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CAMINANTES EN SOMBRA

DOS AMIGOS REMONTAN UN LARGO VIAJE

DOS AMIGOS REMONTAN UN LARGO VIAJE

Con la muerte repentina, en menos de una semana, de Iván Trujillo Durán y Jesús (Chu) Rodríguez, la música sinfónica y popular en Villa Clara está de luto permanente.

Por Luis Machado Ordetx

 

Iván, el Gordo, se llevó el inconfundible y  melodioso sonido de sus aves preferidas. El coqueteo insistente de los dedos con los pistones de la tuba o el bombardino quedó apagado de manera repentina el viernes pasado. Ocurrió  con la muerte el más brusco de los minutos. El corazón se rajó en pedazos. Ahora también se fue Chu Rodríguez, y consigo tenía prendido el sueño último por coronar un jazz-band, al estilo y semejanza de aquella antológica Orquesta de Música Moderna de nuestros predios.

A ambos instrumentistas formados en escuelas de bandas municipales, una en Camajuaní, la de Iván Trujillo Durán, y otra en Placetas, la de Jesús Rodríguez González, la música los condujo por caminos diferentes. Uno derivó hacia el sinfonismo, y otro, el Chu, enrumbó por ritmos más modernos, el arreglo musical, la composición y la dirección sin obviar las lecciones pedagógicas que siempre trasladaron a jóvenes en formación.

La ejecución del mayor de los instrumentos de viento-metal en la Orquesta Sinfónica de Villa Clara, con Iván, el Gordo, sacando sonidos a la vibración de sus labios, allí al lado de los trombones, dejará un vacío muy difícil de reparar en largo tiempo. De los 53 años de vida, por más de tres décadas estuvo dedicado a la consagración musical con una invariable versatilidad. Todo lo condujo a situarse, incluso, por sus solos y reforzamiento a las secciones de cuerdas y viento-madera,  entre los mejores tubistas del país. 

Una nimia conversación con ese músico entrañaba obligadas recurrencias al instrumento, las particularidades signadas dentro del contexto sinfónico,  y lecciones a estudiantes de cursos elementales y medios. Muchos en ejercicios profesionales y ahora consagrados, dentro y fuera del país,  jamás lo olvidarán.

 Ahí está la historia de Manuel López Martínez, de Zulueta, cuando a instancias de Iván, cambió la trompeta por la tuba.  Al observar el pedagogo la forma y fuerza de vibrar los labios del muchacho, en tránsito de un concurso académico, le dijo: «toma otro pasaje, y ahora tu tesitura será conmigo». A otros adolescentes los acogió como hijos y también les inculcó el infatigable amor por la música hasta convertirlos en amigos inseparables de «batería» de viento metal en el universo sinfónico.

Dicharachero y libador de ron, Iván, el Gordo, al igual que Chu Rodríguez, sostuvieron en ocasiones una impresión distintiva dentro de la música villaclareña. El Chu, con mayor reconocimiento público, soñaba despierto por rearmar una agrupación que acompañara a solistas en los habituales festivales de la provincia. Sería ese el mayor de los espectáculos artísticos, como una vuelta a la consagración de los viejos tiempos.

Aquella inyección jazzística que legó la programación de tres conciertos sucesivos para festejar en julio de 2011 el aniversario 43 del nacimiento de la Orquesta de Música Moderna de Las Villas (1967-1994), mantuvo en vilo a Chu Rodríguez. Siempre habló de «¡ahora s!; cuento con animados instrumentistas jóvenes que formarán la nómina de la  agrupación». Todo convergió en quimera.   Víctor (Pucho) López Jorrín, antes de morir en septiembre del siguiente año,  reía de lo lindo en habituales conversaciones, y hasta «oró» por hacer realidad lo que consideraba un sueño imposible para  su amigo. El decurso de muchas  circunstancias trazó zancadillas, dirían otros.

Chu, tozudo y soñador, al igual que Pucho, conocía de la existencia de talentos, salidos de centros de enseñanza, con deseos de «proveer» una orquesta para seguir la línea trazada por el maestro Armando Romeu González cuando decidió, décadas atrás, incluir a Santa Clara como sitio de privilegio para la existencia de una big band de otra  galaxia. Por desgracia todo quedó en utopías y nunca más se repetirían los habituales conciertos de la tarde a un costado de «La Caridad», nuestro vetusto teatro.   

Aquel encuentro memorable, años atrás, para revivir la Orquesta de Música Moderna, estaría rubricado por el estreno de «Grisell afroblues», una pieza que compuso Chu con el beneplácito personal de festejar la ocasión. Por desgracia, maldita casualidad, sucedió la muerte repentina del  maestro Rubén (El Negro) Urribarre Pérez, uno de los artífices de la celebración por el onomástico de la jazz band, y entonces Chu Rodríguez tomó luego el refugio con la familia, la orquestación y los fieles perros hogareños.

A Iván, el Gordo, como a Chu Rodríguez, con la tuba, el bombardino, el saxofón, y tal vez partituras entre las manos, una que otra vez los veremos transitar por las calles de Santa Clara guiando otros sueños que empinan a jóvenes que estremecen con música a nuestra ciudad. Entonces, como ahora, no será el adiós momentáneo, sino la estancia permanente para la evocación.

DÁMASA JOVA

DÁMASA JOVA

Por Luis Machado Ordetx

Algunos estudios contemporáneos hacen parada en la obra poética, pedagógica y feminista de María Dámasa Jova Baró, la mujer que circunscribió una época en todo el país. Ocho décadas atrás, en las primeras horas de la noche del domingo 11 de febrero de 1940, se propagó de inmediato: «Murió la Musa Villareña», y hubo consternación. Pocos rotativos cubanos   —diría que los menos renombrados— dejaron de reseñar el acontecimiento.

 Hace poco tiempo hay un «redescubrimiento» de cuánto hizo y representó, tanto para la escuela cubana, como también en la renovación, y el incentivo de niños y jóvenes dispuestos a generalizar la literatura y la historia de nuestra independencia.

Dámasa Jova Baró, nacida en Ranchuelo en 1890, desafi ó desde el aula y la tribuna pública un tiempo de convulsiones políticas en el que pululó la discriminación racial, en lo esencial en Santa Clara y pueblos aledaños.

Ahora se tergiversan ciertos acontecimientos. Unos años atrás, allá en la Casa de Cultura de su pueblo natal —que por fortuna lleva el nombre de la poetisa—, hice aclaraciones en relación con la mascarilla que exponían, hecha en capilla ardiente por Alfredo Gómez, y el acto de desprendimiento personal del declamador Severo Bernal Ruiz al donar la pieza a esa entidad.

Con asombro otros reparan en Alfonso Camín (1890- 1982), el poeta asturiano que de recorrido por Santa Clara vio a la pedagoga, violín al hombro y ataviada con una larga túnica al estilo griego, y escribió antológicos versos.

 Dicen algunos que ocurrieron los acontecimientos en una tarde de 1926 en el Ateneo, dirigido por Sergio R. Álvarez Mariño, y otros en el Liceo de Villaclara. La verdad es que todo transcurrió el 14 de marzo del año anterior a la fecha señalada, y fue en el Ateneo, una institución cultural menos segregacionista que la otra.

El español venía de recorridos por donde anduvo de viajante desde 1912: Cienfuegos, Lajas, Rodas, San Juan de los Yeras y Ranchuelo. En todos hizo galas de «amor» hacia mujeres de piel oscura. El poema que tiene «alientos» afroantillanos no se recogió, como dicen, en la Revista de Avance, sino en Carteles, en Madrid, y luego en Diario de la Marina, el rotativo habanero.

Es «Dámasajova», tal vez el primero de ese corte, que enaltece los valores de la mujer de piel negra en el pasado siglo. Algunos de los estudios de Dámasa Jova, como «Medios para hacer medios» y «Héroes y fechas» (poesías patrióticas para escuelas intermedias y superiores), ambos de 1939, son rarezas por su carácter mecanografi ado.

No obstante, ya en los últimos años de vida tienen otro vuelco las publicaciones, en Umbrales, mensuario de cultura popular —con L. Fernández Cordero de director acompañante—, al incluir en las páginas textos antológicos como «Las puertas abiertas en el teatro de Federico García Lorca», de Gastón Baquero, una exclusividad no recogida en ensayos de ese escritor.

 De la profesora, y su poesía diseminada en publicaciones periódicas, queda mucho por hablar. Una lástima que su legado todavía permanezca en la sombra del tiempo.


GARCÍA CATURLA DETENIDO EN EL TIEMPO

GARCÍA CATURLA DETENIDO EN EL TIEMPO

Durante los últimos 18 meses el Museo-Casa Alejandro García Caturla, Monumento Nacional, no recibe visitas del público ávido en conocer la trayectoria del músico-juez, o agrupaciones y compositores de Remedios. La medida obedece a fallas constructivas que originaron filtraciones en la cubierta de esa edificación colindante con el hotel Camino del Príncipe, inaugurado en junio del pesado año. Los inversionistas del Turismo ¿amagan? con intervenir en el asunto, pero siempre la intenciones se desvanecen por otras urgencias de última hora. 


Por Luis Machado Ordetx


Inercia, y también abandono. Así se distingue el desamparo que dejan averías en el techo, y humedad en las paredes del Museo-Casa Alejandro García Caturla, en Remedios. La institución, Monumento Nacional, está con «puertas cerradas» a todo público, incluso al extranjero, urgido en reconocer la historia de la música en la localidad.

 

Una razón de fuerza mayor obligó a la determinación: preservar colecciones de documentos, objetos y pertenencias individuales y colectivas relacionadas con el juez-compositor, su familia, o agrupaciones y artífices que, desde el interior del país, sustentaron fuentes del sinfonismo cubano. Hasta el momento, ya pasaron 18 meses, no se vislumbran posibles visitas dirigidas o espontáneas, y mucho menos restañar  los daños acumulados a la edificación.

 

Las quejas de especialistas y trabajadores del centro quedan en valijas cuarteadas. Hay  algunos instantes de amagos de intervención, pero todo vuelve a la incertidumbre, sin un efectivo restablecimiento que contenga una parada cultural interminable.

 

Con la terminación en junio pasado del hotel Camino del Príncipe, ejecutado por Emprestur Villa Clara, las angustias se acentuaron en el edificio aledaño. En noviembre de 2014 cuando allí comenzaron a intervenir en los 1833,48 m2 del actual hospedaje, techos y paredes contiguos, en la parte derecha del vetusto inmueble, sufrieron de sistemáticas afectaciones.

 

Los escurrimientos de las lluvias muestran sus estragos acumulados en una de las viviendas más singulares de la Plaza José Martí, en la Octava Villa de Cuba. Ahora los aguaceros se avecinan cuando hay una larga estancia de perjuicios incitadas por inversionistas del Turismo. Por el momento, sin solución, todo quedó en una aparente nebulosa.

 

El elemental mortal tiende a encogerse de hombres: ¿y esto cómo sucede en una ciudad que aún celebra su medio milenio? ¿A quién (es) asiste el derecho de violar la Constitución de la República en su artículo 39, inciso h, de evidente comprensión para todos?  El texto indica que «El Estado defiende la identidad de la cultura cubana y vela por la conservación del patrimonio cultural y la riqueza artística e histórica de la nación. Protege los monumentos nacionales y los lugares notables por su belleza natural o por su reconocido valor artístico o histórico».

 

Todo lo ahí reseñado, tiene incidencias en el Museo-Casa. Es Patrimonio Nacional desde el 7 de marzo de 1980. Así refrenda una placa metálica en la fachada de la vivienda que habitó en sus últimos 20 años el más universal de los músicos remedianos. García Caturla logró en esa vivienda notables y sólidos destellos de carrera artística y profesional de la jurisprudencia.

 

No olvidaré aquella sentencia del periodista E. Rodrigo, en El Faro, cuando en sus «Impresiones espirituales», destacó que «nuestro Remedios, no sabe aún ó no quiere saber el valor intrínseco de Alejandro García Caturla».1 Es un criterio que comparto.

 

Recuerdo el aliento que llevó al músico a Caibarién para fundar en 1932 su Orquesta de Conciertos. Allí lo aguardaban algunos coterráneos, entre los que destacó José María Montalbán. Fueron los de la Villa Blanca quienes primero perpetuaron la  memoria del jurista-compositor. El 12 de noviembre de 1941, al año de asesinado en plenitud de facultades, colocaron una placa de bronce en el lugar exacto en el cual cayó abatido por balazos traicioneros. El hecho, de un modo u otro, ahora se repite por la imposibilidad de no exhibir, de manera adecuada, inconfundibles pormenores históricos-culturales que lo ubicarían hacia un indefinido reconocimiento universal.

 

                                     CONTRA LA INDIFERENCIA

 

Siempre hay quienes gritan, y hacen alertas y críticas, pero los llamados van al vacío. Muchos ejemplos sobran en Villa Clara al relacionarlos con la violación del Decreto 77 del Consejo de Ministros sobre la Ley de Patrimonio Cultural. Los transgresores, como sucede en el Museo-Casa de Remedios, se convierten en arbitrarios. No tienen otro nombre aquellos que contribuyen a restar relevancia a la «riqueza artística e histórica de la nación», según corresponda al ciudadano común, o en directivos.

 

El parque Leoncio Vidal, en Santa Clara, recibe a cada instante un atentado. Irrespetuoso fue colocar —taladro en mano—, una señal de P. en una pared del antiguo Liceo de VillaClara —actual casa de cultura Juan Marinello—, y de instalar “modernas” sombrillas Hollywood en La Marquesina, legítimo orgullo exterior del teatro La Caridad, un privilegio arquitectónico del país.  

 

Las indisciplinas sociales e institucionales figuran a la orden del día, y requieren un corte de «atajos» para plantar un sencillo e imprescindible coto a las indiferencias. Son puntos de vista que alegan anónimos remedianos, y también trabajadores del Museo-Casa Alejandro García Caturla, antigua vivienda que en 1875 adquirieron los bisabuelos maternos del músico. Un siglo después de esa fecha se erigió en institución cultural. Entonces respetaron sus piezas principales, mientras se transformaron salones con diversos fines, lugares que atesoran mamparas y galerías originales, patio central, y pisos con baldosas de la época, excepto en el recibidor.

