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RÁFAGAS DE CAPIRO

HECHICERÍAS Y ARCÁNGELES DE OSCUROS GUERREROS

HECHICERÍAS Y ARCÁNGELES DE OSCUROS GUERREROS

Por Luis Machado Ordetx.

 (Palabras de presentación: Oscuros Guerreros, poemario publicado por Ediciones Oriente, 2011. Vigésimo Feria Internacional del Libro, Villa Clara; Museo de Artes Decorativas, jueves 24 de Febrero.)


Dice San Pablo, «Cuando me siento más débil; es que soy más fuerte», y así percibo al poeta Pedro Llanes Delgado en la oración cantada de versos escritos por manos de orfebre, como en una monodia traducida en plegaria múltiple; dialogante de prelación entre el sentido de la palabra y la armonía que transmuta el discurso.

Todavía recuerdo, ocho años atrás, bajo el fugaz peso de los quebrantos espirituales, cómo leía los trazados de la conversación entre el Doctor Rostbach, el Rey de Roble y la Rata, en aquella angustia en la cual el primero se apresuraba en decantar la “letanía del gallo”, ocasión que el animal  “trashuma en el pantano y se afila como una espuela en lo oscuro”; abreviado acontecimiento del puctum contra puctum; nota contra nota; melodía contra melodía; palabra contra palabra; símbolo contextualizado contra símbolo metafórico.

Esencia del contrapunto textual; tal vez del concepto que opera en un discurso poético dotado de un paisaje narrativo; de descripciones recargadas de particularidades polifónicas; de lecturas simultáneas que confinan o imposibilitan, a veces, el entendimiento del sentido de lo escrito en ese replanteo entre los claroscuros y las ondulaciones expresivas.

Lezama Lima, de quien Llanes Delgado (Placetas, Villa Clara, 1962), saborea su sistema poético, sustentó que «[…] lo contrario de lo oscuro no es lo cenital o estelar, sino lo nacido sin placenta envolvente», premisa que al orquestar una idea, un segmento de un sueño, un derroche verbal alejado de lo espurio, preconiza un fundamento hermético; fuente de virtud inigualable, y de hidalguía barroca entre sus contemporáneos.

El genio poético del fraterno Llanes, al decir de Martí, «es como las golondrinas: posa donde hay calor», como un adelantado en Litera nascimur que defiende las purezas sustanciales del verso; sus riquezas tropológicas, de soberbia y de hallazgo espiritual prefigurado por el  resguardo de las palabras contenidas en medio de cualquier letanía existencial.

Las entregas poéticas, como summa literaria, anticipan, como admite de continuo, una defensa  a su coexistencia espiritual; de contar carencias y querencias; de embellecer la vida a partir de un alegato vigoroso y de costados sensibles; es ahí donde acuna su apreciación alucinante en torno a las cuestiones bellas, y también desgarradoras que, en un instante, tal vez otro, lo obligaron a meditaciones vivenciales, filosóficas, históricas, al margen de vacíos, sobre el inquietante ayer y la sucesión ética conformadora del presente dialogante.

Oscuros Guerreros (editorial Oriente, 2011), texto azaroso que escapó de las manos de Capiro por «Obra y Gracia del Espíritu Santo», como toda la obra literaria de Llanes Delgado, en el más minúsculo de los apuntes cabrilleados en letras de orfebre, tiene un asiento definitorio en la poesía; descubrimiento y núcleo de la noción de palabra escrita; de mensaje artístico; de diálogo abstracto; de vocación perpetua; de profusión estética.

Libro amargo; de tristeza, reencuentro y reflexión con ciertas pérdidas, y también de apetencias hacia zonas que escaparon, permite al poeta focalizar un movimiento, un tránsito discursivo; un período abigarrado dentro de la abrumada incomprensión; la fugaz y lacerante frustración amorosa; el acecho recurrente de la muerte; del tiempo que lo distingue y, también, lo confirma más que  cualquier irreverente olvido.

Es ese un soplo, un fragmento espiritual, que atrás quedó en el diálogo con las sombras; con las cenizas; con la vida y la muerte; con lo oscuro y el silencio de un instante dramático de la existencia humana que deambuló entre los claroscuros y las sinuosidades de un vergel que, casi siempre, estuvo distendido de lo placentero.

