Pensando en los peces de colores (2013), donde confiesa que:

 

 

                           «Hace poco he leído

                            que el Mar de la Tranquilidad se encuentra en la luna

                            Lo cual no me asombra en absoluto».

 

 

De aquí a unos años el balance que ahora está contenido en premios, libros ya publicados y otros por aparecer, dentro de una prolífera obra lírica, provocará en los lectores, y también en los estudios críticos, una supuesta mirada de cuánto hay de afirmación estruendosa, humilde, o sugerida en una voz joven de nuestra literatura que, de un tiempo a esta parte, echó a andar con raíces imbricadas en nuestra tierra.

 

ONELIO, EL CUENTERO MAYOR

ONELIO, EL CUENTERO MAYOR

Por Luis Machado Ordetx


Canónicos de la crítica literaria trazan una dicotomía en la narrativa de Onelio Jorge Cardoso, el calabaceño universal. Precisan un antes y el después en la manera de recrear la realidad social, y al hombre inserto en todas sus historias. A pesar de los cambios advertidos, y hasta obvios, hay una sujeción en la progresión artística.

 

La ¿particularidad?: el ascenso de un estilo depurado, de precisos recursos, de miradas latientes hacia todo lo que rodea al hombre, y también al compromiso intelectual con el pueblo.


La imaginación reveladora que ofrece, por supuesto, afianza la vitalidad material-espiritual de la historia, y deja siempre una moraleja subyacente, de espíritu positivo. La propuesta, desde los inicios literario-periodístico, tuvo un sentido de originalidad poética, de diferencia. Tal parangón lo afirman dentro de la literatura y la creación hispanoamericana, como caso particular de un ¿insólito autodidactismo? Pero, hasta dónde resulta cierta esa aparente afirmación con rasgos interrogativos. 


No cabe otra explicación que rebuscar en papelerías que guardan archivos de Santa Clara, y a los que siempre hizo alusión el escritor. La ¿clave?, aunque está ubicada en 1944 con la aparición simultánea de “Mi hermana Visia”, “El Cuentero”, “Nino”, y “Camino a las lomas”, catalogados de ejemplarizantes en una fabulación popular que lo aleja de la reproducción y el discurso, casi mimético de la realidad.


Desde mucho antes, sin advertencias mayores o de contrastes en los estudios literarios contemporáneos,  se percibe un despegue en las estructuras temáticas —de preocupación social, reivindicativa— y hasta formal del discurso narrativo-periodístico que separan a Jorge Cardoso de la manera, hasta entonces, de escrutar la circunstancias cubana. 


                       SANTA CLARA, EL ASCENSO  

 El lunes 11 de mayo de 1914 nació Onelio Jorge Cardoso en Calabazar de Sagua. El centenario tuvo un “aparente silencio”, dado según algunos por la imposibilidad de reeditar sus libros por decisión de los herederos, y por la disquisición, o el prejuicio de «absolutizar las preferencias y negar al supuesto contrario», como especificó la investigadora Denia García Ronda.


Hay intentos, y no vagos, por corregir los tiros de la celebración, pero no bastan para reconocer a un escritor de inconfundible legitimidad cubana, de afianzador de pasos «con todos y para el bien de todos», como solicitó Martí. Eso siempre hizo Jorge Cardoso, contestar, a partir de la palabra escrita, su repulsa contra la realidad social amparada en la discriminación, por sexo, edades o color de la piel, y redefinir el panorama nacional desde una óptica que favoreciera al pueblo en cualidades económicas y espirituales.


A Santa Clara llegó el calabaceño con apenas 13 años, en 1927, y con el hambre “a cuestas galopantes” radicó con su familia en una humilde vivienda de la calle Síndico, esquina a Villuendas, en el barrio de La Pastora, hasta que, ya casado con Cuca Viera, después de 1940, residió en Camacho, allá en las intersecciones de las calles 4ta y 5ta, de ese reparto periférico de la ciudad. Después se trasladaría a Matanzas, en 1944, y luego en La Habana.


Aquí hizo sus estudios de primaria-superior en la escuela número 1, dirigida por el pedagogo Atilano Díaz Rojo, y a partir de 1934 se enroló en la gestación de la revista Umbrales, una publicación de renovación literaria-cultural, todavía insuficientemente valorada y administrada o tutelada por la poetisa-maestra María Dámasa Jova Baró.