 

Lidia Esther Pedroso Martín, especialista, advirtió que las «colecciones de literatura cubana, firmada por sus autores, libros de jurisprudencia e historia, de música o grabaciones, pertenecientes a García Caturla, fueron reordenadas en 2014 para evitar deterioros por humedad. En noviembre y enero pasado las averías de los techos se “repararon”, pero no resistieron  solución duradera. Persisten las irregularidades constructivas y la filtración continúa».

 

Entonces, «supimos qué ocurrió al lado. Levantaron una pared de bloques, paralela a la medianera del edificio-museo, y no la hermetizaron. Por ahí se escurren las aguas en períodos lluviosos. Aparece la humedad residual, y hasta partes del cielorraso se desprendieron», afirmó María Aleyda Hernández Suárez, museóloga que, junto a Pedroso Martín, lleva más de tres décadas dedicadas a preservar, investigar, socializar y difundir el legado histórico de García Caturla en presentes y futuras generaciones.

 

Casos similares surgieron con la terminación del hotel Barcelona, ocasión que afectaron los techos de la casa de cultura Agustín Jiménez Crespo, en la municipalidad. Pasó mucho tiempo para corregir las afectaciones. Ahora todo  se repite cuando el Museo-Casa, el 31 de este mes, cumplirá 41 años de existencia.

 

Con las celebraciones del aniversario 500 de San Juan de los Remedios, escasas acciones de remozamiento se ejecutaron allí: siembra de unas plantas de ocuje en la antesala del portal para salvaguardar de los embates del sol aquellas valiosas colecciones ambientadas. También aplicaron pinturas exteriores, según informan trabajadores.

 

                                         ÁMBITO DE CULTURA

Dicen que García Caturla, el jurista-músico, fue un hombre «contracorriente» en su ambiente social y cultural. Constituyó una fuente anticorrupción en escenarios puritanos, y revolucionó la composición del sinfonismo con temas afrocubanos. También levantó protestas, ciudadana y artística, contra la vulgaridad que convertían al «espectáculo cultural en plaza pública».2 En marzo pasado, a pesar de las puertas cerradas hacia el interior de la institución, el portal de su última vivienda, en calle Camilo Cienfuegos, sirvió de escenario colectivo para recordar el aniversario 110 del natalicio del más universal de los remedianos.

 

Diferentes agrupaciones artísticas se congregaron ahí con el empeño de rememorar un legado, una historia, «reclamada por muchas universidades y conservatorios oficiales»3 del mundo, como dijo Carpentier. También los especialistas idearon conferencias, conversatorios, y prosiguieron en condiciones anormales las labores de asesoramiento documental, y de conservación de las colecciones.

 

Nada podrá «detenerse, por lo que representa García Caturla para Remedios, Cuba y el mundo», pensamiento que alientan Pedroso Martín y Hernández Suárez. Ellas, al igual que el resto de los trabajadores, no desean que el Museo-Casa se erija en la “Cenicienta del Medio Milenio”, y se afanan en clasificaciones de papelerías y objetos que ingresarán el año entrante al Registro de Patrimonio Cultural  la Cuba, un proceso de carácter jurídico que revalorizará las colecciones archivadas.

 

Ya que hablamos de leyes vigentes, ¿cómo es posible que ante tantos perjuicios no ocurriera una demanda legal? Las museólogas se encogen de hombros. Alegan un desamparo que, incluso, da pérdidas económicas y culturales al país. No se ingresan montos monetarios por visitas de turistas y la difusión de panorama musical relacionado con García Caturla, Agustín Jiménez Crespo, o la centenaria banda municipal, conservatorios y otros creadores del territorio, carece de socialización.

 

De no ser por aquella reparación capital de los años 80 del pasado siglo, un remozamiento que duró cuatro años, «hoy la institución estaría destruida por los estragos recientes que recibió en sus cubiertas», argumentaron las especialistas.

 

Aquí llegan turistas espontáneos, y otros que conocen de la proyección renovadora de García Caturla, y parten “decepcionados” porque no pueden penetrar en la institución, y encuentran parte de sus salas desmontadas. Hay aprobado un proyecto de Desarrollo Local, modelo de gestión que reconoce y promueve lo estatal y privado, pero no funciona. ¿Cuál es la razón? La iniciativa se denomina «Son en Fa, y no contamos con las condiciones mínimas indispensables para recibir a turistas nacionales o foráneos. Tenemos dificultades en los baños sanitarios —sin llaves y herrajes, o salideros de agua, y una pésima iluminación en las áreas de exposiciones», especifica Hernández Suárez.

 

De implementarse dejaría ingresos notables. Días atrás en la instalación irrumpió una brigada de constructores. Trajeron andamios, y otros materiales. Hasta revisaron elementos de la cubierta de la edificación averiada. Sin embargo, todo quedó ahí. No existe una plausible respuesta inminente para restañar los daños en una vivienda y una localidad en la cual jamás se podrá silenciar, mejor matar, el espíritu musical y creativo del mítico García Caturla, un compositor de universalidades legítimas.

 

Notas:

 

1-    E. Rodrigo: «Impresiones Espirituales». Algo sobre García Caturla», en El Faro, Remedios,  2(196):1, lunes 5 de diciembre de 1932. 

 

2-    Alejandro García Caturla: «Crónica Musical. Septiminio Cuevas», en El Faro, 1(91):2, Remedios, lunes 16 de noviembre de 1931.

 

 

3-    Alejo Carpentier: «Alejandro García Caturla. En el primer aniversario de su muerte», en El Faro, 11(1018):3, Remedios, jueves 10 de diciembre de 1941. 



DOPICO, EL POETA EN LA MEMORIA

DOPICO, EL POETA EN LA MEMORIA

Por: Luis Pérez de Castro

 (Poeta y narrador cubano)

 

El día 8 de abril del 2016, se nos fue para siempre Frank Abel Dopico, se nos fue aquel joven agudo que llegó a la poesía después de descubrir los ojos atolondrados de Yamila, de esta susurrarle al oído: “Y el lobo, qué culpa tiene el lobo”, y él quedar desfallecido, como lo resume en el poema Aquí desfalleció el corazón de un cautivo, perteneciente al libro Algunas elegías por Huck Finn, cito: Yo escuché a la luz decir que era tu vientre, me saltaba la luz entre las manos; la luz aullaba y era entonces que la luna salía de la Tierra/ como una semilla lanzada a qué Universo…/

 

Frank Abel, para suerte de los que amamos con vehemencia la poesía, llegó a ella e impuso su estilo desenfadado y, en ocasiones, salpicado de cierto realismo sucio, a mediados de los 80, generación que para muchos marcó no solo un rompimiento en las estructuras y construcción de la poesía, también en la forma de encarar sus historias y variedad temática; generación donde, según la crítica especializada, fue una de sus voces más representativa.

 

Su obra la conforman los libros Algunas elegías por Huck Finn, El correo de la noche,  Expediente del asesino, Las islas del aire, El país de los caballos ciegos y Los puentes de Arcadia. Poesía fácilmente ubicada en la corriente coloquialista, con un marcado matiz confesional, producto quizás de sus lecturas de la poesía norteamericana y francesa de la segunda mitad del siglo XX.

 

Hago esta observación no para encasillarlo sino para señalar desde que tradición escritural asume su poesía. Y en efecto, Frank Abel trata de eludir por todas las vías posibles la tentación neobarroca (corriente que, a mi juicio, ha vertebrado la poesía no solo de Cuba, también la de toda América Latina durante el último siglo) y opta por una cuasi engañosa escritura coloquial.

 

Digo cuasi engañosa porque en sus libros –de manera especifica en El correo de la noche- existen diversos planos de lecturas y estrategias formales que son propias de la poética neobarroca, como la metapoesía, la intextualidad, la experimentación, la paráfrasis en clave irónica, el diálogo con otras disciplinas artísticas y personajes de la historia y la literatura universal, y el desplazamiento del yo lírico hacia un yo histórico y su descontrucción en el discurso del poema mismo.

 

Sin embargo, más allá de las estrategias de enumeración lírica, su escritura, en el conjunto de todos sus libros, es rigurosamente coloquial, tocando por un extremo lo conversacional y por otro lo confesional.

 

El primer plano de la escritura es fluido y transparente, pues reproduce la andadura del habla cotidiana, sus avatares por cada rincón de las distintas ciudades en las que ha pernoctado, pero si analizamos la forma en que se ha cristalizado esa escritura, descubrimos que esa transparencia está articulada por recursos escriturales verdaderamente complejos.

 

Para mi criterio muy personal el mayor peligro de la poesía coloquial radica en la narratividad en detrimento de la tensión de la historia(s) que se asume. Este peligro, en la poesía escrita por Frank Abel, queda excluido, pues su honda visión y destreza en el manejo de sus recursos líricos solventan, sin dudas, toda falta.

 

Gracias a la autenticidad de su escritura e, incluso, a la verdad que destilan sus poemas, su obra superó el epígrafe Borgiano: “El hombre olvida que es un muerto que conversa con los muertos”; y ha logrado ser aceptada por un número considerable de lectores, así como obtenido importantes lauros como el Premio David y de la Crítica con el poemario El correo de la noche, premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara con Algunas elegías por Huck Finn y Premio Ciudad del Che, además de ser incluido en diversas antologías tanto en Cuba como en el extranjero.

 

Es esta obra, en su laboriosa experimentación y búsqueda infalible de su verdad, una mirada a ese espacio vital de los hombres donde la poesía representa su insuperable carnaval de máscaras.

 

 

 

Se nos ha ido para siempre Frank Abel Dopico, yo lo acompañé junto a un muy reducido grupo de fieles que nunca lo abandonamos. No hicieron falta disparos de salva, banda de música ni discursos de altos funcionarios. Lo despedimos en silencio, con un dolor de flecha atravesándonos el pecho, cuantas imágenes y metáforas le hubiéramos querido recitar y no se nos hizo posible.

 

Vaya tranquilo, querido amigo, pues todos los que aprendimos a quererte llevaremos en un lugar de nuestra vida un revólver.

 

http://www.vanguardia.cu/cultura/6086-fallecio-el-poeta-villaclarreno-frank-abel-dopico

RAÚL FERRER, EL POETA OLVIDADO

RAÚL FERRER, EL POETA OLVIDADO

Por Luis Machado Ordetx

 

Un poeta en su centenario, casi olvidado, convirtió a la ciudad de Santa Clara en escenario habitual de encuentros con los más importantes escritores que, de un modo u otro, residieron en la antigua capital de Cuba.  Visitas y anécdotas o diálogos sistemáticos con Severo Bernal Ruiz, el declamador, o con Onelio Jorge Cardoso, el cuentero, y Enrique Martínez Pérez, el poeta, fueron reiteradas y son casi desconocidas en la Historia de la Cultura Nacional. Testimonio que en 1987 dejó Bernal Ruiz, el Declamador Dilecto de Las Villas. Aparece recogido en Kilates del Testigo (Capiro, Cuba, 2007), un libro que rastrea en la memoria literaria y artística cubana.


 

Detenido quedó en una valla de recreo exclusivo y natural. Olfateando al contrario midió las distancias, acunó ideas y destiló sueños. Tenía sangre hirviente, propia del temperamento y verbo. Siempre lo vi de esa forma, y no de otra. Era un hombre de músculo regocijado, cargado con palabras de intencionalidad juiciosa y metafórica.

 

De ahí afloró su nobleza, y dispuso del corazón para quemar frases e incinerar discursos y opiniones, pero... Prefirió halagarlas en el encendido camino de un oído capaz de percibir el murmullo de las hojas de la floresta. Delirando lo suyo, revoloteando inquieto, agitando las manos, siguió canturreando un disparo de  querencias.

 

Así de ardiente lo intimé en el querube que esclarece, ríe, y se viste de sinceridad perdurables. Fue eso y mucho más. Quien lo trató, no dirá otra cosa. De lo contrario blasfemaría sobre el grueso cristal que ampararon los ojos. En el fondo era un «adolescente» dormido en el interior, deseoso de delirar...

 

 Eso contó y, por supuesto, también lo constaté. Cuando lo percibí se esclareció la soberbia melodía... Era un ángel en remanso sonriente y, como criatura, se despojaba de las riquezas espirituales con la hondura del orfebre encumbrado en el encantamiento.

 

Es de aquí y de allá, sin punto fijo: en cubanía pletórica de «guajirigallos. En infinita gracia supo divertirse con probada sinceridad. Naturalizado en Yaguajay  —sin residencia detenida en Narcisa, Caibarién, Santa Clara, Manzanillo, La Habana,..—, Raúl Ferrer Pérez es considerado un enconado polemista de punta a rabo. Si alguien difiere, pregúntenme para acentuar la definición, aunque... Otros, casi seguro, estarán de acuerdo con la profusión de las conjeturas.

 

Su exactitud: el entusiasmo espontáneo y vertiginoso que incita a la plática enjundiosa. La mejor vestimenta: la metáfora  juguetona y tierna que brota de la garganta, y que tropieza en un eco con el juicio certero,  inequívoco y total. La probidad: soberbia ante lo injusto, y el trato: cristalino con todos.

 

Desde que desprendió los párpados al mundo, allá en 1915, abrigó idéntico ropaje. No en balde instauraron atributos del tono expresivo y el santo o la seña del  poeta-maestro. Los enunciados de ningún modo escaparon de la boca. Él acercó la vocación, y cogió las letras con el disfrute incalculable del que ostenta un querubín.

 

Donde pernoctó, siempre estiró y colocó el sabio brazo. Exaltó a las sementeras, delimitó imágenes, consolidó  puntos de vista, afincó el delirio por la cubanía, polemizó con timoratos, y enraizó un testimonio que poseyó en las entrañas el sudor, esgrimiendo la voz de una caricia.

 

De ese caudal inagotable —manantial de pisadas—, germinó una afinidad que solo se apagará con la muerte: estaremos fundidos en el «recuerdo». De fiel era que, en un presentimiento de «despedida», bullía deseoso por recorrer Santa Clara y los sitios de antaño. Saldaría deudas, decía, y se marcharía contento. ¡Qué gratitud! Eso ocurrió en 1989, fecha del último encuentro.[1]

 

Nadie más simpático, por sus ocurrencias y maldades, y dado al cultivo de la hermandad, que este guajiro tierno de Yaguajay. El campo lo tenía prendido en la piel. ¿Quién advierte que, aún atiborrado de cosmopolitismos, pueda trastocarse  la «lealtad» rural? Mentiría si planteo que las ocupaciones profesionales y las relaciones sociales lo embriagaron.