Víctor Fowler, en «Una inmensa lección (de poesía), prólogo enjundioso que revisa las piezas literarias precedentes a Poemas nocturnos para L (Premio de la Ciudad de Santa Clara, 2009), hace advertencias sobre Oscuros Guerreros, un texto que hasta entonces permaneció engavetado, como en olvido editorial, hasta nuestros días.

Roberto Manzano y Rigoberto (Coco) Rodríguez Entenza, desde sus puntos de vista y con las cercanías acumuladas por el conocimiento del discurso de Pedro Llanes Delgado, ofrecen sus respectivos criterios en relación a un libro que deambula en el movimiento de las cosas afectivas; esas que hieren la sensibilidad del creador y se desatan arrebatadas por la focalidad barroca, por el espoleo polifónico y el entusiasta contrapunto sujeto al sentido de la palabra y la armonía de una frase próspera en lecturas simultáneas; contextualizadas; sangrantes.    

Hay una herencia de negación discursiva, de ganancia, que va desde el imprescindible Diario del Ángel (1993), hasta la transmisión más inédita —la conservada en letra de orfebre; la que revolotea en la cabeza pensante—, que construye personajes, seducciones y situaciones únicas, dolorosas, cercanas a la insularidad familiar o existencial de todos los días; son tiempos dotados por una aparente posesión, ubicua, de imperecedero sobreviviente del pudor y la privacidad; ahí también cuenta Llanes Delgado, y lo hace con humildad, pulcritud y excelencia.

Dos secciones delimitan el discurso poético de Oscuros Guerreros; van a la derivación reflexiva  que abunda en lo precario de vanas e impostergables ilusiones humanas; el desgarramiento existencial y los entuertos que trenza toda realidad como patrimonio individual, social en última instancia, al que se somete el hombre en su constante deambular por zonas grises o placenteras del entorno de un relámpago fugado o en espera dialogante.

Tanto, la primera parte, versos y más versos, dispuestos en «Andando en la oscuridad» —27 poemas—; como también en la segunda, «Noche sin fin», integrada por 23 breves prosas, hay un recreo del universo de constelaciones fantasmagóricas; de paisajes negros; de desolación y amargura habitada en un mundo real; transformada en preexistencia y en anhelo por dejar atrás los fragmentos desgarradores; como borrón y cuenta nueva; todo queda en recuerdos que el poeta deseoso reclama desterrar; en cambio, están ahí, y los enaltece en medio de aquel acongojado instante del paso  breve por la vida. Es una anunciación; un pacto; una traslación hacia las excelencias que aún aguardan por resurgir; así parece decir.

Llanes en «Copa como un Aleph», de la primera parte de Oscuros Guerreros, en retozo metafórico y contextualizado del imperio de las anáforas, sustenta que: «En tu copa veo los abismos que se abren./ En tu copa veo los árboles contra el vacío. / En tu copa veo venir el abanico del fuego, / profuso y silencioso como la muerte.» Persiste una búsqueda de respuesta que, en lo aparente de la realidad, el poeta no desea encontrar, y bien sabe que está allí, a su acecho, en ese diálogo ubicuo entre la sombra, lo oscuro, la luz, la muerte y el silencio.

El cabrilleo barroco tiene sus comodines discursivos en torno a palabras claves, y en el cual el silencio suma una carga dramática del que escruta a taciturnos y nigromantes «confabulados en la indiferencia y muertos para siempre», dice el poeta, quien cree con firmeza que «Todo lo desgarra/ a su paso la hoguera», tal vez descifrando el tránsito por las encrucijadas; tiempo de la palabra oscura y sus constelaciones sinuosas.

Justo aquí ese hermetismo que en lo inefable se aprecia cuando el verso del poeta no está descontextualizado dentro del itinerario existencial al que convoca su escritura; visible a veces en transfiguraciones espirituales, en realidades tangibles, en reconstrucción de lo histórico y lo épico, de rastreo del pasado y de añoranza por lo placentero.

