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CAMINANTES EN SOMBRA

NUESTRO, TOM!!

NUESTRO, TOM!!

Desde Barcelona escribe Juan Carlos López, hijo del amigo y fotógrafo José Antonio López Godoy (TOM), recién fallecido en Santa Clara, su ciudad natal, y agradecido ante la crónica que publiqué hace unas semanas, quiso que incluyera el testimonio de Kenia, quien allá en esa ciudad española tuvo la posibilidad de compartir varias semanas con su suegro. Por el aprecio y devoción que los periodistas villareños profesamos a TOM, me lleno de gozo en reproducir esta sentida escritura en la que esa joven plasma el más lealísimo de los cariños a un profesional del lente que, del mismo modo en que conseguía excelentes instantáneas, ofrendaba humildad y solidaridad sin límites. Aquí va, estimada Kenia, tu regalo post-morten al magnífico amigo.

 


Sin dudas las parcas han actuado rápido en cortar el hilo de Tom: Ese "personaje", que halló su lugar en un sitio difícil y con dientes.

 


Gozó un recuerdo embriagado a fotos y sonrisas, que dejaban presas en sus mejores días. Pequeño, pero  como Napoleón, grande de ideas y de acciones, y en medio de ese pecho, un corazón que no cabía, desbordando riegos para todos.
Fue "Tom, Tomaso, Chetin, José Antonio", pero simplemente fue él, único, sincero y "a su manera"; tuvo el coraje de vivir la vida de tres hombres juntos.

 


Quienes verdaderamente lo conocimos con sus virtudes y defectos, pudimos entenderlo "cosa que a veces costaba", por su claridad de palabras. Aprendimos que ese pequeño era valiente y feliz, asumió papeles muy duros y no se movió ni una sola rama de sus cabellos, cortó robles con sus manos y siguió erguido y firme, cuidó su rosa marchita hasta que no le quedó ni una hoja, aún así la siguió mimando hasta que se secó.

 


Hijo, marido, padre, suegro, abuelo, maestro, pero ante todo amigo; un libro no basta para contar anécdotas entre su agitada vida y la silla de su casa. A veces eran tales sus peripecias, que se escuchaba un sonido ¡JOSE ANTONIO!, ya todos sabíamos quien era y pensábamos "que habrá hecho esta vez".

 


Saco miles de sonrisas, rió con los que posaban, peleó con los que enseñaba, pero no ha habido mejor instantáneo que ese Sr. llamado "Tom",con él no solo reían delante de su objetivo, sino que te quitaba tantas sonrisas, como horas le costaba dejarte lo mejor posible en el papel.

 


Cuando una persona, un padre, un familiar así se te va, el corazón se para junto con tu mente y te quedas a su lado, aunque sea desde muy lejos, imaginando lo que ha sido su vida y lo que tú has sido en ella, siendo parte de él.

 


Modestamente: Creo que se fue porque no podía estar solo, le faltaba su media mitad desde hace dos años y eso para él era mucho tiempo; ella tan especial, porque detrás de un gran hombre "siempre hay una gran mujer".Esa que le dio tres hijos "sus orgullos", aunque le costara tanto decirlo, esa que le comprendió, guió, orientó y que juntos con respeto, solo les bastaba una mirada para saber el siguiente paso, esa fue el agua de su fuente, su Cuqui, cuquita, mima, Iraida. Alguien que no se puede pasar por alto en estas letras porque si no, no estaríamos hablando de él, porque él era ella, y ella era él y así fue, la siguió.

 


Sorprendió, pero parco en sus sentimientos, así de poco expresó su muerte; se fue rápido y fugaz, como a él le gustaban las cosas, rápidas y claras; no era paciente y no habría tenido paciencia para morir, ni mucho menos para molestar demasiado a los demás. Su orgullo era tal, que se fue orgulloso y digno, Porque así era nuestro Tom.

 


Además de dolor, lo que más ha dejado es un baúl repleto, cargado de amor, bellezas y orgullo. Para que su luz no se apague nunca, nos ha dejado su aroma en nuestro ser, sus palabras, su vida repleta que contagiaba, sus risas...esas risas...Quienes lo queremos, seguiremos siempre riendo con él.

 


Te has ido, o se ha ido de ti lo que se ha tenido que ir, lo demás no se irá nunca, entre nosotros estás.

 


Te queremos todos, y los que no que se jodan, porque te fuiste como un hombre! Te quiere Kenia!!.

BALLAGAS, LAS INICIALES (IV)

BALLAGAS, LAS INICIALES (IV)

-  Instantes del recuerdo, precisiones del pintor cubano Manolo Guillermo de la Caridad Fernández García, ofrecidas en Varadero, el domingo 21 de octubre de 2007.-

 

Por Luis Machado Ordetx


«Emilio Ballagas había nacido poeta, ya lo era allá por el año 1934 cuando tomó posición de la cátedra de Literatura Española en la Escuela Normal para Maestros de Santa Clara. Por entonces ignoraba la valía de aquel hombre que irradiaba lozanía aun cuando era algo gordito, muy blanco de piel, cabellos negros, de fino bigotillo, y a la usanza de una pajarita de cuello y trajes de colores claros.


Cada vez que le recuerdo, lo veo con un libro debajo del brazo, como entretenido. A menudo visitaba mi casa. Estimaba mucho a mis padres, mis hermanos,  y fue para mi más que un amigo; era un hombre que me liberó en definitiva de aquel complejo que sentía por mi mala ortografía.


«En varias ocasiones llegó a la casa en compañía de Nicolás Guillén, poeta y camagüeyano como él, y amigos íntimos desde la infancia.

Ballagas fue también un visionario, murió relativamente joven, apenas tendría 50 años, y constituyó el primero del que oí hablar de la televisión, cuando ese medio estaba en pañales y no existía aún en muchos países del mundo. Recuerdo cuando una vez me dijo:


«Si logras algún día estudiar pintura a través de la televisión, podrás enseñar a otros que al igual que tú presentan dificultades para trasladarse a la capital en el afán de superarse».Tampoco olvido aquella ocasión en que aprovechando un viaje que dieron mis padres a La Habana me llevó a la Dirección de Cultura adjunta por entonces al Ministerio de Educación; allí nos presentó al Dr. José María Chacón y Calvo, y le solicitó que me proporcionara una beca para estudiar en la Escuela de Artes Plásticas «San Alejandro», en la capital.


«El titular de Cultura, mirando hacia el piso, sin dar el frente a mis padres y tampoco a Ballagas, se excusó de no poder satisfacer su solicitud y mi interés, al tener todos los créditos agotados. Comprendimos que Ballagas también había salido decepcionado de aquella visita, y no sabía como dar cauce a cualquiera de las conversaciones del momento.