 

Siempre fue llano y limpio. Eso sí, jamás hubo alguien que le diera «gato por liebre»: escogía en el instante las prendas que engalanaban la conversación. El tiempo no borra las anécdotas, porque presidieron una confabulación silenciosa entre la cercanía y la distancia impuestas por el poeta.

 

Él —acoto con la potestad que asiste—, se dio de un modo singular, típico y valedero. En 1936, apareció en Santa Clara. Hurgó entre los conocidos y husmeó mi paradero en la calle San Mateo. Yo, casi en la juventud —dispensen la pretensión de  «auto elogio—, poseía una forma de declamar muy propia. El visitante figuraba como invitado de la tertulia sabatina del club Umbrales, y consignaba la disposición de justipreciar, hasta el deleite, junto a un grupo de escritores, el arte que hacía.[2]

 

Asomó en la casa con desenfado, y sin dilación, espetó: «Quiero ser su amigo». Aquello atontó y hasta en soliloquio pregoné: « ¿De dónde habrá salido este hombre con alma de ruralista afiebrado?». Martí, enseguida, repercutió, porque: «Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea...».[3]

 

Todo quedó sellado. Por dentro era otro. A veces uno confunde la mirada, pero debe corregirla con prontitud. El timado fui yo. Luego rectifiqué y solicité disculpas tras el encontronazo, porque « [...] Hay tanta gente corta de vista mental que creen que toda la fruta se acaba con la cáscara...».[4]

 

 A la casa y al aula de la Escuela Cívico-Rural, número 273, de Narcisa, en  Yaguajay, fui para fascinarme con la inocencia que dispensan los niños y saborear de la poesía de su mentor. Él oficiaba como un  maestro voraz y de prestigio. En sus huesos reposaba la complexión de un escolar rodeado de un menudo mundo infantil.[5]

 

Con el tiempo se desencadenaron los diálogos casi permanentes: estrechar las manos, el abrazo, y el envío de una carta, un mensaje personal, un poema de regalo, un telegrama... Se ingeniaba mil formas, medios y métodos para «atrapar» a los entusiastas colaboradores. Exigía, gustoso, la presencia de todos, porque necesitaba derrochar afectos: ofrendaba sinceridad.[6]

 

El delirio por la familia, los pequeños y los escritores, tenía tintes incalculables. A veces, reía de gozo. Expresaba que requería de solidaridad, como el estómago hambriento reclama un bocado de comida.

 

Santa Clara, Caibarién, Manzanillo, Matanzas, La Habana,... devinieron en escenarios de las citas. Siempre hubo un invariable y casi idéntico círculo: Manuel Navarro Luna,[7] Enrique Martínez Pérez,[8] Juan Marinello[9] y  Jesús Orta Ruiz  [Indio Naborí][10] y, por supuesto, yo con ellos. El respaldo y el entrañable cultivo de las artes, y la desprendida y perenne alegría por  los infantes, representaron asideros refrendados por la amistad. No interpretaba otra cosa. La vitalidad era como el péndulo que apenas oscila en la integridad del humanista.

 

En los  periplos, reunidos una que otra vez, apareció el contacto con Onelio Jorge Cardoso[11], los diálogos con Emilio Ballagas[12], Gaspar Jorge García Galló,[13] José Felipe Carneado[14], Nicolás Guillén[15], Carlos Rafael Rodríguez[16], Mirta Aguirre[17] y el dominicano Juan Bosch.[18]

 

Las tertulias de Umbrales lo tuvieron de insistente  oficiante, y el bar Ideal, de Domingo Carreiras —en el Parque Vidal, de Santa Clara—, punto fijo para la polémica  apasionada. En la gracia comunicante, con asiduidad, apreciamos el simple choteo popular, la risa amena, el humor refinado, el nacimiento de un verso contagioso, comprometido y abierto con las diatribas teóricas, y el reclamo de demandas en favor del pueblo.[19]

 

 Jamás falté a una reunión con el joven «peleador fino» de Yaguajay. Concuerdo que eso atrajo y enraizaron los acoplamientos  y el cariño insondable. Muchas metáforas procreó con el influjo de esas conversaciones —inspiradoras de meditaciones y del trotar por indefinidas partes—, y de la influencia aprehendida y entusiasta que marcó Martínez Pérez.

 

A este escritor lo consideró un «imán» capaz de impulsar corrientes e insuflar  oxígeno en ambientes de corte social, campesino, humanístico y negrista. Eso encumbraba el ánimo de «sueño» y de imaginería,  vistas como un «regalo» de la naturaleza. Él era un ídolo, su patrón: aunque nunca fundó un calco. De ahí las diferencias, pero supo apropiarse de las magníficas cualidades del más inédito de los poetas.[20]

 

En reiterados instantes y públicos se declaró deudor poético, y afectado estaba porque Martínez Pérez seguía «merodeando» —aún lo está—, en el más puro abandono de la Historia de la Literatura Cubana. Raúl afirmó, creo  fue el primero, que las maneras de contar la realidad, en particular de Onelio Jorge Cardoso, pertenecen «en ciernes» al amigo. Sin lugar a duda, esas miradas fueron tomadas, enriquecidas y originadas a partir de la perspectiva de ese narrador del «silencio» oral o escrito. [21]

 

Todavía, antes del último diálogo con Raúl Ferrer Pérez, aquí en Santa Clara —cuando ya las quejas por la quebrantada salud lo cortejaban—, de soslayo, volvió a la carga y espetó que se sentía dolido, porque nada, en lo absoluto, se discernía sobre las ricas metáforas que estructuró el «otro» en la profusa soledad del que compone anécdotas.

 

Idas y venidas a Santa Clara, inigualables como ninguna, volcaron a todos a una bohemia aparente, a las charlas fluidas, a los recorridos por las calles          —ausentes al paso del viento—, a las «conspiraciones» con la noche, el carenar en cafeterías, bares... Allí surgieron otras amistades que afincaron en el arte y la literatura un pensamiento común.

 

Similar actitud azotó a Caibarién. La presencia en esta ciudad era un torbellino efusivo entre cofrades. Ya parte de su familia residía en La Habana, donde floreció la tertulia de Pancho Arango, en la calle Prensa, número 205, en el  universo barroquista del Cerro.[22]

 

Por los 50  se conmovía en pleitesías. Un día se personó aquí con un poema —de cadencia negra—, que penetraba en la temática social. Él notaba que rivalizaba en «compromiso» con las mejores piezas de Martínez Pérez —no lo negó, al contrario, vislumbró elallegro—, y se llenó la boca de inconfundible humor popular para enseñarme la pieza. Sin presunción, irradiaba devoción.

 

Por título: «Progreso». Con jocosidad perpetua me lo regaló para incluirlo en la declamación. Así, esos versos pasaron por escenarios y retumbaron en su época: conservo el original. Nunca abjuré de esas letras. Estaban correctamente escritas, y crecían en el afiebrado ritmo de la vocación. Su perfil de artesano era como un duende esclarecido, definido y delimitado...

 

Los recursos tropológicos y la elocución poética tenían  parecido a los incorporados en Elromancillo de las cosas negras y otros poemas escolares.[23] Sin embargo —al igual que «Fiesta», «Reivindicación del dientuso» y «Respuesta del buen marido»—, se propagó gracias a la inquebrantable misión encarnada por recitadores, conceptuados como pulidores de versos. Aún esos textos están protegidos en los respectivos originales. De oído en oído —abriendo surcos al aire, tironeando la esperanza y canturreando la existencia—, conquistaron una página salvada al involuntario olvido.[24]

 

Raúl pasó por ese trance. Nunca fue un perseguidor de ediciones y, entre las décadas del 30 al 50, consiguió varias pugnas y difusiones, dada la «grandilocuencia» del declamador. No obstante —para nunca ser menos que nadie—, moldeó algunas de esas líneas  en Archipiélago, una voz de tierra adentro para el Continente. En la publicación también cristalizó su otra naturalidad: el pequeño comentario literario.[25]

 

Claro, Ferrer Pérez en ocasiones perdió el nombre, y acogió el de «Reivindicador de los dientes grandes y afilados». Era como una espuela poética. Con eso promulgaba la devota admiración hacia los sujetos particulares que defendía Martínez Pérez.

 

 El carácter jacarandoso del temperamento —de  dicharachero diario y polemista acerado—, delimitaba el acento que otorgaba a la estrofa. No eludió en su «cuerda» una sentencia refinada, profunda y aceitada con ritmo y atinada musicalidad.

 

Canción y tesitura eran monolíticas. Nada agregaba gratuitamente el oído receptor. Todo recaía en un pacto de soledad creativa. El carisma se escondía en la llaneza del trato, la frase espontánea y la disertación abarcadora... Ese galardón no se apagó de su boca, y nació con él. Hasta el último aliento fue un «infante»  que se estremecía pletórico,  innato. En el aula de la escuelita de Narcisa —donde fungía, además, como sempiterno maestro—, emergió el antológico «Romance de la niña mala». En los atributos, cualquiera advierte la añoranza y la sinceridad humana: son peculiaridades puntales de la clase y la lección.

 

Lo mismo convertía el aula en salón de baile y disfraces, que enseñaba a amar a la Patriade disímiles formas. Los amigos instauraban tribunas para incitar la sabiduría del inocente que acicala la imaginación ante las insospechadas realidades. ¿Quién no ocupó, de una forma u otra, con placer, el más humilde los pupitres? ¿Cuántos no compartimos el mendrugo y las frutas silvestres  recogidas o adquiridas en los alrededores del pueblo? Todos, responderán los que están muertos, y los vivos también lo asegurarán. Lo consiento.

 

Como fragantes lirios, cuando abren los seis pétalos a los cuatro vientos, estuvimos allí, en la modesta casa, y ofrecimos clases, al compás de la sabiduría y la liturgia de la palabra. Comprendimos entonces ese infinito  espacio del respetable escritor y maestro. Siempre poseyó en la confabulación del diálogo  un tono único, una sentencia abarcadora: la amistad y el respeto por el otro.

 

Guardo —entre las cosas más queridas de Yaguajay— un diminuto papelito impreso con la angelical añoranza de una adolescente que apenas se deshacía de los hábitos de humilde campesina. Ya está amarillento, pero... Conserva la pulgarada impuesta por el pulidor. Esa pequeña hojita, devenida en incunabulum, dice: «Nuestro amigo se nos va». Central Narcisa, marzo 26 de 1942. 90 de Martí. Dolores Domínguez González.[26]

 

Los que intimaron en las mañanas, las tardes o las noches, a aquel agitado cuerpo de ideas vertiginosas, maduras, inusitadas, hace ya 50, 40, 30 ó menos años, no olvidarán  que en el centro estaba el educador Raúl Ferrer Pérez. Funcionaba, sí, como un extraordinariomagíster: la huella telúrica, al realzar a Martí, adquiere un profundo sentido de pertenencia y admiración. Él, guajiro de «pico fino», sé que jamás abdicó de  esa concepción.

 

Idénticos destellos sostuvo, a partir de 1953, cuando comenzó a residir en La Habana y tomó mayor cariño por los barrios y las calles pobres de la ciudad. Siempre el rostro del hombre humilde lo contagió. Oficiaba en la escuela pública de la calle Enamorado, entre Serrano y Poey. Allí evidenció la forma de frecuentar la poesía y perseguir otros afectos de insuperable gala: la palabra.

 

Las tertulias ahora eran en  la casa de Pancho Arango, donde la cultura se jalonaba sin estridencias, elites y grupúsculos, al organizarse fraternales discusiones sin meras presentación de asistentes.

 

Jesús Orta Ruiz [Indio Naborí], José Ángel Buesa,[27] Raquel[28] y Vicente F. Revuelta,[29] Ody Breijo[30] y Ramiro de Armas,[31] eran de los habituados sabáticos. Como quienes van camino a la floresta, en las mañanas de verano o invierno, todos se juntaban. Frecuentemente íbamos a La Habana los amigos de Santa Clara y Caibarién. Un espacio al diálogo fecundó, en esa ocasión, para el fomento del acontecimiento literario, de donde salíamos rejuvenecidos.

 

Ese aire natural —de poeta de fácil fraseología, de labios rápidos en la pronunciación, de agitado contoneo, de gallo fiero, en disputa y lidia, de orfebre de meditaciones, y protector de recursos y formas líricas incalculables—, acudía a Ferrer Pérez como un obstinado preceptor. Era un curtidor,  conformador de celdas con mieles y versos —aún inéditos—, el que yacía erguido ante nosotros y  esperaba o escuchaba en un punto fijo.

 

La poesía que germinó desenvuelta, minuto a minuto,  cantó al amor, y recreó la infancia y la naturaleza. De similar modo enfatizó en la utilidad del suceso histórico: particularidades del retoño inspirado por los hombres y su época. Los versos y las preocupaciones, revelaban al hombre en imparcial dimensión, y  sentenció que: «De mi voz he llevado la poesía, como se lleva a un niño de la mano».[32] En realidad  todo lo plasmó con su insobornable actuación.

 

Esa sonoridad que ondulaba en el interior —acotado en los 169 poemas de  Viajero sinretorno, 1979—, saborea el paisaje, la belleza femenina, la inocencia infantil y la recreación que inquieta en denuncia social.

 El humor con tinte negrista  anota precisión: se explaya en un discurso que perpetúa las estampas de otros creadores permeados de similares quehaceres literarios. No será la primera ocasión en que Ferrer Pérez sorprenda, y amplíe sus horizontes poéticos. La carcajada tiende a convertirse en realidad, y la ironía late y el choteo fortifica. En otras piezas —inéditas o contenidas en mí archivo—, se nota con mayor reiteración. Aseguro que representan un modo poco usual de encarar la realidad y transformarla. Así se aprecia en:

«Reivindicación del dientuso»      

¡Oh, qué pasa, Miguelito!        

Aquí, buscando un señó   

Trigueño, de bigotico...   

¿No lo a’bito?  Chico,

nó.    

Pero si me dá ma seña     

Pué sé que lo jame yo.      

Chico, uno que vende ingierto   

y que hace mucho cuento      

y cosa para la to       

Pué te soy franco, Migué      

No conoce ese señó...    

¿Y pa qué...         

¡Míralo! Ta asiendo cuento...   

e mimito... E’mimo e, tú lo quería,      

 que lo anda buscando hoy.       

Poque se trae un abuso...       

¿E’ no sabe quién soy yo?      

Si lo encuentro tú verá             

la galleta que le doy. 

