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CAIBARIÉN, MÁGICA GLORIETA

CAIBARIÉN, MÁGICA GLORIETA

 

Prólogo a la 1.a edición de Banda de Concierto de Caibarién (1905-2021), un Ícono de la Música Cubana, y también insertado en la 2.a entrega (2023), del investigador  Alberto T. Rodríguez Acuña, aparecido en RoqueLibros.

Por Luis Machado Ordetx

 

«[…] Nadie nace sabiendo. El genio tiene que lanzarse desde el comienzo de su vida, a buscar el cauce por donde hacer correr su arroyo».

                   García Caturla

 

Chacón y Calvo, el hispanista, después de años de ausencia de la Habana, la capital cosmopolita, quedó deslumbrado con Caibarién, sitio en el cual distinguió, sin muchos parangones, hospitalidad y cultura artística y literaria en los moradores.

Durante el periplo que incluyó Manzanillo y Santiago de Cuba, llegó al costero pueblo villareño. Fue a disertar sobre «El documento y la reconstrucción histórica: Un conquistador español en el siglo XVIII», y detalló los valores espirituales del Archivo de Simancas, así como   apuntes poéticos de José María Heredia, el cantor del Niágara.

De las notas periodísticas publicadas por el Diario de la Marina, entre los  últimos días de febrero y mayo, respectivamente, se desprende que en 1929 el escritor estuvo en Caibarién durante dos ocasiones diferentes.

Tan grato resultó el conjuro, confesó a José Antonio Fernández de Castro, que «[…] fui a esa ciudad, invitado por la filial de la Hispano-Cubana de Cultura a dar una conferencia  […] La concurrencia numerosa y atenta […] Y lo curioso es que […] estaba integrada por personas de toda edad y condición. Salí de allí entusiasmado».

Obvio, no fue el primero de los viajeros que se prendó de la arquitectura, las bellezas natrales, de ambiente marino abierto, y de la hospitalidad de un pueblo que en su diversidad social, privilegió la diferencia en «las gracias concedidas a los actuales colonos y a los que en lo sucesivo se establezcan» en la otrora Colonia de Vives y Puerto de Caybarién (sic),  anuncio firmado por el Capitán General de la Isla en 1846, y recogido en las Memorias de la Real Sociedad Económica de la Habana.

El empeño por trascender, validado antes, adquirió notoriedad cuando se abogó, un lustro después, por un proyecto de ferrocarril que uniera a la naciente localidad, Caibarién, con San Juan de los Remedios.

Nada contuvo a los viejos y jóvenes moradores que, después de la demolición  la antigua hacienda Caibarién, de Narciso Justa,   optaron por el fomento de la población de acuerdo con el trazado urbanístico ideado por Estratón Bausá para la existencia de espacios vacíos, propios a la ubicación de una plaza, la iglesia, casas de gobierno y campo militar…

Allí está desde entonces la plaza, llamada después La Libertad, con el ancho paseo sobre una plataforma cuadrada. Por el rústico camino, de dos líneas diagonales,  en principio, llegó a finales de febrero de 1912 el genial ajedrecista José Raúl Capablanca, en viaje de veraneo y en encuentro con aficionados del Club Local de Caibarién. Una antológica fotografía delata al artífice del juego ciencia, luego del regreso en diciembre del año anterior de torneos en San Sebastián y Argentina,  junto a Ángel Portal, Bernardo G. Santamarina, Santiago Barceló, entre otros concurrentes.

Constituyó instante de gozo para Caibarién al abrir rutas hacia la modernidad. Ya aparecían edificios en torno a la plaza central, y tomaba auge el trazado recto de las calles y la radicación de emprendedores foráneos y nacionales dispuestos a trascender en ámbitos culturales. El  sustento económico que deja el trasiego del puerto, la pesca marinera y las vías férreas que vinculan a la localidad, así lo facilitan.      

Otra añeja fotografía, dos años antes de la llegada de Capablanca a Caibarién, también suscrita por Bohemia, exhibe al maestro Ernesto Jarque Gómez con la Banda de Música de la municipalidad. El más curioso de los hechos queda especificado por el redactor cuando precisa: «[…] población que presta apoyo a la música, y que se interesa por su desarrollo, es población culta, y ha de merecer consideración y simpatías generales».

A eso fue la Villa, Blanca, como Gibara según la denominación, con una plaza con dos líneas diagonales que enrumban a la sección circular. Ahí se localiza una mágica glorieta, de agosto de 1915, convertida siempre en punto de mirada del caminante que decide aventurarse para recorrer el paseo. La Glorieta es el más antiguo, primitivo, de los elementos arquitectónicos, diseñado con caja de resonancia, y remonta al pasado de aquel centro de recreo espiritual. Distingue en su belleza  una cúpula donde remata una lira de hierro.

Allí un siglo después, al resguardo de los enfurecidos vientos huracanados de Irma, unos pocos periodistas de ocasión, vimos en septiembre de 2017 cómo la vetusta pieza metálica se desprendió del habitual lugar de siempre. Fue lanzada  al piso para confundirse con ramajes de árboles. Después, con el decurso de los días, quedó restituida para ser lo que siempre fue, símbolo de preciosidad inigualable, de música perpetua.