«Sin embargo, el mejor consejo que me dio el pedagogo y poeta amigo, fue precisamente, cuando un día, al ver a mi mamá  regañándome por mi mala ortografía, aparte, me llamó y dijo:


«No hagas mucho caso a tú mamá, aunque ella sea maestra, pues, aunque son los seres que más nos quieren, suelen equivocarse; no te preocupes por la ortografía y sigue pintando, pinta mucho, exprésate con la línea y el color que, si llegas un día a ser un buen pintor, tu ortografía y todos tus pecados te serán perdonados, y no olvides que Francisco de Goya, el famoso pintor español, pasó a la literatura con sus cartas plagadas de faltas de ortografía, y ¿tú crees que hoy exista alguien capaz de criticar por ello al más grande genio de España?»


«La última vez que lo vi en vida fue cuando una tarde conversaba conmigo en su apartamento de la calle Marta Abreu y Carretera Central. De pie, en el balcón, con un brazo extendido, trataba de comprobar si llovía, mientras unas ligeras gotas de agua ya le caían encima. Así era de entretenido este modesto y gran poeta amigo de la familia.»            

 

BALLAGAS, LAS INICIALES (III)

BALLAGAS, LAS INICIALES (III)

Profesor-alumno, dice la Doctora en Pedagogía Orbelia Palomeque Ríos, en declaraciones dadas en Santa Clara, lunes 13 de agosto de 2007.-

 

Por Luis Machado Ordetx

 

«Sin darme realmente cuenta, me sentía muy dichosa de tener un poeta-profesor: Emilio Ballagas, el de los versos de Sabor Eterno. Cursaba mi segundo año en la Normal de Maestros de Santa Clara. Estudiaba intensamente, casi sin tiempo de pensar en mis deseos de leer sus versos, y yo también de hacer algunos míos, porque al terminar el bachillerato el año anterior, tuve la osadía de matricular Derecho en la Universidad de La Habana, yendo solo los días de exámenes, mientras aquí recibía otra carrera.


«Así una tarde nos reunimos los dos grupos en el Aula Magna de la Escuela, mientras el Dr. Ballagas se disponía a impartir su clase. Hubo de salir del recinto por un momento, y al quedarnos solos y sin el profesor al frente, empezó la gran algarabía, olvidando clase y profesor, y también la disciplina. A su regreso al aula, el Dr. Ballagas al ver que nadie se dio cuenta de ello, y él esperó hasta que su paciencia se hiciera tangible, entonces cayó el silencio poco a poco, hasta hacerse general. Con su mirada triste de siempre, con su voz pausada, erguido en su pequeña-gran estatura, nos dijo: «Ustedes no son realmente culpables de haber olvidado que están en una clase. El único culpable soy yo, por no haber sabido, con mis palabras y mis clases, llegar a interesarlos a ustedes, y así solo tengo un camino, abandonar el aula.»


«Empezó a recoger sus papeles lentamente. Aquellas palabras me llegaron muy hondo, y sin pensarlo estaba de pie y le dije: «No, Dr. Ballagas. No es usted el culpable, somos todos nosotros, por no haber podido apreciar y comprender la grandeza y profundidad de sus clases, por no poder estar a la altura del profesor que tenemos. Le ruego, en nombre de todos mis compañeros que nos perdone, que olvide, si es posible, este momento de inconsciencia de los que aquí estamos.


« Así, yo tuve el gran privilegio, de que luego me escribiera no sé donde, "A mi alumna, Orbelia Palomeque, ya en el anecdotario de mis clases".»

 

BALLAGAS, LAS INICIALES (II)

BALLAGAS, LAS INICIALES (II)

Palabras de Poeta, según Carilda Oliver Labra, en diálogo concedido en Matanzas, viernes 11 de mayo de 2007.-

 

Por Luis Machado Ordetx

 

«Sobre Emilio Ballagas, ya que lo preguntas, siempre hay mucho que hablar. Pues quien lee su poesía, quien sabe interpretar ese yo profundo que hay y persiste en sus versos, ese climax que envuelve toda su obra, esa originalidad dentro de lo que pudiéramos llamar un neorromanticismo, muy depurado, muy original, muy puro, alejándose, ya lejos de algunas deficiencias, pudiéramos decir, cosas que nos perturban un poco y no acaban de gustar.

«Ese neorromanticismo, que ya empezaba a estar en derrota, ya estaba siendo vencido por nuevas corrientes, no retóricas, como algunos plantearon cambios y empezaban muy lejanamente una poesía menos retórica, una poesía de ideas en la que el ritmo era menos importante, cuando en realidad eso siempre fue importante.

«No podemos adentraros en esas deficiencias, porque esta breve conversación a solas que hago, este monótono, sería interminable; además, estudiar a Emilio Ballagas, es, pudiéramos decir, un deber de todo crítico literario cubano, y ni una cosa ni otra me considero.

«Soy simplemente una poetisa que tuvo el honor, no de conocerlo, porque realmente no tuve el honor de conocerlo, pero sí de que él fuera el miembro del jurado que otorgó el Premio Nacional de Poesía de 1951. El libro que obedeció fue Al Sur de mi Garganta, que había sido publicado en noviembre de 1949, pero el concurso abarcaba 5 años, certamen que marcó los años anteriores hasta el 50.

«En julio del 51 yo tuve el honor, el gusto y el placer, la emoción, diría, de recibir ese Premio, uno de cuyos jurados, el más importante, era él. Le escribí, me acuerdo, dándole las gracias y contestó, y tuvimos una breve correspondencia también. Él siempre era un maestro. Yo empezaba, y él era un gran maestro ya de la poesía, pues siempre, tan modesto, por no decir delicado,  me hizo algunas observaciones. Por ejemplo, recuerdo que me dijo muy bien que no usara demasiado la primera persona, que tampoco empleara algunas variantes, como el mi y el me, y vaya, eran cosas que yo, bisoña, empezaba, no conocía.

 «Eso me sirvió de mucho, mucho, esa ayuda que parecía ligera, pero que ya en ella, había un baluarte, un apoyo, una cosa en que ampararme. Era un hombre sin envidia, sin rémoras de ningún tipo; amaba mucho la poesía, era un credo que tenía, y su poesía ha dejado una estela. Yo recuerdo que Dulce María Loynaz, a quien no conocía entonces, pero conocí después, tenía un especial sentimiento, una admiración. Me decía de los nuevos, entonces, él era nuevo respecto a ella, por supuesto, era el más estimable, el más sincero, un verdadero poeta, quien no tenía influencias; que esto y que lo otro...

«El último que me habló mucho de Ballagas fue Mario Benedetti, fecha en que tuve el gusto de que viniera a mi casa y también el placer de presentarlo en el Teatro Sauto, en la Atenas de Cuba, durante la visita que hizo a Matanzas y el recital que ofreció allí.»

 

BALLAGAS, LAS INICIALES (I)

BALLAGAS, LAS INICIALES (I)

-Uno de los más grandes líricos en la Historia de la Literatura Cubana arribó el viernes 7 de noviembre al primer centenario de vida, y aún persisten capítulos inéditos por redescubrir en su vasta producción artística y pedagógica.- Santa Clara tiene deudas impagables   en todo el reconocimiento que merece ese creador.

