VITIER, VESTIMENTAS DE POESÍA
«[…] y el padre pudo morir en paz, porque
en su hijo continúa su mérito».1
José Martí.
Por Luis Machado Ordetx
Cintio siempre dejó un rastro de encantamiento desde que existió un primer encuentro, efímero, con el poeta. Fue de retirada, mientras yo, estudiante universitario, arriaba a la casa de Eliseo Diego para cumplimentar una entrevista sobre la narrativa fantástica, Divertimentos (1946), fin de los estudios.
Aquel contacto con el autor de En la Calzada de Jesús del Monte (1949) lo insufló Arnaldo Toledo Chuchundegui, el profesor-tutor, y en La Habana los investigadores Virgilio López Lemus y Enrique Saínz se encargaron de hacer realidad un diálogo que dejó profundas huellas en el esclarecimiento literario e histórico. También propició el momento inicial, de cercanías más próximas, con Cintio.
Luego no volví a ver a Vitier hasta que meses después apareció otro intercambio que no traspasó un instante de sencillos saludos de ocasión. Estaba acompañado de su inseparable Fina, la esposa y poetisa amantísima. Fue en el balneario de San Miguel de los Baños, allá en las cercanías de Jovellanos, durante un encuentro de jóvenes escritores.
Por último, en el teatro de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas, surgió de soslayo la mayor cercanía con su persona. Digo mayor porque ya repasaba vericuetos de su poesía, ensayística y narrativa. Después de las palabras de elogio, «Las lecciones de Cintio», expuestas por Abel Prieto Jiménez, y la lectura de agradecimiento del agasajado, «La infinitud cualitativa de la vocación esencial del cubano por su integridad: vivir en lo libre» —texto que acogió por título definitivo «En el reino de la gracia comunicante»—, dijeron que Cintio no daría acostumbradas entrevistas. Su estancia era breve y debía regresar a La Habana.
Los periodistas quedaron a la deriva aquella tarde, y solo tenían a mano el acontecimiento informativo: la entrega del título de Doctor Honoris Causa en Ciencias Filológicas otorgado por la Universidad. Claro, aquel martes 28 de diciembre de 1999 constituía un día difícil para la ciudad, al reeditar históricas toma simbólica, a imagen y semejanza de la llegada de los barbudos a Santa Clara.
El poeta, sus familiares allegados, y autoridades universitarias salieron por el pasillo oeste del teatro rumbo al Rectorado. Al abandonar el recinto de la ceremonia una comitiva, como casi siempre ocurre, cerraba el paso a cualquier intruso. No había formas posibles de llegar a Cintio.
Los maestros de periodismo, al menos en Vanguardia con Otto Avilio Palmero Rodríguez al frente, siempre aleccionaban en abrir trillos: «al cerrarse un camino trata de tomar un atajo». Eso permitió, más allá de la nota informativa, salvar en el tiempo las palabras de Cintio para los lectores cubanos de prensa plana. A mano tenía un pequeño sobre abierto con preguntas dirigidas al poeta. Las había formulado a priori pensando en el acto de fugacidad que acontecería. Nadie en la comitiva pudo impedir que al salir el venerable escritor le entregara, después de las felicitaciones, aquel documento.
Pasaron escasos dos meses, y lejos estaba de todo conocimiento el hecho relacionado con las respuestas a aquellas preguntas que el escritor guardó en un bolsillo del saco del traje color gris oscuro que lucía para la ocasión. Una llamada telefónica bastó para la certeza.
—¿Luis?
—¡Sí!...
—Es Cintio Vitier… Le confirmo el envío de su incisivo cuestionario, por lo que acerca a Santa Clara. Fue hacia la Dirección Provincial de Cultura; empleo uno de los correos electrónicos que usted ubicó.
—¡Gracias Maestro!; agradecido por su gesto. ¿Cómo está usted?; ¿y su familia?
—Todo bien; con mucho trabajo de investigación. Con las respuestas puede usted dar el curso que desee. Gracias por su interés en rebuscar en temas pendientes.
—¡No!; gracias a usted por dedicar tiempo a contestar mis interrogantes.
—¡No!; ¡no!; las gracias a usted. Soy un servidor de la Cultura y por la Cultura Cubana. Un saludo y un afecto siempre.
Ahí concluyó la conversación. De inmediato las respuestas quedaron plasmadas en papel impreso. El texto casi íntegro, porque contenía acotaciones particulares a mis estudios sobre la poesía de Emilio Ballagas Cubeñas, floreció en el suplemento El Santaclareño, de abril de 2000, y luego tuvo sus versiones, sin quitar un punto, en Vanguardia, Islas y Umbral, en el camino a la Cultura...
Tal como dijo Octavio Paz «Criaturas luminosas habitan las espesuras del habla...».2 Ahí está Cintio Vitier Bolaños (1921-2009), un venerable de nuestra Literatura.
El poeta, en toda su dimensión, es de esos hombres que tiene un ángel inagotable; un agua viva, de enorme manantial, fresco y pletórico. Es la anunciación de la palabra, el contrapunto, y la imagen tonal que diseñara Lezama Lima. Es decantar, con Cintio, el «árbol como sombra de la hoguera petrificada», y también hurtar y penetrar en la cubanía.
