Blogia
CubanosDeKilates

100 DE BALLAGAS

Por Luis Machado Ordetx El azar de la naturaleza trajo una recordación inmediata, no sólo para Santa Clara, sino, además, para toda Cuba: el poeta, pedagogo y ensayista Emilio Ballagas Cubellas abrazará el año entrante el centenario de su natalicio, fecha propicia, incluso, al mayúsculo tributo para uno de los forjadores imprescindibles de instantes valiosos en la Literatura nacional del pasado siglo. Digo eso, ahora que peregrinos vientos tumbaron el techo de la escuela primaria que lleva el nombre del poeta, en las cercanías de la ciudad —única de su tipo que lo honra de esa manera, gracias a la gestión de Aida Simeón Sousa, discípulas normalista-, porque será la ocasión de retribuirle a Ballagas el aporte que, desde el sentido de la modestia y la dedicación, dejó como otros de su estirpe en Santa Clara, territorio al que llegó en 1933 y lo abandonó en 1948 cuando la salud física menguó las fuerzas espirituales y sociales. Existen testimonios orales y documentales que aseguran a Santa Clara un peldaño de inestimable valía, por encima de la natal tierra agramontina [Camagüey, 11 de noviembre de 1908-La Habana, 11 de septiembre de 1954], y a su vez de la efímera huella en el poblado de Buenaventura, en Holguín, y también a La Habana, para un reconocimiento sin precedentes que resarza la deuda impagable que tenemos los residentes aquí con el autor de Júbilo y Fuga [1931]; tal vez el único libro que escribió sin tener en cuenta a nuestras calles y su gente. De allá acá, la pisada por la ciudad y su devenir cultural, lo persiguió como una constante: Cuaderno de poesía negra, editado en 1934 en la imprenta La Nueva, de Villuendas e Independencia, con grabados en linolium de González Puig y Ravenet Encuerdo, y luego las colaboraciones en la revista Umbrales, de Dámasa Jova y el ánimo literario a los jóvenes escritores Jorge Cardoso, Domínguez Arbelo y… Justo después vinieron otros textos que formaron los poemarios Sabor Eterno, Nuestra Señora del Mar, Décimas por el júbilo martiano en el año del centenario del Apóstol José Martí, así como traducciones, conferencias y el articulismo dedicado a la prensa plana o radial. Nada como Santa Clara para verlo bregar otra vez, no en la sombra, entre el alumnado de la Escuela Normal para Maestros, donde ocupó durante tres lustros la cátedra de profesor de Gramática y Literatura, sitio en el cual avivó, junto a Pepilla Vidaurreta y Revenet Encuerdo,  el proyecto vanguardista y renovador de las pinturas murales concluidas en esa institución docente en diciembre de 1937.                     La trascendencia de Ballagas no puede quedar sólo en el recuerdo, porque, incluso, antes que otros territorios cubanos o extranjeros (Francia, España o Estados Unidos, lugares donde residió por breve tiempo), formen calendarios de disertaciones teóricas, Santa Clara, como ningún otro sitio, tiene aún latiente el privilegio de su estancia artística y vivencial para contarla a la Historia

0 comentarios