No se entenderían los Poemas nocturnos para L sin el necesario repaso a los Oscuros Guerreros; en el primero hay otras válvulas de registros metafóricos, temáticos, alegóricos, que explayan el deleite comunicativo y lo precario tiende a las fosforescencias de las realidades familiares, más cercanas a nuestro tiempo; ya despojadas de la sordidez de los recuerdos de aquellas cosas y hechos que laceraron al escritor y que, solo ahora, lo convierten en menos vulnerable ante el tránsito de lo permanente y visivo de otro de sus eternos e insoslayables amoríos; la pequeña Lidamalia, reina de las travesuras de un tiempo en que los recuerdos solo perduran en eso; simples memorias de lo que fue un soplo de angustia.  

Los Oscuros Guerreros tienen hechicerías y arcángeles en la ontología de las palabras; en el estilo entrecortado, de ráfagas; de remolino escabroso; de vigilia perfeccionista del orfebre que «pregona salvación», como apunta Rodríguez Entenza, y de plenitud y creencia del hombre en reverdecer  los lóbregos espacios que habitó en un pasado que ya es solo memoria inclaudicable.

Ya todo recuerdo triste está fugado del decurso de la historia individual; anda con solapa y anima a levantarse entre el misterio de la vida y la presunción de la futura muerte.

El puctum contra puctum barroquista; la polifonía recurrente del aletear de la poesía de Pedro Llanes Delgado, tiene un espacio de clasicismo  entre los coetáneos cubanos.

Nadie lo negaría, y en ese vibrar insistente, como “Cosido a su silencio” —otra de sus magistrales prosas—, jamás imprecaría sobre un  rostro que «da contra las aguas de la piedra y forma otros rostros, otras aguas» nutricias en el constante e inexplicable aire en que el gallo recreado en El Fundidor de Espada, “invade el vacío, se niega y escarba en el silencio torvo”, para convertir en belleza el susurro de una palabra escrita en medio de la agonía o de la fecundidad con que trenza las manos  como un arcángel literario de nuestros tiempos.

                                             Muchas Gracias Pedrito, tal como dijo Fowler, por regalar siempre a todos lecciones de magistral poesía.

TOCORORO O MAGIA DE LA FABULACIÓN

TOCORORO O MAGIA DE LA FABULACIÓN

La fiesta del tocororo, de René Batista Moreno, una recopilación de personajes de leyenda que conforman el bestiario cubano, fue presentado en el entorno de la Feria Internacional del Libro en La Habana. El proyecto que antecedió a este libro se alzó con el Premio Memoria 2009, del Centro Cultual Pablo de la Torriente Brau, y constituye la última obra del prolífico escritor,  quien falleció en mayo de 2010.

Por Dulcila Cañizares (Palabras de presentación de Escritora e investigadora cubana durante la Feria Internacional del Libro de La Habana). El título original de este texto es «René o la magia de la fabulación».

René Batista Moreno (Camajuaní, 1941-2010) fue un seguidor y fiel amigo de Samuel Feijóo, infatiglable investigador del folclor campesino. Pero René, con su olfato guajiro, sabía con certeza hacia dónde enrumbar sus pasos, ya que, además, conocía la zona de Camajuaní, Vueltas, Remedios y los alrededores desde pequeño.

Comenzó sus andanzas en octubre de 1963 hasta marzo de 2003, no sólo en la antigua provincia de Las Villas, sino también en alejadas provincias de las regiones occidentales y orientales. Iba, con una libreta escolar en el bolsillo trasero del pantalón, un bolígrafo o un lápiz y su inseparable gorrita en la cabeza, lomas arriba y abajo, por trillos y senderitos, sin que le importara que de pronto irrumpiera un insolente aguacero, pues él continuaba su ruta hasta donde sabía que iba a encontrar cuentos, fábulas, leyendas, refranes, acertijos y de cuanto puede inventar la imaginación humana.

Así fue escribiendo en innumerables libretas y, pasado el tiempo, comenzó su etapa de iniciarse como escritor. Pero no le bastaron a René sus oficios de investigador y escritor, sino que, años después del fallecimiento de Feijóo, asumió el cargo de editor de la revista Signos, fundada por Samuel, y le infundió el perfil feijoseano de sus inicios.