Como entonces, todo aquel que arriba a Caibarién, por supuesto, tiende la vista hacia la diminuta pieza de hierro, como faro, tal vez guía espiritual. Así hizo Turina, el Cantor de Sevilla, cuando diferenció la Glorieta, y pensó en lo “desconocido de los caminos aparentes”, según un apostillado del crítico Rafael Suárez Solís.

El músico español se encumbró  por el ambiente de asombro que aguadaba durante la corta estancia. Antes también estuvo por Sagua la Grande, territorio cercano y de marcado espíritu cultural, y luego visitó Santiago de Cuba, tres y únicos sitios en los cuales se paró, muy alejados del ambiente capitalino de entonces.

Ese escurridizo y modesto artífice, como lo llamó Armando Maribona, vino a la Habana a dictar siete conferencias e ilustrar con su música a socios e invitados  de la Institución Hispano-Cubana de Cultura. Aquí viviría días con signos de encantamientos.

De aquel tránsito por territorios interiores del país, descontando los anuncios informativos del Diario de la Marina, es Turina quien deja nota en el Boletín Musical de Córdoba (junio de 1929), cuando dice: «Cerca de novecientos kilómetros separan la Habana de Santiago de Cuba. El paisaje es eternamente igual: cañas de azúcar, palmeras y de cuando en cuando, pueblitos a modo de factorías, con casas de madera y la familia negra a la puerta. Un ramal lleva a Sagua la Grande, a Caibarién, a San Juan de los Remedios. Son ciudades pequeñas, con su plaza central, y, casi siempre, un parque infantil».

No hay fechas exactas de las disertaciones, aunque se conoce que el periplo, incluyendo la estancia en Santiago de Cuba, ocurrió del  13 al 18 de abril de aquel año. Tampoco, hasta donde posibilita la indagación, precisan quiénes lo acompañaron y el tema elegido para Sagua la Grande y la capital de Oriente, así como  datos referidos a las  ilustraciones musicales relativas a las disertaciones.   

García Caturla hizo la introducción del compositor español ante los socios de la filial de la Hispano-Cubana de Cultura de Caibarién, unas de las seis existentes en el país a partir de 1926. Al viejo teatro Fausto acudieron otros invitados e interesados de la localidad para escuchar «La Música en el siglo XIX», título de la conferencia que trajo el visitante sevillano, apuntó María Antonieta Henríquez. Del día señalado, y qué dijo el compositor remediano, en convergencias y divergencias de criterios, así como de reseñas de la prensa en la ciudad, nada se conoce, por desgracia.

Meses después, también por allí estuvo Vicente Gelabert, el guitarrista bohemio, y apenas la reseña de su concierto recuerda la interpretación del «Preludio religioso» (Tárraga), «Fantasía, imitación al piano» (Viñas), y  «La guitarra» (V. González Castro), entre otras piezas propias y de autores diversos incluidas en el repertorio.

Tal como enaltece el estudio «Banda de Conciertos de Caibarién (1905-2021),  propuesto por Alberto T. Rodríguez Acuña, y que satisface su introducción, no olvidaré, al igual que hace el investigador, la entusiasta y exigente presencia de García Caturla en ese contexto pueblerino en el cual fungió como juez y músico.

No fue solo el «agravio», durante el debut inaugural en Remedios del Septiminio de Saxofones, de Abelardo Cuevas con música de García Caturla, lo que llevó al compositor de «Bembé» hasta Caibarién para fundar e diciembre de 1932  la Orquesta de Conciertos. También lo ataba un costado espiritual, de índole paterna que, aún en nuestros días, honra al artista y al padre, por igual,  con nombres de calles en la «Villa de los Cangrejos», como la denominó con absoluta admiración a  la localidad que lo acogía en profesión  y en arte de renovación.

Un sencillo detenimiento a la carta que envío García Caturla en febrero de1933 al poeta y ensayista José Antonio Portuondo, ofrece el reencuentro con la devoción: «[…] gracias al calor que he encontrado en mis veinticinco esforzados compañeros de Caibarién y buena parte de ese pueblo, amén del aliento que recibo de mis compañeros extranjeros y nacionales […] he vuelto a tener los bríos en mí acostumbrados, y esta bendita rebeldía que hincha mis venas y me encamina hacia la realización de mis ideales aun cuando el camino se encuentre erizado de púas».

Era otro García Caturla luego de «exabrupto» del público de Remedios. Con la Orquesta de Conciertos divulgó el sinfonismo clásico y contemporáneo, y también hizo transcripciones de compositores nacionales. Florencio Gelabert, añade María Antonieta Henríquez, aclara datos porque el exigente director remediano «[…] Encontró un camino abonado, pues los músicos de la Banda no solo tocaban marchas y pasodobles, sino un repertorio sinfónico». Era la experiencia consagrada por aquellos que desde antes de nacer la rancia Glorieta del Parque La Libertad, insuflaron Música y Cultura por y desde Caibarién.