Por Luis Machado Ordetx

               «¡Líbranos Dios del invierno de la memoria! ¡Líbranos Dios del

                           invierno del alma!».1

                                                                    José Martí

 

El sexto día de la semana encarnó un sutil des(encuentro) para el poeta Emilio Ballagas Cubeñas, considerado, tal vez, un agónico escritor en medios de quebrantos espirituales y económicos en tiempos de la seudorepública: nació y falleció un sábado, primero el 7  de noviembre de 1908 en Camagüey, luego el 11 de septiembre de 1954 muere en La Habana tras descubrirle en Santa Clara una enfermedad incurable en los sistemas renal y hepático.

Sin embargo, el demiurgo Ballagas, cincelador hasta el acabado perfecto de la palabra oral y escrita, dada a conocer en esta ciudad y en otras del país o el extranjero durante las cuatro primeras décadas del siglo pasado, vino a nuestra Escuela Normal de Maestros en 1933, recién graduado en La Habana de Doctor en Pedagogía, empeñado en ocupar la Cátedra de Gramática y Literatura, y aquí permaneció casi tres lustros en el contagio de las aulas, las tertulias culturales, las redacciones de periódicos y el encanto por desbordar las emociones personales por medio del verso, las disertaciones teóricas o la ensayística.

A Santa Clara, vine acompañando a Pepilla Vidaurreta, quien asume la dirección del plantel educacional, y entabla relaciones con intelectuales de la localidad, y junto a los pintores Domingo Ravenet Escuerdo y Ernesto González Puig, publica en 1934 el Cuaderno de Poesía Negra, versos impresos en la casa editorial La Nueva, ubicada en la calle Independencia esquina Villuendas. La tirada de 500 ejemplares, con los dibujos de los dos amigos pedagogos, se agota de inmediato después de las ventas en la Librería Casa Orizondo.

Interviene como un escritor anhelado en la conformación de las páginas de la revista Umbrales, dirigida por María Dámasa Jova Baró; intercambia impresiones y confecciona artículos para el periódico La Publicidad;  anima el surgimiento del Club Umbrales y las programaciones radiales Audiciones Umbrales y la Hora Hontanar  -transmitidas por la emisora CMHW-; va a las tertulias de la Academia Luz y Caballero, patrocinada por Onelio Jorge Cardoso; al Ateneo de Villaclara, y también a  reuniones informales con comunistas del calibre de Gaspar Jorge García Galló.

Severo Bernal Ruiz [Santa Clara, 1918-Id, 1990], figura como albacea y guardapapeles de Ballagas en períodos en que reside en la ciudad o en Nueva York, y gracias a la correspondencia entre ambos, incluso a las documentaciones conservadas, se reconstruye el paso por la localidad; los instantes significativos de las conferencias y las intervenciones en tertulias y ambientes intelectuales: da a conocer sus poemas «sociales y de servicio» en favor de la causa de los oprimidos; imparte las conferencia «La condición martiana» a reclusos políticos y comunes de las cárceles de Santa Clara y Remedios, así como el texto teórico  «Castillo interior de poesía», dictados jueves 28 de enero y el viernes 14 de mayo de 1943, respectivamente, a instancias de la Sociedad Artístico-Cultural Ateneo de Villa Clara, radicada en la Biblioteca Martí.

En medio de la mojigatería y el provincianismo, define esencialidades de la poesía moderna; su alejamiento de modas, y hurga en la unidad histórica, universal, que pre-existe en la composición de versos ceñidos al acontecer diario del hombre; del presente o el pasado histórico y social.

En la segunda dice: «No copiar, no imitar, crear una obra de arte por ella misma -o, de otra manera: una obra de arte es una realidad cósmica que el artista agrega a la naturaleza...»; pero en febrero de ese año, Ballagas está urgido de labores pedagógicas, a la par que prepara otra disertación confirmada el domingo 11 de abril: el sitio es el Aula Magna del Instituto de Segunda Enseñanza, y por tema «El aporte vivo de Heredia a las Letras Cubanas», texto panorámico que inició el curso de Extensión Universitaria de ese centro docente.

Tal vez como en ningún otro lugar de Cuba, en esta ciudad Ballagas se impregnó de la gracia de las conversaciones y el conocimiento para «adentrarse» en costumbres, mitos y la cultura religiosa de los afrocubanos.

Toda se poesía transita en un conocimiento singular y religioso; del río, y la miel de abeja; del amor y la feminidad; de la simpatía y la fiesta, y su lírica suscribe atributos inherentes a la concha,  los corales marinos; los collares de cuentas y los colores amarilla o ámbar; rojo, verde esmeralda; las yerbas esenciales de asiento; las flores de las deidad, así como del desgarramiento intimista y los quebrantos espirituales.

En Ballagas, como en ningún otro poeta cubano, hay que persistir en la investigación, para situarlo, tal como se debe, en el preciso y justo reconocimiento que requiere. Tres testimonios, de un modo ejemplar, lo circunscriben, en el breve tránsito de su existencia, en el instante lírico, del pedagogo, y también del velador de las esencias humanas, para dejarnos, justo, la inicial que reclama.   

 

 

LENNON, AL PIE DE LA RAZÓN

LENNON, AL PIE DE LA RAZÓN  

Por Luis Machado Ordetx

 

Fue un lunes 8 de diciembre de 1980: el mundo se conmocionó, a la entrada del edificio de apartamento Dakota, en Nueva York,  el fanático Mark David Chapman disparó «a boca de jarro», contra el ex Beatle John Lennon, y lo dejó sin vida para acallar los pronunciamientos de una figura emblemática en defensa de la paz, los derechos civiles del hombre, el amor, la amistad, la excelentísma música y el enfrentamiento a la injerencia económica, social o política en los destinos de otros países.

 

Mientras Chapman, el autor del magnicidio, cumplió su condena de 20 años en 2000, y aún permanece en el Correccional de Attica, al negársele en cuatro ocasiones la  libertad condicional debido a la «naturaleza inusual» y violenta de su delito, cuantos crecieron con la música de Lennon y sus coetáneos, tienen fresco momentos en que desde centros universitarios, plazas o calles cubanas, escuchaban escondidos aquellas estridencias que venían de lo mejor del rock, el jazz y todas sus derivaciones y ritmos country en los que siempre predominó el idioma inglés como medio efectivo de comunicación.

 

Por tiempo, hablar o escribir en inglés era un pecado, como un violador de Pr 4.26: «Que tus ojos miren lo recto y que tus párpados se abran a lo que tienes delante», y mucho menos se podía  pensar en rúbricas del denominado arte en la piel (el tatuaje) o profesar credos religiosos, por incompatibles que fueran o distender el pelo en el sexo masculino, tal como uno quisiera.

 

Estudiantes de carreras de Humanidades, aturdidos por el latín, el griego y el francés de las clases, y también de Gramática Española, junto lecturas del boom de la Literatura Hispanoamericana, escapábamos para empaparnos con las lecturas de la primeras ediciones, casi clandestinas hechas por el infatigable Samuel Feijóo de las novelas  Paradiso, de Lezama Lima, así como los ejemplares que llegaban de Tres Tristes Tigres, de Cabrera Infante, los rumores de la Montaña Mágica de Thomas Mann, y las piezas magistrales de Joyce, Proust, Tolstoi, García Márquez o Rulfo...