Desde pequeño, según confesaba, le encantaban y atemorizaban los cuentos que el abuelo contaba en las noches campesinas, a la luz de un quinqué, sentados en bancos y taburetes, mientras los cocuyos cruzaban con su luz cerca del portal y los mosquitos los atacaban con ferocidad. Entre manotazo y manotazo y el terror que sentía aquel niño, comenzaron sus inquietudes por conocer las fabulaciones campesinas. Años después, conversar con René era no saber qué eran la realidad y cuáles sus invenciones. Sus amigos tuvimos la oportunidad de disfrutar sus exageraciones y reír a carcajadas con su persistente e inagotable imaginación. Suponemos que en La fiesta del tocororo también haya incluido alguna de sus acostumbradas quimeras, siempre dislocadas y deliciosas...

Este bestiario cubano, cuyo origen, según su autor, fue Cuentos de guajiros para pasar la noche, es nuestra mitología, que la oralidad ha ido enriqueciendo y rescatando. Según sus palabras: «Tenemos un bestiario sano, humildísimo, creado por una imaginación igual. Y adquirido, casi en su totalidad, en entrevistas realizadas por zonas campesinas». Pero en la actualidad, por la emigración campesina hacia pueblos y ciudades, hay que buscar nuestro folclor campesino también en las zonas urbanas.

Para lograr esta obra, Batista Moreno utilizó, aparte de algunos mitos de Cuentos de guajiros..., seis leyendas aborígenes, treinta de Remedios, ochenta y nueve de diversas regiones del país y veintiséis obras de autores cubanos y extranjeros, para un total de ciento veinticinco bestias imaginarias, que dieron lugar a esta memoria folclórica rica, interesante y en su mayoría desconocida. Comenzó con El Diario de navegación, de Cristóbal Colón, y también encontró algunas de «...las primeras bestias autóctonas, [...] en las obras de los frailes Bartolomé de Las Casas, Guadalupe de Santiesteban, Ramón Pané. Pero de esas etapas del llamado descubrimiento y la colonización, hemos podido salvar pocas», según señaló el propio autor.

Si importancia tiene la recopilación del bestiario cubano, trascendental es la interesante evidencia de topónimos aborígenes, tal vez la más rica que hemos encontrado en obras no especializadas en el tema aborigen. Entre otros toponímicos aparecen Guanabacoa, Guainabo, Baracoa, Yuraguana, Guayarusa, Ocujal, Birán, Caonao, Barajagua, Bamburanao, Jibacoa, Guaracabulla, Taguayabón, Camajuaní, Guajabana, macaguana, Caibarién, Guanajay, Jurá, Guaisí, Guanabanabo, Cuyaguateje, Camaco, Manicaragua y Jinaguayabo. ¡Qué embriaguez de nombres de una musicalidad deliciosa, legada por aquellos indios nuestros!

Es lástima que Batista Moreno haya omitido los lugares donde están las fincas de sus entrevistados, porque tal vez, aparte de conocer su ubicación geográfica, aparecerían más topónimos aborígenes, que engrandecerían esta valiosa muestra de nombres de los primeros habitantes de nuestra isla, que dejaron sus huellas en disímiles sitios geográficos, árboles, alimentos, ríos, etcétera.

Aparecen criaturas fantásticas que, según la oralidad, existían desde la época de los conquistadores, como el babujal, acerca del cual manifestó Andrés Leiva, un anciano guantanamero de ciento seis años.

Siempre le oí decir a mi abuelo que cuando los españoles penetraban en los montes a buscar indios, se les metían los babujales en el cuerpo y los mataban. Los babujales durante muchos años protegieron a los indios. Al que se metía en terrenos de babujales, los babujales lo cogían.

Son muy simpáticos los testimonios, al parecer muy serios, pero en realidad inciertos, acerca de jigües, güijes, madres de agua... Por ejemplo, el cagüerio, según René, «Es el ser más transmutante de la zoología fantástica cubana. También es un mito dualista, como muchos otros que tenemos por acá. Se dice que es un ladrón que tiene la facultad de convertirse en el animal que desee (un chivo, un ratón, una gallina…) o en un objeto inanimado (una piedra, un yugo, un taburete…) para poder realizar sus fechorías o escapar de sus perseguidores». Y la historia de Marcelino Guerra, de ochenta y cinco años, pero que no sabemos donde reside, es la siguiente:

A Juan Ferreira, un vecino de esta zona, siempre le estaban robando los animales, y unos amigos míos y yo juramos que íbamos a coger a los ladrones. Nos emboscamos en el camino que iba a su casa, eso fue como a las cinco de la tarde, lo hicimos a esa hora para que la noche nos cogiera allí. Entonces, poco después, vimos tres hombres con sacos y unos machetes en las manos. Les dimos el alto, y desaparecieron delante de la vista de nosotros. Corrimos hacia el lugar donde habían desaparecido, miramos bien, buscamos, pero yo vi tres piedras y no les hice caso. Cuando caminé un poco, me dije: “Pero si son cagüeiros”, porque los cagüeiros tienen la facultad de convertirse en un animal, en un árbol, en una piedra… Regresamos al lugar donde estaban las piedras y ni rastro de cagüeiros. Entonces miramos para el monte y vimos a los tres hombres meterse en él.

