Blogia
CubanosDeKilates

CAMINANTES EN SOMBRA

Severo Bernal, uno de los grandes de Cuba

Severo Bernal, uno de los grandes de Cuba

 Por Luis Machado Ordetx

Tuve un andar lento, sembrado en la tierra. Siempre fui así. Caminé con los pies hacia adentro, queriendo una mirada, para que no escapara nada. Por eso y otras cosas dicen que mi cabeza de pico saliente sirvió de detenido albergue o asiento de datos, fechas, papelerías y recuerdos…

Entonces, creo que para algo sirven los años y el alto peso de los huesos en su eterna reciedumbre, porque contienen sabiduría de mucho tiempo.Siempre preferí vivir aquí, en mi ciudad, y cuando levanté vuelo a otros lugares —incluido México y Estados Unidos—, preferí, anhelé y sentí rápido la ansiedad del retorno como testigo.Eso explica el porqué de la preferencia por mi humilde terruño, mi aldea central y mi país por encima de todas las cosas.

Aquí se encuentra lo mío, esa mulatez que delata mi piel. No te miento. Quienes me conocen y han escuchado, lo saben bien.Mis generales son largas: me llaman Severo, aunque el segundo nombre es de la Caridad, y por apellidos llevo Bernal Ruiz, y —como conté— algunos siempre dicen que soy un arsenal del tiempo, porque transporté con inteligencia y modestia la savia del verso que otros procrearon.En Santa Clara, capital de la antigua provincia de Las Villas, nací el 8 de septiembre de 1917.

En mi hogar humilde, de ascendencia africana, criolla, mulata y mambí, brotó el arte y estudié piano. Eso da la medida de por qué lo mío está aquí. No obstante, con la vuelta del tiempo comprendí que mi oído no era de sumo agrado para la música. Creció entonces otra vocación que me llevó a interminables estudios, escenarios y al fomento de variadas y largas amistades.

Con 15 años fui aprendiz de tipógrafo en la imprenta santaclareña de Enrique Lanier, que editaba el periódico comercial El Triunfo y poemarios cortos de algunos posmodernistas. Allí estuve muchas décadas y encontré veta ardiente para otro delirio: aprender el difícil arte de la declamación.La fiebre artística, en plena provincia —donde lo que afectaba el oído y mal gusto del trasnochado burgués era tildado de escándalo—, provocó que, jóvenes coterráneos con vocación literaria y musical, hiciera encuentros para intercambiar  creaciones.

Así surgió la revista Umbrales, primero, y después la Hora Hontanar, que llenaron espacios de divulgación y promoción frecuentes en la última mitad de la década del 30.Aunque de esos acontecimientos se habla muy poco, incluso la Historia ni los menciona, quienes laboramos en ellos, constituíamos un foco sistemático de enfrentamiento con patrones establecidos en el plano cultural, a la vez que representábamos una forma y un modo de decir propios.Digo eso porque fui de esos jóvenes sumados a la nueva embestida artística.

En febrero de 1936, un sábado en la tarde, ofrecí el primer recital como declamador. Un grupo de amigos me animaron para que asistiera a la casa de Coya, donde tenían cita los contertulios del Club. Los versos lograron la corporeidad de un escenario improvisado.

La guitarra, el piano y una que otra opinión sobre filosofía, literatura, ciencias sociales, matizas los diálogos.En la imprenta, yo, un naciente declamador, si se puede decir así, conocí de las misiones legadas por Boloña a los tipógrafos, y en Umbrales quedé vinculado al calabaceño Onelio Jorge Cardoso, al dramaturgo Juan Domínguez Arbelo, al poeta Carlos Hernández y a los contertulios esporádicos Raúl Ferrer y Enrique Martínez Pérez…

En esos encuentros también comulgaron otros intelectuales de izquierda revolucionaria.Una que otra vez, José Ángel Buesa y Emilio Ballagas animaron el círculo de Umbrales.La sed de escenarios, las invitaciones de amigos artistas, y la colaboración con destacados intelectuales y dirigentes comunistas (Salvador García Agüero, Jesús Menéndez, Carlos Rafael Rodríguez, Juan Marinillo, Manuel Navarro Luna, José Felipe Carneado y Lázaro Peña…) me llevaron a mítines antiimperialistas, por la defensa de la democracia, la paz y la solidaridad internacional y antifascista.

 Fue común, cuentan algunos coterráneos, observarme en una tribuna popular e improvisada, para declamar versos encendidos. Por esa razón fui perseguido, porque aquello no gustaba a muchos, pero al pueblo al que pertenecía, entendía mi misión artística.De esos contactos quedó una vasta papelería, que a menudo cuenta con un poema inédito del más conocido o extraño escritor, así como consideraciones artísticas o literarias que permiten un conocimiento certero del desenvolvimiento cultural que logró la ciudad de Santa Clara a partir de la década del 30.

 Muchos de los datos y acontecimientos que aporta mi papelería y testimonio, son del total desconocimiento de la Literatura Cubana. No obstante, por los autores se sabía de su existencia y envergadura documental.Por ejemplo, de Emilio Ballagas quedaron objetos personales, libros, correspondencias, originales del poema más agónico y ardiente del cubano, donde se habla de la comunicación entre el hombre y la mujer, me refiero a «Declara que cosa sea amor», de 1943, así como hasta los hace poco inéditos «Balada en blanco y negro», que me dedicó, «Soneto Póstumo» regalado a Gilberto Hernández Santana; «Abrid bien los ojos» y «El campesino herido».

 Ese costado del camagüeyano que concede campo a la llamada «poesía social y de servicio» no se conocía. Al difundirlos muestra otra arista o etapa de referencia en la evolución, retroceso o estancamiento artístico de su creación.Hacia finales de los años treinta y durante toda la década siguiente amplié el repertorio como declamador, y los recitales fueron sistemáticos. Lo mismo dialogué con Marinello que con Guillén, recité en actos de masas y forjé nuevas amistades.

 Nació así el encuentro que por muchos años sostuve con Enrique Martínez Pérez y mis colegas Eusebia Cosme, Luis Carbonell y el portorriqueño Juan Boria. También fueron los años en que más escribí para periódicos y revistas, y más poemas también. Aquello que elaboré, siempre llevaron una mirada hacia el verso negrista.Sin embargo, quiero hablar de esos cuatro artistas porque tuvieron una influencia definida en mi trayectoria actoral, pues la poesía de Martínez Pérez —todavía inédita— quedó grabada con celo entre mis labios y constituyó una excepcional fuente de inspiración en cualquier escenario, mientras que Carbonell representó un exponente esencial de la declamación y un amigo sincero.

Por su parte «Usebia», como suelo llamarla todavía, era la bondad personificada, y para hablar de ella hay que visitar el cielo, porque era grande como las libras que albergaron sus huesos. En ella el verso negro y de cubanía absoluta era total perfección. Sobre la Cosme, olvidada hoy, estoy tentado a contarte muchas cosas. Eso constituye un compromiso porque me ofreces la palabra para recrear el pasado que también es presente.Boria, el amigo por correspondencia, siempre me admiró, alentó e intercambió repertorios definitorios en mi trayectoria actoral.

A ese negro lo quise porque era un amigo sincero.Con los cuatro siempre tuve un día de emoción y solemnidad. Tanto en Santa Clara como en otras provincias cubanas y en el extranjero, hubo un gesto compartido por horas de declamación. Por supuesto, con Carbonell, por su cercanía, fueron más sistemáticos.En 1947 salí de viaje. Primero pensé residir por un tiempo en los Estados Unidos, y en especial en Nueva York, pero troque rumbo y anclé en México. Antes de partir hice nuevamente radio en la emisora habanera CMBZ-Radio Salas, en los programas que animaba Rafael Enrique Marrero, Guillermo Villarronda y Samuel Capdevila.

 Allí rememoré los días iniciales con el verso y el micrófono cuando debuté en la CMHI, de Santa Clara, en aquellos espacios culturales de promoción surgidos en Audiciones Umbrales y la Hora Hontanar.Durante ese corto período habanero, antes de marchar al extranjero, también actué en el programa «Alfombra Mágica», de la Cadena Sur. Me acompañaron en varias ocasiones Candita Quintana, Alicia Rico y Luis Carbonell.

Allí comprendí una vez más que soy de los que conciben el arte de la declamación como la forma exterior y el gesto para expresar con palabras la belleza y el sentimiento más profundo de la poesía. Esa fue una máxima que siempre seguí con honestidad y gallardía, y así llegué a Ciudad de México con una carta de recomendación destinada al periodista Ernesto Parre (Gastón de Vilá) y desbrocé el camino para subir a diferentes escenarios a transmitir y contar mis experiencias.

Las programaciones radiales del Ministerio de Educación mexicano dieron cobertura a mi presencia como declamador en tierras aztecas, y acompañado por el poeta Salvador Novo brillé de cierta forma con un variado repertorio de versos afrocubanos. Recorrí varias ciudades y quedó postergado para siempre un recital en el anfiteatro Bolívar del Museo de Bellas Artes.Tres meses estuve conviviendo con la cultura azteca y difundiendo lo más selecto de la poesía cubana. Varios periódicos y revistas reflejaron en sus páginas las actuaciones que desarrollé en círculos intelectuales y obreros.

Ahí están los recortes, para la historia, claro. Grandes titulares se desplegaron en las secciones culturales. Aquello me emocionó, porque era el reconocimiento más alto a todo lo que hacía por vocación.Cuando alguna que otra vez me preguntan por qué rechacé las ofertas formuladas en México para que prolongara la estancia, contesto como siempre lo hago a los que indagan sobre mi lejanía de La Habana —dos sitios donde se puede crecer en arte— y rememoro eso que expresé a Onelio un día que sus insistencias eran sistemáticas: «los árboles viejos nunca se pueden desenterrar porque quedarían secos».

 Todavía recuerdo su rostro cuando espetó «Severo, eres un imposible en tu pequeña aldea». En tal sentido nunca abandoné tres cosas vitales para mi vida: la profesión de tipógrafo y el vínculo con el papel, así como mi ciudad y la expresión del verso en gestos y palabras.Sin embargo, al dejar México lleno de elogios y amigos en breve paso por Veracruz y Mérida, pensé ir a Estados Unidos; pero regresé a La Habana.

 En 1953 preparé otro viaje y llegué a Nueva York e hice una incursión desde Miami al Niágara, actué en barrios latinos de ese país, y Eusebia Cosme me presentó en varios escenarios artísticos donde debuté y tuve éxitos.En Cuba me esperaba el saludo fraterno de los amigos de Umbrales, que en parte acogieron y financiaron el viaje anterior con presentaciones artísticas, y la solicitud frecuente los  comunistas para que interviniese en sus actos políticos.

Aunque no era militante activo de ese partido, jamás rehusé una participación en sus mítines, y esa actitud la guardo con cariño y cubana. Y, aunque algunos ya están fallecidos y la memoria de los comunistas no recuerda esos acontecimientos, siempre tuvieron mi actitud como un momento de excelente estimación.

En Santa Clara los encuentros con Martínez Pérez, Raúl Ferrer, Onelio Jorge Cardoso y otros amigos, fueron reiterados, y lo mismo iba a Caibarién, donde compartía con el grupo de Archipiélago, que escribía impresionantes momentos en los escenarios viajaba por unos días a la Casa de los Poetas, en la calle Prensa 205, en el Cerro, La Habana, donde vivía el tabaquero Pancho Arango.

También visité muchas ocasiones los territorios de Yaguajay, Manzanillo y Matanzas, donde el mundo cultural era propicio para confraternizar con Ferrer, Navarro Luna o Néstor Ulloa.Con los poetas amigos formamos tertulias nocturnas en el antiguo Bar Ideal de Santa Clara, a las que en alguna que otra ocasión se sumó el intelectual dominicano Juan Bosch. El propietario del Bar, Domingo Carreritas, promovía conversaciones sobre el arte y la literatura.

Allí los diálogos tomaban en ocasiones el cauce de lo político porque había identidad de intereses artísticos, sobre todo en lo referente al compromiso del intelectual con su pueblo, el carácter social del arte, las formas de concebir la poesía, el tratamiento de la estrofa y la atención a temáticas que calaran en lo cubano.También fueron numerosas las veces que llegue a la escuelita de Narcisa, en Yaguajay, donde Raúl Ferrer daba clases.

Allí concurrían además, Marinello y su esposa Pepilla. La casa se convertía en un taller de inquietantes ideas revolucionarias y literarias.La luz del tiempo y la amistad me permitieron guardar con celo muchos poemas y documentos de aquella época. Como dije una vez, los de Ferrer conservaban el calor de su cuerpo porque acostumbraba a escribirlos, doblar la hoja e introducirlos en el bolsillo o entregarlos al amigo.