 

Juntos, casi pegaditos, se sentían sonidos, en latir inconfundible de cada cual, de Chicago; Blood, Sweat  & Tears, Electric Light, Five Dimenssion, Jaco Pastorius, Ray Charles, Gillespie, Tears for Tears, y no sé cuanto estridente, melodioso y de pegada mundial llegara a nuestras manos.

 

Como pensar en esos tiempos de agrupaciones cubanas que abordaran esos sstilos. Era como una osadía. En un litigio de trueque, de aula en aula, porque apenas la música en inglés se difundía por la radio nacional y mucho menos por la televisión, gozábamos aquellos instantes, casi inolvidables, mientras que esa lengua universal, madre, como todas las lenguas, de los pueblos, se afiebraba en el oído de una generación que cobraba signos perdidos entre manuales rusos de teoría marxista-leninista apagada por la práctica social.

 

A muchos se endilgó un cartelito: «Tienes problemas de tipo...», como si el arte tuviera una sola patria y no la identidad universal de los pueblos, su masa nutriente, desprovista de una bandera, un signo, y una fusión: la realidad misma de la cultura latiente de la idiosincrasia común, esa que se insufla en piezas de Mozart, Chaikovski, Cui, Glinka, Rimski-Kossakoff, Beethoven, Wagner.

 

Idéntica dimensión que encuentro en los ritmos cubanos, transportados por el sentido magistral de los negros africanos, de los españoles de diversos lares de la Península y de los Chinos migrantes que como mano de obra barata fueron contratados, bajo signos de explotación, para trabajos forzados en la isla en tiempos que la trata negrera y los adelantos científicos impusieron trabas al sostenimiento de la esclavitud.

 

No por gusto esa riqueza que extrajo Alejandro García Caturla, Nim-Cumell, Roldán, y los de Renovación Musical a sonoridades que se escaparon gracias a la universalidad ilímite, como ocurre en las escrituras poéticas de Guillén, Regino Pedroso, Ballagas o Carpentier, textos en que la música se hace amante de la sonoridad de la palabra, con ritmos y cadencias.    

 

Hoy veo el monumento a Lennon, profanado varias veces en una amplia plaza del Vedado habanero, y recuerdo cuánto tiempo ha pasado del magnicidio de Nueva York, y pienso que en los signos de locura de Chapman está la voracidad individualista, no solo de un sistema, sino de una sociedad, dispuesta a segar la actitud de un hombre ante la vida, por el solo hecho de  revolucionar la música, desde temas hasta sonoridades,  y dejar una influencia que nadie ante la historia.

 

Muchos de los amantes villaclareños, a unos 270 kilómetros al este de la Habana, reunidos en el Centro Provincial de Patrimonio -auspiciados por la Sociedad de Arquitectura de la UNAICC-, en la calle Céspedes 10 esquina Plácido, en Santa Clara, traerá otro día de vida a John, y dialogan, rememoran sus canciones, acontecimientos, las giras internacionales y discutirán y difundirán, ya no escondidos, como antes, los textos antológicos escritos por los Chicos de Liverpool.

 

Este sábado también recordarán allí en aniversario 27 de la muerte de Lennon, y de invitados especiales estará el trovador Alaín Garrido, integrantes de la Compañía Danza del Alma                   -anfitriones de la Tercera Temporada Para Bailar en Casa del Trompo-, y el Trío Raptus. También se exhibirá un documental que contiene el concierto homenaje al creador de «Imagine», efectuado en Nueva York en octubre de 2001.

                                               

TAN (DE ARMAS)

TAN (DE ARMAS)  

Por Luis Machado Ordetx

 

(Testimonio del declamador villaclareño Severo Bernal Ruiz, integrado al dossier del investigador).

 

 

                                                             

 

El olor a madera podrida, esa que recala en la orilla, siempre rociada del salitre y el vaivén y el frescor que traen las olas, extasió a Ramiro de Armas, un poeta que desde Caibarién desafió con los versos las desdichas humanas, tal como acarreó un seudónimo que lo trasladó, junto al enflaquecimiento físico, el alargado cuello y la aquilina nariz, a las plazas menos agrestes que fomentaban ánimos literarios.

 

No sé por qué de la existencia del mote, aunque decía: «Soy de Armas tomar». Su auténtico calificativo: Ramón Arenas Hernández,[1]  sencillamente Tan, apelativo llano que circuló con revelada insistencia por Santa Clara, La Habana o Manzanillo y otros territorios, donde procreó historias, propagó escritos y difundió a los cuatro vientos metáforas endiabladas que, en idéntica medida, penetraban en la idiosincrasia y enfilaban hacia el goce de la espiritualidad rastreadora e hipercrítica.

 

Fue un creador espontáneo y natural por el conocimiento de la perceptiva literaria. La avidez particular empeñada en instruirse en los más disímiles instantes, lo cautivó a  andar por círculos literarios en los que persistentemente siempre encontró a amigos leales. Todavía aquí tengo escritos de aquel tiempo, donde, sin importar la virginidad de las hojas, estampó versos con una caligrafía impecable, mientras en otros  mecanografiados se testimonian similares sellos de originalidad.

 

Afanoso perseguidor de las sesiones teóricas y las tertulias del Club Umbrales, y también de las existentes en el Central Merceditas y del encuentro con Navarro Luna, en Manzanillo; recibió, además, una hospitalaria acogida de Ody Breijo en Artemisa o el topetón con Raúl Ferrer y Onelio Jorge Cardoso, en Yaguajay, al tiempo que recorrió  las peñas personales y disfrutó de la poesía que animó Arturo Doreste, allá en Santiago de las Vegas.

 

Tipo humilde el amigo Tan, forjador de un verso insólito que marcaba desgarramiento alejado de cualquier soledad, aunque fuera un parto angustioso con un fragmento de la realidad. Encontrarlo en Caibarién o Santa Clara, constituía un disfrute, un estado de silencio, de reflexión introvertida y de ocurrencias sinceras y nobles.

 

Así lo percibí en la Imprenta «Muñiz», en los afanes tipográficos, rodeado de cajas, grabados, máquinas y papelerías que ordenar, y lo aprecié como vendedor ambulante de huevos o como bodeguero en momentos en que el hambre familiar aprentó de una manera desmedida. Cuando arribaba cualquier amigo poeta, de pronto, saltaba de euforia, y no lo «desclavaba» hasta que por último leía sus versos más recientes.

 

 Bien que lo traigo a la memoria cuando acudía a los recitales diarios de poesía negra que yo difundía por la emisora CMHX, en Tristá y Virtudes, aquí en esta ciudad. Luego íbamos juntos al diálogo diáfano con otros escritores. Siempre traía nuevos textos, para mostrarlos con un aire campechano y auténtico, en la lectura sincera.

