RASTROS QUE DESOLAN
Por Luis Machado Ordetx En indagación sobre Juan Bruno Tarraza —ídolo cubano del pasado siglo dentro de la composición y la pianística acompañante del bolero, ese género inmortal—, desandé Caibarién, su lugar de nacimiento, donde subyacen acontecimientos de significación contemporánea que, de un modo u otro, calan con antológica persistencia en la provocación de des(alientos) culturales. Uno: La peregrinación que todos los 21 de mayo desde el 2000, bajo las inclemencias del sol o la lluvia, realiza un grupo de escritores, hasta el cementerio local, con el propósito de conservar la memoria de Antonio Hernández Pérez, el lírico más importante de la Villa Blanca. Vale recordar que al fallecer en 1975 dejó siete libros inconclusos (Los jardineros del río, Un himno entre las sílabas del viento, Entrada a la madera y...), al tiempo que tuvo sobrados reconocimientos creativos y de animación artística. Ahí, con el depósito de flores, los espontáneos asistentes reiteraron fidelidad a la literatura y al pueblo, y también recordaron a otros muertos (Ramón Arenas, los hermanos Armando y Jesús Rosado,...), mientras recitaron versos inéditos de Hernández Pérez, quien nació el 21 de mayo de 1909 en Santa Cruz de Tenerife. Tal vez, esa fecha merezca instituirse con carácter oficial, según los literatos María Elena Salado Díaz, José Lamadrid Vega, Pedro Luis González, Jorge Peña y Juan Francisco de la Paz, como Día de la Poesía Caibarienense. Dos: En el camposanto la jardinera dedicada a Longina O' Farrill, la musa inspiradora de Manuel Corona, tiene alteraciones en la fecha de nacimiento: indica 1988. Ojalá que enmienden el dislate escritural del rotulista. Tres: El domingo pasado, momento que fijó el aniversario 102 de la fundación de la Banda de Música (institución que José Pilar Montalván Raimundo, creó aquí para demostrar la particularidad que insufló desde La Habana el pedagogo Guillermo M. Tomás Bouffartigue), se establece como día penoso. El concierto, según una nota enviada a la Redacción, también se inscribiría en pacto entre las bandas de aquí y de Santa Clara, la cual arribó a los 105 años de existencia después que 1902 la organizó Pedro Cancio. Sin embargo, el periplo a la Villa Blanca quedó frustrado, al alegarse carencia de transporte o tal vez de financiamiento para la alimentación de los visitantes. Algo similar sucedió a mediados de abril, cuando escritores de Santa Clara aguardaron por más de cinco horas un ómnibus que debió aparecer y jamás asomó su carrocería: el propósito, trasladarlos, con libros incluidos, a las ferias simultáneas de Remedios y Caibarién. ¿Por qué ocurren esos insólitos hechos? Parece que ese mal azota, cuando en realidad las planificaciones en el terreno de la Cultura, con meses de antelación, se desbaratan en un abrir y cerrar de ojos, y escritores, artistas y el pueblo quedan apesadumbrados sin que nadie de la cara para una primordial respuesta pública. Cuatro: El edificio del cine Cervantes —sin hablar de los cimientos que sólo erigen al hotel España y las ruinas de la Colonia Española expuestas a la actual depredación—, constituyó un recinto irradiador de historias. Ahora los rótulos incitan a la ironía anunciadora del instante de la paralización: diciembre pasado. Los últimos títulos, escritos en tempera, responden a: «Venir al mundo», «Papeles secundarios», «Caravana» y «Jugando a la fantasía», los cuales son desoladores, y espetan que muchas construcciones patrimoniales de Caibarién están a punto de desaparecer.Nunca negaré que la Villa Blanca —como Remedios, Sagua la Grande, Quemado de Güines, Camajuaní, Santa Clara y...—, está pletórico de espiritualidad, pero compete a muchos velar, persistan o no limitaciones de cualquier índole, para que las grietas sean mínimas en aras de florecer, ante el visitante y el coetáneo, con un rostro decatado por lo inmaculado.
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