Muchos quedaron así en mis manos y esperan aún el día de su publicación.Aunque algunos no lo creen, palpité cuando en Yaguajay        —sería unos meses previos a 1947— Raúl escribió unos versos espontáneos, propios en su sinceridad, en los cristales de un comercio local para polemizar y dejar a raya a un autotitulado «Excéntrico». Otro aviso de su disparo enérgico está condensado en la antológica «Respuesta del buen marido», publicada hace poco gracias a mi testimonio.

Y hay otras anécdotas sobre él que todavía conservo.En esta casa humilde me rodea un mar de recuerdos, que perduraron por años en objetos de arte (dedicatorias de libros, tarjetas de diferentes provincias cubanas y otros lugares del mundo, cartas de amigos, fotos de Carbonell y la Cosme, marinas pintadas por el caibarienense Coltildo Rodríguez Mesa, regalos de matrimonios en rupturas, un testamento de Ballagas, discos y casetes) y atestiguan la forma en que conquisté a un público en circunstancias diferentes, incluyendo —como expresé antes— la agitación política de las masas.

Eso, quienes me quieren —sean comunistas, apolíticos o católicos—, jamás lo olvidarán.Yo con humildísima sinceridad lo afirmé, fui un declamador que nacido de la espontaneidad y el decir, adquirí determinados conocimientos de las teclas y los martillos; crecí en el gesto y las palabras y revoloteo en el verso que dejaron Clavijo Tisseur, Cisteros Burgos, Camín, Palés Matos, Lorca, Tallet…

De igual forma, tal vez mi discreto silencio al guardar determinados papeles en el archivo y la memoria, sean el más firme testimonio de una personalidad artística que resistió con cariño el olvido a que me relegaron hasta hace poco tiempo.Claro, digo que me relegaron en el plano oficial. La modestia artística que propulsé el pasado al saberme sencillo y maduro declamador, al no llevarme por elogios inmerecidos y enterrar para siempre cualquier deseo superfluo o familiar para que abandonara el terruño que me vio nacer, permite que aún esté aquí con ustedes y algunos todavía me espeten con cariño el sobrenombre de «majestuoso señor de versos».

Yo, eso lo acepto con humilde sentido, me encojo y no me hincho, más bien me sonrojo a todo pulmón.Nunca olvidaré cuando en 1989 —fue el único y más grande de los homenajes que recibí en Santa Clara en los últimos veinte años— un elogio de Raúl me sacó lágrimas de los ojos, y descendieron raudas como si algo grande saliera de mis entrañas en el recuerdo.El poeta de Yaguajay dijo: «Tu eres comunista sin carné porque lo llevas dentro, aquí cuando a los marxistas les entregaban golpes y palos por decir palabras, tu siempre estuviste junto a nosotros, no solo haciendo cultura y arte con el pueblo, sino agitando y difundiendo ideas, expuesto a recibir ofensas y maltratos físicos de los falsos políticos y sus fuerzas represivas…». 

Y, entonces, comprendí que si estuve con los buenos en tiempos malos, ahora que no hay discriminación este negro sigue entre los que tienen el alma limpia a todo segundo.En ese aspecto Ferrer, como otros amigos que me reconocieron como un hombre sin muchas manchas, tenía razón, pero algún día la Historia de la Cultura Cubana y en particular de Santa Clara, dará cuenta de este hombre por lo que aportó o dejó para el bien de su país, y cuánto hice no era para ganar elogios, sino para saldar las deudas con mis propios coterráneos. Por eso, estoy aquí.

Sin mi testimonio o la papelería que guardo, algunos capítulos de la Historia de la Cultura villaclareña y cubana, quedarían oscuros u olvidados. No obstante, decidí sacarlos del «fuego» y colocar la documentación al servicio de la comunidad, que es igual a lo que hacía con los poetas: promoverlos, divulgarlos, difundirlos, reconocerlos.

 En definitiva, saqué por conclusión que esos papeles no tenían la culpa del daño que me propiciaron simples funcionarios culturales, y a ellos el tiempo los barrería, y nuestra rica tradición artístico-literaria ganaría otros capítulos.Además, sé que fui hombre del tiempo que me toco vivir, un declamador por vocación, pero en mis últimos años la melancolía me asiste al contemplar que esas formas de acariciar la metáfora, tal como lo hice antes, se pierden entre nosotros, porque no hay estímulos para su estudio y promoción.

¿Qué más podría decir de mí? Salvo que también fui poeta y jamás emboté aquellas metáforas de raíz intimista que escribí a hurtadillas de amigos —sobre todo de los que tenían un bien ganado prestigio en publicaciones y tertulias— y algunas aparecieron publicadas en revistas y periódicos de la época. En general afincan lo mulato de mi sangre. Por buenaventura, digo, troqué las ideas y metáforas en sentimiento del verso y la voz, porque como declamador fui pleno y vital.

Es así que te hablo desde el testimonio, la papelería viva, el coqueteo con la poesía antillana, caribeña y latinoamericana, como quien espeta en tono grave, profundo y rítmico la sensualidad que transporta el verso de otros.Aquel primer recital que ofrecí en el Club Umbrales ante un grupo de amigos, y donde el poeta villaclareño Carlos Hernández fungió como apuntador de versos, permitió que estallara en el acento grave, propio del que provoca una profunda catársis en la idiosincrasia del cubano, partiendo de ese acervo, fraguado en la manigua, que nos dejaron los africanos de barracones.

Era como un canto mío, de declamador, a todos los antepasados.Recuerdo que fue el domingo 17 de febrero de 1936 en la calle Maestra Nicolasa, entre Zayas y Alemán, en Santa Clara, donde declamé por vez primera en un escenario. Eso no se olvida jamás. Allí incluí en el repertorio el «Secuestro de la mujer de Antonio», de Guillén, así como «Canto de un juicio negro» y «Riña en el solar», de Gilberto Hernández Santana.Ese primer momento dio riendas a otros que fraguaron la perfección escénica.

Te juro que las piernas me temblaron y me tiemblan al recordar eso. Así ocurre cuando camino y alguien me saluda para evocar aquellos tiempos en que el pueblo decidió llevarme el «Declamador Dilecto de Las Villas». Todavía guardo ese título otorgado en la década del 50.

Te puedes imaginar cuántos me conocían en esa época.Si te digo una cosa, el caminar diario por aquellas calles estrechas, contando con el saludo de algunos amigos y las visitas a otros y el deseo de un hombre decidido a quedarse en su ciudad, fueron definitorios para batallar contra la soledad. Antes de 1959 siempre hubo más de un recital por mes, donde el verso acogió la corporeidad del gesto. Cualquier escenario me solicitaba, incluso el teatro «La Caridad», de Santa Clara, donde actué en varias ocasiones. Aquí celebré en 1942 las «Bodas de Azúcar» con el verso, en un recital que presentó Onelio Jorge Cardoso.Con el tiempo he aprendido, imagínate tú, que al encarar la actuación, uno no lo piensa, pero impera la exigencia al incursionar en el verso pulido, grave, difícil y profundo que imita la voz y la psicología del negro y el mulato en una forma específica de pugnar contra la discriminación y vaticinar un mundo mejor.

Que nadie piense que declamar es fácil. Lleva intensas jornadas de estudio, interpretación y apropiación de la psicología del autor y del mensaje que se pretende dar con la transportación de las metáforas escritas, la emisión de la voz o el gesto. Un público, por muy acéfalo que sea en poesía, merece respeto y exige entrega total del artista.

Un ejemplo de los que puedo citar, ocurrió durante el recital que marcó mi madurez total en la interpretación de «West Indies Ltd», de Guillén, así como recordatorios constantes a las mejores piezas de Ballagas, Otero Silva, Villarronda y otros. Fue en 1944 en Santa Clara, durante los días previos a la tercera asamblea nacional del Partido Comunista cuando di ese recital definitorio.

En el público estaban Guillén y Marinello, y mi interpretación del texto completo llamó la atención del camagüeyano, a quien también le gustaba la declamación, y me llenó de elogios.Por supuesto, eso no lo justifica el hecho de que fuéramos amigos, y en lo adelante fuimos más solidarios.

Después de esa etapa mostré la forja plena en la provincia, llevé el estimulo constante de intelectuales cubanos y extranjeros, conquisté plazas significativas, transporté el influjo cultural al pueblo (cuando participé en aquellos actos de masas junto a los comunistas en algo que me llenó de capacidad comunicativa), completé un itinerario que evidenció mi huella de declamador fornido y consagrado a las urgencias nobles de su cubanía.Después de 1965, ya dije, estuve mucho tiempo casi olvidado por las autoridades culturales de mi ciudad natal.

Sin embargo, no vegeté o sucumbí en torres de marfil porque muchas veces —sobre todo en la última década— subía a un escenario improvisado, como en aquella primera vez en Umbrales, para actuar entre amigos y demostrar que era el mismo de siempre con el donaire al contagio del verso.

En el plano artístico, sin vanagloria, la historia de la cultura villaclareña, está embebida de las palabras que imprimí al verso. Los poetas se daban a conocer más por mi voz que por sus libros, y ellos mismos lo reconocían. Más de un elogio escrito conservé, por eso estoy estimulado. No obstante, creo que todo huelga porque interpreté la poesía como pocos y me lamento en los últimos años de que las fuerzas no me acompañen y la profesión del declamador muestre agonía debido al escaso estímulo que reciben los agraciados con ese talento.

Con unas siete décadas sobre los huesos, con ese caminar lento que me caracteriza, con los pies mirando los pasos, los que no escucharon antes mi voz, tal vez algún día lo hagan por los sortilegios de una grabación y queden prendidos a mi fisonomía.Yo, el viejo tipógrafo, que conocí más de un secreto en la imprenta de Lanier, el atesorador de documentos y anécdotas valiosísimas, el declamador dotado de cierta distinción para interpretar lo nuestro en un proceder folklórico (donde descuellan el son, la rumba y el canto de amor elaborado con un gesto inolvidable e irrepetible en cadencias de voz, gestos y metáforas), resistí el tiempo y aún sigo prendido a la memoria imperecedera de mi ciudad natal.Cuentan todavía que yo soy como el reciario romano que desde la arena peleo con un tridente y, desde lo inmaculado y total, estremezco al público en cada canto. 

Asombros infinitos del Cuentero

Asombros infinitos del Cuentero ASOMBROS INFINITOS DEL CUENTERO[1] 

                                   

Por Luis Machado Ordetx

Tenía tantas deudas con Santa Clara que, casi en el ocaso de su vida, prefirió tragárselas todas de un tirón. Como nadie, a pesar de su escasa cultura cuando arribó a aquí en los años finales de la década de los 20, probó con minuciosidad de orfebre las más variadas vertientes periodísticas y literarias, con excepción del teatro y la novela, para tomarle el pulso a la realidad.

 

En la fronda del tiempo, con absoluta plenitud, ese «cuentero» que llevó adentro, pensó dispensarle un recuerdo nítido al cúmulo de anécdotas, historias y amigos que forjó en la ciudad. La muerte, con carcajada hiriente, tras el vahído que sufrió en la mañana del miércoles 26 de marzo de 1986, truncó parte de las memorias contadas con fidelidad de detalles.

 Tal parece que los golpes dados a la máquina para conformar el último de sus cuentos, «La presa», presagiaron el final de la existencia, tres días después, víctima de un accidente cardiovascular. Ahí narraba las vivencias de un hombre que conquista la mayor satisfacción en el instante próximo al adiós de los mortales.

Sin embargo, él recordaba fielmente cuánto asimiló de la ciudad en sus entrañas.

 Con 13 años, en 1927, apareció en Santa Clara: vino a instalarse, guiado por la familia, en la calle Síndico, esquina a Villuendas. De inmediato, fue matriculado en la escuela primaria-superior, número 1, donde cursó el séptimo y octavo grados bajo la tutela del maestro Atilano Díaz Rojo.[3]

 

Es estudiante del bachillerato, pero no concluye su estadía en el Instituto de Segunda Enseñanza. El hambre lo azota por cualquier rincón, y requiere acometer de inmediato los más disímiles trabajos: desde vendedor ambulante, hasta corrector de pruebas y anunciador de medicinas.