El poema es largo: metáforas, ironías y prosopopeyas, entre otras  figuras retóricas, evidencian el regodeo por lo controvertible. También coexiste la «perfección» estilística, y la comunión del contenido y la forma. La risa y el jugueteo se decantan hasta fundirse con moralejas y anécdotas sentenciosas. [33]

 

En otras piezas de El romancillo..., recursos y temas despliegan el oficio a partir de la reciedumbre guajira y la estirpe popular que ronda. La envoltura intelectual, y literaria, afloraban lúcidas y edificantes en la composición. Tal constituyó el caso de los romances, donde brilló el dedicado a «la niña mala».

 

Sin embargo, distinguió en lo explícito, partiendo del octosílabo asonantado, para entroncar con la décima campesina. Galopó en el soneto y engalanó un serventesio o una elegía. Lo que tocó en gracia, humor y esplendor criollos —con el mayor aplomo—, tuvo una sentencia formal y estilística que lo circunda. En él hubo música y armonía, y como si la noche se pegara al día, el sonido era rima y melodía.

 

En «Arte poética» —apertura de Viajero sin...—, clareó el definidor estético y el tallador del concepto: «Ni un verso para hacerme una corona,/ ni verso de acicate a mis instintos,/ ni una musa de versos para el llanto./ Mejor los llevo al viento».[34]

 

Todo aconteció en ese parámetro. Jamás cargó el cetro ceñido al cuerpo, sino pegado al cinto, dobladito —como un pañuelo, en el bolsillo, empapado del sudor de la piel, del calor de lo efusivo—, aferrado a la criatura que lo engendró. Así  lo conocí y lo reconozco.

 

Su verso cantó a la realidad, a las dolencias y  querencias, para retoñar en manantial. El inseparable movimiento del orfebre —del escultor, y el nítido alfarero—, se resistía, y en poesía encarnaba un sagrado. Solo dos libros: El romancillo de... y Viajero sin...[35] Los escritos restantes tienen un vago asomo en publicaciones periódicas.[36]

 

 Sabe Dios quién atesora maravillas dispersas y acunadas en terrenos y horarios tan diversos. Todo lo regalaba: comprendía que vendrían quienes con sumo celo lo conservarían. Todavía las piezas «asignadas» a mí mantienen la temperatura fresca del papel, y el tierno olor, dulce y saltarino, de la tinta de imprenta.

 

Poemas y estrofas —y no fueron pocos—, pasaron al olvido. Perdidos yacen en lo efímero que legitima un espacio en formas y colores... Ese instinto fino, para «encerrar» la metáfora en un puño, lo impulsó hacia una polémica enconada y sistemática con un «extraño» lírico surgido en Yaguajay. Ese «personalillo» pretendió desolar las diferentes maneras de composición con actos injustificados y vulgares: encolerizó las costumbres y a los moradores del pueblo.

 

Como un gladiador, atacó Ferrer Pérez a un «autotitulado escribano» que, con creyones de colores «apostaba las metáforas» en los cristales visibles de los centros comerciales. En un amanecer las vidrieras aparecieron llenas de «letrillas» de toda estirpe. Allí confluían versos bien fundamentados y otros combinados con mala entraña.

 

Él solo atinó a contestar. No lo hizo desde el silencio escurridizo y anónimo de la noche, como el otro, sino a pecho limpio, con la frescura de las entrañas. Redactó una vez —sacando a relucir la cara poética—, deseoso  de que surgiera la réplica. El «presunto» abandonó el campo de batalla y se sumergió en idéntico parecer al que lo vio nacer:  el anonimato. En pocas ocasiones —tal vez ninguna, que conozca—, este tipo de poética fue contemplado en idéntico trance de un pueblito cubano.

 

 Los amigos, que respetaban el talento y la entereza de Ferrer Pérez, lo elogiaron por despampanar en la raya al «excéntrico». No era de los que callaban ante las injusticias, pero deseaba tantear las «armas» del otro, imponiendo la honestidad adecuada. Nadie regañará  esta variante estrófica, efímera, perdida y en olvido, por tuvo su inusual validez.[37]

 

       Eso le valió para aclarar en «Aquí» que: «Un poeta es un hombre cuando dice la verdad». En «Conmigo» bulle en celo y cuenta que: «Mi corazón cargado de universos/ se diluye en las rimas y te nombra/ y aunque le falta, viaja en tu sombra/ va conmigo en la noche de los versos». Hay dolor, lo creo, es interno, y parió y sufrió hasta el desgarramiento con la aparición de los versos. Después los recreó, a la par que exteriorizó su inocencia.[38]

 

En Cuba no hay nada más antológico —olvidado, porque permanece escondido, sin editar—, en despliegue y sentido que «Respuesta del buen marido». Es una autodefensa a la esposa, a las mujeres de esta tierra, a la novia, y al tono suave y mágico que fomenta el alma femenina.

 

Diría que es un clásico no cotejado en libro alguno. En el plano personal lo considero una leyenda para cualquier época, dado por la emoción, el modo de entender el enfrentamiento y los atributos o símbolos que deshila. El alegato ostenta una proyección cinematográfica, discursiva y conversacional, legítimas para un reconocimiento.

 

 Por la ubicuidad —el lugar o auditorio—, enarbola ánimos en la vehemencia que  resguarda lo compartido. Nada engrandece más a  un texto de ese calibre y dimensión. Su título:

         «Respuesta del buen marido»       

«Amor» que nunca besas, «Amor de mal vivir»,    

la mujer con quien duermo necesita dormir.         

¡Jamás se siente sola ni el ardor la rebaja       

porque está satisfecha del amor... y trabaja!   

¡Sobre el febril reclamo, bajo el temblor ligero,    

más que macho y marido, yo soy su compañero!  

Que sé cuando el hombre se siente satisfecho     

ni a la estrofa ni al parque lleva cosas del lecho. 

Que ansiamos el minuto en que la carne grite        

y sólo a sus palabras volvemos, si repite.  

Es placer al rendirse al calor de la hembra     

en cuyo puro seno realizamos la siembra   

y en la que cultivamos el rosal de otros nexos  

con un placer más hondo que la unión de los sexos.  

En amor mayor gusto cuando menos alarde.     

¡Por eso se equivoca tu lujuria en la tarde   

pero si, como dices, es dulce, clara y bella,   

tu calumnia y tu envidia no llegarán a ella!   

Tú quieres que ella vaya besándome ante todos,    

pero ella sabe hacerlo de otros discretos modos. 

Quisiera contemplarme bebiendo su hermosura, 

haciendo de la calle una gran cerradura.      

Tú que manchas el verso cantando el adulterio,   

es justo que no puedas medir a un hombre serio,        

y aseguras que todas las hembras son infieles       

con tu filosofía de vicios y burdeles.  

¡Bien se ve que no sabes lo que es un gran cariño 

que comienza con un beso y termina con un niño!    

Hay mucho a qué cantarle, para que los poetas   

sigan las cortesanas y ridículas tretas       

de ociosos pescadores con versos de carnada,  

tirando sus anzuelos a mujeres casadas.          

Eleva tus punzantes instintos animales        

hacia el urgente rumbo de luchas e ideales.  

La mujer es poesía. Y el verso la requiere       

para ayudar al hombre a vencer lo que muere, 

a edificar un mundo de firmes alegrías      

que debiera el poeta cantar todos los días.[39] 

Al enumerar los poemas y sus magnitudes, se encomian las fijaciones del creador. Circunscribir es la apostura, no cabe  duda, y aprender del hombre hasta lo minucioso —tras la partícula que se acopla a la epidermis—,  la misión  acogedora.

 

 Refiere elegancia en sentimientos: ratifica la podredumbre que observa en el otro, con la punición de una «eticidad» que transgredió el cauce, para acotar la diferencia de pareceres.

 

 El lenguaje no se silencia en frases perfectas y engalanadas. Realza el adiestramiento del magisterio, y engrandece la capacidad amatoria hacia lo opuesto. Llegaba, incluso, al calificativo de «prodigiosa sementera». Dentro de la Historia de la Literatura Cubana, que sepa, «eterniza» un gesto admirable y explayado para el alma femenina. La vocación «aprisiona» los derroteros del contorno.

 

Todo el caudal abarcador de entusiasmos, la agilidad de la palabra que cercena, del palomo libre y manso, del río incontenible, del gallo fiero —carente del más lejano espichón—, residía ahí, al alcance de todos, sin una queja o un reclamo.

 

La mirada que penetra en la nimia cotidianidad lo envolvió en carácter campechano. Él rompió centenares de poemas —lo sé yo—, y también ofrendó a lo efímero un número y guardó los de su preferencia. Tenían una perseverante: el reposo y la ebullición de la música, el campo, la hidalguía notable y el prójimo disimulado en una rica osamenta.

 

Raúl  Ferrer Pérez fue, y es, con todos los granos de la arena, un lírico  —aunque acérrimo enemigo de preparar libros—, y por su sello tajó las perspectivas del acabado artesanal: la orfebrería. Yacía allí, donde la mano perseguía al ojo.

  La sabiduría prevenida a la acogedora canturía fundó su distinción. Era un gallo henchido en el labrantío: manso cuando había que serlo y fiero en cualquier lidia. Revelaba una clarinada suya —entera y ajustada—, capaz de entonar una limpia sugerencia. Ahí gravita su patético parangón, abierto a la inoculación  y el cobijo del rocío y la hierba. Esas fueron y serán, en síntesis, los inseparables credos de una inspiración.    

                           

 


[1] En 1990 falleció  Severo Bernal Ruiz, y unos años después Raúl Ferrer Pérez. En 1991 «el poeta de Yaguajay» regresó a Santa Clara, sitio donde dialogué sobre diferentes tópicos relacionados con el declamador y otros amigos. De una manera u otra están contemplados en el contraste de las aportaciones sugeridas por el testimoniante. 

[2] Luis Machado Ordetx: CoterráneosOp. cit., 23-30. 

[3] José Martí: «Nuestra América», La Revista Ilustrada, Nueva York; 10 de enero de 1891; Lot cit.El Partido Liberal, México; 30 de enero de 1891. Obras Completas, t. vi, p. 15, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963.

[4] Idem: «El poeta Walt Whitman», El Partido Liberal. México; 17 de mayo de 1887. Op. cit.,  t. xiii, p. 133.

[5] Raúl Ferrer Pérez: [Mayajigua, Sancti Spíritus, 1915-La Habana, 1993]. Como otros jóvenes de su época, se formó como maestro de Escuelas Cívico-Rurales —nacidas al amparo del Decreto-Ley número 620, firmado el jueves 27 de febrero de 1936—, para combatir el «analfabetismo y orientar» la vocación cultural del campesino. En 1940 la provincia de Las Villas, donde residió, tenía 295 centros docentes de ese tipo, y la matrícula ascendía a más de 17 mil 800 estudiantes de edad infantil y juvenil. En el antiguo central «Narcisa», en Yaguajay, donde se ubicó como maestro Cívico-Rural, coincidió con Onelio Jorge Cardoso y Tomás García Coya, quienes desarrollaron similar labor. Ambos eran contertulios del Club Umbrales, de ahí la relación que estableció en lo adelante Ferrer Pérez con los jóvenes escritores y artistas de Santa Clara.CfrV. Diccionario de Literatura Cubana: t. i, pp. 338-339, Instituto de Literatura y Lingüística, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1984.

[6] Hicieron visitas reiteradas a las tertulias del cuentista y crítico de arte Onelio Jorge Cardoso, con sede en el Colegio-Academia Luz y Caballero, en las calles Villuendas y Marta Abreu, en Santa Clara. Cfr. en Severo Bernal Ruiz: «Una peña cultural»,La Publicidad,  xxxiv (12058): 5; Santa Clara, Las Villas, lunes 18 de octubre de 1937.

[7] Manuel Navarro Luna: [Jovellanos, 1894-La Habana, 1966]. Poeta y periodista. V. Diccionario de Literatura CubanaOp. cit., t. ii, pp. 655-658.   

 [8] Enrique Martínez Pérez: [Sabanilla del Encomendador, Matanzas, 1898-Santa Clara, 1959]. Destacado escritor cubano, aunque casi la totalidad de la obra permanece inédita o dispersa en publicaciones periódicas de La Habana, Matanzas y Las Villas. Su cuentística oral tuvo gran influencia en los textos concebidos por Raúl Ferrer Pérez y Onelio Jorge Cardoso. V., Iliana Rodríguez Salado, Iliana y Luis Machado Ordetx (1996): «La poesía de Enrique Martínez Pérez», Tesis de Grado, Facultad de Humanidades, Universidad Central de Las Villas. [Inédita]. Cfr. Luis Machado Ordetx: «Estocada poética de Martínez», en CoterráneosOp. cit., pp. 71-82. 

 [9] Juan Marinello Vidaurreta: [Jicotea, 1898-La Habana, 1977]. Abogado, poeta, periodista, crítico literario y esteta marxista-leninista con amplia vocación martiana y antiimperialista. Publicó en las revistas SocialAvance y la Hispano Cubana de Cultura,... V. Recopilación de textos sobre Juan Marinello: Valoración Múltiple, Ediciones Casa de las Américas, La Habana, 1977; Ensayos, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1983, y Diccionario de Literatura CubanaOp. cit.,  t ii, pp. 550-555, La Habana, 1984; y Juan Marinello: Cuba: Cultura, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1984. 

[10] Sabio Jesús Orta Ruiz [El Indio Naborí]: [Ciudad de La Habana, 1922-]. Decimista más significativo de la Literatura Cubana contemporánea. Utilizó los seudónimos Jesús RibonaJuan CriolloMartín de la Hoz y El Indio Nabori. Representante de la renovación poética de raigambre popular durante la década de los 40-50. En esa fecha tenía publicados los libros de versos Guardarraya sonora [1946], Bandurria y violín [1948] y Estampas y elegías [1955]. Premio Nacional de Literatura en 1995. CfrDiccionario de la Literatura CubanaOp. cit., t. ii, p. 688.

[11] Onelio Jorge Cardoso: [Calabazar de Sagua, 1914-La Habana, 1986]. Destacado cuentista cubanos del siglo xx. Hizo periodismo, escribió para la radio y puntualizó reflexiones teóricas sobre el cuento. Fue fundador de la revista y el Club Umbrales, así como La Hora Hontanar, todas de Santa Clara.V.   Diccionario de Literatura CubanaOp. cit., t. i, pp. 469-471. Cfr. Onelio Jorge Cardoso: Cuentos, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1985, y Luis Machado Ordetx: Coterráneos, Editorial Capiro, Santa Clara, 1997. También con mayor amplitud en: Apud. http:// www.cubaliteraria.cu/autor/onelio_jorge_cardoso/index.html. [Disponible el martes 2 de noviembre de 2004, 6:50 p.m.].