De excelente discípulo de Martí viene a Vitier ese espíritu al cuerpo, capaz de sustentar que « [...] el arte no ha de dar la apariencia de las cosas, sino su verdadero sentido»3 en un sitio en el cual la poesía usa su mejor vestimenta: la Patria.
De aquel instante por auscultar un «relámpago» del itinerario villaclareño de Cintio Vitier, detenido en ciertos atisbos de lo insospechado, aquí dejo testimonio de sus respuestas, en un fraterno diálogo que jamás dejó instante para la frialdad de la palabra.
—¿Qué significa ser distinguido con el título de Doctor Honoris Causa en la Universidad institución en la que su padre impartió la docencia y recibió idéntico galardón en 1956, y donde, además, usted fungió como maestro de la primera generación de profesionales formada por la Revolución?
— Un inmenso honor que solo puedo merecer en la medida en que haya sido digno de la espiritualidad cubana de mi padre.
— Lo cubano en la poesía es un libro que nació tras una petición universitaria y editó por vez primera la casa de estudios de aquí. ¿Qué recuerdos trae luego de cuatro décadas de publicado, y cómo lo percibe ahora cuando el encuentro con lo pasado es firmeza para la Patria?
— Recuerdo aquellas sesiones de Lo cubano en la poesía4 en el Lyceum femenino de La Habana, que entonces presidía Vicentina Antuña, entre noviembre y diciembre de 1957, como el convivo más emocionante de toda mi vida. La patria se nos revelaba dolorosa y gozosamente en medio de la sangrienta lucha de aquellos días. Sin saberlo nos estábamos preparando para un triunfo que todavía parecía imposible. Hoy siento que aquel libro, rápidamente publicado en el 58, gracias a Samuel Feijóo, era mi despedida del mundo anterior a la Revolución. Y fue también, en cuanto a testimonio de la raíz poética de nuestra historia, mi umbral hacia ella.
— En la decimosexta lección de Lo cubano en..., la dedicada a la poesía de Feijóo, planteó que tenemos que agradecerle a ese escritor «haber cogido a la isla en el aire, en la gloria, en la risa, en la majestad y en el desamparo». Después que la obra aumentó con los años, ¿lo afirmaría igualmente?
— Sin duda alguna. Samuel sustentaba la poética de la naturaleza, que a su juicio no era antológica, y, por tanto, su obra no tenía por qué serlo. Esto quizás haya confundido a algunos ante el exceso de su producción. Pero el autor de Beth-el; Faz; Himno a la alusión del tiempo; Violas; Diario abierto; La alcancía del artesano; La hoja de poeta; Versículos; El harapo al sol; tal como lo presenté en mi selección de 1984, además de extraordinario cuentero, narrador, investigador de nuestro folklore campesino, pintor y dibujante excepcional, es uno de los líricos más altos que hemos tenido desde Heredia a nuestros días.
— Con los años, ¿qué recuerdos inéditos de Samuel evoca para la historia de la cultura cubana?
—Aunque sean bien conocidos, siempre habrá que reconocer también los grandes servicios prestados por Samuel a la cultura cubana como editor de la Universidad Central de las Villas, de Islas, y de la impar y pletórica Signos. En lo personal más íntimo, aunque pudiera parecer lo contrario, Samuel era muy difícil de conocer realmente. Siempre estaba ocultándose, disfrazándose, pudoroso como pocos detrás de lo que cariñosamente llamábamos sus «samueladas». Después de años de escribirnos y visitarnos, una rara noche descubrimos al otro Samuel, develándonos con una infinita delicadeza el misterio de las trémulas luces amarillas que alumbraban las noches de sus amigos guajiros. Por lo demás, cuando se empeñaba, podía ser muy riguroso con su obra. Recuerdo los manuscritos de Violas, acribillados a enmiendas. Cuando leí la primera edición de Faz, escribí para El Mundo un artículo titulado «Orgullo por Samuel Feijóo». Aduciendo que no era digno de aquel elogio, su respuesta fue quemar la edición completa y rehacer el poema, que ya era espléndido.
«Tal es así que hay un inmenso Samuel escondido en ciertas zonas no vistas en ocasiones por los investigadores: su periodismo; en término de música de invaluable tesitura en la palabra, el discurso y la fotografía.
— ¿Cuáles vínculos sostuvo con intelectuales radicados en la localidad durante su estancia aquí?
— Mi condición de profesor, digamos, itinerante —ya que solo podía estar en Santa Clara tres días a la semana para poder cumplir con mis clases en la Escuela Normal de La Habana—, me impidió estrechar relaciones importantes con intelectuales villaclareños, salvo a los que ya conocía, como Samuel y Mariano Rodríguez Solveira. A Marianito y a Antonio Núñez Jiménez los encontraba con frecuencia, antes del triunfo, en la casa vedadense de Julián Orbón, el músico de Orígenes, adonde llegaban en viajes nocturnos que siempre sospeché no eran ajenos a los trajines revolucionarios interprovinciales del 58. Aunque solo oíamos música, todo parecía clandestino.