 

Busca amigos, y entabla relaciones que suplan las carencias del conocimiento: embiste diversas fuentes del saber y, de pronto, contra toda esperanza, anda apegado a los trajines del consejo editorial de Umbrales,[4] publicación que promueve la poetisa María Dámasa Jova.[5]

 

Ardientes polémicas estéticas lo alejan de inmediato de la publicación, y al olvido inicial quedan los apuntes como crítico y «versificador» de poca monta, para aventurarse junto a Juan Domínguez Arbelo,[6] Carlos Hernández,[7] Tomás G. Coya,[8] Faro González Fleites,[9] Rafael Lubián Aróstegui[10] y Severo Bernal,[11] entre otros, a la organización, en 1934, del denominado Club Juvenil Artístico-Literario Umbrales.[12]

 

Domínguez Arbelo insufla otros vientos al grupo: anima a escribir cuentos, a rastrear en los hombres y sus vivencias, hurgar y crear los personajes y volcarse hacia la realidad inmediata donde se coronan la reconstrucción de los ambientes. Da cursos teóricos con las últimas novedades literarias que aparecen en el campo de la escritura.

 

 En «Las tardes del cuento», programa sabatino del Club, Jorge Cardoso presenta ante el auditorio de Umbrales las primeras piezas poéticas, y son tantos los señalamientos al neorromanticismo trasnochado que, de inmediato, decide abandonarlas por siempre.

 

Los ojos y el olfato son para trazos breves de la narrativa: relatos muy cortos, de índole costumbrista, sicológica y real, entre los que incluye «Negra vieja»; «El milagro» y «Tú y usted», considerados en la actualidad como los primeros que escribe. Anda prendido del «Decálogo», de Horacio Quiroga,[13] y de aspectos  relacionados con la comunicación y la dramaturgia oral o escrita y la preceptiva literaria.

 

En ocasiones, se afirma, incluso Jorge Cardoso en ciertas formulaciones sostuvo que era del todo un escritor autodidacta. Durante el cúmulo de entrevistas a que fue sometido en las décadas de los 60; 70 y hasta 1986, el narrador prefirió comentar sobre el sello de su autodidactismo inherente a la formación artístico-literaria, hecho no del todo cierto.

 

Papeles hallados recientemente, casi vírgenes, de mediados del octavo lustro del siglo pasado, cambian la tónica: el sábado 21 de marzo de 1936, el Club dedica sus labores al esbozo teórico «El arte del cuento: estudio crítico», presentado por Domínguez Arbelo.

 

Allí se analizan las obras «El hombre de la petaca» y «El reloj vengador», ambos de Manuel García Consuegras, así como «Cronista por tres días» y «Dos crímenes», de Carlos Hernández López, y «El velorio y el milagro», de Jorge Cardoso.

 

Los dos últimos autores, salidos de las páginas de la revista Umbrales, y ahora sabáticos del Club, se preparan en teoría y corrigen defectos literarios para participar en el concurso de narraciones que en mayo de se año promueve la revista Social.

 

En el certamen Onelio gana el primer premio con «El velorio y el milagro», de temática campesina, mientras Hernández López, con «La traición«, y «Bertelot», ocupa la segunda y tercera posiciones. Luego las sesiones teóricas continuarán en lo adelante con el propósito de limar defectos, estudiar los estilos literarios de autores contemporáneos, tanto cubanos como extranjeros, y colocarse al día con los requerimientos técnicos que exige el arte de narrar.

 

Desde entonces, Jorge Cardoso y otros villaclareños incorporados al Club Umbrales, rastrean historias y deciden recorrer los campos cercanos a Santa Clara, con la finalidad de indagar en las costumbres y psicología de los hombres que habitan o laboran en esos parajes.

 

El declamador Severo Bernal Ruiz, Luis Tamargo,[14] Domínguez Arbelo, Hernández López y otros jóvenes van con frecuencia hacia las alturas de Pelo Malo, el Escambray u otros sitios, para entablar diálogos con cuanto campesino o transeúnte localizan en el camino.

 

Dijo Onelio Jorge Cardoso, y Severo Bernal lo corroboró en cierto momento, que muchos de sus cuentos y las historias que luego recreó con espíritu realista o fantástico, salieron de las miserias, los sueños vacíos o repletos de plenitud, la discriminación y las inmundicias que percibió en aquellos periplos.

 

El premio Hernández Catá,[15] que mereció por «Los carboneros», en 1945, llevó en esencia los recuerdos que guardó en la memoria sobre las anécdotas que escuchó por aquella época en los alrededores de Santa Clara, al reconstruir escenarios y psicologías humanas.

 

Hay fotografías de ese tiempo en que anda vestido de guajiro, con sombrero y botas de labranza, y se hace acompañar de un mono por zonas rurales del territorio. Después, durante el proceso de escritura, Domínguez Arbelo solicitaba la entrega de relatos, de corte costumbrista, verista o fantástico, en que se retratara, de acuerdo a la originalidad de cada cual, lo apreciado en el periplo.

 

La antológica pieza «El cuentero» —y que nadie lo dude, aunque Onelio Jorge Cardoso no lo dijo por lo claro— retoca de pie a cabeza al poeta matancero-villaclareño Enrique Martínez Pérez,[16] según afirmaron Bernal Ruiz y Raúl Ferrer Pérez, asiduos visitantes a las tertulias literarias y campechanas que sucedían en el bar Ideal, de esta ciudad.

 

A finales de 1937, tras los topetazos y consejos que sostiene con el dominicano Juan Bosch Gaviño,[17] y el camagüeyano Emilio Ballagas Cubeñas,[18] y las lecturas de la obra de Luis Felipe Rodríguez,[19] conduce las tertulias literarias de la Academia Luz y Caballero, de Villuendas y Marta Abreu, en los altos del Correo Viejo, sitio que después ocupó el Billarista.[20]

 

Su osadía es mayúscula: Raúl Ferrer Pérez le extiende una invitación para que ocupe un aula como maestro cívico-rural en el central Narcisa. Allí está por un tiempo. Un espíritu de superación, intrínseco a su personalidad de husmeador perenne, lo enriquecía por dentro. De ahí, tal vez la formulación absolutista del autodidactismo.[21]

 

En La Publicidad, diario de Información de Las Villas, con redacción en Santa Clara, inicia una sección dedicada a difundir a cuentistas cubanos, latinoameicanos y europeos. Hasta 1943, después de casi dos años ininterrumpidos, fecha en que está próximo a partir hacia Matanzas como viajante de Medicina, dirige ese apartado cultural, desprovisto de todo concepto folletinesco y baladí, propio de la prensa de esa época.

 

La obra de Gorki, Gervaise, Gaynor, Mainichi, Regis, Benavente, Maurois, Vargas Vila, Quiroga, Eustacio Rivera, Rulfo y otros narradores de fuste, brota reflejada en las páginas del rotativo, hecho que constituye un hallazgo para un medio de ese tipo, dirigido, sobre todo, a un público mayoritario donde imperaba la publicidad hueca.

 

En carta escrita en 1945 desde Matanzas al amigo Sergio Pérez Pérez,[22] reconoce las enseñanzas legadas por Santa Clara y, en especial, da «vivas» a los jóvenes del Club. Ya es un escritor que se aventura hacia nuevos rumbos, y percibe los ignotos asombros que solo la voluntad y el espíritu de crecer hinchan al aire.

 

Allí, al contar sobre las historias del pelotero Sandalio Simeón (Potrerillo) Consuegras Castello,[23] uno de los prospectos que juega con el Deportivo Matanzas, dice a cara destemplada: « [...] la gente nace para una cosa, y que se aparte todo el mundo: que allá va el hombre con todos sus sueños. Eso sucede en todos los campos».[24]

 El de Onelio Jorge Cardoso fue precisamente eso: recrear historias de su tiempo, de la isla y del universo, y hacerse grande con la magia que prodiga la palabra exacta para el hombre que entrona el sueño sin fronteras de latitudes y épocas. Por eso, tal vez, recreó minuciosos fragmentos de su mundo, desde una óptica humana y original, donde a ratos se asoma la pupila del periodista y del escritor colgado de asombros infinitos. 


[1] Publicado con el título de «Asombros infinitos de El Cuentero», en Vanguardia, xlii (40):6, Santa Clara, Villa Clara, sábado 8 de mayo de 2004.
[2] Luis Machado Ordetx: «El cuentero cabalga en sus setenta», en Vanguardia, Villa Clara, 22 (244): 2; domingo 20 de mayo de 1984. Entrevista a Onelio Jorge Cardoso. [Parcialmente inédita].
[3] Díaz Rojo, Atilano: Destacado pedagogo villaclareños del siglo pasado, con una importante realización en escuelas públicas de barrios marginales.
[4] Cfr. Luis Machado Ordetx (1997): Coterráneos, Ediciones Capiro, Santa Clara.
[5] Op. cit., pp. 323-330.
[6] Cfr. Domínguez Arbelo, Juan
[7] Hernández López, Carlos: [Santa Clara, 1914-República Dominicana, 1983]. Abogado, poeta, periodista, narrador y animador de la Cultura local. Inició su actividad artístico-literaria en la revista Umbrales, donde ocupó responsabilidades en la dirección del primer número            —septiembre 15 de 1934— de esa publicación. De 1936-1941 se incorporó junto a Juan Domínguez Arbelo, Tomás G. Coya, Manuel García Consuegra, Onelio Jorge Cardoso, Severo Bernal y…, al Club Juvenil Artístico-Literario Umbrales. Figuró en la nómina de escritores radiales en la Hora Hontanar, de CMHW. En 1936 ganó el segundo y tercer premios del Concurso Literario de la revista Social, con los cuentos «La traición» y «Bertelot», donde fueron jurados Medardo Vitier, Luis A. Balart y Elías Entralgo. Durante la década de los 40 publicó Feria, mención honorífica del Premio Nacional de Poesía, 1951, así como Final de sueño y Río impaciente (1946). De su autoría son: Fiebre y Chamberí, textos donde intercala poesía, crónica y cuento. Toda su obra carece de un estudio crítico y biográfico. Cfr. Agustín Acosta: «Carta a un amigo», en El Villareño, Santa Clara, Las Villas, 3(107):2, martes 15 de mayo de 1951; Dulce María Loynaz: «Palabras sobre Feria», en El Villareño, Santa Clara, Las Villas, 3(113):4, viernes 25 de mayo de 1951, y José Ángel Buesa: «Palabras a Carlos», en El Villareño, Santa Clara, Las Villas,  3(118):2, jueves 31 de mayo de 1951.
[8] Coya Alberich, Tomás G.: [Santa Clara, 1913]. Pedagogo, músico, cuentista, animador cultural. Graduado en la Escuela Normal para Maestros y Maestras de Santa Clara, ejerció durante años la docencia, y también sirvió como concertista en la guitarrística clásica y popular.  La labor literaria, publicada, parcialmente, en la prensa villaclareña, carece de un estudio sistémico.
[9] González Fleites, Faro: [Santa Clara, 1914- ¿...?]. Fundador del Club Umbrales, junto  a Onelio Jorge Cardoso, Tomás G. Coya, Carlos Hernández y...  Pintor, sobre todo paisajista y retratista, formado tras el paso de algunos años por la Academia de San Alejandro, en La Habana. En 1934 organizó una exposición en Santa Clara, donde presentó  originales plumillas dedicadas al floklore negro. Los vínculos con integrantes del Club surgieron desde los años en que estudiaron en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Clara.
[10] Lubián Castellanos, Rafael A.: [Santa Clara, 1910-Id., ¿?]. Periodista en varias publicaciones del territorio central cubano, principalmente en La Publicidad y El Villareño, donde se desempeñó durante un tiempo en temas generales y culturales. A partir de 1954 ejerció la docencia en la Escuela Profesional de Periodismo y Artes Gráficas «Severo García Pérez», de Las Villas.
[11] Cfr. Bernal Ruiz, Severo de la Caridad
[12] El 30 de diciembre de 1934, en la vivienda de Corina Lazo, en la calle Eduardo Machado y Unión, quedó oficializado el Club., abierto al debate de las aportaciones artístico-literarias de los jóvenes ávidos por discutir el más disímil tema. Allí concurren Ernesto G. González, Eraelia Fernández, José González Ugarte, Alberto Andino, y hasta el pedagogo Emilio Ballagas Cubeñas, entre otros intelectuales radicados o de tránsito por Santa Clara.
[13] Quiroga, Horacio: [Salto, Uruguay, 1878-Buenos Aires, 1937]. Periodista, fotógrafo y narrador. Considerado entre los cuentistas más originales en la Literatura Hispanoamericana. En 1901 editó su prosa poética Arrecifes de coral, y en 1908 las novelas Historias de un amante turbio, y 1917 publicó Cuentos de amor, de locura y de muerte, y un año después El salvaje, Anaconda (1921), El desierto (1924), Los desterrados (1926) y La gallina degollada y otros cuentos. Con posterioridad salió Cuentos de la selva, y 1929 entregó su otra novela: Pasado amor. En 1956 circuló Cuentos Completos.
[14] Tamargo, Luis: [Santa Clara, 1906-¿...?]. Viajante de farmacia, relacionado con el Club Umbrales, y en especial con Onelio Jorge Cardoso y Severo Bernal Ruiz, entre otros.
[15] Premio Hernández Catá: Establecido con carácter nacional e internacional, según propuesta de 1942, por Antonio Barreras. V. Diccionario de Literatura Cubana, Op. cit., t. i, pp. 224-227.
[16] Cfr. Martínez Pérez, Enrique de la Caridad 
[17] Bosch Gaviño, Juan: [La Vega, Santo Domingo, 1909-Id., 2001]. Político y escritor de amplio fuste. Residió en Santa Clara a mediados de la década de los 40, fecha en que vivió en Cuba como exiliado político, donde sostuvo relación con escritores locales, principalmente con Enrique Martínez Pérez, Sergio Pérez Pérez, Gilberto Hernández Santana, Carlos Hernández López, Juan Domínguez Arbelo, José Ángel Buesa,  Onelio Jorge Cardoso y Severo Bernal Ruiz, entre otros. De la estancia en Santa Clara hay testimonios inéditos vertidos al autor por Onelio Jorge Cardoso y Severo Bernal Ruiz, así como una profusa correspondencia dirigida a Sergio Pérez Pérez.
[18] V. Ballagas Cubeñas, Emilio
[19] Rodríguez, Luis Felipe: [Manzanillo, 1884-La Habana, 1947]. Narrador, periodista, dramaturgo y ensayista. Está avalado como uno de los iniciadores del cuento contemporáneo en Cuba. V. Diccionario de Literatura Cubana, Op. cit., t.ii, pp. 905-907..
[20] Esos escritores hicieron visitas reiteradas a las tertulias del cuentista y crítico de arte Onelio Jorge Cardoso, con sede en el Colegio-Academia Luz y Caballero, en las calles Villuendas y Marta Abreu, en Santa Clara. Cfr. Severo Bernal Ruiz: «Una peña cultural», La Publicidad,  xxxiv (12058): 5; Santa Clara, Las Villas, lunes 18 de octubre de 1937.
[21] Integró, como otros jóvenes de la época, la docencia en las Escuelas Cívico-Rurales      —nacidas al amparo del Decreto-Ley número 620, firmado el jueves 27 de febrero de 1936—, para combatir el analfabetismo y orientar la vocación cultural del campesino. En 1940 la provincia de Las Villas, donde residió, tenía 295 centros docentes de ese tipo, y la matrícula ascendía a más de 17 mil 800 estudiantes de edad infantil y juvenil.
[22] Pérez Pérez,  Sergio: [Sancti Spíritus, 1906-Caracas, Venezuela, ¿?]. Poeta, viajante de medicina, diplomático, periodista y publicista. A principios de la década de los 30, se radicó en Santa Clara, donde fungió como presidente de la Asociación Nacional de Viajantes de Farmacia,  así como de la Federación de Asociaciones de Agentes Comerciales de Cuba. En los años 60 se instaló en Venezuela, y en 1999 el Instituto San Carlos, perteneciente a la Universidad de Miami, en Estados Unidos, lo condecoró con la «Medalla Nacional de la Excelencia», por sus aportes a la Cultura Cubana desde diferentes partes del mundo. Apud. Carta escrita el 15 de noviembre de 1943. [Inédita].
[23] Consuegras Castello, Sandalio Simeón [Potrerillo]: [Potrerillo, Cienfuegos, 1920- Estados Unidos ¿199?].  Pitcher derecho, iniciado en el béisbol cubano en 1935 con el Club Cumanayagua, y entre 1942 y 1945 actuó con el Deportivo Club, de Matanzas, pertenecientes a la Liga Amateur, hasta que, dos años después, pasó como profesional al Atlético de Marianao. Al poco tiempo intervino en la Liga Mexicana con los equipos de Puebla y Monterrey, así como Gavilanes, en Venezuela. En la década de los 50 se relacionó con los elencos de las Medias Blancas de Chicago; Senadores de Washington; Orioles de Baltimore y Gigantes de Nueva York.Estuvo 8 años en la pelota profesional de los Estados Unidos, y en 1954, jugando con los Medias Blancas de Chicago, se convirtió en el primer lanzador latinoamericano que conquistó el Campeonato de la Liga Americana, con balance final de 16 victorias y 3 derrotas.
[24] Op. cit.