[12]Emilio Ballagas Cubeñas: [Camagüey, 1908-La Habana, 1954]. Poeta, periodista y ensayista. Cfr. Isora Pineda de Camps: «El legado de Ballagas», en El Villareño, Diario de la Tarde de Información General, vi (212):1-2, Santa Clara, Las Villas, sábado 18 de septiembre de 1954. CfrDiccionario de la Literatura CubanaOp. cit., t. i, pp. 105-106. Cfr. Luis Machado Ordetx (1997): «Ballagas en su residencia», en CoterráneosOp. cit., pp. 39-56; Luis älvarez Álvarez: «Ballagas desde el fin del siglo», en La Gaceta de Cuba, La Habana, pp. 3-11; noviembre-diciembre de 1997, y Víctor Rodríguez Núñez: «El cielo en rehenes: la insubordinación sexual en los versos tardíos de Emilio Ballagas», en El Caimán Barbudo, La Habana, 35 (306-307):26-28, septiembre-diciembre de 2001. También:Virgilio López Lemus (2004): «Emlio Ballagas, los pechos de la muerte me alimentan la vida», en Oro, crítica y Ulises o crecer en la poesía, pp. 59-75, Editorial Oriente, Santiago de Cuba.

[13] Gaspar Jorge García Galló: [Quivicán, 1906-La Habana, 1992]. Pedagogo, filósofo e investigador marxista-leninista. Durante muchos años impartió clases en la cátedra de Filosofía y Letras de Escuela Normal para Maestros de Santa Clara, sitio donde residió desde 1932 hasta finales de la década de los 40. Ahí confluyó con Emilio Ballagas como miembro del profesorado y del alquiler en la casa de huéspedes de Pernas, lugar donde también vivieron Domingo Ravenet y su esposa Raquel Ramírez Corría, y de manera itinerante los pintores Jorge Arche, Eduardo Abela, Amelia Peláez, Mariano Rodríguez y René Portocarrero. Son los años finales de la década de los 30 en que se montan los murales de la Escuela Normal para Maestros de Santa Clara. Dirigió el Centro de Cultura Popular José Martí en la antigua provincia de Las Villas. Figura muy vinculada con el quehacer profesional y literario de Emilio Ballagas y otros escritores relacionados con el territorio. Cfr: Gaspar Jorge García galló(1980): Filosofía, Ciencia e Ideología: como la Filosofía se hace Ciencia con el marxismo-leninismo, Editorial Ciencia y Técnica, La Habana.

[14] José Felipe Carneado: [Sagua la Grande, 1915-La Habana, 1993]. Abogado, periodista y poeta. Militó en las filas del Partido Comunista de Cuba. Negro preso, constituye un libro inicial de 20 poemas relacionados con temas afrocubanos. Permanece inédito. Cfr. Carmelo Álvarez (1989): Cuba: testimonios y vivencias de un proceso revolucionario, Departamento Ecuménico de Investigaciones, San José de Costa Rica. 

[15] Nicolás Cristóbal Guillén Batista: [Camagüey, 1902-La Habana, 1989]. Declarado Poeta Nacional de Cuba, dispone de una amplia obra en verso, prosa, periodismo y crónicas de viaje.  V. Ángel Augier: Nicolás Guillén. Notas para un estudio biográfico-crítico, t. i-ii, Universidad Central de Las Villas, Santa Clara, 1965. Poeta Nacional de Cuba. Premio Nacional de Literatura en 1983. Cfr.  Diccionario de Literatura CubanaOp. cit., t. i, pp. 407-415. 

[16] Carlos Rafael Rodríguez: [Cienfuegos, 1913-La Habana, 1997]. Teórico y periodista marxista-leninista. Escribió en varias publicaciones nacionales desde temprana edad. Fundó el Grupo Literario «Ariel», y en su ciudad natal dirigió las revistas Juventud y después en Dialéctica, al tiempo que editó Universidad de La Habana, Mediodía y Fundamentos, entre otras. Sus obras principales son: Cuba en el tránsito al socialismo, 1959-1963, Lenin y la cuestión colonial, José Martí, guía y compañero, Letra con filo. Cfr.  Diccionario de Literatura Cubana:Op. cit., t. ii, pp. 903-904.

[17] Mirta Aguirre: [La Habana, 1912-Id., 1980]. Poeta, crítica literaria y artística, periodista, guionista de programas de radio y televisión y pedagoga cubana afiliada al marxismo-leninismo. Publicó textos periodísticos de diversas temáticas [con lo seudónimos de Rosa IznagaRita Agumerri y Luis Robles Garza] en las revistas MensajeMediodíaLa Última HoraLa PalabraLyceumGaceta del Caribe... VDiccionario de la Literatura CubanaOp. cit., t. i, pp. 28-29. También en Mirta Aguirre(1981): Estudios Literarios, Editorial Letras Cubanas, La Habana, y en Hernández Otero, Ricardo Luis y Enrique Saínz de la Torriente(2000): «Proyecciones e iniciativas culturales de los comunistas cubanos (1936-1958)», en revista Temas, (22-23): 88-100, La Habana, julio-diciembre de 2000. 

[18] Juan Bosch Gaviño: [La Vega, Santo Domingo, 1909-Id., 2001]. Político y escritor de amplio fuste. Residió en Santa Clara a mediados de la década de los 40, fecha en que vivió en Cuba como exiliado político por sus luchas frente al régimen dictatorial de Rafael Leónidas Trujillo... En sus escritos destacan: Camino real (1933), Ocho cuentos (1947) y Cuentos escritos en el exilio y apuntes sobre el arte de escribir cuentos (1962). A su llegada a Cuba sostuvo una amplia relación con escritores locales, principalmente con Enrique Martínez Pérez, Sergio Pérez Pérez, Gilberto Hernández Santana, Carlos Hernández López, Juan Domínguez Arbelo, José Ángel Buesa,  Onelio Jorge Cardoso y Severo Bernal Ruiz. Todos, muchas veces, se encontraban en la Casa Orizondo, en la calle Independencia, número 34, Santa Clara, para seleccionar las novedades editoriales que arribaban. En otras ocasiones llegaban al bar Ideal, de Domingo Carreiras Vilariños, en el Parque Vidal, y también a la fonda de chinos «El Cantón» o al hotel «Pasaje», así como al Centro de Cultura Popular «José Martí» (dirigido por García Galló) o a la Sociedad de Instrucción y Recreo «El Ateneo», donde debatían los sucesos artísticos del momento. En los meses finales de 1947 partió de Santa Clara hacia La Habana, urgido ya en los preparativos de la «Expedición de Cayo Confites», donde junto a Juan Rodríguez y otros exiliados dominicanos y revolucionarios cubanos, planearon derrocar al tirano Leónidas Trujillo. De la estancia en Santa Clara hay testimonios inéditos vertidos al autor por Onelio Jorge Cardoso y Severo Bernal Ruiz, así como por la correspondencia de Sergio Pérez Pérez. V.Gastón Baquero: «Notas sobre la poesía de Emilio Ballagas», La Publicidad, li (19662): 2; Santa Clara, Las Villas,  lunes 22 de noviembre de 1954. Esa conferencia, reproducida por el diario villareño, fue dictada días antes en la Universidad Central de Las Villas.Cfr. Ciro Bianchi Ross: «Galich», en Juventud Rebelde, La Habana, 39(32042):9; domingo 9 de mayo de 2004.

[19] Luis Machado Ordetx: Ibídem., p. 28. 

 [20] Op. cit., p. 65. 

[21]  Ibídem., p. 66.

[22] Pancho Arango: tabaquero de oficio. Organizó una tertulia artística y literaria en su vivienda, nombrada «Casa de los Poetas»,  donde se ofrecían conferencias, recitales, charlas... La trayectoria de esta peña informal, caracterizada para aglutinar a valiosos intelectuales habaneros en torno a las luchas obreras y el compromiso social, es casi desconocida  dentro de la Historia de la Cultura Cubana. Vagas referencias aparecen en estudios anteriores. Un recuento investigativo, que pormenorice en su significación, será en extremo útil para la Literatura Contemporánea.

 [23] Raúl Ferrer Pérez: El romancillo de las cosas negras y otros poemas escolares, Imprenta. Berea, La Habana, 1947.

[24] Luis Machado Ordetx: Coterráneos,Op. cit., p. 46.

[25] Magazine cultural —dirigido por Quirino H. Hernández y editado por Antonio Bucheiro Cioffi—, de Caibarién, ciudad portuaria del norte de la antigua provincia de Las Villas. El consejo de redacción estuvo integrado por jóvenes intelectuales de la localidad. Comenzó a salir en febrero de 1943 y feneció en igual mes, pero de 1947. La tirada de las imprentas no rebasó los 500 ejemplares. Constituyó un divulgador  artístico por excelencia. Difundió a los escritores más destacados de la región. Apud.Diccionario de la Literatura CubanaOp. cit., t. i, pp. 65-6.

[26] Tiene la fragancia expresiva, la gracia y el calor fraternos. Contiene, además,  dibujos sobre temas paisajísticos e históricos que, elaborados por la «vivaracha rubita de tercer grado», ofrecen la dimensión humanística del educador. [En archivo del autor.]  V. Severo Bernal Ruiz: «El jardín de Narcisa», La Publicidad,  xxxviii (135741): 6; Santa Clara, Las Villas, sábado 6 de junio de 1942.

[27] José Ángel Buesa: [Cruces, Las Villas, 1910-República Dominicana, 1982]. importante poeta cubano de la vertiente neorromántica. Su obra está contenida en: La fuga de las horas [1932], Babel [1936], Canto final [1938], Oasis y Muerte diaria [1943], Oda por la VictoriaLamentaciones de Proteo y Canciones de Adán [1947], así comoPoemas de la arena  y Nuevo oasis [1955], Poeta enamorado [1955] y Poemas prohibidos [1959]. CfrAntología Poética Total, Editorial Publicaciones América, Santo Domingo, 1985. V. Virgilio López Lemus (2004): Op. cit., 82-87.

[28] Raquel Revueltas Planas: [La Habana,  1925-Id., 2004]. En 1936 comenzó su labor artística en la Corte Suprema y La Escala de la Fama. Fue fundadora del Teatro Popular. En 1950 protagoniza la pieza Juana de Lorena, y tres años después se incorpora al cine, donde desplegó una larga carrera. En 1958  crea el Grupo Teatro Estudio. Desde entonces estuvo vinculada a la formación de jóvenes actores y labores docentes encomendadas por la revolución Cubana. Premio Nacional de Teatro en 1999.

[29] Vicente F. Revueltas Planas: [La Habana, 1929- ]. Inició su carrera artística muy joven como cantante aficionado en el Teatro Principal de la Comedia y luego en programas radiales. Se incorporó al grupo teatral ADAD, con la obra Prohibido suicidarse en primavera,  de Alejandro Casona. También militó en la Escuela Municipal de Arte Dramático, el Patronato de Teatro y el Teatro Universitario. En 1950 formó el Grupo Escénico Libre y dirige El recuerdo de Berta, de Tenessee Williams. Es fundador de Teatro Estudio. De allá acá se relacionó con la dirección teatral y la docencia. Premio Nacional de Teatro en 1999. 

[30] Ody Breijo: [Artemisa, ¿…?]. Poeta y periodista. Entre 1940-50, dirigió el rotativo La Reforma. Escribió textos literarios con el seudónimo de Walterio RenoisV.: Karen Brito Breijo: «Réquien de la felicidad»,El Habanero, xvii (12): 3; La Habana, martes 11 de marzo de 2003.

 [31] Ramón Arenas Hernández: [Caibarién 1904-Id., 1986]. Periodista, escritor y animador cultural. Autor de los poemarios Cronos en arte menor (1937), Cartones de zafra (1938) y  Yo canto ala Habana (1941). Fue editor de la revista Archipiélago: una voz de tierra adentro para el Continente, de Caibarién. Colaboró con otras publicaciones culturales cubanas  y extranjeras, sobre todo las habaneras CúspidesCromos y El Mundo. Es uno de los tantos creadores que permanece olvidado por la Historia de la Literatura Cubana. Estudios teóricos sobre su vida y obra son desconocidos.

[32] Raúl Ferrer Pérez: «Cinco notas del autor», Viajero sin retorno, p. 17, Bolsilibros UNIÓN, La Habana, 1979.  

[33] En la dedicatoria apunta: [A Enrique Martínez Pérez, «poeta superlativo del verso negro»]. Constituye un fragmento. Tanto «Progreso», como «Fiesta», no están incorporados en libros. Se publicaron por vez primera en 1989. Junto a otros, ubicados en el archivo del declamador, ostentan una  carga dramática que permiten, no solo la ejecución en la declamación, sino, además, su proyección discursiva. Gozan de un léxico apropiado y giros metafóricos auténticos.  No por gusto Onelio Jorge Cardoso delineó los rasgos del personaje «Juan Candela», del antológico «Cuentero», a partir del dominio de la charla, el sentido chancero, las maneras expresivas del gesto y el modo de «engañar» con palabras, muy característicos de Enrique Martínez Pérez. Fueron los elementos —típicos de este poeta—,  que impactaron con reiteración a Cardoso y Ferrer.  «Candela, el verboso», tuvo su émulo real. Jamás nadie podrá diferir de lo apuntado: los testimonios de ambos creadores lo avalaron indistintamente». Cfr. Luis Machado Ordetx: «El cuentero cabalga de nuevo», CoterráneosOp. cit., pp. 57-69.

[34] V. Raúl Ferrer Pérez: Viajero sin retornoOp. cit., p. 21. 

 [35] Idem, p. 21.Recoge «parte» de lo más valioso de su obra, incluyendo El romancillo de las cosas negras y otros poemas escolares, La Habana, Imprenta Barea, 1947.  

[36] CfrArchipiélago,...Op. cit., Metáforas, ricas, de verdad, refrescaban las páginas de esa publicación, caracterizada por una elaboración minuciosa para deslindar la soberbia inspiradora de la armonía artística.