Justo en ese deleite va Rodríguez Acuña, el investigador, en abierta y franca pelea por reconstruir la historia, según aparece en las páginas del libro. Un mapa cultural, literario, artístico, de periodismo e historia radial, y de itinerario musical en Caibarién, resulta imposible sin otorgar el debido sitio a la Banda. Aquella bisoña institución que, desde sus inicios en concurso, siempre mostró galas musicales que la hicieron trascender en la historia.

 La consagración de maestros, pedagogos de atril a la usanza de las añejas tradiciones, y de niños-jóvenes impuestos de sabiduría y constancia para asumir la música, dejaron atrás una estela estoica para levantar admiración y unir manos con aplausos sistemáticos. Y también convencer jurados y conquistar concursos.

En tal sentido Rodríguez Acuña deja un esclarecimiento,  cuando afirma que las Bandas Municipales surgidas en la primera década del pasado siglo, representan una continuidad histórica de la tradición anterior, y tienen el antecedente cercano en aquellas  de carácter infantil que se dieron cita en certámenes regionales del centro cubano. Ahí está el embrión, el acicate de los posteriores proyectos musicales.

En todo hay historias que contar, algunas olvidadas, desde el natal y siempre cercano terruño de Rodríguez Acuña, el artífice de este estudio. Más allá de un mero y sencillo ejercicio de investigación está la constancia por llegar al final del empeño  trazado y vencer escollos de la insuficiencia informativa en documentos. Allí, en el lugar en el cual falta el dato preciso, no hay suposición porque surge la aclaración idónea en apego al contraste y la debida acotación.

¿Cómo olvidar las ausencias reiteradas que presentan Diccionarios de la Música Cubana sobre el paso de compositores nacionalistas por esa región? Caibarién fue punto obligado para recibir en la última década del siglo XIX a Ignacio Cervantes, el Glinka cubano, Rafael Díaz Albertini, así como el Rey de las Octavas, Claudio José Domingo Brindis de Salas, en frecuentes giras artísticas. Los sobresaltos, por la gestación de la Guerra del 95, no constituyeron un valladar para los encuentros con los diversos públicos en protagonismo democrático, separatista e independentista.  

Los circuitos ferroviarios y marítimos favorecieron esas animosas colisiones a partir, casi siempre, de tránsitos que existieron desde la Habana-Sagua la Grande-Caibarién, puntos de asiduos contactos. No por gusto las líneas de vapores en mediodía de travesía cubrían esa ruta por la costa norte hasta sitio último: Caibarién. 

Los concertistas Cervantes  y Díaz Albertini están el 25 de agosto de 1892 en Caibarién. Son datos que, al menos, salvan los Anales y Efemérides de San Juan de los Remedios, escritos por el erudito José A. Martínez-Fortún y Foyo. ¡Qué fuera de la Historia de nuestra región sin esas valiosas aportaciones, y también las legadas por otros investigadores! Caibarién, muy a contrapelo de todos los datos que acunó la ciudad, en la primera mitad del pasado siglo tuvo más de 104 rotativos, entre periódicos y revistas. Algunos registraron efímera existencia, y otros una vida mucho más prolongada. 

Todavía conservo a mano aquella cronología que entregó Feliciano Reinoso Ramos (hijo natural de ese pueblo y primer narrador deportivo en Cuba), en la cual están nombres, años, cuerpo de dirección editorial y casas impresoras. Siempre estaré agradecido al viejo Jack Dempsey, así lo apodaron. Similar gesto, de Archipiélago, una Voz de Tierra Adentro para el Continente (1943-1948),  hizo Quirino T. Hernández con parte de ejemplares repetidos de esa publicación en formato tabloide.

Esa es la razón por la cual imagino a Cervantes y Díaz Albertini, por ejemplo, interpretando el “Dúo de Guillermo Tell”, y la fantasía “El Trovador”, así como “Adiós a Cuba” e “Ilusiones Perdidas”, de la autoría del Glinka cubano, según disfruto en relectura de los reportes recogidos en El Criterio Popular, de Remedios. 

 De ese caudal informativo, y de otros que aportan periódicos, revistas y Actas Capitulares pertenecientes al Ayuntamiento de Santa Clara, así como de testimonios orales y fotográficos acumulados por años, se apertrecha Rodríguez Acuña para justipreciar el antológico empeño de músicos por  ramificarse en el tiempo y en la historia hidalga de la Banda de Música del terruño natal.

Hay como una vuelta al pasado, y ojalá un día tenga continuación, cuando una década atrás y nuevamente en el añorado Caibarién, Marcos Antonio Urbay Serafín, decidió por vocación pedagógica impulsar la formación musical de los niños y crear una Banda Infantil, a al hábito de los originarios tiempos. Fue un paradigma. Los tiempos cambian, y el ánimo que insufló el Maestro Urbay, batuta en mano, desde el aula improvisada y la Glorieta, deja una estela, aunque el músico no esté físicamente entre nosotros, para prodigar la ruta luminosa que antes recorrieron otros.

Aquí está el homenaje que a todos deja, con sus aportaciones, la propuesta de Rodríguez Acuña, un estudio que jamás olvidará al Caibarién Musical adentrado en la inigualable historia de una Banda en todas sus épocas.

 



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