Onelio, el Cuentero, cabalga de nuevo

Onelio, el Cuentero, cabalga de nuevo

Por Luis Machado Ordetx

Las polvorientas callejuelas de Calabazar de Sagua lo hacen retomar el tiempo, como el que no quiere escapar de su paso, y se embriaga de nostalgia que, para muchos, constituye signo de encuentro con la memoria y hasta de reciedumbre en los huesos.

 

No, él está aquí porque desea refundirse con un pedazo de su fisonomía interior, y cabalgar en las siete décadas de existencia. Es 1979, y Onelio Jorge Cardoso, incluso como otros lo llaman: El Cuentero Mayor; Juan Candela, El hombre del sueño y…, con una modestia inaudita, asume el pasado con esa cualidad de «pico fino» que lo distingue para contar anécdotas,  testimoniar de los rincones de antaño, y volver a las travesuras incitadas por el ambiente pueblerino.[1]

 

En aquella ocasión, tras el diálogo con el declamador Severo Bernal Ruiz —el amigo de siempre—,[2] hubo una conversación trunca, casi olvidada. Otra vez, después de un lustro de su estancia en Calabazar de Sagua, volvió a tierras villaclareñas. Estaba dispuesto a que la oportunidad anterior no se esfuma. Era corto el tiempo para la estancia. Venía con su esposa, Cuca Viera, quien aseguró que, aún una breve plática, habría entre el escritor y el periodista que indagaba sobre su paradero.

 

Bernal Ruiz, al que conocía por permitirme escudriñar en su archivaría trascendental para la Historia de la Cultura villareña, auxiliaría en el intento. Al fin apareció Onelio tras el agotamiento que provocan sesiones prolongadas de diálogos insistentes con personas que preguntan de todo.

 

Onelio solicitó un reposo para entablar la conversación. Los tópicos irían desde particularidades temáticas de su cuentística, hasta fundamentos prácticos sobre el hacer periodístico en rotativos, revistas especializadas y publicidad. Tenía interés en preguntar de todo, sin molestar al otro, para un conocimiento casi cabal de su personalidad literaria.

 

El primer golpe, casi al mentón, cuando dijo, adelante, y apareció de súbito una relación sobre los temas recurrentes en que destaca la figura de la mujer, la  imaginación y la fantasía del cubano.

 

Traté de abarcar las mayores dimensiones de tópicos, consciente de que en Santa Clara cuajó como narrador y periodista, hechos que, al ser esbozados con anterioridad por Bernal Ruiz, prescindiría en su médula. Él otro, como un púgil, sin dar posibilidades a que se apagara la última sílaba inquisidora, argumentó:

 «La mujer constituye un elemento delirante y significativo, porque reconstruyo sus padecimientos de injusticias sociales que soportó por  partida doble: primero

dada su posición social: humildes, sencillas, sufridas, pero con dignidad; a la vez por la condición de hembra apetecida».

 

El narrador se palpa el cuero cabelludo, casi sin cabello, solicitando una suspensión, pero asiente continuar, sustentando que «Las féminas  son más víctimas del mundo burgués que el hombre. Ahí están los casos de “Mi hermana Visia”, donde describo una situación común del pasado: la joven campesina que se prostituye en la ciudad obligada por la necesidad y el desamparo.

 

«También están “Leonela”; “Estela” y, otras mujeres más, que estaban desamparadas, por ejemplo viene a la mente “Graciela”, la maestra solterona del pueblo, la Doña Rosita, del interior de Cuba, abandonada por el novio seductor. En cambio, ella, como antes dije, tiene una constancia en la bondad y la honradez espiritual que sintetiza, y una resistencia ante las desgracias sociales y personales que enfrenta. Eso la hace superior al hombre».

 

Onelio, por supuesto, ¿Y en casos de mujeres con otros valores, digamos negativos?

 

«Bueno, no es perfección, como también en la flor, a veces no se percibe el perfume y la delicadeza de los pétalos. En ocasiones las espinas hieren. Son casos que no abundan en la cuentística que he creado, y sí existen aparecen sujetos a formas aisladas. Por ejemplo, en “Los metales” presento a una mujer campesina de la Ciénaga de Zapata, que vuelca todos los traumas contra el hijo, su entraña más sublime.

 

«Dos hambres, vista por algunos críticos de mi obra, incluso también la identifico, por qué no, presenta en hilo conductor en “El cuentero”, donde se incorpora por primera vez a la concepción narrativa que elaboro, y llega a repetirse en “Caballo de coral” y también en “Los sinsontes”, intentando revelar la necesidad de la espiritualidad humana. Eso lo aprendí del poeta Enrique Martínez Pérez, como si fuera una poesía, un canto, una fantasía[3]

 

«No es gratuita esta defensa del arte, porque la imaginación y la fantasía, son de urgencias para retomar lo perdido, lo anhelado. No obstante, mi cuentística se afinca en problemas muy reales, y de índole social, que existía en el pasado: el desprecio del burgués por las manifestaciones culturales y en específico de la literatura, donde el artista apenas podía expresarse.»

 

Entonces, usted y yo convendríamos en algo interesante sobre el elemento fantástico y la realidad dentro de su obra.

 

«Sí, todo lo que aparece en los cuentos, y son enseñanzas ganadas desde Santa Clara, con las sesiones teóricas del Club Umbrales, impartidas en los años de la década de los treintas por Juan Domínguez Arbelo,[4] son extraídas de la vida, la realidad y la inmensa gama de complejidades que provocan las relaciones entre los hombres.

 «Se dice que la literatura se crea a partir de la realidad y la imaginación; entendiendo que la fantasía es toda creación que inicialmente parte de una realidad, porque es el patrón con que el hombre puede ajustar la propia imaginación. En síntesis, creo que es todo lo que se puede hacer sobre lo real, que no es eso que preexiste, lo tangible, lo visible; pero es consecuencia de eso como tal, ya que no se puede encontrar lo absolutamente puro como fantasía.

«Así lo presento en “Abrir y cerrar los ojos”, donde como creador estoy sobre la realidad, en su justo medio, pero rápidamente asaltan ideas delirantes, que plasmo en el plano de la fantasía y la imaginación.

 

«Por supuesto, casi nunca tengo nada en proyecto, cuando se me ocurre algo lo hago sin tener presente ningún tipo de planificación. Jamás he escrito novelas, pero el cuento, en realidad, llena y satisface por su brevedad, agarre y dinamismo. Nunca me impongo hacer lo que realmente no siento, ya que no lo vivo, y entonces no lo disfruto

 

Hay particularidades de su cuentística que se asoman al teatro, claro, existe una imposición de un conflicto dramático, la esencia lógica del argumento, la psicología de los personajes y la constancia de una argumento corto, rápido de esencias, entre otras particularidades. Muchas de sus obras se llevan a la escena, y apenas en el trabajo de mesa y en el montaje de las puestas se demandan ajustes.

 

«Es cierto. Te digo que el teatro ofrece muchos placeres, sobre todo el dramático, y me pregunto que debía escribirlo, porque hay ciertas facilidades en el dialogo, en la estructuración de las situaciones y en la psicología; pero en realidad nunca me he atrevido, siento miedo. Sin embargo, como apuntas, muchos de los cuentos concebidos en diferentes épocas han sido llevados al teatro y de la noche a la mañana  me  convierto en teatrista sin serlo.

 

«Ojalá viviera muchos años para hacer otras cosas dentro de la Literatura. En periodismo, un modo de hacer realidad las palabras y los acontecimientos, de muchas maneras, reconstruyo lo que observo, hasta en la crítica literaria, y no creas, algún que otro verso se desgrano en el decurso de las épocas.

 

«Residiendo en Santa Clara durante un buen trecho de los años treintas, y aventurado ya en la Literatura, al margen de las sesiones teóricas del Club Umbrales, hicimos varios ejercicios periodísticos, con recorridos por zonas rurales donde abundaban los campesinos, los carboneros y la gente humilde, y formulaban historias que, con elementos fantásticos, abundaban en la realidad de las vidas de hombres de carne y hueso.

 

«Esas experiencias, la rapidez de los diálogos, la síntesis de los conflictos y las historias, tenían una recreación periodística, con un sustento narrativo, donde imperaba la descripción, la presencia de resúmenes y de escenas que, sin mucha elaboración, constituían una historia literaria.

 

«Por tanto, no veo muchas diferencias entre la literatura y el periodismo, y solo en el estilo, como cierta vez dijo Alejo Carpentier, estriban las demarcaciones para contribuir a los diferentes registros de la mirada y las palabras. Muchas otras cosas expresaría, pero las dejaría para otra ocasión, cuando el amigo Severo Bernal reciba con similar magnitud al pasado.»