El lector se enfrentará a seres mitológicos como los hombres peste, las bolas de carne, los sapos de las tinajas, las brujas, las sirenas, el grillo de Guajabana, el majadrilo, el júa, la mujer puerca, la ciguapa y muchos otros, simpáticos algunos, terribles o detestables otros.
Batista tuvo la gracia de incluir algunos poemas acerca de diversos animales mitológicos de la isla, como el que escribió Alexis Castañeda Pérez de Alejo dedicado al ave de la cueva La Boca, que cuenta, como narró René, que «...Iniciaba su concierto a las seis de la mañana, y los animales de la zona, incluyendo a agrestes como la jutía, los perros jíbaros, y los venados, acudían para oírla.[...]».

                               El canto en la caverna
                               Sitio que llama, canora
                               ave que clama su pena,
                               llanto cautivo, alacena
                               donde la voz enamora.
                               Burla la luz, edulcora
                               la manada en el paisaje
                               su suerte, como de encaje
                               es el trillo en la espesura;
                               miente la voz y factura
                               en lágrimas su plumaje.

Otra de las criaturas imaginarias se dice que surgió en los años cincuenta en las regiones de Carmita, Vega Alta y la Luz, y se comentaba que embestía sexualmente a las mujeres: era el catraco, un gato con cuatro pies de altura y cabeza de pulpo. La siguiente décima, simpática y descriptiva, es de un poeta anónimo, supuestamente de aquellas zonas.

                             Catraco: animal cinqueño,
                             con figura de felino
                             y pulpo, de olfato fino,
                             que viola durante el sueño.
                             A las damas, muy risueño,
                             embobece y acaricia.
                             Las viola con tal pericia
                             y con tanta sutileza
                             que a la que el bicho endereza,
                             se cura, pero se envicia.

Los testimoniantes tienen edades que oscilan entre los sesenta y ocho y los ciento seis años, residentes en diversos lugares de la isla.


Ha sido una tarea de inagotable paciencia y de largos años de trabajo, pero René era laborioso y perseverante. Si por cañadones, montes, ríos y sabanas no lo detuvieron los inconvenientes e inesperados aguaceros de los trópicos, menos se iba a dejar vencer por años más o menos de ardua investigación y lento proceso de creación en su vieja máquina de escribir, y continuó fiel a su inseparable Remington, pues para escribir sus textos en Word, enviar y recibir mensajes, siempre estuvo su hijo Alejandro —ahora su cuidadoso y severo albacea—; fue un hombre humilde, bondadoso, extraordinario amigo, chistoso —disfrutaba inventando graciosos apodos a los conocidos, colaboradores, seres muy queridos y algún que otro que no fuera de su agrado— y orgulloso de ser campesino hasta la médula, a quien le agradecemos obras de incalculable valor folclórico que legó para la cultura cubana, como Los bueyes del tiempo ocre, Ese palo tiene jutía, Éditos e inéditos, Fieras broncas entre chivos y sapos y Limendoux. Leyenda y realidad, entre otros.

La fiesta del tocororo no sólo la disfrutará nuestro pájaro nacional, sino que será más bien un guateque para las aves, los insectos y los animales de nuestras zonas rurales y urbanas, guateque campesino que también disfrutará cada lector que tenga la oportunidad y el regocijo de deleitarse con estas fabulaciones que nos ha regalado René Batista Moreno.