 

Gozoso, arrancaba a las necesidades familiares, algún que otro centavo, reunido en el afán de financiar la publicación de los libros de versos -casi todos impresos en Tipografía Americana, Rumbos Nuevos, en Caibarién-, y en el propósito venía obsequioso hacia los amigos para mostrar la prenda lírica.

 

El Luchador, un periódico de Uruapan, Mich, República Mexicana, sacó un comentario de Pedro Escobedo, tras la impresión de Cromos en Arte Menor,[2] texto que fue reproducido a los pocos días en La Publicidad, en Santa Clara, donde el crítico precisa determinadas características intrínsecas a los valores poéticos que, por un tiempo, persiguieron a Ramiro de Armas en el hacer literario.

 

Dice: «[...] es un pequeño volumen de poemas que cantan, que revelan, que consumen en su esencia, la vida, las costumbres y el sentimentalismo de los negros.

 

«Ramón Arenas Hernández, llama a sus poemas "versos negros" y modestamente subtitula su obra calificándola de "Arte Menor". Nada de eso: en la obra de Ramiro de Armas no hay "Arte Menor", sencillamente porque el Arte, en cualquiera de sus múltiples y policromas manifestaciones, siempre es Arte: sublimidad, belleza estética, perfección y precisamente en el difícil estilo que aborda el magnífico poeta, hay todo eso.

 

«Profundo observador, penetrante auscultador de las costumbres e idiosoncrasia de los negros, Arenas Hernández, poeta-psicólogo, describe con singular atino, con vívidos tintes y con melódico y armonioso estilo, los mitos, las gracejerías, las penalidades y el estoicismo de esa noble raza de bronce.

 

«[...] Arenas Hernández plasma la rumba; ese baile afrocubano, frenético, sicalíptico, ardoroso, pero salvajamente bello que cultivan en su tierra con frenética devoción los negros, y que pasando mares y fronteras, ha invadido los más aristocráticos salones del orbe entero[3]

 

Un año después Ramiro de Armas afincó otro parto poético, con la singularidad y la estridencia que el anterior: Cartones de la zafra; pero en 1941, con Yo canto a La Habana, tocó el punto de cristalización literaria. Diferentes elogios, y también críticas, recibió por todas partes. Esos instantes los asimiló con humildad, propio de su temperamento.

 

Todavía con el frescor de la tinta de la editorial Rumbos Nuevos, de Caibarién, La Publicidad, en Santa Clara, fue escenario del aplauso. Onelio Jorge Cardoso, el amigo cuentista, reseña y expone:

 

«Yo no sé hasta donde es posible la legitimidad del verso y hasta del poeta mismo. No podré hablar precisamente de lo que no sé; sin embargo todo camino que sirva para conducir a una gran verdad colectiva e individual me parece bello, y justo esto me sucede con el nuevo libro de Ramiro, intitulado Yo canto a La Habana. Si tuviera poderes para hacer reparos sobre técnica de poesía -valga el atrevimiento- confieso que lo guardaría para otra ocasión, cuando se tratara de otro libro, no de éste, pleno de injusticias irreparadas y de punzantes angustias, libro que acusa a una Ciudad. A la Ciudad que vuelve su espalda a los hombres sin pan y sin techo. A mi me gana la tremenda sinceridad de Ramiro de Armas, que entre el cenáculo de angustias humanas da a cada ente su apretada ficha de animal herido hasta la entraña.

                                          «Todas las voces callaron...

                                            La capital surgió entonces,

                                            como una entraña doliente.

                                           ¡Callaron todas las voces,

                                           y sobre el grave silencio,

                                           -propiciación de la noche-

                                           rompí mi angustioso pecho,

                                            sellé mis labios salobres...»

 

«Ahora, me pregunto: ¿Hasta dónde estamos en deber de agradecimiento al poeta que se indigna ante el crimen del hombre? Piénsese que Ramiro es padre, económicamente desposeído, y sin embargo ha hecho el sacrificio enorme de su libro. Este es nuestro buen Ramiro de Armas, un hombre largo, quijotesco, que vive y espera en Caibarién[4]

 

En esa edición suscribí: «[...] esa Habana de puestos y fondas de chinos en escandalosa profusión, de prostitutas enclaustradas tras la tupida malla de un postigo demasiado pequeño para asomar su gran tragedia. La Habana de emisoras atestadas de artistas pedantes y pepillería vacía que corre tras las mariposas del autógrafo anhelado , -esa Habana de estrechas calles-, demasiados ruidos; ¡tanto maraquero, tantos vendedores, tantos cines incubando desvergüenzas, tantos policías de tránsito    -detectores de esquinas-, tanto ir y venir hacia miles de rumbos, tanta miseria buscando una reja pequeña por donde asomar la garra para atrapar el mendrugo-, fieras agazapadas en jaulas de oros, tanta HAMBRE que la cámara fiel de tu libro ha llevado al lienzo del mundo, hábil cameraman de tanta podredumbre, Ramiro de Armas!..[5]

 

Fíjate, pasaron los años, y aquí tengo detenidos algunos versos inéditos que, desde Caibarién o La Habana, remitió Ramiro de Armas. No me cansaría en resaltar aquella acuñación: «cámara fiel de tu libro», y destacar su percepción cinematográfica para enfocar el desgarramiento interior que el amigo Tan siempre exhibió en los poemas o las más elementales estrofas que compuso.

 

Luego, por cuatro años seguidos, se sumó a otro empeño: la revista Archipiélago, una voz de tierra adentro para el Continente, proyecto que, con el ánimo de Quirino H. Hernández, Antonio Bucheiro Ciaffi o Clotildo Rodríguez Mesa, erstremeció desde la Villa Blanca a otras partes del mundo.[6]

 

Con Ramón Arenas Hernández, para algunos Tan, y para otros, simplemente Ramiro de Armas, siempre habrá una impagable deuda para tributarle un justo reconocimiento por las contribuciones que traspasó al campo de la poesía; por los sacrificios financieros que se adjudicó con la publicación de sus libros y por la animación cultural que encarnó, no solo en Caibarién, su ciudad natal, sino también en otros sitios.

 

Revivirlo es imposible, pero recordarlo constituye un mérito, por los temas y recursos que emprendió en poesía y periodismo. Nada se fugó de la pupila, y en los instantes de meditación profunda, siempre dispuso de un tiempo para reconstruir la realidad a partir de las enseñanzas impartidas o acumuladas por una memoria a prueba de perfección.

 

Nada le pertenecía: aquí amontono cartas, saludos, poemas y fotografías transferidas con la virginidad del primer día. En papelerías los tópicos dibujan el paisaje costero, las angustias del hombre común, el grito silencioso del amor, la perfidia de la vida, la discriminación racial, el canto al futuro y la rebeldía perenne ante las injusticias sociales.

 

Permite que, entre esos documentos, resalte uno, confeccionado en una servilleta del Hotel Comercio, de Justa 28 esquina a María Escobar, Caibarién, y fechado en La Habana, octubre de 1938:

                      

«Yo soy un poble niño»

 

Yo soy un pobre niño de mirada perdida,

                que se extasía en la noche, contemplando la luna,

     y en el fondo del alma llevo escondida una,

      nostalgia incomparable que me legó la vida.