El después Cuentero Mayor aparece registrado en el primer número de Umbrales (1934-1938), y lo hace como director literario, misión que compartió con Carlos Hernández López (abogado, cuentista, poeta y periodista), en la sección artística. Onelio está escasillado como crítico, y no como narrador, como algunos estudiosos apuntan al buscar lo poético solo en sus cuentos.

El único texto crítico, de análisis, que escribió salió en el número 1 de Umbrales, correspondiente al 15 de septiembre de 1934. Por entonces, aparte de sus “valoraciones teóricas”, impresionistas y aún insuficientes en los análisis críticos, hace también versos de corte social y amoroso.


De inmediato, por discrepancias editoriales, rompió relaciones literarias con Dámasa Jova, y  se relacionó con la organización del denominado Club Juvenil Artístico-Literario Umbrales, oficializado en el tercer sábado de agosto de 1935 en la vivienda de Corina Lazo, en las calles Eduardo Machado y Unión, al cual concurren intelectuales en ciernes, y otros consagrados, de la estirpe de Juan Domínguez Arbelo y Emilio Ballagas.

 

De ahí el cuestionamiento a un aparente autodidactismo más allá del donaire natural para componer sus historias de ficción o de realización periodística, cinematográfica y literarias. Por qué?... Con independencia del don para la escritura, de recreador de fabulaciones populares, tuvo una iniciación guiada por los consejos y valoraciones de otros escritores, en lo que tal vez pueda considerarse el punto primario para "pulir" los cuentos, o componer un artículo para la prensa plana local.


Los jóvenes son sabáticos, y abogan por el compromiso intelectual, la superación espiritual, la renovación literaria, y contra las “capillas aldeanas” que dictan decálogos de la creación o el disfrute cultural y artístico en el pueblo o el ciudadano común. Allí, de un modo u otro, hasta 1941 todos comulgan  en espacios públicos o sociales: discuten sobre aspectos teóricos del arte o la literatura, hacen conciertos de guitarra, de declamación y particularizan en cuestiones formales de la hechura del cuento, necesidad volcada a un cambio en el discurso y la comunicación con el lector.


Surgen “Las Tardes del Cuento”, dirigidas por Domínguez Arbelo, quien alentó a escribir las vivencias del hombre común, y a encontrar fábulas o motivos populares en los ambientes rurales.  Jorge Cardoso, junto a otros, deambuló por las cercanías de Santa Clara, y allá en los montes de Pelo Malo, dialogó con cortadores de maderas, y con mujeres que habitaban depauperadas casas, un vital retrato de la discriminación social y de las diferencias entre el campo y la ciudad.

Escribe entonces los primeros relatos cortos: «Negra Vieja», «Tú y usted», el «Velorio» y «El Milagro», todos de índoles costumbristas, muy próximos al discurso narrativo criollista. Sin embargo, el último, «El Milagro», ganó en 1936 el certamen que auspició la revista Social, y en el cual intervinieron más de 50 cuentistas, unos consagrados y otros noveles, dentro del panorama nacional. Otro villaclareño, Hernández López, consiguió con «La Traición» y «Bertelot», el segundo y tercer lugar del certamen.


El jurado —Merdardo Vitier, Luis A. Balart y Elías Entralgo—, no eran benévolos en miradas críticas, y apostaron por los jóvenes de Santa Clara, no solo por la calidad de los discursos literarios, sino, además, porque «estremecen el ambiente de sombras que hizo posible, paradójicamente, la luz del sueño, porque el sueño es luz del espíritu, ineclipsable para la opaca ineficacia de la indiferencia», dijo Domínguez Arbelo.


Tal vez por esa razón, o contar las historias del «guajiro de siempre, con el arique en el tobillo», como dijo Jorge Cardoso a este escribiente  antes de morir el 29 de mayo de 1986, fue que aceptó en 1937 la propuesta de Raúl Ferrer Pérez —el poeta comunista—, empeñado en que acogiera un aula de primer grado en la escuela 273 del antiguo ingenio “Narcisa”, y figurara en calidad de maestro Cívico-Rural, misión muy poco valorada en el ámbito personal de ambos creadores. 


En el contacto de los niños, casi analfabetos y a quienes enseñó las primeras letras, conoció las historias fabulosas de Herminio Bello, el enfermero; el gallego Pelayo, el operario de la cachaza, de Panchito Muñiz, el hojalarero, o de Chano Medina; el arrendatario que, en parte insustituible, encarnó a Nino, el hombre recio que se describe en su antológico cuento.