CUENTO CUBANO; UNA NOTICIA DE REALIDAD

CUENTO CUBANO; UNA NOTICIA DE REALIDAD

Por Jesús Díaz Rojas. (Narrador, artista de la plástica e investigador literario cubano). Reside en San Juan de los Remedios, Octava Villa de Cuba fudada por el Adelantado Diego Velázquez. Entre sus libros publicados figuran: Ángeles en el umbral (Capiro, 2002), Jaime (Capiro, 2003), Sus labios escarlatas de púrpura maldita (Abra, 2008) y Un violín por las noches de luna nueva (Capiro, 2008). Los textos narrativos que siguen son inéditos y forman parte de un libro en preparación, y dispone de Registro de derecho de Autor.


EL OLOR DE LA MIERDA SECA

                                    Que se enteren las raíces
                                     y aquel niño que afila su navaja
                                     de que ya se pueden comer la vaca.

                                     … que ya se fue balando
                                     por el derribo de los cielos yertos
                                     donde meriendan muerte los borrachos.

                                                Federico García Lorca

 
                                                             Con su cadáver a cuestas anduve toda la noche, y a las afueras de la ciudad, así como se arroja de costado un papel viejo, así, éste, su hijo bastardo, lo arrojó sobre la línea del ferrocarril. Murió con la canción de Sandro escurriéndosele entre el vómito, el alcohol y la mierda que le hice tragar, para que no cantara en la otra muerte la única letra que parecía saberse. Me miró con sus ojos de muerto queriéndome fulminar, sin palabras; con la mente en el día y año de mi nacimiento, cuando intentó asfixiarme apagándome la incubadora y empecé a ódialo. Lo encontraron descuartizado, comido por las ratas y las auras, y nadie investigará nada. «Su esposo estaba borracho», informó la policía, y mi madre, luego de llorar –más bien aullar- abrazada a los restos pestilentes del ser que no amaba, se echó a sollozar en los brazos de su amante, el teniente Francés- que no es de Francia ni un carajo, si no de un campo lejano, por allá por donde el diablo dio las tres voces y no lo escucharon, como dice él mismo, cada vez que discutimos, lo mando al infierno, y con un pescozón ratifica que hacía allá no volverá jamás.

Nos montaron a todos en el jeep, y nos voltearon al frente de la Unidad de Policía.  Mi puta madre no tenía para cuando acabar -habla que te habla y llora que aúlla, y el instructor se dedicó a acribillarme con las preguntas que ya me sé de memoria y cuyas respuestas tengo elaboradas desde que a la edad de un año, vinieron a buscar a mi padre por lo del hurto y sacrificio de ganado, y escuché sus argumentos. Lo que bien se aprende no se olvida, y por esta mi boca, nadie se enterará cómo ocurrieron los hechos.
Era la segunda vez que lo mataba. Los pedazos de saco que me cubren amanecieron embarrados de sangre y orine, y desperté con el cuerpo cansado por el peso del maldito. El insoportable olor de los heliotropos llenaba el cuarto y el mechón de petróleo se había consumido. Desperté y la realidad me hizo mierda la satisfacción y maldije que todo fuera un sueño.

Miré por la ventana y la luna era un parcho desteñido en medio de la nada. Seguí en las mías, es decir, imaginando las posibles muertes del muerto, hasta que tocaron en la puerta y casi la derriban. El presidente de algo, explicó que; «a su esposo lo encontraron, comido por los peces y los cangrejos, en la orilla de la playa». Solté una carcajada y recibí una galleta de mi puta madre que me hizo reír aun más. No lo niego, sentí cierto placer, pues fue en ese lugar donde lo maté la primera vez, cuando intentaba escapar del país con los borrachos de su banda para alivio de la familia, entiéndase mi puta madre, mi hermana y este servidor a punto de estirar la pata-digo morir, partirme en dos, irme al reparto bocarriba.

«La felicidad es un trago de ron, que se bebe de un golpe, luego nos deja lo amargo, y para seguir siendo felices debemos bebernos la botella», afirma el mejor amigo de mi padre, su yunta, la mano derecha en eso de descuartizar las reses.

Desperté de nuevo. Soñar que sueño que sueño es el único sueño que tengo y valgan todas las redundancias para mi cáncer terminal. Mi felicidad es soñar, imaginar un mundo distinto a este de porquería donde una y otra vez lo elimino con la esperanza de no verlo nunca más masturbándose frente a la cama de mi hermana que duerme desnuda y a mi lado, para después templarse a mi madre puta con el resto de sus aberraciones.
-    Oye, oye levántate, no te rías más dormido.