 

Ya era pasada el inicio de la madrugada, cuando, confiado en acumular las respuestas imprescindibles, di por concluido un diálogo que, prometió como en la primera ocasión, cinco años atrás, continuar en cualquier momento.

 

La distancia, por desgracia, obligó a dejarlo trunco para siempre tras la muerte del cuentista. No obstante, quedaron otras confesiones que, por ventura de un tercero, llegaron en la boca del declamador Bernal Ruiz, una personalidad imprescindible para retomar el pulso del acontecer cultural del territorio villareño durante en una buena parte del pasado siglo.

 

Así saldé una deuda, y aseguré que El Cuentero, ese que por siempre llamarán Onelio Jorge Cardoso, cabalgara de nuevo entre nosotros.



[1] Cfr. Jorge Cardoso, Onelio
[2] Bernal Ruiz, Severo de la Caridad: [Santa Clara, 1918-Id., 1990].  Tipógrafo, poeta, periodista y declamador. Viajó por México y los Estados Unidos en los años finales de la década de los 40, y se convirtió en uno de los principales declamadores cubanos de su época. Cfr. Luis Machado Ordetx (1996): «Severiano gesto sin soledades», en Coterráneos,  pp. 11-22, Editorial Capiro, Santa Clara.   
[3] Martínez Pérez, Enrique de la Caridad: [Sabanilla del Encomendador, Matanzas, 1898-Santa Clara, 1959]. Destacado poeta y narrador cubano. La totalidad de su obra lírica y cuentística permanece inédita. Tuvo una marcada influencia en los escritos firmados por Onelio Jorge Cardoso, Raúl Ferrer, José Ángel Buesa y Juan Bosch. V. Iliana Rodríguez Salado y Luis Machado Ordetx (1996): «La poesía de Enrique Martínez Pérez», Tesis de Grado, Facultad de Humanidades, Universidad Central de Las Villas. [Inédita].   
[4] Domínguez Arbelo, Juan: [Santa Clara, 1900-La Habana, ¿1984?]. Dramaturgo, periodista, crítico literario e investigador. El autor recoge aspectos de la vida y obra de Domínguez Arbelo en un testimonio ofrecido por el declamador Severo Bernal y contenido en Kilates del testigo. [En proceso editorial]. Cfr. Diccionario de Literatura Cubana, t. i, Op. cit., 289. 

Raúl Ferrer, un querube bravío

Raúl Ferrer, un querube bravío

Por Luis Machado Ordetx

Detenido quedó en una valla de recreo exclusivo y natural. Olfateando al contrario midió las distancias, acunó ideas y destiló sueños. Tenía sangre hirviente, propia del temperamento y verbo. Siempre lo vi de esa forma, y no de otra. Era un hombre de músculo regocijado, cargado con palabras de intencionalidad juiciosa y metafórica.

 

De ahí afloró su nobleza, y dispuso del corazón para quemar frases e incinerar discursos y opiniones, pero... Prefirió halagarlas en el encendido camino de un oído capaz de percibir el murmullo de las hojas de la floresta. Delirando lo suyo, revoloteando inquieto, agitando las manos, siguió canturreando un disparo de  querencias.

 

Así de ardiente lo intimé en el querube que esclarece, ríe, y se viste de sinceridad  perdurables. Fue eso y mucho más. Quien lo trató, no dirá otra cosa. De lo contrario blasfemaría sobre el grueso cristal que ampararon los ojos. En el fondo era un «adolescente» dormido en el interior, deseoso de delirar...

 

 Eso contó y, por supuesto, también lo constaté. Cuando lo percibí se esclareció la soberbia melodía... Era un ángel en remanso sonriente y, como criatura, se despojaba de las riquezas espirituales con la hondura del orfebre encumbrado en el encantamiento.

 

Es de aquí y de allá, sin punto fijo: en cubanía pletórica de «guajirigallos. En infinita gracia supo divertirse con probada sinceridad. Naturalizado en Yaguajay  —sin residencia detenida en Narcisa, Caibarién, Santa Clara, Manzanillo, La Habana,..—, Raúl Ferrer Pérez es considerado un enconado polemista de punta a rabo. Si alguien difiere, pregúntenme para acentuar la definición, aunque... Otros, casi seguro, estarán de acuerdo con la profusión de las conjeturas.

 

Su exactitud: el entusiasmo espontáneo y vertiginoso que incita a la plática enjundiosa. La mejor vestimenta: la metáfora  juguetona y tierna que brota de la garganta, y que tropieza en un eco con el juicio certero,  inequívoco y total. La probidad: soberbia ante lo injusto, y el trato: cristalino con todos.

 

Desde que desprendió los párpados al mundo, allá en 1915, abrigó idéntico ropaje. No en balde instauraron atributos del tono expresivo y el santo o la seña del  poeta-maestro. Los enunciados de ningún modo escaparon de la boca. Él acercó la vocación, y cogió las letras con el disfrute incalculable del que ostenta un querubín.

 

Donde pernoctó, siempre estiró y colocó el sabio brazo. Exaltó a las sementeras, delimitó imágenes, consolidó  puntos de vista, afincó el delirio por la cubanía, polemizó con timoratos, y enraizó un testimonio que poseyó en las entrañas el sudor, esgrimiendo la voz de una caricia.

 

De ese caudal inagotable —manantial de pisadas—, germinó una afinidad que solo se apagará con la muerte: estaremos fundidos en el «recuerdo». De fiel era que, en un presentimiento de «despedida», bullía deseoso por recorrer Santa Clara y los sitios de antaño. Saldaría deudas, decía, y se marcharía contento. ¡Qué gratitud! Eso ocurrió en 1989, fecha del último encuentro.[1]

 

Nadie más simpático, por sus ocurrencias y maldades, y dado al cultivo de la hermandad, que este guajiro tierno de Yaguajay. El campo lo tenía prendido en la piel. ¿Quién advierte que, aún atiborrado de cosmopolitismos, pueda trastocarse  la «lealtad» rural? Mentiría si planteo que las ocupaciones profesionales y las relaciones sociales lo embriagaron.

 

Siempre fue llano y limpio. Eso sí, jamás hubo alguien que le diera «gato por liebre»: escogía en el instante las prendas que engalanaban la conversación. El tiempo no borra las anécdotas, porque presidieron una confabulación silenciosa entre la cercanía y la distancia impuestas por el poeta.

 

Él —acoto con la potestad que asiste—, se dio de un modo singular, típico y valedero. En 1936, apareció en Santa Clara. Hurgó entre los conocidos y husmeó mi paradero en la calle San Mateo. Yo, casi en la juventud —dispensen la pretensión de  «auto elogio—, poseía una forma de declamar muy propia. El visitante figuraba como invitado de la tertulia sabatina del club Umbrales, y consignaba la disposición de justipreciar, hasta el deleite, junto a un grupo de escritores, el arte que hacía.[2]

 

Asomó en la casa con desenfado, y sin dilación, espetó: «Quiero ser su amigo». Aquello atontó y hasta en soliloquio pregoné: « ¿De dónde habrá salido este hombre con alma de ruralista afiebrado?». Martí, enseguida, repercutió, porque: «Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea...».[3]

 

Todo quedó sellado. Por dentro era otro. A veces uno confunde la mirada, pero debe  corregirla con prontitud. El timado fui yo. Luego rectifiqué y solicité disculpas tras el encontronazo, porque « [...] Hay tanta gente corta de vista mental que creen que toda la fruta se acaba con la cáscara...».[4]

 

 A la casa y al aula de la Escuela Cívico-Rural, número 273, de Narcisa, en  Yaguajay, fui para fascinarme con la inocencia que dispensan los niños y saborear de la poesía de su mentor. Él oficiaba como un  maestro voraz y de prestigio. En sus huesos reposaba la complexión de un escolar rodeado de un menudo mundo infantil.[5]

 

Con el tiempo se desencadenaron los diálogos casi permanentes: estrechar las manos, el abrazo, y el envío de una carta, un mensaje personal, un poema de regalo, un telegrama... Se ingeniaba mil formas, medios y métodos para «atrapar» a los entusiastas colaboradores. Exigía, gustoso, la presencia de todos, porque necesitaba derrochar afectos: ofrendaba sinceridad.[6]

 

El delirio por la familia, los pequeños y los escritores, tenía tintes incalculables. A veces, reía de gozo. Expresaba que requería de solidaridad, como el estómago hambriento reclama un bocado de comida.

 

Santa Clara, Caibarién, Manzanillo, Matanzas, La Habana,... devinieron en escenarios de las citas. Siempre hubo un invariable y casi idéntico círculo: Manuel Navarro Luna,[7] Enrique Martínez Pérez,[8] Juan Marinello[9] y  Jesús Orta Ruiz  [Indio Naborí][10] y, por supuesto, yo con ellos. El respaldo y el entrañable cultivo de las artes, y la desprendida y perenne alegría por  los infantes, representaron asideros refrendados por la amistad. No interpretaba otra cosa. La vitalidad era como el péndulo que apenas oscila en la integridad del humanista.

 

En los  periplos, reunidos una que otra vez, apareció el contacto con Onelio Jorge Cardoso[11], los diálogos con Emilio Ballagas[12], Gaspar Jorge García Galló,[13] José Felipe Carneado[14], Nicolás Guillén[15], Carlos Rafael Rodríguez[16], Mirta Aguirre[17] y el dominicano Juan Bosch.[18]

 

Las tertulias de Umbrales lo tuvieron de insistente  oficiante, y el bar Ideal, de Domingo Carreiras —en el Parque Vidal, de Santa Clara—, punto fijo para la polémica  apasionada. En la gracia comunicante, con asiduidad, apreciamos el simple choteo popular, la risa amena, el humor refinado, el nacimiento de un verso contagioso, comprometido y abierto con las diatribas teóricas, y el reclamo de demandas en favor del pueblo.[19]

 

 Jamás falté a una reunión con el joven «peleador fino» de Yaguajay. Concuerdo que eso atrajo y enraizaron los acoplamientos  y el cariño insondable. Muchas metáforas procreó con el influjo de esas conversaciones —inspiradoras de meditaciones y del trotar por indefinidas partes—, y de la influencia aprehendida y entusiasta que marcó Martínez Pérez.

 

A este escritor lo consideró un «imán» capaz de impulsar corrientes e insuflar  oxígeno en ambientes de corte social, campesino, humanístico y negrista. Eso encumbraba el ánimo de «sueño» y de imaginería,  vistas como un «regalo» de la naturaleza. Él era un ídolo, su patrón: aunque nunca fundó un calco. De ahí las diferencias, pero supo apropiarse de las magníficas cualidades del más inédito de los poetas.[20]

 

En reiterados instantes y públicos se declaró deudor poético, y afectado estaba porque Martínez Pérez seguía «merodeando» —aún lo está—, en el más puro abandono de la Historia de la Literatura Cubana. Raúl afirmó, creo  fue el primero, que las maneras de contar la realidad, en particular de Onelio Jorge Cardoso, pertenecen «en ciernes» al amigo. Sin lugar a duda, esas miradas fueron tomadas, enriquecidas y originadas a partir de la perspectiva de ese narrador del «silencio» oral o escrito. [21]

 

Todavía, antes del último diálogo con Raúl Ferrer Pérez, aquí en Santa Clara —cuando ya las quejas por la quebrantada salud lo cortejaban—, de soslayo, volvió a la carga y espetó que se sentía dolido, porque nada, en lo absoluto, se discernía sobre las ricas metáforas que estructuró el «otro» en la profusa soledad del que compone anécdotas.

 

Idas y venidas a Santa Clara, inigualables como ninguna, volcaron a todos a una bohemia aparente, a las charlas fluidas, a los recorridos por las calles          —ausentes al paso del viento—, a las «conspiraciones» con la noche, el carenar en cafeterías, bares... Allí surgieron otras amistades que afincaron en el arte y la literatura un pensamiento común.

 

Similar actitud azotó a Caibarién. La presencia en esta ciudad era un torbellino efusivo entre cofrades. Ya parte de su familia residía en La Habana, donde floreció la tertulia de Pancho Arango, en la calle Prensa, número 205, en el  universo barroquista del Cerro.[22]

 

Por los 50  se conmovía en pleitesías. Un día se personó aquí con un poema —de cadencia negra—, que penetraba en la temática social. Él notaba que rivalizaba en «compromiso» con las mejores piezas de Martínez Pérez —no lo negó, al contrario, vislumbró el allegro—, y se llenó la boca de inconfundible humor popular para enseñarme la pieza. Sin presunción, irradiaba devoción.

