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¿Cultura entre bocinazos?

¿Cultura entre bocinazos? Por Luis Machado Ordetx  

¡Señores!, con todo respeto, la mediocridad, por esencia, jamás podrá proliferar dentro o en las cercanías de las Casas de Cultura,  instituciones que tienen por misión la instrucción y el goce estético del  público, pero sucede que...

 

En el parque Vidal, en Santa Clara, convertido desde su surgimiento en una céntrica plaza destinada a variadas opciones recreativas, casi todos los domingos en la noche, después de la acostumbrada retreta, surge la algarabía al estilo del Circo Romano.

 

Allí, ante el portal de la Casa de Cultura Juan Marinello, colocan a esa hora potentes bocinas que difunden música mecánica, mientras frente al teatro La Caridad —cerrado hasta no se sabe cuándo—, se efectúa un espactáculo artístico-cultural o en La Marquesina, al lado de ese recinto, la trova tradicional ameniza la noche.

 

Por fortuna, en ese horario, desde hace un tiempo, el animador de la discoteca del hotel Santa Clara Libre, no «inunda» el éter con música y llamados. De lo contrario, con toda seguridad, estaríamos ante émulos de las vallas de gallos y su tradición hispana, esa que convierte un sitio en «gritería», sin importar la valoración y el entendimiento del otro.

 

Un año atrás el colega Ricardo R. González escribió un comentario con tema similar, y abordó el plano individual, donde se pregona al «[...] vecindario el inicio de un festín aparentemente sin término [donde el volumen de los equipos de audio suben tanto], en verdadera contienda emulativa en la que no se [entiende] nada de NADA».[1]

 

Ese mal psicosociológico persiste entre automovilistas particulares, estatales, operadores de bicitaxis, establecimientos que ofertan bebidas, licores y refrigerios en monedas nacioal o convertibles, viviendas, áreas recreativas y...

 

 Nadie respeta a nadie, y mucho menos repara en la pérdida y el daño a la capacidad auditiva. Creo que constituye un problema de educación, cultura y comunicación interpersonal y colectiva, y lo peor todos preferimos hacernos de la vista gorda al no atajar el fenómeno. Impera el estilo de ¿es mejor esquivar los problemas? ¿Por qué?.

 El mal es añejo. Vale recordar que muchas programaciones culturales, previas al cierre del teatro La Caridad, se vieron malogradas por la filtración insistente de ruidos provenientes del exterior, llámese música de otros espectaculos aledaños, o de griterías de los transeunstes.

 Ahora, a veces, los trovadores que amenizan en La Marquesina, apenas se dejan escuchar, porque «esos altoparlantes privados o estatales», a todo volumen que desde la Casa de la Cultura u otros recintos, se expande de manera ensordedora.

 

Un día, músicos y público van a enfermar con el «tinnitus», un el lastre auditivo que sufre el guitarrista Eric Clapton a causa de exponerse ante el alto volumen de los autoparlantes.

 

Demos gracias a que el parque, aunque abogo por reabrirlo con regulaciones, está cerrado al tránsito automotor, por que, sino, señores, la estridencia del sonido, un día demolería, sin que apareciera un ciclón, a cualquiera de las edificaciones circundates.

 

Las concepciones, gustos, formación, educación y expresión estética, y la forma del arte, como fenómeno social, por su origen, sentido y funcionalidad, está reñido con ese «torpedo» cultural que durante los domingos por la noche se efectúa entre las bocinas contendientes en las esquinas del parque.

 Recuerdo a Lenin cuando dijo: «Para que el arte pueda acercarse al pueblo, y el pueblo al arte, primero debemos elevar el nivel general educativo y cultural», y la sociedad cubana está presta a eso.

Pero, del modo y la forma en que aparece la pugna entre bocinazos, jamás enseñaremos a pensar, interesar y perfeccionar las capacidades creadoras y de imaginación en el público.

 Busquemos alternativas eficaces y funcionales, mucho más coherentes, donde en realidad la Cultura abrace el territorio al que pertenece: la perfección espiritual del hombre.


[1] Ricardo R. González: «¡Ay, decibeles!», en Vanguardia, xliv(5):2; saábado 10 de septiembre de 2005.

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