 

Al menos, esas apreciaciones las corroboraron Ferrer Pérez y el declamador Dilecto de Las Villas, Severo Bernal Ruiz, cuando precisaron en la cualidad de Onelio Jorge Cardoso al retratar, como “fotógrafo” especial, la psicología y el decir de muchos hombres y aunarla en uno, el ente colectivo.


                     EL PERIODISMO, OTRO HAMBRE


Casi simultáneo, Jorge Cardoso está relacionado con el periodismo radial e impreso de Santa Clara. Interviene en Audiciones Umbrales y la Hora Hontanar, espacios que animan los jóvenes escritores en las emisoras CMHW y CMHI, respectivamente. También se enroló como redactor-colaborador de La Publicidad (1941-1944), donde atendió la sección «El Cuento de Hoy», y dio a conocer a los lectores las piezas narrativas de Gorki, Gervaise, Gaynor, Mainichi, Regis, Benavente, Maurois, Vargas Vila, Quiroga, Eustacio Rivera y Rulfo…


Durante ese período asumió las tertulias literarias de la Academia Luz y Caballero, en los altos del Correo Viejo, de Villuendas y Marta Abreu, en el edificio del Billarista. Al encuentro mensual acudieron el poeta Enrique Martínez Pérez —un lírico olvidado—, Gilberto Hernández Santana, José Ángel Buesa, Manuel Navarro Luna y… Todos tenían una necesidad: mostrar sus creaciones en medio de la penuria editorial y confraternizar en ambientes literarios. 

El 13 de julio de 1943, en La Publicidad, Jorge Cardoso dejó constancia del fuste periodístico, de la manera interpretativa de escrutar la realidad social-económica, política o social de Cuba.En su comentario «En nombre de Perico», dice: «(…) Voy a contarles: aunque algunos sustenten lo contrario, tenemos en Villaclara un gran personaje olvidado, como la mayoría de los que hay que olvidar a fuerza de recordarlos, a fuerza de temor. Me estoy refiriendo, no a un Presidente de cualquier institución piadosa, sino el burro “Perico” (…), símbolo y protesta de la disciplina (…), cuando le colocaron la V de la Victoria, lo vimos con simpatía porque representaba que los mismos burros odian al nacismo con máximo mérito, cuando en realidad el nacismo está impulsado por burros de raza…»1


La observaciones folklóricas, criollas, que recogen al hombre, sus costumbres, trabajos y estilos, referidas por Samuel Feijóo en la presentación de Gente de Pueblo (1962), el libro-compilación de algunos reportajes que Onelio Jorge Cardoso publicó en Bohemia o Carteles, allá a finales de los años 50, recrean parte de las miserias, soledades, ánimos espirituales, y apego a la familia retratadas antes o después en muchas de las piezas narrativas del calabaceño universal.


El escritor cualifica su discurso: son reportajes, muy cercanos a la manera de abordar el cuento, y de idéntico modo que toman al  fresco a todo hombre del campo, de las sierras, las ciudades, o en la soledad agreste del mar, dejan una denuncia que pinta la existencia «tal como la vimos, con sus escasas alegrías y sus días miserables», dijo, en esa insaciable sed de justicia de convertir, desde la óptica de Cuentero Mayor,  al cubano en tributo universal de dignidad y vitalidad humana.


NOTA:


 Onelio Jorge Cardoso (1943): «En Nombre de Perico», en La Publicidad, 69(135782):1;3, Santa Clara, martes 13 de julio. 

TITIRITEROS POR LOS CIEN DE ONELIO

TITIRITEROS POR LOS CIEN DE ONELIO

Por Amador Hernández Hernández (Escritor cubano).

Este domingo el poblado de Calabazar de Sagua —terruño natal del Cuentero Mayor— constituyó parada obligatoria del proyecto Titiriteros por los cien años de Onelio con la presentación de dos obras que versionan cuentos escritos por el creador de Juan Candela, bien conocidos por los niños y que hicieron las delicias de chicos y mayores. Teatro D’ Dos trajo al retablo una adaptación de Pájaro, murciélago y ratón a cargo de Yilian Fernández Alacal; en la puesta la actriz capitalina mezcló sus notables aptitudes histriónicas con la música popular cubana e interactuó con los niños poniéndolos en función de los diferentes títeres. Indudablemente, la narración escénica y el arte de la manipulación de títeres en desafíos con los cantos y el baile mostraron la versatilidad de la artista quien recibió el reconocimiento del público presente.