[37] El investigador lo captó en situaciones similares —tan contento como en aquella lidia—, al sentirse desafiado para extraer «recursos» de su inteligencia. Sin embargo, en Yaguajay jamás se supo quién se ocultó detrás de aquel misterioso ropaje, y cuáles fueron las intenciones que animaron el inescrupuloso acontecimiento.

[38] Raúl Ferrer Pérez: Op. cit., pp. 25; 60.

[39] Original: Hallado en el archivo del declamador. Fue escrito para ripostar el «Poema del Amor sin besos», escrito por Adolfo [Alipio] Menéndez Alberdi. Este autor expone: «/Amor que nunca besas, amor de buen dormir;/ la mujer con quien duermescómo habrá de sufrir./ Qué soledad inútil sufrirá cada díaal no encontrar en ti sino tú compañía,/ puespara largas noches de sueños bien dormidos,/ no es preciso que el lecho mantenga a dos unidos./ Mal amor que la enturbias cual la nube a una estrella;/ mal amorno comprendes que es dulcey claray bella;/ que por no traicionarte se muerde sordamentecomo un río estancado que ansía la corriente./ Mira que cuando pasas con ellaamor frustrado,/me adivina el deseo de llegar a su lado,/ y en mis brazos hundirlacomo a un náufrago el mar,/ para darle los besos que no les sabes dar/». Sobre los libros publicados por este lírico de Sagua la Grande, CfrDiccionario de la Literatura CubanaOp. cit., t. ii, pp. 601-02. 

BALLAGAS; POEMAS PERDURABLES

BALLAGAS; POEMAS PERDURABLES

Por Leopoldo Luis García (Periodista y Escritor. Reside en Ciudad de La Habana)

Tributo en el centenario del poeta cubano Emilio Ballagas Cubeñas (1908-1954). Una de las voces más fecundas de la Literatura Cubana del pasado siglo.

El muchacho tendría unos doce años. Al libro le faltaba la cubierta, aunque no era una edición antigua. Debió llegar a la casa en uno de los baúles de la madre, mezclado entre discos de música americana de los 50 y libretas de teléfono, con los números de amistades que nunca volvería a llamar. A poco se olvidaron de regar la planta que fenecía en el tiesto, sin importar a nadie, hasta quedar la tierra desnuda y libre como en el camposanto. El hermano menor solía dejar el libro sobre la superficie seca, extraña a la fertilidad de unos versos que no lograban florecerla. Nunca ocurrió el milagro.

El viento mecía con lentitud las tardes, mientras la madre se arriesgaba a mirar por la ventana de la cocina y el hermano menor acomodaba el Chevrolet en el patio, en honor del padre muerto. Sólo el muchacho de doce años revolvía las gavetas, descubriendo poesías que su madre escribió con letra áspera en el cuaderno de juventud. Un adolescente con un título inmenso entre las manos; Cincuenta años de poesía cubana abandonados sobre el bocal en desuso, a punto de perderse o salvarse definitivamente en la lectura: “Si pregunta por mí, traza en el suelo/ una cruz de silencio y de ceniza…”.

Siempre me ha parecido que la poesía envejece. Se trata de una sensación peculiar, sin probable sostén más allá de mis propias percepciones. Una suerte de solipsismo literario, tal vez. Me ocurre con frecuencia: repaso poemarios que alguna vez exaltaron el espíritu de generaciones anteriores, sin que pueda remontar el abismo infranqueable de sus versos, hoy lejanos. Llegado a ese punto, no consigo avanzar en otra dirección que no sea la del interés profesional, la del sentido de búsqueda en aquellos poetas considerados “de escuela”, imprescindibles a los programas de estudio.

Algunos poemas perduran, sin embargo. Sin importar cuándo fueron escritos, conservan intacta la frescura, como si la aspereza del tiempo no alcanzara a marchitarlos; al margen de giros estéticos, corrientes o tendencias. Un texto de vanguardia se disfruta entonces a la par que una elegía romántica; un soneto clásico del mismo modo que un poema en prosa. La explicación escapa a la simple perspectiva humana, fuera de todo contexto racional. No basta con la reflexión exegética, hay que aprehender el misterio.

Emilio Ballagas es uno de esos poetas misteriosos, cuyo tono intimista le sobrepasa, para horadar en ámbitos ajenos. Tuvo una vida breve, en la que, por supuesto, no pasó de publicar escasos libros. Cielo en rehenes, que mereciera el Premio Nacional de Poesía en 1951, sólo fue editado tras su muerte. Apenas veinte años atrás había irrumpido en la poesía cubana con un tomo de versos formidable: Júbilo y fuga, en el que asoma el vanguardismo elemental de sus primeros textos, aparecidos desde la década anterior en la revista Antenas, de su natal Camagüey.

Ballagas representó, como ningún otro, el poeta sensorial de esta primera etapa de estallido vanguardista en Cuba, cuya indagación no acaba en la sonoridad misma, en tanto su poesía toda pareciera hecha por y para los sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto. En Júbilo y fuga —y en Blancolvido luego, que recoge versos escritos entre 1932 y 1935—, hace de la palabra, del regodeo jitanjafórico, el asidero clave de su construcción escritural. La pauta mallarmeana de hacer girar el poema en torno a la palabra, lo acercan entonces a la llamada “poesía pura”, integrando —junto a Mariano Brull y Eugenio Florit— una cara trilogía de líricos cubanos, de impronta insoslayable en los ulteriores rumbos de la literatura nacional.

En 1934 ha visto la luz su Cuaderno de poesía negra, especie de rara avis que no adquirió después continuidad en su obra, pero que marca un momento esencial en su devenir artístico, seducido por una temática negrista que viene como anillo al dedo a sus obsesiones sensitivas. Ballagas vuelve sobre la musicalidad del verso, aunque sin desdeñar esta vez un leve soplo anecdótico-narrativo: “Ni fue ladrido ni uña,/ ni fue uña ni fue daño./ ¡La plancha, de madrugada, fue quien te quemó el pulmón!”.

Pero Ballagas es, ante todo, un poeta de complicada taxonomía. El que parece querer enfrentar el mundo con una mezcla de aprensión y gozo, el que pretende desasirse y escapar en medio de una paradoja introspectiva, es al mismo tiempo cantor de la incipiente transición vanguardista que tiene lugar en la Isla a inicios de la década del 30. Es cierto que no se da en Ballagas —como en prácticamente ninguno de sus contemporáneos— el vuelco definitivo hacia la vanguardia poética, por lo menos en el sentido en que se produce en otras naciones del subcontinente.

Los años 30 han sido testigos de la edición española de Trilce, con su cardinal ruptura. Han aparecido los versos incendiarios de Altazor. Neruda escribe su Residencia en la tierra. En lo formal, Ballagas no renuncia a las estructuras tradicionales de la lengua. Pero el rejuego metafórico lo distancia ya de la flamante hornada neorromántica que atraviesa la época, a la que ha sido confinado por numerosos  críticos.

En 1939 todo está listo para Sabor eterno, probablemente uno de los libros más notables en la historia de la poesía insular. Conservando intacto su diseño estructural —tal como fue concebido— Sabor eterno alcanza un vuelo casi antológico: ninguno de los poemas que lo integran merece ser desechado, y al menos cinco de ellos pertenecen a lo mejor de la lírica cubana de todos los tiempos, convirtiendo a Ballagas en el maestro que han reconocido —cada vez con mayor fuerza— subsiguientes generaciones de poetas.

Sabor eterno representa, al mismo tiempo, acaso un libro-puente en la obra de Ballagas, con el que se desmarca tanto de la poesía purista como del vanguardismo creativo. Hay en él un desasosiego espiritual que no afloró hasta entonces en su poesía; y que ya no tornará a manifestarse con la intensidad que acusa en “Elegía sin nombre” o en “Nocturno y elegía”, los dos textos que concentran el carácter pinacular del poemario. Es también el instante de la emotividad, cuando el temperamento —apacible antes— se desborda, ciego, incapaz de contenerse: “¡Ya es mucho parecerme a mis pálidas manos/ y a mi frente clavada por un amor inmenso!”.

“Elegía sin nombre” es —no puede negarse— un poema de amor dramático, en torno a cuya vocación homoerótica se ha especulado y dicho, sin que promotores y detractores de la tesis acierten a menguar o acentuar el goce estético de un texto que agradece a sí mismo su valía poética. El drama del sujeto lírico adquiere una connotación intrínsecamente democrática: “Sé que ya la paz no es mía:/ te trajeron las olas/ que venían ¿de dónde? que son inquietas siempre…”; a lo que se suma un voluntario alejamiento de la imagen tradicional: “Yo andaba por la arena demasiado ligero,/ demasiado dios trémulo para mis soledades,/ hijo del esperanto de todas las gargantas,/ pródigo de miradas blancas, sin vuelo fijo”. La concomitancia de estos dos sucesos convierte la “Elegía…” en un poema narrativo absolutamente magistral.

La siguiente composición estremecedora de Sabor eterno será “Nocturno y elegía”, donde Ballagas renuncia al versolibrismo del poema anterior para dar a luz un texto que mucho debe en lo formal al modernismo decimonónico, agrupando sus endecasílabos blancos en estrofas de siete versos, pero dejando espacio otra vez a una imagen por momentos rara, de ruptura, y que no parece ligada a la poética neorromántico-conceptual que signa buena parte de su producción de estos años.

El búho del “Nocturno…” pertenece a la más rancia ortodoxia romanticista; más el poeta da un giro metafórico inesperado, al describir su “aceitado vuelo”. Se trata de la misma “verde voz desamparada” que reniega de su estirpe con frases desoladas, en sombrío diálogo con un espectador que permanece oculto, y sin embargo al tanto de sus tribulaciones eróticas.

“Nocturno y elegía” es un poema mayor, dentro de la rica saga inspirada por el fracaso amoroso, la entrega inútil o la caída del ángel, en el más puro territorio de la lírica popular cubana, encubriendo el lacerante sentimiento de pérdida con la resignación y el silencio: “La carne es un laurel que canta y sufre/ y yo en vano esperé bajo su sombra./ Ya es tarde. Soy un mudo pececillo”. Brota en estos versos una emocionalidad pletórica del imperativo romántico, y se aparta Ballagas de la naciente órbita origenista que ha comenzado a producir por esta fecha sus primeros textos. Apenas distanciados desde el punto de vista generacional, los poetas de Orígenes rechazan de plano la estética ballaguiana, asimilando estilos que sellarían más tarde el destino de lo mejor y más importante de la poesía cubana en la segunda mitad del siglo XX.

En “Poema impaciente” se traslada Ballagas hasta una zona poblada de indeterminaciones, estableciendo un nuevo diálogo cuyo interlocutor no es dable reconocer. El poeta parece hablarle al amor, al amante ausente, pero eventualmente —y también— a su naturaleza vital, a la creación poética, al instante del arte que se sabe incapaz de prolongar. Y, al hablar, trasluce un aliento místico que va más allá de lo religioso, dado que Ballagas fue toda su vida un hombre de inconmovible fe: “¿Y si llegaras cuando/ la tierra removida y oscura (ciega, muerta)/ llueva sobre mis ojos,/ y desterrado de la luz del mundo/ te busque en la luz mía,/ en la luz interior que yo creyera/ tener fluyendo en mí?”. “Poema impaciente” no deja de ser un texto inusitadamente breve, entre cuantos componen el poemario, sobrecogiendo la carga expresiva que su autor dispone en versos, a primera vista irregulares, pero que mueve con oficio alrededor del pie de siete, para rematar con una estrofa cuya sonoridad y metro se instalan con ventura entre los clásicos de la lengua: “¿Y si llegaras tarde,/ y encontraras (tan sólo)/ las cenizas heladas de la espera?”.

La “Elegía tercera” y el segundo “Nocturno” consuman el pentateuco lírico que convierte a Ballagas en una voz ineludible dentro de la cultura patria. No muchos creadores —antes o después— entrarían a nuestra poesía con igual número de textos magníficos, aupados en el mismo volumen.

Se puede presentir la muerte. Se nos revelan signos inequívocos, a veces, en la gente que se ama. En las cosas que se añoran. Un cristal se quiebra, sin justificación plausible. Un amigo se aleja sin dar explicaciones. Y se escribe un poema, previniendo el final.

 En la “Elegía tercera” se apela a la muerte (lugar común), recurso concluyente: “Me veo morir en muertes sucesivas,/ en espiral de muerte inacabable/ por espejos de muerte presidida”. Otra vez el poema breve, conmovedor, traspasado por el estoicismo del sujeto en la caída. Sujeto que ha amado —aún ama— asediado por el recuerdo: “…inútil tu memoria de luceros/ busca en mi mar suicidio, pide olvido”.

En el “Nocturno” resume su condición Ballagas, cierra un ciclo. El sujeto se ha quedado solo, abandonado en el páramo inhóspito de su recogimiento, distante de cuanto le rodea. El fantasma que transita por los momentos claves de Sabor eterno, parece desvanecido. “De pronto me he quedado como una rama sola/ en espera del fruto y de la dulce hoja,/ como un desierto, como un libro/ olvidado en el polvo…”. Y no ceja la tentación que estima impura: “Han venido murciélagos, turbios niños de cieno,/ oscilantes recuerdos como un suelo que cede/ a la presión del pie… Fosforescencias mudas,/ paraguas, esqueletos y no sé qué otras cosas…”.

 En lo estructural, Ballagas retoma el alejandrino, en estrofas de cuatro versos que no malgastan en disimular su imperfección, intercalando versos métricamente apócrifos.


La poesía de Emilio Ballagas explora, en los años que siguen a Sabor eterno, nuevas y variadas dimensiones, sin que acierte —hasta Cielo en rehenes— a igualar la estatura poética de aquel libro.

Nuestra Señora del Mar —aparecido en 1943— está dedicado por completo a la Virgen de la Caridad del Cobre, en un período de cabal entrega del poeta al catolicismo, al que se mantuvo fiel a lo largo de toda su existencia. Suelen recordarse las exaltadas espinelas inspiradas por la patrona de Cuba; pero el cuaderno, en sí, no constituye propiamente un decimario, precedido como está por el “Soneto de los nombres de María” y rematado por las “Liras de la imagen”, con estructuras estróficas a las que el poeta invierte su fórmula tradicional, combinando tres endecasílabos y dos heptasílabos, al contrario de la clásica lira de Garcilaso o de Fray Luis.