 

Por título: «Progreso». Con jocosidad perpetua me lo regaló para incluirlo en la declamación. Así, esos versos pasaron por escenarios y retumbaron en su época: conservo el original. Nunca abjuré de esas letras. Estaban correctamente escritas, y crecían en el afiebrado ritmo de la vocación. Su perfil de artesano era como un duende esclarecido, definido y delimitado...

 

Los recursos tropológicos y la elocución poética tenían  parecido a los incorporados en El romancillo de las cosas negras y otros poemas escolares.[23] Sin embargo —al igual que «Fiesta», «Reivindicación del dientuso» y «Respuesta del buen marido»—, se propagó gracias a la inquebrantable misión encarnada por recitadores, conceptuados como pulidores de versos. Aún esos textos están protegidos en los respectivos originales. De oído en oído —abriendo surcos al aire, tironeando la esperanza y canturreando la existencia—, conquistaron una página salvada al involuntario olvido.[24]

 

Raúl pasó por ese trance. Nunca fue un perseguidor de ediciones y, entre las décadas del 30 al 50, consiguió varias pugnas y difusiones, dada la «grandilocuencia» del declamador. No obstante —para nunca ser menos que nadie—, moldeó algunas de esas líneas  en Archipiélago, una voz de tierra adentro para el Continente. En la publicación también cristalizó su otra naturalidad: el pequeño comentario literario.[25]

 

Claro, Ferrer Pérez en ocasiones perdió el nombre, y acogió el de «Reivindicador de los dientes grandes y afilados». Era como una espuela poética. Con eso promulgaba la devota admiración hacia los sujetos particulares que defendía Martínez Pérez.

 

 El carácter jacarandoso del temperamento —de  dicharachero diario y polemista acerado—, delimitaba el acento que otorgaba a la estrofa. No eludió en su «cuerda» una sentencia refinada, profunda y aceitada con ritmo y atinada musicalidad.

 

Canción y tesitura eran monolíticas. Nada agregaba gratuitamente el oído receptor. Todo recaía en un pacto de soledad creativa. El carisma se escondía en la llaneza del trato, la frase espontánea y la disertación abarcadora... Ese galardón no se apagó de su boca, y nació con él. Hasta el último aliento fue un «infante»  que se estremecía pletórico,  innato. En el aula de la escuelita de Narcisa —donde fungía, además, como sempiterno maestro—, emergió el antológico «Romance de la niña mala». En los atributos, cualquiera advierte la añoranza y la sinceridad humana: son peculiaridades puntales de la clase y la lección.

 

Lo mismo convertía el aula en salón de baile y disfraces, que enseñaba a amar a la Patria de disímiles formas. Los amigos instauraban tribunas para incitar la sabiduría del inocente que acicala la imaginación ante las insospechadas realidades. ¿Quién no ocupó, de una forma u otra, con placer, el más humilde los pupitres? ¿Cuántos no compartimos el mendrugo y las frutas silvestres  recogidas o adquiridas en los alrededores del pueblo? Todos, responderán los que están muertos, y los vivos también lo asegurarán. Lo consiento.

 

Como fragantes lirios, cuando abren los seis pétalos a los cuatro vientos, estuvimos allí, en la modesta casa, y ofrecimos clases, al compás de la sabiduría y la liturgia de la palabra. Comprendimos entonces ese infinito  espacio del respetable escritor y maestro. Siempre poseyó en la confabulación del diálogo  un tono único, una sentencia abarcadora: la amistad y el respeto por el otro.

 

Guardo —entre las cosas más queridas de Yaguajay— un diminuto papelito impreso con la angelical añoranza de una adolescente que apenas se deshacía de los hábitos de humilde campesina. Ya está amarillento, pero... Conserva la pulgarada impuesta por el pulidor. Esa pequeña hojita, devenida en incunabulum, dice: «Nuestro amigo se nos va». Central Narcisa, marzo 26 de 1942. 90 de Martí. Dolores Domínguez González.[26]

 

Los que intimaron en las mañanas, las tardes o las noches, a aquel agitado cuerpo de ideas vertiginosas, maduras, inusitadas, hace ya 50, 40, 30 ó menos años, no olvidarán  que en el centro estaba el educador Raúl Ferrer Pérez. Funcionaba, sí, como un extraordinario magíster: la huella telúrica, al realzar a Martí, adquiere un profundo sentido de pertenencia y admiración. Él, guajiro de «pico fino», sé que jamás abdicó de  esa concepción.

 

Idénticos destellos sostuvo, a partir de 1953, cuando comenzó a residir en La Habana y tomó mayor cariño por los barrios y las calles pobres de la ciudad. Siempre el rostro del hombre humilde lo contagió. Oficiaba en la escuela pública de la calle Enamorado, entre Serrano y Poey. Allí evidenció la forma de frecuentar la poesía y perseguir otros afectos de insuperable gala: la palabra.

 

Las tertulias ahora eran en  la casa de Pancho Arango, donde la cultura se jalonaba sin estridencias, elites y grupúsculos, al organizarse fraternales discusiones sin meras presentación de asistentes.

 

Jesús Orta Ruiz [Indio Naborí], José Ángel Buesa,[27] Raquel[28] y Vicente F. Revuelta,[29] Ody Breijo[30] y Ramiro de Armas,[31] eran de los habituados sabáticos. Como quienes van camino a la floresta, en las mañanas de verano o invierno, todos se juntaban. Frecuentemente íbamos a La Habana los amigos de Santa Clara y Caibarién. Un espacio al diálogo fecundó, en esa ocasión, para el fomento del acontecimiento literario, de donde salíamos rejuvenecidos.

 

Ese aire natural —de poeta de fácil fraseología, de labios rápidos en la pronunciación, de agitado contoneo, de gallo fiero, en disputa y lidia, de orfebre de meditaciones, y protector de recursos y formas líricas incalculables—, acudía a Ferrer Pérez como un obstinado preceptor. Era un curtidor,  conformador de celdas con mieles y versos —aún inéditos—, el que yacía erguido ante nosotros y  esperaba o escuchaba en un punto fijo.

 

La poesía que germinó desenvuelta, minuto a minuto,  cantó al amor, y recreó la infancia y la naturaleza. De similar modo enfatizó en la utilidad del suceso histórico: particularidades del retoño inspirado por los hombres y su época. Los versos y las preocupaciones, revelaban al hombre en imparcial dimensión, y  sentenció que: «De mi voz he llevado la poesía, como se lleva a un niño de la mano».[32] En realidad  todo lo plasmó con su insobornable actuación.

 

Esa sonoridad que ondulaba en el interior —acotado en los 169 poemas de  Viajero sin retorno, 1979—, saborea el paisaje, la belleza femenina, la inocencia infantil y la recreación que inquieta en denuncia social.

 El humor con tinte negrista  anota precisión: se explaya en un discurso que perpetúa las estampas de otros creadores permeados de similares quehaceres literarios. No será la primera ocasión en que Ferrer Pérez sorprenda, y amplíe sus horizontes poéticos. La carcajada tiende a convertirse en realidad, y la ironía late y el choteo fortifica. En otras piezas —inéditas o contenidas en mí archivo—, se nota con mayor reiteración. Aseguro que representan un modo poco usual de encarar la realidad y transformarla. Así se aprecia en: «Reivindicación del  dientuso»                                          ¡Oh, qué pasa, Miguelito!                                         Aquí, buscando un señó                                         Trigueño, de bigotico...                                         ¿No lo a’bito?                                         Chico, nó.                                         Pero si me dá ma seña                                         Pué sé que lo jame yo.                                         Chico, uno que vende ingierto                                         y que hace mucho cuento                                         y cosa para la to                                         Pué te soy franco, Migué                                         No conoce ese señó...                                         ¿Y pa qué...                                         ¡Míralo! Ta asiendo cuento...                                         e mimito... E’mimo e, tú lo quería,                                         que lo anda buscando hoy.                                         Poque se trae un abuso...                                         ¿E' no sabe quién soy yo?                                         Si lo encuentro tú verá                                         la galleta que le doy. 

El poema es largo: metáforas, ironías y prosopopeyas, entre otras  figuras retóricas, evidencian el regodeo por lo controvertible. También coexiste la «perfección» estilística, y la comunión del contenido y la forma. La risa y el jugueteo se decantan hasta fundirse con moralejas y anécdotas sentenciosas. [33]

 

En otras piezas de El romancillo..., recursos y temas despliegan el oficio a partir de la reciedumbre guajira y la estirpe popular que ronda. La envoltura intelectual, y literaria, afloraban lúcidas y edificantes en la composición. Tal constituyó el caso de los romances, donde brilló el dedicado a «la niña mala».

 

Sin embargo, distinguió en lo explícito, partiendo del octosílabo asonantado, para entroncar con la décima campesina. Galopó en el soneto y engalanó un serventesio o una elegía. Lo que tocó en gracia, humor y esplendor criollos —con el mayor aplomo—, tuvo una sentencia formal y estilística que lo circunda. En él hubo música y armonía, y como si la noche se pegara al día, el sonido era rima y melodía.

 

En «Arte poética» —apertura de Viajero sin...—, clareó el definidor estético y el tallador del concepto: «Ni un verso para hacerme una corona,/ ni verso de acicate a mis instintos,/ ni una musa de versos para el llanto./ Mejor los llevo al viento».[34]

 

Todo aconteció en ese parámetro. Jamás cargó el cetro ceñido al cuerpo, sino pegado al cinto, dobladito —como un pañuelo, en el bolsillo, empapado del sudor de la piel, del calor de lo efusivo—, aferrado a la criatura que lo engendró. Así  lo conocí y lo reconozco.

 

Su verso cantó a la realidad, a las dolencias y  querencias, para retoñar en manantial. El inseparable movimiento del orfebre —del escultor, y el nítido alfarero—, se resistía, y en poesía encarnaba un sagrado. Solo dos libros: El romancillo de... y Viajero sin...[35] Los escritos restantes tienen un vago asomo en publicaciones periódicas.[36]

 

 Sabe Dios quién atesora maravillas dispersas y acunadas en terrenos y horarios tan diversos. Todo lo regalaba: comprendía que vendrían quienes con sumo celo lo conservarían. Todavía las piezas «asignadas» a mí mantienen la temperatura fresca del papel, y el tierno olor, dulce y saltarino, de la tinta de imprenta.

 

Poemas y estrofas —y no fueron pocos—, pasaron al olvido. Perdidos yacen en lo efímero que legitima un espacio en formas y colores... Ese instinto fino, para «encerrar» la metáfora en un puño, lo impulsó hacia una polémica enconada y sistemática con un «extraño» lírico surgido en Yaguajay. Ese «personalillo» pretendió desolar las diferentes maneras de composición con actos injustificados y vulgares: encolerizó las costumbres y a los moradores del pueblo.

 

Como un gladiador, atacó Ferrer Pérez a un «autotitulado escribano» que, con creyones de colores «apostaba las metáforas» en los cristales visibles de los centros comerciales. En un amanecer las vidrieras aparecieron llenas de «letrillas» de toda estirpe. Allí confluían versos bien fundamentados y otros combinados con mala entraña.

 

Él solo atinó a contestar. No lo hizo desde el silencio escurridizo y anónimo de la noche, como el otro, sino a pecho limpio, con la frescura de las entrañas. Redactó una vez —sacando a relucir la cara poética—, deseoso  de que surgiera la réplica. El «presunto» abandonó el campo de batalla y se sumergió en idéntico parecer al que lo vio nacer:  el anonimato. En pocas ocasiones —tal vez ninguna, que conozca—, este tipo de poética fue contemplado en idéntico trance de un pueblito cubano.

 

 Los amigos, que respetaban el talento y la entereza de Ferrer Pérez, lo elogiaron por despampanar en la raya al «excéntrico». No era de los que callaban ante las injusticias, pero deseaba tantear las «armas» del otro, imponiendo la honestidad adecuada. Nadie regañará  esta variante estrófica, efímera, perdida y en olvido, por tuvo su inusual validez.[37]

 

       Eso le valió para aclarar en «Aquí» que: «Un poeta es un hombre cuando dice la verdad». En «Conmigo» bulle en celo y cuenta que: «Mi corazón cargado de universos/ se diluye en las rimas y te nombra/ y aunque le falta, viaja en tu sombra/ va conmigo en la noche de los versos». Hay dolor, lo creo, es interno, y parió y sufrió hasta el desgarramiento con la aparición de los versos. Después los recreó, a la par que exteriorizó su inocencia.[38]

 

En Cuba no hay nada más antológico —olvidado, porque permanece escondido, sin editar—, en despliegue y sentido que «Respuesta del buen marido». Es una autodefensa a la esposa, a las mujeres de esta tierra, a la novia, y al tono suave y mágico que fomenta el alma femenina.