Por otra parte el frente infantil del Grupo Teatro Escambray, bajo la dirección de Rafael González y la dirección artística de Maikel Valdés presentaron otra adaptación de un cuento oneliano, Los tres pichones, pero bajo el título Los pintores. En esta puesta del propio Maikel y la simpática Teresa Denisse también fue loable el uso de los títeres planos, la graciosa música llena de cubanía, los bailes y la narración oral que dieron como resultado una representación original que el respetable agradeció con beneplácito. Sin lugar a dudas, otra vez los niños recorrieron alegres los avatares de los tres pajaritos carpinteros que decidieron recorrer el mundo y lograr sus sueños: ser marineros. El final feliz, propio del género, y la lección fabuladora de la historia no dejan de tener vigencia. Los espectáculos honran también la obra del Apóstol en su jornada de enero.

En declaraciones para el periódico Vanguardia Omar Valiño, vicepresidente de la UNEAC confesó acerca de este proyecto por el centenario del autor de Taita, diga usted cómo:

“Son dos iniciativas principales, pues aprovechamos la participación de la actriz Yilian Fernández Alacal, invitada al evento Magdalena sin fronteras, para abrir esta campaña teatral del proyecto Titiriteros por los cien años de Onelio. En lo particular, pensaba que la primera acción debía realizarse en Calabazar de Sagua, por ser esta su tierra natal. No queremos que sea solo un homenaje puntual sino una campaña que recuerde de por vida toda su obra, pues es este año el de su centenario. Se ha convocado principalmente a los titiriteros porque han sido ellos los que más han trabajado con la obra de Onelio, en especial la que él dedicó a los niños, pero igual está abierta a todas las manifestaciones teatrales que quieran activar la memoria y la obra del Cuentero en el contexto nacional. Como de seguro bien sabes, se están preparando coloquios, encuentros, investigaciones en función de su obra; pero el teatro siempre tiene la ventaja de comunicar ante un público más amplio la obra del escritor. También sabrás que, aunque parezca paradójico, Onelio es el autor más representado en el teatro, sobre todo en el segmento para niños y adolescentes. Y está dado en la cubanía, en su estilo narrativo, conectado a la memoria del pueblo cubano, conectado a ciertas utopías y a esa hambre espiritual, todo lo anterior es tela propicia para las adaptaciones que se han producido y se producen de sus textos literarios para llevarlos a las tablas o a los retablos, y en este año todo ese proyecto debe estar en primer plano”.

Otro destacado hombre de teatro, Rafael González, actual director del Grupo Escambray expuso para la página cultural de Vanguardia las siguientes consideraciones: “En primer lugar estamos aquí algunos miembros de la UNEAC, miembros del Teatro Escambray y del Teatro D’ Dos para lanzar la convocatoria cien por los cien de Onelio Jorge Cardoso, escritor que apenas mencionamos hoy y que es, sin embargo, un hombre imprescindible en nuestra literatura. Lógicamente tenía que comenzar por Calabazar el evento, pues es su tierra natal, y además, porque fue Teatro Escambray el primero que asumió los cuentos de Onelio Jorge Cardoso para su repertorio y prácticamente estuvo desde el momento fundacional, es decir, desde la época de Corrieri. Debo confesar las tantas veces que el Cuentero nos visitó allá en la Macagua y con quien compartimos guiones y experiencias. Significó una visita feliz las que nos realizó recientemente un primo de Onelio, Elio Jorge, que ya cumplió cien años y que conserva su mente muy lúcida. Los cuentos que nos narró el pariente nos hizo pensar que los Jorge Cardoso todos son muy buenos cuenteros, así que ese don le viene de su propia estirpe. La convocatoria que se va a lanzar hoy aquí incluirá a todas las agrupaciones teatrales del país que han asumido el reto de trabajar en los montajes de textos onelianos. Estarán entre otros, los grupos Titiribilla de Pinar del Río y la Guerrilla Teatral de Guantánamo. En un momento determinado el Escambray va a ser sede de esta celebración y estarán allí grupos de otras regiones de Cuba, y luego el proyecto de extenderá por otras sedes de la geografía nacional”.