                      En lo más hondo sangra -como una fresca herida-,

                                       el dolor de una sombra importuna,

         por la torva miseria que, imprevista se acuna,

            en la senda inconforme , a mis plantas tendida.

                                        Llevo mis sueños rotos,

                                        en la mano me brotan cuatro palabras,

                                        sordas, de los labios,

                          y azotan mis pupilas veladas, aires de noche en calma.

        El tormento me anima a cantar las tristezas,

           y la existencia cruzo, por las turbias malezas,

               como un enorme buitre, arrancándome el alma.[7]

 

En algunas prosas poéticas que escribí, sobre diferentes temas, a mediados de la década de los años 40, hay una dedicada a Tan, y allí especifico determinadas características que lo acompañaron como persona. Ahora, como lo solicitas, la refiero:

 

«Tus manos tiernas siempre en restañar heridas, esparcen a los vientos hermanos de la tierra, el semillero prodigioso de tus palabras tibias, y el licor ardiente que anda por tus arterias sería festín precioso al útil trajín de las abejas...

 

«Siempre sobre el rencor y el ultraje alevoso, al volar de la rama tranquila de tus labios, la mariposa alegre de tus palabras buenas, dirías como el bondadoso educador Fray Luis, al iniciar parábolas y enaltecer virtudes: "Como decíamos ayer..., ser bueno cuesta poco y el fango no se ha hecho para lanzarlo al viento, al rostro, a la conciencia..."»[8]

 

Todos, unos y otros, vinculados al Club Umbrales, y frecuentes a reuniones en diferentes territorios cubanos, asumimos la costumbre de intercambiar nuestros últimos escritos, y hacer críticas respectivas. Ramiro de Armas, cuajado ya en un estilo propio, siempre llegó con el oído presto y un inconfundible rostro de fidelidad a la lectura de sus textos.

 

Tal vez, con una voz pausada, nítida del que apenas quiere hacerse notar, aun cuando la camaradería lo impulsara a precisiones, este lírico de Caibarién, probó por siempre que, desde el conjuro de los maderámenes  sucios y olorosos por el contagio del salitre, sencillamente era, para todos, un hombre Tan (de Armas) en su existencia perpetua.  

 

 

 



[1] Ramón Arenas Hernández: [Caibarién 1904-Id, 1986]. Poeta, periodista y animador cultural.

[2] Ramiro de Armas (1937): Cromos en Arte Menor, Tipografía Americana, Ediciones Rumbos Nuevos, Caibarién.

[3] Cfr. Pedro Escobedo: «Vanguardia cubana», en La Publicidad, 34(12094):2, Santa Clara, Las Villas, lunes 15 de agosto de 1938.

[4] Onelio Jorge Cardoso: «Un libro y un carácter: Ramiro de Armas», en La Publicidad, 38: (13053):1-2; Santa Clara, Las Villas, miércoles 29 de octubre de 1941.

[5] Severo Bernal Ruiz: «Un rincón literario: palabras a Ramiro de Armas: Yo canto a la Habana», en La Publicidad, 38: (13053): 4, Santa Clara, Las Villas, miércoles 29 de octubre de 1941.

[6] V. Diccionario de Literatura Cubana (1980): t. i, pp. 65-66, Editorial Letras Cubanas, La Habana.

[7] En Manuscrito, en Archivo del declamador. El autor conserva una fotocopia.

[8] Severo Bernal Ruiz: «Tan», prosa poética. [Inédito, en archivo del autor.]

Capdevila, el secretario sin cartera

Capdevila, el secretario sin cartera

Por Luis Machado Ordetx

Una historia oculta sobre Pablo de la Torriente Brau 

Jamás estuvo dentro de las fuerzas revolucionarias que enfrentaron escaramuzas contra los porristas machadistas. Tampoco figuró en la nómina de los encarcelados escogidos, aquel 16 de septiembre de 1931, para la inauguración del Presidio Modelo, de la Isla de Pinos y, mucho menos, se enroló en un exilio forzoso en los Estados Unidos u otros lugares del mundo.

 

Nunca pensó, tal vez, incluirse en las brigadas internacionalistas que viajaron a España a combatir al fascismo y, por supuesto, ningún bombardeo le cercenó la piel o lo dejó tendido sobre el fértil campo de una comarca o las ruinas de una ciudad mutilada por la miseria imperialista.

 

A pesar de su juventud, del ambiente bullanguero de La Habana, y de los sobresaltos políticos y las penurias económicas que sufrió en la capital, atestiguó como Martí, que “...hilamos, donde no se nos ve, [porque] tenemos voces que llegan. [Y] le robaremos, con nuestra prudencia, la sangre al cadalso...”[1]

 De ese modo, imbuido del noble y espontáneo proceder por sentirse útil, Pedro Capdevila Melián, el mecanógrafo —asistente de redacción en el bufete de Fernando Ortiz, Manuel Giménez Lanier y Oscar Barceló—, se irguió como un hombre de silencio, capaz de componer espinosas encomiendas transmitidas por Pablo de la Torriente Brau, desde recónditos sitios donde ancló, como cubano inspirado en la beligerancia solidaria del internacionalista.          

                                       

Las Germinales capitalinas: Casi un adolescente, y después de un regreso efímero y forzoso al natal Placetas, Capdevila emprendió el recorrido, junto a otros dos jóvenes, por pueblos del interior del país, para tomar datos de un tentativo bosquejo biográfico-cultural de la Isla. Lo denominarían “Cuba Geográfica”. Razones económicas truncaron el proyecto, así como las aspiraciones de continuar los estudios superiores. Entonces, el autodidactismo y la tradición notarial refrendaron la fuente de inspiración para el desenvolvimiento profesional.

 

El abogado Humberto Arnáez, en Remedios, lo guarece como uno de los oficinistas auxiliares. La única forma posible, se dio cuenta, de ayudar a la familia en el sustento económico, y principiar en otras propuestas, dependía del forcejeo y del acatamiento competitivo junto a una cuartilla en blanco, la Underwood y los términos jurídicos. Caviló hacerse abogado, pero percibía la imposibilidad académica, por los gastos que originaría.

 

El escribano que labra en su interior, ya se yergue con sorprendente rapidez, limpieza, precisión y ortografía. Atónitos tiene a sus émulos cuando, a finales de 1929, los también remedianos Manuel y Joaquín Jiménez Lanier lo conminan a abandonar el pueblo y radicarse en La Habana.

El joven, apto para acariciar el teclado de la máquina a una velocidad inusitada, no lo caviló dos veces, y sin la congoja que coerce al guajiro, se le vio enclavado en una de las salas del bufete de San Ignacio 40, altos, donde reafirma la laboriosidad inquebrantable y se aprecia como un fraterno colaborador.