 

Diría que es un clásico no cotejado en libro alguno. En el plano personal lo considero una leyenda para cualquier época, dado por la emoción, el modo de entender el enfrentamiento y los atributos o símbolos que deshila. El alegato ostenta una proyección cinematográfica, discursiva y conversacional, legítimas para un reconocimiento.

 

 Por la ubicuidad —el lugar o auditorio—, enarbola ánimos en la vehemencia que  resguarda lo compartido. Nada engrandece más a  un texto de ese calibre y dimensión. Su título:

                                                                              «Respuesta del buen marido»                                    «Amor» que nunca besas, «Amor de mal vivir»,                        la mujer con quien duermo necesita dormir.                        ¡Jamás se siente sola ni el ardor la rebaja                        porque está satisfecha del amor... y trabaja!                        ¡Sobre el febril reclamo, bajo el temblor ligero,                        más que macho y marido, yo soy su compañero!                        Que sé cuando el hombre se siente satisfecho                        ni a la estrofa ni al parque lleva cosas del lecho.                        Que ansiamos el minuto en que la carne grite                        y sólo a sus palabras volvemos, si repite.                        Es placer al rendirse al calor de la hembra                        en cuyo puro seno realizamos la siembra                        y en la que cultivamos el rosal de otros nexos                        con un placer más hondo que la unión de los sexos.                                           En amor mayor gusto cuando menos alarde.                        ¡Por eso se equivoca tu lujuria en la tarde                        pero si, como dices, es dulce, clara y bella,                        tu calumnia y tu envidia no llegarán a ella!                       Tú quieres que ella vaya besándome ante todos,                        pero ella sabe hacerlo de otros discretos modos.                        Quisiera contemplarme bebiendo su hermosura,                        haciendo de la calle una gran cerradura.                        Tú que manchas el verso cantando el adulterio,                        es justo que no puedas medir a un hombre serio,                                           y aseguras que todas las hembras son infieles                        con tu filosofía de vicios y burdeles.                        ¡Bien se ve que no sabes lo que es un gran cariño                        que comienza con un beso y termina con un niño!                        Hay mucho a qué cantarle, para que los poetas                        sigan las cortesanas y ridículas tretas                        de ociosos pescadores con versos de carnada,                        tirando sus anzuelos a mujeres casadas.                        Eleva tus punzantes instintos animales                        hacia el urgente rumbo de luchas e ideales.                        La mujer es poesía. Y el verso la requiere                         para ayudar al hombre a vencer lo que muere,                         a edificar un mundo de firmes alegrías                         que debiera el poeta cantar todos los días.[39] 

Al enumerar los poemas y sus magnitudes, se encomian las fijaciones del creador. Circunscribir es la apostura, no cabe  duda, y aprender del hombre hasta lo minucioso —tras la partícula que se acopla a la epidermis—,  la misión  acogedora.

 

 Refiere elegancia en sentimientos: ratifica la podredumbre que observa en el otro, con la punición de una «eticidad» que transgredió el cauce, para acotar la diferencia de pareceres.

 

 El lenguaje no se silencia en frases perfectas y engalanadas. Realza el adiestramiento del magisterio, y engrandece la capacidad amatoria hacia lo opuesto. Llegaba, incluso, al calificativo de «prodigiosa sementera». Dentro de la Historia de la Literatura Cubana, que sepa, «eterniza» un gesto admirable y explayado para el alma femenina. La vocación «aprisiona» los derroteros del contorno.

 

Todo el caudal abarcador de entusiasmos, la agilidad de la palabra que cercena, del palomo libre y manso, del río incontenible, del gallo fiero —carente del más lejano espichón—, residía ahí, al alcance de todos, sin una queja o un reclamo.

 

La mirada que penetra en la nimia cotidianidad lo envolvió en carácter campechano. Él rompió centenares de poemas —lo sé yo—, y también ofrendó a lo efímero un número y guardó los de su preferencia. Tenían una perseverante: el reposo y la ebullición de la música, el campo, la hidalguía notable y el prójimo disimulado en una rica osamenta.

 

Raúl  Ferrer Pérez fue, y es, con todos los granos de la arena, un lírico  —aunque acérrimo enemigo de preparar libros—, y por su sello tajó las perspectivas del acabado artesanal: la orfebrería. Yacía allí, donde la mano perseguía al ojo.

  La sabiduría prevenida a la acogedora canturía fundó su distinción. Era un gallo henchido en el labrantío: manso cuando había que serlo y fiero en cualquier lidia. Revelaba una clarinada suya —entera y ajustada—, capaz de entonar una limpia sugerencia. Ahí gravita su patético parangón, abierto a la inoculación  y el cobijo del rocío y la hierba. Esas fueron y serán, en síntesis, los inseparables credos de una inspiración.    

                           