El decimario puro tardaría en aparecer otros diez años, al merecer sus Décimas por el júbilo martiano en el centenario del apóstol José Martí, el Premio del Centenario en concurso convocado al efecto, en 1953. Las espinelas premiadas no rebasan su carácter de ocasión, es indudable, pero están labradas en el espíritu de la ruda oralidad campesina, confiriéndoles un dejo improvisativo que las rescata de la indiferencia.

Ballagas ya no volvió a publicar en vida. Cielo en rehenes —de póstuma aparición— constituyó su último libro, y tal vez el de mayor resonancia formal, por la exquisita y casi aristocrática perfección de los veintinueve sonetos que lo integran, prorrateados en secciones: Cielo gozoso, Cielo sombrío y Cielo invocado.

El catolicismo raigal de Emilio, su experiencia de vida, la aparente redención del torbellino emocional que agita Sabor eterno, son las determinantes de este libro de madurez, con el que abandona finalmente la poesía informe para entregarse con absoluta convicción al cultivo de las formas clásicas, de ningún modo extrañas a nuestro canon lírico. Más no hay disolución en Cielo…, sino culminación y consecuencia. Su neoclasicismo empirista explaya la grandeza espiritual de un hombre que ha cantado a la sensualidad y la belleza; entregado al deleite del amor carnal y sucumbido a la angustia de la irredención, a la luz de sus convicciones religiosas.

Un hombre que retorna del camino luengo, a salvo en la fe, con valor todavía para aferrar su mejor herramienta y concebir una poesía de plenitud y equilibrio, universalidad y cubanía, misticismo y entrega. Cielo en rehenes, más allá de posiciones y discernimientos estéticos, es el libro total de Ballagas, cuyos versos “ni juegan ni suenan”, sino que “sufren en la propia carne”, andando con “pies de corcho sin excluir los pies de plomo”.
 
Cielo sombrío incluye, con algunas variaciones, el soneto “Invitación a la muerte”, utilizado antes para introducir un extenso poema no recogido en libro, publicado en México en 1943 por la revista Cuadernos americanos. Se trata de “Declara qué cosa sea amor”, el sexto y último de los poemas antológicos de Emilio Ballagas.

El texto, no siempre justipreciado, es una pieza espléndida en la que el sujeto lírico contrasta dos extremos que le acechan: el amor y el deseo. Entre ambos se ha movido el poeta, en perpetuo conflicto consigo y con el entorno. No consigue librarse de las ataduras de la fe, como tampoco ha domeñado los desgarradores impulsos homoeróticos que lo arrojan al calvario de la carne, fuente de pecado infinito. Descontando el soneto inicial, el poema incluye cuatro partes, mezclando entre los de metro irregular, los habituales versos de siete y once sílabas, que fluyen en Ballagas con espontaneidad pasmosa.

 “Declara qué cosa sea amor” pretende una reconciliación a ultranza, en que el amor —despojado de su carga sensual— emergerá victorioso. El amor lo redime del suplicio del sexo, lo preserva virgen. Por amor renuncia a la vida terrenal, para reencontrar el Amor de Salvación y Liberación definitiva en Dios.

Porque el amor no es cosa triste/ sino la luz, la luz hasta cegarnos…”, declara jubiloso. “Porque el amor no es cosa triste,/ ese escuálido aullido/ de famélicos lobos extraviados…”, se duele. “Porque el amor no es esa cosa inmunda/ de carne opaca y afilados dientes…”, con acritud reniega, procurando consuelo: “Que el Amor eras Tú, yo lo sabía…/ Es entregarse y encontrarse todo,/ todo el amor en ti y en ti perderse/ para encontrarse un día Contigo en tu Morada”.

Todos se han ido. El paisaje grave de los árboles. La roca, inmensa, junto al caserón solariego. Las aves del traspatio. El adolescente del libro, el hermano, la madre; los versos copiados a mano en las páginas finales del cuaderno.

El hombre tendrá cuarenta y siete años (Ballagas iba a cumplir cuarenta y seis cuando lo desposó la muerte). Noviembre se adentra en la llovizna del tiempo, un siglo atrás, un siglo por venir. Los libros se amontonan en el estante de cedro, esperando el milagro. Doscientos años de poesía cubana abandonados en su ir y venir; viajeros eternos de una Isla sin viajes, que envejece y retoña sobre sí misma, para dejar que los poetas inventen su Historia.

Las palabras mudan su esencia, sobreviven. Las circunstancias, los hombres, sublimados en muerte cronológica, donde el hoy es ayer, mañana el sueño. Al final, sólo el recuerdo permanece. Señales, memorias, poemas perdurables. De lo que fue, de cuanto pudo ser.

Emilio Ballagas ha cumplido cien años de salvación en la poesía, en el amor y en la muerte: “Si pregunta por mí, dile que habito/ en la hoja del acanto y en la acacia./ O dile, si prefieres, que me he muerto./ Dale el suspiro mío, mi pañuelo;/ mi fantasma en la nave del espejo./ Tal vez me llore en el laurel o busque/ mi recuerdo en la forma de una estrella.


BALLAGAS EN SOMBRA: CÓDICES DEL SILENCIO (I)

BALLAGAS EN SOMBRA: CÓDICES DEL SILENCIO (I)

Ballagas en sombra (Editorial Capiro, 2010. Colección Premio), es un libro que pone un énfasis desacralizador por deconstruir un mito de la poesía cubana contemporánea y acercarlo a una propuesta más humanizada en nuestro tiempo. Por vez primera, en ocasión del aniversario 56 del fallecimiento del poeta camagüeyano, aparecen algunos de los fragmentos que componen el primer capítulo de ese ensayo literario, compuesto a partir de documentaciones inéditas escritas por el Ballagas o algunos de sus amigos más cercanos. Tributo a un poeta, también al hombre, que aún yace sin exhumar su cadaver, en el Cementerio de Colón, en Ciudad de La Habana, ciudad en la que falleció el sábado 11 de septiembre de 1954.



Por Luis Machado Ordetx

                           ¡Líbranos Dios del invierno de la memoria! ¡Líbranos Dios
                                                  del  invierno del alma!». (1)
                                                                              José Martí
                             
Días después del fallecimiento de Ballagas, allá en 1954, Gastón Baquero vino a la Universidad Central de Las Villas y disertó sobre la poética del autor de Júbilo y fuga (1931), y allí declaró que: «[…] son muchas las páginas […] que se escribirán bajo su nombre, si se quiere escribirlas con justicia y verdad…»; nada nuevo en la fundamentación del planteamiento, excepto que sugirió la necesaria búsqueda en dos componentes de eticidad: «justicia y verdad» dentro del contexto y análisis de cuanto texto divulgó el camagüeyano durante su trayecto vital.

Incluso, más allá de la lectura polisémica que facilita el arte, Baquero reclamó un alejamiento a los escamoteos y subjetividades, muy en boga actualmente en parte de los razonamientos que abordan a Ballagas, afincado en el canon del sujeto erótico; rebuscan  en su orientación sexual y en los poemas contenidos, principalmente, en Sabor eterno (1939) y Cielo en rehenes (1951), piezas de singular valor en la lírica Iberoamericana contemporánea.

 Virgilio Piñera en «Revelaciones: Ballagas en Persona», recordó: «[…] Quedan, dicen, una correspondencia mantenida con su confesor, el Padre franciscano Rev. Biaín, que me parece sería interesante publicar para ayudar al conocimiento de su personalidad…»,(2)  mientras el periodista Jesús Jambrina, sustentó que: «No se puede avanzar en este tipo de análisis [se refiere a la obra artística]  sin volver a los archivos, sin explorar las redes de significación entre la literatura y lo autobiográfico, sin husmear en las cartas, en los periódicos de las épocas […], sin investigar qué hicieron y dijeron nuestros escritores, artistas y políticos durante sus vidas […]» (3)

Por su parte, Rosa Pallas, en 1973, en La poesía de Emilio Ballagas,  afirmó «Nos falta documentación adecuada para enfocar la naturaleza del conflicto íntimo […] En el medio cubano no son frecuentes las confesiones y Ballagas, en ningún momento, ha dejado nada escrito […]» (4)
 
Entonces, ¿cómo es posible con tales ausencias documentales la evaluación de un hombre, su actuación, deterioros y tribulaciones en el apuntalamiento de la historia individual, social y la relación con las derivaciones espirituales?

Eso último es inaudito. A pesar de los méritos literarios, de vocación pedagógica, periodística y ensayística, Ballagas sigue inmerso en una constante sustracción, alejado de cuanta afirmación o desencanto logró en Santa Clara, ciudad a la que arribó a finales de 1933 para ocupar una cátedra como profesor titular de Gramática y Literatura en la Escuela Normal para Maestros y Maestras, sitio del que partió tres lustros después, cuando la salud física apenas le permitió viajes de fin de semana hacia La Habana.

En mayo de 1933, próximo a la aparición en Santa Clara, recibe carta de  Marinello: «María Belén saldrá en Alcancía y también Cuba-Poesía, cosa que está muy bien»;(5)  ese hecho  indica cómo el autor de Cuaderno de poesía negra (1934), antes de venir   a finales de año a la capital de Las Villas, terminó las composiciones fundamentales del libro, y en agosto anunció a la sección «Gráficas de la Hora de Ahora», en Carteles,  que sus «[…] versos […]  están prácticamente concluidos…». (6)

Cuaderno…, muy a su pesar, no logró una repercusión en la crítica literaria nacional, aun cuando ofreció cualidades en la captación rítmica del habla, las ganancias del gracejo folklórico, la riqueza fonética  y la música popular, así como el hallazgo de la gente de las ciudades y del solar. No obstante, la corta tirada de 400 ejemplares,  en ediciones  íntegras a un costo de 100 pesos a cargo del autor, se agotó en la Librería Orizondo, la cual lo situó entre lo mejor publicado dentro de la temática negrista de su época.

La prensa de Santa Clara, en particular, así como los recitadores, amplificaron el texto, y facilitaron  la distribución y difusión de los versos  más allá de los límites territoriales. Ninguno de los géneros de opinión periodística, desde la simple y necesaria gacetilla hasta el comentario y la reseña literaria, frisan con la placidez del escribiente que  relata, decanta  y testimonia valores de un escritor que prestigia la ciudad y su alumnado.

Tiene Santa Clara otras aportaciones en la explicación del ¿por qué de las actitudes espirituales y de poeta sensible o atormentado que persisten en el pedagogo?, y también del modo o la forma en que, desde su teología cristiana, analizó la convulsa realidad histórico-social, las fugas o escapadas del verso inserto en diálogo del alma y el cuerpo, y los misterios de su estética.

No por gusto insiste Ballagas que «[…] Ser poeta comporta una actitud ante las cosas, una responsabilidad en todos los órdenes del vivir y del saber. Ser poeta es tomar antes de escribir una actitud vital»;(7)  de ahí la clasificación que establece: arabescos gráciles; misterios gozosos; etapa de angustia; misterios dolorosos; estación negra; poemas infantiles, sociales y de servicio, sin esperar jamás el «advenimiento» de los misterios gloriosos.

Ese conocimiento está implícito en una zona inexplorada: las cartas y papelerías que suministró Ballagas durante años al declamador villaclareño Severo Bernal Ruiz, y los testimonios, orales o escritos, que ofrecieron los coetáneos de entonces.

Las cartas parecen cañonazos acertados ante un blanco determinado. Nada más indebido —desde el silencio—, que profanar universos impropios, concebidos —en soledad y  urgencia—, como goce íntimo, plácido, polémico o tendencioso. Son espacios de entusiasmos, amarguras y reflexiones, y en lo culminante, el acercamiento y la participación. Constituyen recintos embrollados en que (re)surgen gamas diferenciadas de reacciones; suplen ausencias, afectos y encierran variados comentarios y opiniones en la demostración de claves o entresijos que unos pocos comparten y apenas descorren cortinajes de silencios.

¿Por qué las cartas? Desde aquel instante de la venida a Santa Clara surgió un vínculo ineludible con los acontecimientos culturales y sociales que se escenificaron el territorio central cubano, y en particular el talento expresado por su intelectualidad y también la sensibilidad artística de Bernal Ruiz, el recitador.


Todas las misivas, casi medio centenar, recrean, desde muchos lugares cubanos o extranjeros, preocupaciones personales en las que germina el detalle por el contexto artístico capitalino, lo cubano y lo universal, el vórtice de los acontecimientos relatados, y también el inquirir de reclamos y de ciertos cotilleos. Ahí comienza la inclusión de versos, hasta poemas inéditos, formulaciones teóricas, y muestra una quiebra latiente y flexible  de una  espiritualidad de  equivalentes reclamos sexuales ante un hombre o una mujer.

Las cartas reconstruyen el paso por Santa Clara; los instantes de las conferencias y las intervenciones en tertulias y ambientes intelectuales. En medio de la mojigatería y el provincianismo define esencialidades de la poesía moderna; su alejamiento de modas, y hurga en la unidad histórica, universal, que pre-existe en la soltura de versos ceñidos al suceder diario del hombre; del presente o el pasado social.

La existencia de testimonios, mensajerías disímiles, artículos periodísticos publicados o inéditos —aun cuando hay discriminación lógica por razones éticas—,  hallados en Santa Clara después de décadas, y cerrados incluso al terreno investigativo, tienden, como archivo de noticias y documentos complementarios al  florecimiento de la percepción del lector.

 Con eso hay una contribución, llámese aportación, no solo a la cultura cubana, sino también a los desmantelamientos de énfasis subjetivos e intrascendentes propuestos entorno al creador de Júbilo y fuga, hacia quien la crítica  desvía en los últimos tiempos sus respuestas categóricas y, por demás, en ocasiones fuera de visión objetiva o contextual.   

Santa Clara, al igual que otras zonas cubanas —Camagüey, Buenaventura, Holguín, Manzanillo y La Habana—, tiene deudas impagables e insuperables con el hacer literario y profesional de Ballagas. Ninguna localidad como la antigua capital de Las Villas, para sustentar la «paternidad» o el acabado de las principales elaboraciones líricas, periodísticas y ensayísticas que cuajó en idas y venidas por calles, plazas, aulas y tertulias informales.

¿Ballagas es un hombre constreñido por la «sordera» cultural de la ciudad de su tiempo? No; pues junto a otros intelectuales supo y penetró escenarios públicos, y hasta soñó con asentar un centro universitario o una escuela profesional de Periodismo, al estilo de la habanera Márquez Sterling existente hacia 1942. No obstante, hay quejas, desasimientos y preocupaciones por las composturas burguesas que limitan las potencialidades de la cultura y la espiritualidad a partir de prejuicios sociales.
 