 

La capital, inquietada, crispada y anonadada, no lo petrifica. La algarabía y la juventud de los colegas contribuye a sopesar las penas y desgracias materiales o espirituales. El ángel aletea, escudriñando espacios, al agenciarse la mirada del curioso,  impuestos del ánimo de la sabiduría. Circula, de un apasionamiento a otro, placentero por las instrucciones que conceden los mentores de la abogacía, y se resiente por la visión maniquea que otea entre las diferencias de la opulencia y la miseria existente en las barriadas aledañas.

 

Va, con los escasos 22 años, a las redacciones periodísticas, donde colabora en las sesiones artísticas y literarias que auspician las instituciones culturales. De pronto, está inmerso, sin discernirlo, en las polémicas políticas, las revueltas obreras y estudiantiles, y las pasiones revolucionarias de la lucha antimachadista.

 

Un colega -dotado del sentido de la responsabilidad y la amabilidad, propias del que se ampara tras las huellas del gusanillo pedagógico, al polvorear la tierra fértil con simientes que crecerán-, lo convoca a todas partes, y con sistematicidad juntos se les contempla en peñas deportivas y ratos de ocio.

 

El puertorriqueño-cubano Pablo de la Torriente Brau, el secretario particular de Fernando Ortiz, es quien le sirve de cicerone en las correrías, y será, junto a los abogados ordenancistas del bufete, el que más asienta la forja de la personalidad investigativa del futuro folklorista. De ahí prorrumpió el soplo del periodista (asociado de las ediciones de la Revista Bimestre Cubano y El Huracán, de Remedios), así como del hombre cabal y de servicio de su tiempo. La sinceridad  y la fidelidad, entre uno y otro, nunca se descosió, y punteó una impronta indicadora para la Historia o la Cultura cubanas.

 

En esto subyacen importantes epistolarios, resplandecientes y lúcidos, suscritos por ambos, a raíz de los sucesos del 30 de septiembre de 1930, cuando de la Torriente Brau y  algunos revolucionarios fueron detenidos en la fortaleza de La Cabaña o el castillo de El Príncipe, y luego desplazados al Presidio Modelo. De esa etapa brotó en Capdevila el “ímpetu campechano de los hombres viriles”, del que habló Martí.

 

Acaso, si no fuera por la conservación de esa documentación -custodiada con celo por el remediano, sus familiares o intelectuales relacionados con los acontecimientos-, un exquisito trazo de la aportación de muchos conspiradores, así como las actitudes individuales y las instrucciones a acatar, las estrategias y tácticas del combate, los horrores y las penurias alimentarias del confinamiento, y una cantidad considerable de la obra narrativa del auxiliar principal de Ortiz, se habría esfumado, perdido...

 

Justo en la página enfebrecida, que sirvió de portada al prólogo que escribió Torriente Brau, para Versos míos de la libreta tuya, el poemario preparado por su esposa en 1934, aparece una dedicatoria: ”Para Capdevila, el mejor y más constante amigo nuestro de aquellos días oscuros, de prisiones y penas. Con verdadero cariño. Teté”.[2]

 

Díez años después, en Los Ausentes, la autora revirtió la embestida de las recompensas, y puntualizó: “Para ti [...], a quien no sé que palabra poner, que sean justa expresión de un gran sentimiento de gratitud y amistad [...] Unido estás en mis recuerdos, a los [...] de Pablo, a todo ese tiempo ausente, que tu no has olvidado [...] Tete”[3]

 En la página 238 de esa novela se lee: “[...] Federico, un entrañable amigo de Leopoldo, que aunque no era político, jamás se mezcló en el coro de alabanzas, nos ayudaba en todo. Mandando las noticias más frescas, más verídicas que las de los periódicos oficiales, desde la propia secretaría donde empezaba a trabajar [...], en una aguda y ágil correspondencia, que merecía ser publicada con el nombre de ‘Cartas de tío y sobrino’, ya que siempre firmaba: ‘Tu tío, F...”[4]  

 El alumbramiento de Federico: Desde que arrancó la década del 30 -años sombríos en la historia de Cuba-, Capdevila Melián se cimentó como el enlace permanente de Pablo de la Torriente Brau con todo lo que urgía desplegar a favor de la revolución, el periodismo militante y la literatura por las calles habaneras. El encierro en el Presidio no limitó el conocimiento de la realidad cubana.

 El remediano fungió de cámara y rollo fotográfico -un retenedor inconcluso de la memoria histórica-, de la realidad político, económica y social del país, y de recreador de la vida. A la par que se desenvolvió en misiones específicas del mensajero, del enlace entre personas, del mecanógrafo apasionado y de corrector de estilo literario. También figuró como conservador de documentaciones, correspondencias, y de buscador de alimentos y de asegurador o proveedor de libros, materiales de archivos...

 

En el epistolario, Torriente Brau se exterioriza jovial, deportista del idioma, picaresco, irónico, humanísimo, conocedor de la historia nacional, apasionado por las reivindicaciones sociales y políticas. A la vez, está interesado en preservar la integridad física del conspirador que se desenvuelve en el franco acecho de los sicarios del dictador Machado. Análogos quehaceres le depararán, en el siguiente lustro, como confiable depositario de toda la papelería que le despachó el ex colega desde los Estados Unidos o España.

 

La desbordada veta humorística, el relajo constante, la risa batiente, y las precauciones de la lucha clandestina, suscitaron que, en lo adelante, lo nombrara con el seudónimo de Federico de Capdevila. El aludido -referido al defensor español de los estudiantes de Medicina, fusilados en 1871-, circunscribe, entre líneas, los  atributos de ‘Consejero de Estado’, ‘Secretario sin carteras’, ‘Ayudante del Mariscal’, ‘Doctor’, ‘Don’, ‘Concienzudo gramático verdoso’ y ‘Culto letrado’...

 

Por las manos de Federico, el remediano, y su máquina de escribir -en las oficinas del bufete de Ortiz-Giménez Lanier-Barceló-, desfilaron memorables documentaciones de la Revolución del 30, del derrocamiento de la dictadura machadista, del enfrentamiento a las tentativas del imperialismo yanqui, así como una porción exquisita de todo el epistolario y del periodismo militante que Pablo de la Torriente despachó desde el mismo interior o exterior de la Isla a las más comprometidas publicaciones cubanas.

 

Con la perspectiva martiana de que “Nada hay tan enojoso como hablar de sí mismo...”[5], cuanto desempeño acarició Capdevila, fermentó el más puro anonimato, incluyendo, en ese sentido, a los familiares cercanos. El hijo Pedro Martín, después del fallecimiento del padre, redescubre ahora la trayectoria de un hombre conectado con Martínez Villena, Raúl Roa García, Ramiro Valdés Daussá, Gabriel Barceló, Gustavo Aldereguía, Conchita Fernández, Roig de Leuchsenring, Porfirio Pendás, Eduardo Chibás... 

   Su máxima preferida: “No hay que acobardarse ante los peligros, sino conocerlos y afrontarlos”[6], lo mantuvo ágil, sin aparente descanso, en la vigilia revolucionaria de los años 30, y en la lealtad, sin fronteras y ambages, hacia los que ofrendaron la vida o empinaron el presente.