[1] En 1990 falleció  Severo Bernal Ruiz, y unos años después Raúl Ferrer Pérez. En 1991 «el poeta de Yaguajay» regresó a Santa Clara, sitio donde dialogué sobre diferentes tópicos relacionados con el declamador y otros amigos. De una manera u otra están contemplados en el contraste de las aportaciones sugeridas por el testimoniante. [2] Luis Machado Ordetx: Coterráneos, Op. cit., 23-30. [3] José Martí: «Nuestra América», La Revista Ilustrada, Nueva York; 10 de enero de 1891; Lot cit.: El Partido Liberal, México; 30 de enero de 1891. Obras Completas, t. vi, p. 15, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963.[4] Idem: «El poeta Walt Whitman», El Partido Liberal. México; 17 de mayo de 1887. Op. cit.,  t. xiii, p. 133.[5] Raúl Ferrer Pérez: [Mayajigua, Sancti Spíritus, 1915-La Habana, 1993]. Como otros jóvenes de su época, se formó como maestro de Escuelas Cívico-Rurales —nacidas al amparo del Decreto-Ley número 620, firmado el jueves 27 de febrero de 1936—, para combatir el «analfabetismo y orientar» la vocación cultural del campesino. En 1940 la provincia de Las Villas, donde residió, tenía 295 centros docentes de ese tipo, y la matrícula ascendía a más de 17 mil 800 estudiantes de edad infantil y juvenil. En el antiguo central «Narcisa», en Yaguajay, donde se ubicó como maestro Cívico-Rural, coincidió con Onelio Jorge Cardoso y Tomás García Coya, quienes desarrollaron similar labor. Ambos eran contertulios del Club Umbrales, de ahí la relación que estableció en lo adelante Ferrer Pérez con los jóvenes escritores y artistas de Santa Clara. Cfr. V. Diccionario de Literatura Cubana: t. i, pp. 338-339, Instituto de Literatura y Lingüística, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1984.[6] Hicieron visitas reiteradas a las tertulias del cuentista y crítico de arte Onelio Jorge Cardoso, con sede en el Colegio-Academia Luz y Caballero, en las calles Villuendas y Marta Abreu, en Santa Clara. Cfr. en Severo Bernal Ruiz: «Una peña cultural», La Publicidad,  xxxiv (12058): 5; Santa Clara, Las Villas, lunes 18 de octubre de 1937.[7] Manuel Navarro Luna: [Jovellanos, 1894-La Habana, 1966]. Poeta y periodista. V. Diccionario de Literatura Cubana: Op. cit., t. ii, pp. 655-658.    [8] Enrique Martínez Pérez: [Sabanilla del Encomendador, Matanzas, 1898-Santa Clara, 1959]. Destacado escritor cubano, aunque casi la totalidad de la obra permanece inédita o dispersa en publicaciones periódicas de La Habana, Matanzas y Las Villas. Su cuentística oral tuvo gran influencia en los textos concebidos por Raúl Ferrer Pérez y Onelio Jorge Cardoso. V., Iliana Rodríguez Salado, Iliana y Luis Machado Ordetx (1996): «La poesía de Enrique Martínez Pérez», Tesis de Grado, Facultad de Humanidades, Universidad Central de Las Villas. [Inédita]. Cfr. Luis Machado Ordetx: «Estocada poética de Martínez», en Coterráneos, Op. cit., pp. 71-82.  [9] Juan Marinello Vidaurreta: [Jicotea, 1898-La Habana, 1977]. Abogado, poeta, periodista, crítico literario y esteta marxista-leninista con amplia vocación martiana y antiimperialista. Publicó en las revistas Social, Avance y la Hispano Cubana de Cultura,... V. Recopilación de textos sobre Juan Marinello: Valoración Múltiple, Ediciones Casa de las Américas, La Habana, 1977; Ensayos, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1983, y Diccionario de Literatura Cubana, Op. cit.,  t ii, pp. 550-555, La Habana, 1984; y Juan Marinello: Cuba: Cultura, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1984. [10] Sabio Jesús Orta Ruiz [El Indio Naborí]: [Ciudad de La Habana, 1922-]. Decimista más significativo de la Literatura Cubana contemporánea. Utilizó los seudónimos Jesús Ribona, Juan Criollo, Martín de la Hoz y El Indio Nabori. Representante de la renovación poética de raigambre popular durante la década de los 40-50. En esa fecha tenía publicados los libros de versos Guardarraya sonora [1946], Bandurria y violín [1948] y Estampas y elegías [1955]. Premio Nacional de Literatura en 1995. Cfr. Diccionario de la Literatura Cubana: Op. cit., t. ii, p. 688.[11] Onelio Jorge Cardoso: [Calabazar de Sagua, 1914-La Habana, 1986]. Destacado cuentista cubanos del siglo xx. Hizo periodismo, escribió para la radio y puntualizó reflexiones teóricas sobre el cuento. Fue fundador de la revista y el Club Umbrales, así como La Hora Hontanar, todas de Santa Clara. V.   Diccionario de Literatura Cubana: Op. cit., t. i, pp. 469-471. Cfr. Onelio Jorge Cardoso: Cuentos, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1985, y Luis Machado Ordetx: Coterráneos, Editorial Capiro, Santa Clara, 1997. También con mayor amplitud en: Apud. http:// www.cubaliteraria.cu/autor/onelio_jorge_cardoso/index.html. [Disponible el martes 2 de noviembre de 2004, 6:50 p.m.].[12] Emilio Ballagas Cubeñas: [Camagüey, 1908-La Habana, 1954]. Poeta, periodista y ensayista. Cfr. Isora Pineda de Camps: «El legado de Ballagas», en El Villareño, Diario de la Tarde de Información General, vi (212):1-2, Santa Clara, Las Villas, sábado 18 de septiembre de 1954. Cfr. Diccionario de la Literatura Cubana: Op. cit., t. i, pp. 105-106. Cfr. Luis Machado Ordetx (1997): «Ballagas en su residencia», en Coterráneos, Op. cit., pp. 39-56; Luis älvarez Álvarez: «Ballagas desde el fin del siglo», en La Gaceta de Cuba, La Habana, pp. 3-11; noviembre-diciembre de 1997, y Víctor Rodríguez Núñez: «El cielo en rehenes: la insubordinación sexual en los versos tardíos de Emilio Ballagas», en El Caimán Barbudo, La Habana, 35 (306-307):26-28, septiembre-diciembre de 2001. También: Virgilio López Lemus (2004): «Emlio Ballagas, los pechos de la muerte me alimentan la vida», en Oro, crítica y Ulises o crecer en la poesía, pp. 59-75, Editorial Oriente, Santiago de Cuba.[13] Gaspar Jorge García Galló: [Quivicán, 1906-La Habana, 1992]. Pedagogo, filósofo e investigador marxista-leninista. Durante muchos años impartió clases en la cátedra de Filosofía y Letras de Escuela Normal para Maestros de Santa Clara, sitio donde residió desde 1932 hasta finales de la década de los 40. Ahí confluyó con Emilio Ballagas como miembro del profesorado y del alquiler en la casa de huéspedes de Pernas, lugar donde también vivieron Domingo Ravenet y su esposa Raquel Ramírez Corría, y de manera itinerante los pintores Jorge Arche, Eduardo Abela, Amelia Peláez, Mariano Rodríguez y René Portocarrero. Son los años finales de la década de los 30 en que se montan los murales de la Escuela Normal para Maestros de Santa Clara. Dirigió el Centro de Cultura Popular José Martí en la antigua provincia de Las Villas. Figura muy vinculada con el quehacer profesional y literario de Emilio Ballagas y otros escritores relacionados con el territorio. Cfr: Gaspar Jorge García galló (1980): Filosofía, Ciencia e Ideología: como la Filosofía se hace Ciencia con el marxismo-leninismo, Editorial Ciencia y Técnica, La Habana.[14] José Felipe Carneado: [Sagua la Grande, 1915-La Habana, 1993]. Abogado, periodista y poeta. Militó en las filas del Partido Comunista de Cuba. Negro preso, constituye un libro inicial de 20 poemas relacionados con temas afrocubanos. Permanece inédito. Cfr. Carmelo Álvarez (1989): Cuba: testimonios y vivencias de un proceso revolucionario, Departamento Ecuménico de Investigaciones, San José de Costa Rica. [15] Nicolás Cristóbal Guillén Batista: [Camagüey, 1902-La Habana, 1989]. Declarado Poeta Nacional de Cuba, dispone de una amplia obra en verso, prosa, periodismo y crónicas de viaje.  V. Ángel Augier: Nicolás Guillén. Notas para un estudio biográfico-crítico, t. i-ii, Universidad Central de Las Villas, Santa Clara, 1965. Poeta Nacional de Cuba. Premio Nacional de Literatura en 1983. Cfr.  Diccionario de Literatura Cubana: Op. cit., t. i, pp. 407-415. [16] Carlos Rafael Rodríguez: [Cienfuegos, 1913-La Habana, 1997]. Teórico y periodista marxista-leninista. Escribió en varias publicaciones nacionales desde temprana edad. Fundó el Grupo Literario «Ariel», y en su ciudad natal dirigió las revistas Juventud y después en Dialéctica, al tiempo que editó Universidad de La Habana, Mediodía y Fundamentos, entre otras. Sus obras principales son: Cuba en el tránsito al socialismo, 1959-1963, Lenin y la cuestión colonial, José Martí, guía y compañero, Letra con filo. Cfr.  Diccionario de Literatura Cubana: Op. cit., t. ii, pp. 903-904.[17] Mirta Aguirre: [La Habana, 1912-Id., 1980]. Poeta, crítica literaria y artística, periodista, guionista de programas de radio y televisión y pedagoga cubana afiliada al marxismo-leninismo. Publicó textos periodísticos de diversas temáticas [con lo seudónimos de Rosa Iznaga, Rita Agumerri y Luis Robles Garza] en las revistas Mensaje, Mediodía, La Última Hora, La Palabra, Lyceum, Gaceta del Caribe... V. Diccionario de la Literatura Cubana: Op. cit., t. i, pp. 28-29. También en Mirta Aguirre (1981): Estudios Literarios, Editorial Letras Cubanas, La Habana, y en Hernández Otero, Ricardo Luis y Enrique Saínz de la Torriente (2000): «Proyecciones e iniciativas culturales de los comunistas cubanos (1936-1958)», en revista Temas, (22-23): 88-100, La Habana, julio-diciembre de 2000. [18] Juan Bosch Gaviño: [La Vega, Santo Domingo, 1909-Id., 2001]. Político y escritor de amplio fuste. Residió en Santa Clara a mediados de la década de los 40, fecha en que vivió en Cuba como exiliado político por sus luchas frente al régimen dictatorial de Rafael Leónidas Trujillo... En sus escritos destacan: Camino real (1933), Ocho cuentos (1947) y Cuentos escritos en el exilio y apuntes sobre el arte de escribir cuentos (1962). A su llegada a Cuba sostuvo una amplia relación con escritores locales, principalmente con Enrique Martínez Pérez, Sergio Pérez Pérez, Gilberto Hernández Santana, Carlos Hernández López, Juan Domínguez Arbelo, José Ángel Buesa,  Onelio Jorge Cardoso y Severo Bernal Ruiz. Todos, muchas veces, se encontraban en la Casa Orizondo, en la calle Independencia, número 34, Santa Clara, para seleccionar las novedades editoriales que arribaban. En otras ocasiones llegaban al bar Ideal, de Domingo Carreiras Vilariños, en el Parque Vidal, y también a la fonda de chinos «El Cantón» o al hotel «Pasaje», así como al Centro de Cultura Popular «José Martí» (dirigido por García Galló) o a la Sociedad de Instrucción y Recreo «El Ateneo», donde debatían los sucesos artísticos del momento. En los meses finales de 1947 partió de Santa Clara hacia La Habana, urgido ya en los preparativos de la «Expedición de Cayo Confites», donde junto a Juan Rodríguez y otros exiliados dominicanos y revolucionarios cubanos, planearon derrocar al tirano Leónidas Trujillo. De la estancia en Santa Clara hay testimonios inéditos vertidos al autor por Onelio Jorge Cardoso y Severo Bernal Ruiz, así como por la correspondencia de Sergio Pérez Pérez. V. Gastón Baquero: «Notas sobre la poesía de Emilio Ballagas», La Publicidad, li (19662): 2; Santa Clara, Las Villas,  lunes 22 de noviembre de 1954. Esa conferencia, reproducida por el diario villareño, fue dictada días antes en la Universidad Central de Las Villas. Cfr. Ciro Bianchi Ross: «Galich», en Juventud Rebelde, La Habana, 39(32042):9; domingo 9 de mayo de 2004.[19] Luis Machado Ordetx: Ibídem., p. 28. [20] Op. cit., p. 65. [21]  Ibídem., p. 66.[22] Pancho Arango: tabaquero de oficio. Organizó una tertulia artística y literaria en su vivienda, nombrada «Casa de los Poetas»,  donde se ofrecían conferencias, recitales, charlas... La trayectoria de esta peña informal, caracterizada para aglutinar a valiosos intelectuales habaneros en torno a las luchas obreras y el compromiso social, es casi desconocida  dentro de la Historia de la Cultura Cubana. Vagas referencias aparecen en estudios anteriores. Un recuento investigativo, que pormenorice en su significación, será en extremo útil para la Literatura Contemporánea. [23] Raúl Ferrer Pérez: El romancillo de las cosas negras y otros poemas escolares, Imprenta. Berea, La Habana, 1947.[24] Luis Machado Ordetx: Coterráneos, Op. cit., p. 46.[25] Magazine cultural —dirigido por Quirino H. Hernández y editado por Antonio Bucheiro Cioffi—, de Caibarién, ciudad portuaria del norte de la antigua provincia de Las Villas. El consejo de redacción estuvo integrado por jóvenes intelectuales de la localidad. Comenzó a salir en febrero de 1943 y feneció en igual mes, pero de 1947. La tirada de las imprentas no rebasó los 500 ejemplares. Constituyó un divulgador  artístico por excelencia. Difundió a los escritores más destacados de la región. Apud. Diccionario de la Literatura Cubana: Op. cit., t. i, pp. 65-6.[26] Tiene la fragancia expresiva, la gracia y el calor fraternos. Contiene, además,  dibujos sobre temas paisajísticos e históricos que, elaborados por la «vivaracha rubita de tercer grado», ofrecen la dimensión humanística del educador. [En archivo del autor.]  V. Severo Bernal Ruiz: «El jardín de Narcisa», La Publicidad,  xxxviii (135741): 6; Santa Clara, Las Villas, sábado 6 de junio de 1942.[27] José Ángel Buesa: [Cruces, Las Villas, 1910-República Dominicana, 1982]. importante poeta cubano de la vertiente neorromántica. Su obra está contenida en: La fuga de las horas [1932], Babel [1936], Canto final [1938], Oasis y Muerte diaria [1943], Oda por la Victoria, Lamentaciones de Proteo y Canciones de Adán [1947], así como Poemas de la arena  y Nuevo oasis [1955], Poeta enamorado [1955] y Poemas prohibidos [1959]. Cfr. Antología Poética Total, Editorial Publicaciones América, Santo Domingo, 1985. V. Virgilio López Lemus (2004): Op. cit., 82-87.[28] Raquel Revueltas Planas: [La Habana,  1925-Id., 2004]. En 1936 comenzó su labor artística en la Corte Suprema y La Escala de la Fama. Fue fundadora del  Teatro Popular. En 1950 protagoniza la pieza Juana de Lorena, y tres años después se incorpora al cine, donde desplegó una larga carrera. En 1958  crea el Grupo Teatro Estudio. Desde entonces estuvo vinculada a la formación de jóvenes actores y labores docentes encomendadas por la revolución Cubana. Premio Nacional de Teatro en 1999.[29] Vicente F. Revueltas Planas: [La Habana, 1929- ]. Inició su carrera artística muy joven como cantante aficionado en el Teatro Principal de la Comedia y luego en programas radiales. Se incorporó al grupo teatral ADAD, con la obra Prohibido suicidarse en primavera,  de Alejandro Casona. También militó en  la Escuela Municipal de Arte Dramático, el Patronato de Teatro y el Teatro Universitario. En 1950 formó el Grupo Escénico Libre y dirige El recuerdo de Berta, de Tenessee Williams. Es fundador de Teatro Estudio. De allá acá se relacionó con la dirección teatral y la docencia. Premio Nacional de Teatro en 1999. [30] Ody Breijo: [Artemisa, ¿…?]. Poeta y periodista. Entre 1940-50, dirigió el rotativo La Reforma. Escribió textos literarios con el seudónimo de Walterio Renois. V.: Karen Brito Breijo: «Réquien de la felicidad», El Habanero, xvii (12): 3; La Habana, martes 11 de marzo de 2003. [31] Ramón Arenas Hernández: [Caibarién 1904-Id., 1986]. Periodista, escritor y animador cultural. Autor de los poemarios Cronos en arte menor (1937), Cartones de zafra (1938) y  Yo canto a la Habana (1941). Fue editor de la revista Archipiélago: una voz de tierra adentro para el Continente, de Caibarién. Colaboró con otras publicaciones culturales cubanas  y extranjeras, sobre todo las habaneras Cúspides, Cromos y El Mundo. Es uno de los tantos creadores que permanece olvidado por la Historia de la Literatura Cubana. Estudios teóricos sobre su vida y obra son desconocidos.[32] Raúl Ferrer Pérez: «Cinco notas del autor», Viajero sin retorno, p. 17, Bolsilibros UNIÓN, La Habana, 1979.  [33] En la dedicatoria apunta: [A Enrique Martínez Pérez, «poeta superlativo del verso negro»]. Constituye un fragmento. Tanto «Progreso», como «Fiesta», no están incorporados en libros. Se publicaron por vez primera en 1989. Junto a otros, ubicados en el archivo del declamador, ostentan una  carga dramática que permiten, no solo la ejecución en la declamación, sino, además, su proyección discursiva. Gozan de un léxico apropiado y giros metafóricos auténticos.  No por gusto Onelio Jorge Cardoso delineó los rasgos del personaje «Juan Candela», del antológico «Cuentero», a partir del dominio de la charla, el sentido chancero, las maneras expresivas del gesto y el modo de «engañar» con palabras, muy característicos de Enrique Martínez Pérez. Fueron los elementos —típicos de este poeta—,  que impactaron con reiteración a Cardoso y Ferrer.  «Candela, el verboso», tuvo su émulo real. Jamás nadie podrá diferir de lo apuntado: los testimonios de ambos creadores lo avalaron indistintamente». Cfr. Luis Machado Ordetx: «El cuentero cabalga de nuevo», Coterráneos, Op. cit., pp. 57-69. [34] V. Raúl Ferrer Pérez: Viajero sin retorno. Op. cit., p. 21.  [35] Idem, p. 21. Recoge «parte» de lo más valioso de su obra, incluyendo El romancillo de las cosas negras y otros poemas escolares, La Habana, Imprenta Barea, 1947.  [36] Cfr. Archipiélago,...: Op. cit., Metáforas, ricas, de verdad, refrescaban las páginas de esa publicación, caracterizada por una elaboración minuciosa para deslindar la soberbia inspiradora de la armonía artística.[37] El investigador lo captó en situaciones similares —tan contento como en aquella lidia—, al sentirse desafiado para extraer «recursos» de su inteligencia. Sin embargo, en Yaguajay jamás se supo quién se ocultó detrás de aquel misterioso ropaje, y cuáles fueron las intenciones que animaron el inescrupuloso acontecimiento.[38] Raúl Ferrer Pérez: Op. cit., pp. 25; 60.[39] Original: Hallado en el archivo del declamador. Fue escrito para ripostar el «Poema del Amor sin besos», escrito por Adolfo [Alipio] Menéndez Alberdi. Este autor expone: «/Amor que nunca besas, amor de buen dormir;/ la mujer con quien duermes, cómo habrá de sufrir./ Qué soledad inútil sufrirá cada día/ al no encontrar en ti sino tú compañía,/ pues, para largas noches de sueños bien dormidos,/ no es preciso que el lecho mantenga a dos unidos./ Mal amor que la enturbias cual la nube a una estrella;/ mal amor; no comprendes que es dulce, y clara, y bella;/ que por no traicionarte se muerde sordamente/ como un río estancado que ansía la corriente./ Mira que cuando pasas con ella, amor frustrado,/ me adivina el deseo de llegar a su lado,/ y en mis brazos hundirla, como a un náufrago el mar,/ para darle los besos que no les sabes dar/». Sobre los libros publicados por este lírico de Sagua la Grande, Cfr. Diccionario de la Literatura Cubana: Op. cit., t. ii, pp. 601-02.