En última instancia, allí siempre dejó un rastro de quebranto, de desgarramiento, duda y suspiro; de esplendor, de amistad y solidaridad, y también de cubanía,  pues avizora en diversos ámbitos al hombre y su realidad. Aquí intervino, como uno más, en decisiones de la ordenación de Umbrales; intercambió impresiones y confeccionó artículos para La Publicidad;  fortaleció el surgimiento del Club Umbrales y las programaciones radiales de Audiciones Umbrales y la Hora Hontanar; fue a las tertulias de la Academia Luz y Caballero, patrocinada por Onelio Jorge Cardoso; al Ateneo de Villaclara, y también a  reuniones con comunistas.

Dice Rosa Pallas «[…]  el 25 de septiembre de 1935 lo detiene la policía y lo acusa de comunista por haber recibido un cablegrama de Máximo Gorki. Al preguntarle el fiscal si es comunista, Ballagas responde con voz temerosa; — No, señor; me dedico a la poesía […] El poeta empieza a tener miedo. Su vida se ve encerrada en un círculo sórdido. Su poesía empieza a recoger acentos amargos…» (8)

No hay constancia documental, al menos en la papelería de Bernal Ruiz, la existencia del cablegrama, y mucho menos de comparecencia ante los Tribunales. En la búsqueda de periódicos villareños, y en expedientes de Urgencia, toda referencia es nula. Eso da a entender, como conclusión, que ¿el cablegrama y la detención constituyen subjetividades? Cierto es que: La sección «De la Hora de Ahora»,(9)  publicó una fotografía de Ballagas, tomada por Funcasta, al estilo closep-up, que explicó en pie de grabado: «DETENIDO: Emilio Ballagas, uno de nuestros poetas más notables, que fue detenido la semana pasada bajo la acusación de haber recibido un cablegrama del genial novelista Máximo Gorki

Por esa época, después de ingresar a la Normal,  Ballagas aprecia al país en convulsión. El pedagogo interviene en los conflictos que ocurren en el plantel docente, y por su juventud y nulo vínculo con la política corrupta lo nombran director interino.

Pallás habla de una carta que Juan Ramón Jiménez le dirigió a Ballagas. Nadie duda de su existencia, aunque no muestra copias facsimilares, hecho que permitió a  Antolín González del Valle, desde los Estados Unidos, exponer que, al revisar correspondencias redactadas a máquina o en cursiva, hay una improvisación en la firma. Eso puede que sea muy cierto, pues Ballagas en los envíos de documentos dirigidos a los amigos suele alterar la grafología, cambiar identidades del remitente y deformar  caligrafías. Sugiere González del Valle, y es una especulación que insta a seguir rebuscando, que la misiva de Juan Ramón jamás existió, y en el peor de los casos fue redactada por el propio Ballagas, cosa última muy probable.

El vínculo de Ballagas con los comunistas obedece al surgimiento público del Partido Unión Revolucionaria, encabezado por militantes o simpatizantes desconocidos como tales por la policía; y la organización política eligió al poeta, el viernes 12 de marzo de 1937, para que asistiera a la reunión constitutiva de su directiva en  Las Villas, efectuada en el Teatro Martí, en  Santa Clara. El camagüeyano aflora entre sus dirigentes.(10)

 Sin embargo, el miércoles 25 de agosto de 1937, en la selección del comité provincial del Bloque Revolucionario Popular, nombre que después adoptó el partido político —integrado por la Asociación Unión Revolucionaria y Organización Auténtica—, no está insertado en las boletas el autor de Júbilo y fuga. Las causales son desconocidas, aunque después de esa fecha Ballagas Cubeñas viajó a Francia.(11)  

Todo se coteja en la papelería diversa. Ahí está el afianzamiento de la narración informativa, así como la producción textual y documental que permiten, circunscribir incluso, la realización de otros estudios relacionados con acápites inéditos, y hasta malinterpretados, en los que se hacen referencia al «extraño y efímero» compromiso social de Ballagas.

NOTAS

  (1)- JOSÉ MARTÍ (1963): Cartas de Nueva York, La Opinión Nacional, Caracas, 14 de noviembre de 1881, Obras Completas, t. 9, p.93, Editora Nacional de Cuba, La Habana.

  (2) VIRGILIO PIÑERA (1955): «Revelaciones: Ballagas en persona», Ciclón, 1(5):50, La Habana, septiembre.

  (3) JESÚS JAMBRINA (2005): «No es cuestión de orgullo», La Gaceta de Cuba, (2): 48-52, La Habana, marzo-abril.

  (4)ROSA PALLAS (1973): La poesía de Emilio Ballagas, p. 34, Colección Plaza Mayor Scholar, Madrid.

  (5) ANA VERA (2004): Cada tiempo trae una faena… Selección de Correspondencia de Juan Marinello Vidaurreta (1923-1940), p. 306, t. I, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, Editorial José Martí, La Habana.

   (6) CARTELES, Vol. XXII (31):24, La Habana, domingo 19 de agosto de 1934.

   (7) Ídem., p. 234.

   (8) ROSA PALLAS (1973): Ob. cit., p. 44.

   (9)REVISTA  CARTELES, 23(40):25, La Habana, domingo 6 de octubre de 1935.

    (10) TESTIMONIOS DE BLANCA COLINA PAZ, y Antonio Florit García, residentes en Santa Clara, y graduados en la Escuela Normal en los cursos de 1946 y 1953, respectivamente. [Archivo del Autor].

  (11) Cfr. La Publicidad, 33(12052):4; Santa Clara, Las Villas, lunes 6 de septiembre de 1937.

FARTO, EL HISTORIADOR INCANSABLE

FARTO, EL HISTORIADOR INCANSABLE

•·              El historiador, pedagogo, folklorista e investigador Rafael Jorge Farto Muñiz, dijo adiós para siempre este jueves 1º de Octubre de 2009 a su fecunda San Juan de los Remedios, Octava Villa de Cuba fundada por el Adelantado Diego Velásquez. Un gesto imperecedero de gratitud tienen periodistas, alumnos, amigos y profesores, a quienes en solidaridad, les tendió la mano y los alumbró en los imperceptibles vericuetos de la historia, el documento oral o escrito.

 

Por Luis Machado Ordetx

 

 

Difícil y nada peregrina la misión de Rafael Jorge Farto Muñiz de esclarecer la siempre fecunda historia de San Juan de los Remedios desempolvando los archivos estatales o privados, hasta lograr el salto eufórico por el dato preciso, el análisis, la síntesis y la intuición y probidad científica  del cotejo de fuentes documentales urgidas por conocerse dentro o fuera de la Isla; a muchos tendió la mano, sin importar el cansancio de su Hidalga Figura de Quijote Desgarbado, por calles, plazas o en el céntrico parque José Martí, bajo la fronda de los árboles y de los innegables olores de la Parroquial Mayor o de la Iglesia del Buen Viaje.

 

 

Jamás se molestó ante el curioso que pregunta, aunque no supiera qué decía en torno al origen de las parrandas; los litis entre los legendarios barrios El Carmen y San Salvador o, sencillamente, de los atributos típicos de esas fiestas folklóricas consideradas como Patrimonio de la Cultura Cubana.

 

 

Allá en San Juan de los Remedios lo encontré muchas veces, previo el pacto del diálogo por sus ocupaciones de Historiador Titular de esa localidad forjada por ubérrimas tierras de la porción centro norte de Villa Clara; y siempre tuvo un tiempo, el préstamo de un documento; la pista de dónde ubicarlo.

 

 

En ese intercambio lo hallé cuando indagaba misterios en la música, la misión jurídica y familiar de Alejandro García de Caturla; del nacimiento de la banda municipal de concierto, del centenario de su homóloga infantil, del ánimo a la pintura popular, las excelencias de la poesía; del conocimiento del periodismo de Pedro Capdevila Milián, y hasta de la pasión cristiana de Esteban Agustín Granda Fernández.

 

 

En esos tiempos Farto Muñiz recordaba, entre amigos, aquellos sórdidos instantes de cubanos crédulos de "La herencia de Bartolomé Manso de Contreras"; historia que al cabo de un tiempo dio lugar a la hechura y filmación cinematográfica de "El Cuervo de la Abundancia", cinta en que compartieron manos el realizador Juan Carlos Tabío y el escritor Arturo Arango.

 

 

De sus constantes consejos, y de las publicaciones remedianas, esas que conserva el Archivo Histórico de la localidad (El Criterio Popular; El Popular Cubano; El Imparcial; El Huracán; La Tribuna; El Faro y...), hay un recuerdo tras el paso de los años, y también una sabiduría sacada del olfato pedagógico con que ilustraba sus fundamentos teóricos.

 

 

Jamás olvidaré sus aportes cuando escribí para las páginas de Vanguardia el reportaje periodístico "San Juan de los Remedios: ¿1513, fecha de certidumbre histórica?". En aquel texto Farto Muñiz fue el conductor en demostrar la verdad fundacional sobre su Octava Villa de Cuba, pero segunda en jerarquizar su condición de pueblo. El texto provocó pol´meicas, pero las encaró con sabiduría y precisión ante la comunidad intelectual.

 

 

Aclaraba en ese entonces que muchas publicaciones de Historia de Cuba ofrecen tantas fechas de fundación de San Juan de los Remedios (1514, 1515, 1519, 1524...), como autores tratan el tema, creando confusión. Desde épocas remotas la población festejó sus aniversarios partiendo de 1514, año supuesto de fundación; pero en 1983 el Gobierno Municipal dispuso trocar ese por 1524. No obstante, en 1986, según propuestas, emitieron otra reglamentación, todavía vigente a pesar de las contradicciones con fuentes consultadas, que declaró el hecho en 1515.

 

 

Según Farto Muñiz esos errores persistieron hasta que se puso a estudiar el texto de la "Relación o extracto de una carta que escribió Diego Velázquez, Teniente de Gobernador de la Isla Fernandina á S.A. sobre el gobierno della, año 1514", contenido en el  Archivo de Indias, patronato Est. 2º, Caj. 1º, Leg. 26, y citado por Luis Torres de Mendoza, Abogado de la Real Corte, de acuerdo con lo suscrito en la  colección de documentos inéditos, publicados en 1869 en el tomo xi, p 413, de la imprenta madrileña de J.M. Pérez. 

 

 

El investigador fue categórico: el nacimiento de San Juan de los Remedios, como pueblo eminentemente español, se produjo con anterioridad a muchas de las de las fundaciones de las «siete primeras villas», y su iglesia, esencia última de la conversión a la religión católica, data de agosto de 1515; propósito que determinó la intervención ante otros estudiosos cubanos en el empeño de determinar fechas y situaciones en que surgieron las villas, y situó a San Juan de los Remedios dentro del proceso de la conquista y colonización de Cuba.

 

 

Indicó Farto Muñiz que «San Juan de los Remedios, convertida inicialmente en un feudo particular de su fundador, Porcallo de Figueroa, no conformó cabildo hasta varios años después de su surgimiento y, en consecuencia, se omite en obras contemporáneas de Historia de Cuba, o se incluye la fundación en época posterior a lo que indica el orden en que fueron apareciendo esas primeras vecindades en la Isla.»

 

 

 Entre mayo y junio, explicó Farto Muñiz, en su opinión el 3 de mayo de 1513, «llegan esos hombres al poblado de Sabana, bautizado como Santa Cruz de la Sabana de Vasco Porcallo, devenida luego en Villa de San Juan de los Remedios. No fue una escala efímera, pues Velázquez señala que desde allí salían a reconocer a Camagüey o a Guamuhaya. La presencia hispana en esa zona tuvo un carácter más duradero de lo que pudiera parecer, al encontrarse, al centro de Cuba, un lugar rodeado de caseríos  indígenas, tierras fértiles, agua potable, bahía con buenas condiciones y otras ventajas.» 

 

 

La cualidad de Villa se confería a las poblaciones que tenían constituido su ayuntamiento, institución que no fue creada en Sabana hasta 1545, aunque su fundación data de mayo de 1513, fecha en que se convirtió en la segunda comunidad castellana de Cuba. 

 

 

Recordó que Velázquez viaja en 1513 a Guamuhaya para reconocer el territorio superficialmente, pues según expresa, llegó a sus primeros pueblos el 21 de diciembre y el 23 ya estaba de regreso en las cercanías de Manzanillo, dice que la carta, fechada el primero de abril de 1514, la remite desde Jagua, «donde agora dice que está», y se entrevistó con Vasco Porcallo de Figueroa y oficialmente otorgó la posesión de Sabana.

 

 

 De ahí la coincidencia de varios historiadores en asegurar que el 3 de Mayo de ese año «confirmó»  al extremeño Porcallo la fundación  de Santa Cruz de la Sabana. Desde entonces, en las negras y ubérrimas tierras de Santa Cruz de la Sabana de Vasco Porcallo (1513-1545), se instaló el "gobierno" propio de Vasco Porcallo (1545-1550); después tomó el nombre de San Juan de los Remedios de la Sabana del Cayo, a partir de esa fecha, y luego Remedios, sitio en que se erige una estela al conjuro de la verdad y del misterio (tal vez el único en Cuba) sobre la exacta de su fundación.

 

 Sí, es la Octava Villa de Cuba, al inscribirse en 1545, pero, lo sustentó Farto Muñiz tras el contraste de fuentes históricas y documentales, constituyó el segundo pueblo con radicación española en la Isla, nacido, inextinguiblemente, en 1513, lo que abrió otras interrogantes, no exentas de interpretaciones tras los signos de la colonización y no de la conquista de Cuba.

 

 

Esas y otras aportaciones dejó el filólogo y humanista Rafael Jorge Farto Muñiz a la historia de su natal San Juan de los Remedios, y si una enfermedad incurable lo minó anteayer miércoles, sus enseñanzas, a punto de ser recogidas por una Tesis Doctoral que defendería en la Universidad Central de Las Villas, seguirán corriendo como un raudo manantial de la Cultura Cubana; huella que siguió al pie de aquellos documentos e investigaciones aportadas por Fortún y Foyo, Facundo Ramos, Humberto Arnáez, Cuco Alvárez o Natalia Raola,  de quienes el recién fallecido Historiador de la Octava Villa de Cuba, bebió su localidad y su gente de una manera incansable.