Las últimas personas que intimaron a Capdevila, en el Remedios adoptivo de la década de los 70, precisaron del rigor del investigador, del entusiasmado folklorista, pero desconocían un pasado, caliente, muy cercano al crisol del fuego, a la bala, a la literatura o el periodismo militante y los litigios legales en favor de la propiedad de la tierra, para el que la trabajaba, y del humilde cubano.

 La revista Signos, se adjudicó los destellos que pregonaron públicamente la existencia de un pródigo intercambio epistolar entre Pablo y Federico. Los documentos son de consulta obligada. Después florecieron las Cartas Cruzadas: más de 160 misivas redactadas por de la Torriente (abril de 1935-agosto de 1936), durante la estancia en Estados Unidos, y unas 70 recibidas como respuestas. Una decena de esos papeles —testimonios mayúsculos— remitidos por atajo riguroso a Capdevila, quien, además, se emerge citado en otros materiales y, absorbe el soberano nombramiento de mediador de gestiones periodísticas, recados a combatientes de la clandestinidad, y de albacea ...[7]                                                               

Las últimas encomiendas: Dentro de aquel contexto renovador de las artes, contra los valores deteriorados del mundo burgués, el entreguismo político y el imperialismo yanqui, el epistolario no se detiene: son más urgentes los requerimientos que recababa del amigo que trabajaba en el bufete habanero de O’Reilly y Mercaderes. Federico estaba a la orden del día: le pedía que obrara como “las centellas”, sin detenerse ante los contratiempos.

 

El 6 de mayo de 1935 Pablo subraya a Valdés Daussá: “[...] El que te entrega esto sí tiene la confianza necesaria en cualquier grado.” Es el 21 de diciembre, y en contestación a Roa, comenta: “No escribas por medio de Cap. Ése es asunto mío y no pretendo complicarlo más de la cuenta”. El 10 de agosto del año siguiente, vuelve a comunicarse con Valdés Daussá, y manifiesta: “[...] En todo lo que se refiera a envíos míos desde España [...], ya lo tengo arreglado allá, con mi intermediario infatigable e inmejorable. En todo caso, no lo comprometas nunca, pero utilízalo siempre”.[8]

 

Roa, por otra parte, el 19 de diciembre de 1935, expresa en Tampa: “[...]le escribí a Ramiro, vía Capdevila, desde Fila, pero éstas son las horas en que no me ha respondido.”. En cambio Valdés Daussá testimonia en agosto del año entrante: “Cuto se fue ahorita a conectar a Gustavo [Aldereguía] con Capd., para que te entregue tu carta.”

 

De lo contenido en Cartas Cruzadas, uno se percata de la responsabilidad que pendía desde el anonimato sobre los hombros del joven remediano. Días antes del 1ro de septiembre de 1936, cuando Pablo sale de Nueva York, al encuentro de la revolución española, le expide una carta a Federico: “[...] Me voy para allá, casi con seguridad, a reportar la guerra [...], todo cuanto trabajo envíe para periódico o revista en Cuba te la remitiré a ti, a fin de que, antes de entregarlo a quien sea, le saques copia y me las vayas archivando, por si regreso tener listo el material [...] Las fotografías procuraré remitirlas ya sacadas [...], y si alguna vez te mando negativos, ocúpate de conservarlos [...] En cuanto a lo que se publique, te encargo asimismo que me guardes copia de todo lo que sea posible”.

 

El  cargo de ‘secretario sin carteras’, como lo fichó de la Torriente Brau, consumó el requerimiento. Las manos de Federico, con fidedigna seguridad (después del 19 de diciembre de 1936, día de la caída en combate del corresponsal de guerra -acreditado por la revista New Masses y el periódico mexicano El Machete-, del comisario político y el combatiente internacionalista , allá en las cercanías del caserío de Romanillos, en Madajahonda), atesoraron valiosísimos documentos, incluyendo originales y copias de cartas, artículos literarios, testimonios, la novela Aventuras del soldado desconocido cubano, y algunos cuentos inéditos.

 

La muerte del amigo lo estremeció en lo profundo, y según confesiones del hijo, jamás se recuperó de la pérdida. En sus oídos pululó el estruendo de los bombardeos, los dolores y quebrantos de los moribundos y los sórdidos ronroneos de los tanques que jamás reparó en la realidad.

 

Sin embargo, el 20 de febrero de 1939, saldaba una página de camaradería cuando, a solicitud de Raúl Roa García, traspasó a Armando Ley Cobos, los materiales, para la preparación de un libro sobre la vida y obra del revolucionario internacionalista.[9]

 

Detrás de revelaciones anunciadoras, repletas de solidez argumental (no sólo por lo que encarnó el mecanógrafo en predios ‘bufeteriles’, su atadura con la intelectualidad izquierdista,  y la asistencia que prestó en el enlace, la corrección  de estilo y la protección de las preferibles e insuperables piezas literarias o periodísticas desembocas de la imaginación sui géneris del autor de Batey, Presidio Modelo, Realengo 18 y...) hay que indagar o penetrar en otras, cargadas de una solidez inusitada, en aras de concertar el adeudo que tiene la Cultura cubana con el singular remediano.

La memoria histórica y documental lo agradecería en un testimonio sin fronteras. Las rúbricas del incógnito ‘ayudante del Mariscal’, del ‘secretario sin carteras’, como lo apostilló Pablo, jamás reposarán dormidas. Hostigan centellantes en las meditabundas letras alumbradas con a trascripción del manuscrito que abandonó la virginidad del creador.

 También van hacia el firmamento de la tierra, detrás de la estruendosa algarabía y, del esfuerzo público de todos. Ahí gotea la pisada incólume de Federico. Esa también fue su obra mayor:  servir con lealísima constancia a un tramo de la historia de la Patria.  


[1] José Martí. “De un rincón de Cuba”. Patria, Nueva York, 23 de abril de 1892. En: Obras Completas, tomo 1, Editorial Nacional de Cuba, La habana, 1963. pp. 419.

[2] Teté Casuso. Versos míos de la libreta tuya. Prólogo de Pablo de la Torriente Brau. Editorial Cultural, S.A., La Habana, 1934.

[3] Tete Casuso. Los ausentes. Premiada por Cuba en el II Concurso Latinoamericano de novelas, patrocinado por la editorial “Farrar and Reinhardt”, de Nueva York, bajo los auspicios de la Unión Panamericana de Washington. Editorial Revolución, México, D.F., 1944.[4] Op. Cit., pp. 238.

[5] José Martí. Op. Cit., pp. 134.

[6] Ibídem. pp. 261.

[7] Ver: Revista Signos, Biblioteca Martí, Santa Clara, Villa Clara, enero-diciembre, 1978. pp. 116-137. También consúltese: Pablo de la Torriente. Cartas Cruzadas, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1990.

[8] Consúltese: Pablo de la Torriente Brau. Op. Cit.

[9] Véase: Raúl Roa García. “Los últimos días de Pablo de la Torriente Brau”. En: Retorno a la alborada, volumen II, Dirección de Publicaciones de la Universidad Central de Las Villas, 1964. pp. 88.