«Como dije en mis palabras de gratitud en la Universidad,5 el hogar de Marianito y Marta Ricart, fue otro hogar para mí en Santa Clara. Él fue quien me invitó a incorporarme al claustro de Las Villas, quien despidió inolvidablemente el duelo de mi padre y quien prologó sus Valoraciones póstumas.6 Fue un intelectual ferviente y luminoso, conversador cultísimo, amigo entrañable.
«De Núñez Jiménez ¿qué decir? Como geógrafo, espeleólogo y revolucionario, toda su vida fue un creciente servicio a la patria nacional y americana, fruto de una vocación alegre y un entusiasmo infatigable. Otros nombres y personas que recuerdo con gratitud son los de Hilda González Puig, su hermano Ernesto, el pintor; los rectores Agustín Anido y Silvio de la Torre; Gaspar Jorge García Galló, Alberto Entralgo...
— Dice que la «poesía significa un conocimiento espiritual de la patria, que va iluminando al país, y donde lo cubano se revela, por ella, en grados cada vez más distinguidos, distintos y hermosos». Pero ¿qué escribe ahora tras el tránsito acumulado por todos los géneros literarios?
— Mis dos géneros predilectos siguen siendo la poesía y el ensayo, aunque en verdad no me gusta considerar la poesía un «género literario», sino la fuente de todo lo que yo pueda conocer y pensar. Al poema acudo cuando él me llama; al ensayo, cuando lo necesito.
— Martí, definido por usted como «el mayor aporte de la Cultura Cubana a la universal», deja profundas raíces para los próximos siglos. ¿Cuáles cree más trascendentes?
— Creo que el legado cultural más trascendente de Martí reside en su inmensa vocación integradora que, como dije en la Universidad, "se negó a separar la materia del espíritu, lo invisible de lo visible, la estética de la ética, la política del alma, a Cristo del pobre, a Cuba de la cruz, a la utilidad de la virtud". Por ello pienso que debemos tender a integrar «nacionalmente todo aquello que en el pensamiento de José Martí se nos ofrece como un humanismo atesorado de esencias, proyectado hacia el futuro. Y no me parece que haya mejor programa espiritual para la humanidad en el próximo milenio.
— Despojado de su capacidad amatoria, así como del contacto diario en el hogar y el trabajo intelectual que desempeña junto a Fina García Marruz, ¿qué puntos más distinguidos atribuye a la poesía de su esposa?
— En mi antología Cincuenta años de poesía cubana (1952) señalé los tres elementos que me parecían sustanciales en la poesía de Fina: «la intimidad de los recuerdos, el sabor de lo cubano, los misterios católicos». Posteriormente su expresión ganó otras dimensiones, desde la más amplia y elocuente del Réquiem por la muerte de Ernesto Che Guevara, hasta esa «punta de lirismo» que según Claude es el humor, en Créditos de Charlot, y Nociones elementales y algunas elegías. Su diversidad y riqueza tienen siempre un punto de confluencia que pudiéramos llamar: lucidez de la misericordia.
— Emilio Ballagas, un poeta que fermentó una parte fundamental de su obra poética en Santa Clara, donde radicó entre 1933 y 1948, tuvo de usted grandes elogios ¿Cómo lo aprecia en la ensayística?
— Si hubo un escritor entre nosotros de vocación lírica absoluta, ese fue Emilio Ballagas. Aunque escribiera excelentes ensayos, en realidad no le hacían falta. Todo lo esencial que tenía que decir solo podía decirlo en el poema.
— ¿Qué falta a Cintio Vitier por regalarle a la sabiduría histórica y a la cultura nacional?
—Me falta todo, y es la conciencia de todo lo que me falta lo único que puedo regalar».
El poeta, tras agradecer las pertinaces y provocadoras preguntas, según afirmó en nota al margen, reveló otros vericuetos, no incluidos aquí, para adentrarme en los estudios sobre la lírica de Ballagas, un interés pendiente que desde entonces tuve. Hubo en sus respuestas una esencia y dulzura, casi paradigmática, del que toma la tierra por asalto y la hace propia, como si lo espiritual se convirtiera en celestial.
Notas:
1- José Martí: «En Casa» (sección originalmente en Patria, 30 de abril de 1892) ahora en Obras completas, t. V, p. 357, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
2- Octavio Paz: El arco y la lira, p. 35, Fondo de Cultura Económica, México, 2003.
3- José Martí: «La exhibición de las pinturas del ruso Vereschagin», en Obras completas, t. XV, p. 430, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
4- Cintio Vitier: Lo Cubano en la Poesía, Universidad Central de Las Villas, Departamento de Relaciones Culturales, 1958.
5- Cintio Vitier: «En el reino de la gracia comunicante», en Islas, 42(125): 7-12, julio-septiembre, Universidad Central de Las Villas, 2000.
6- Medardo Vitier. Valoraciones. [Con nota preliminar de Mariano Rodríguez Solveiras[, 2 t, Universidad Central de Las Villas, Departamento de Relaciones Culturales, 1958.
0 comentarios