Mi hermana me zarandeaba y la maldije a ella primero, después al sueño recurrente, y por último a este tumor en la cabeza que me vuelve la vida una alucinación dentro de otra.

Con un poco de agua tibia logré bajar la carga de pastillas de cada despertar. Sé que no debo desfallecer hasta logrado mi propósito. Por ello tuve la certeza de que a la tercera, y bien despierto, iría la vencida. Los sacos seguían con su orine y su sangre y el parcho de luna había dado paso a un sol de piedra. Muerto el perro se acabaron mis angustias, pensaba entonces y por ello salí al patio en busca de la paz de los inmensos arboles, entre cuyas ramas pienso suicidarme, terminada la misión en este plano.

Al mirarme, en el trozo de espejo que usa el muerto- tarde o temprano lo será y me gusta llamarlo así-  para afeitarse, descubrí que me brotaba una moquera sanguinolenta por la nariz, y mi rostro, lentamente se tornaba blanco ahumado. Tal vez el muerto era yo, y comenzaba a podrirme a la intemperie. Quise despertar del sueño que de seguro soñaba, y me tropecé con el cubo de limpiar y caí frente a un par de botas recién lustradas, olorosas a betún y sicote con Micocilén. Estaba despierto, con la nariz rota y el dolor de cabeza en su máximo. Me daba vueltas el patio y aproveché para dejar en la piel brillosa parte de la moquera. Estuve un rato quieto. Y lentamente fui trepando por el cuerpo hundido en las botas y, desde el suelo, vi al muerto, más vivo que nunca; « ¿qué?, pareces que viste un muerto»; me dijo; entonces mi madre- parada a su lado-  reparó en los mocos con sangre y me susurró al oído; « ¿Cómo coño quieres irte conmigo si eres un mariconcito de mierda que sangra por cualquier cosa?»

El mareo no me impidió ver como se alejaban,  la puta de mi madre y el muerto que no acababa de morirse, rumbo al Fort del cuarentipico. Perdí el conocimiento antes de que salieran del barrio. La sangre era incontenible y la cabeza se me partía.

No sé quién me llevó al hospital.  Estuve una semana ingresado, en la cama trece de la sala trece, hasta que alguien comentó; « ¡Mire usted!, la madre templando en la Capital, y el hijo  con un cáncer, muriéndose en este pueblo inmundo, y nadie viene a visitarlo, como no sea el viejo pájaro que le envía alguna comida y las flores de ese búcaro».
 
El viejo pájaro es Juanito. Los alimentos, pan con leche fría y una pechuga de pollo frita, que me ingiero a la hora que lleguen. La flores son gardenias que el muy pájaro cultiva en masetas.

Mi suerte, o mi menos mala suerte, es este amigo. Juanito, el químico, el mago, el ser humano que desde mis escapadas en tercer grado me cobijó en su casa, y con el cual fui aprendiendo, no solo las aberraciones- como piensa la gente- sino de historia del arte, derecho y literatura, y gracias al cual tengo esta facilidad de palabras que me ha sacado de mas de un enredo, aunque no aprobé las matemáticas del sexto grado y los maestros me dejaron por incorregible.   

«Pobre muchacho, lo peor que tiene su enfermedad es la soledad»; comentó la oncóloga a la limpia pisos, paradas frente a mi cama, yo, en este caso haciéndome el dormido. Cuando abrí los ojos la pobre doctora quería que se la tragara la tierra. « No hay caso – le dije- el cáncer es mi único amigo». La limpia pisos me miró con cara asombrada y a la doctora se le enredó el estetoscopio en el cuello y casi se ahoga. Me acordé de Charlot y las rematé. «Lo mejor que tiene mi situación es que nadie llorará y se ahorraran las lágrimas para futuros entierros más importantes». Se escurrieron como la nata caliente por los bordes del jarro y decidí escapar del hospital. Si me voy a morir, que sea en un sitio agradable- me dije- pero antes tengo que limpiar la costra familiar- concluí.

Para ser sincero, en el centro asistencial no la pasaba tan mal. Lo que nadie te ofrece saludable, te lo dan cuando tienes cáncer ¡como si fueras a curarte! ¡La lástima corroe las ganas de vivir! A pesar de la poca comida oficial, logré recuperarme bastante, gracias a las ayudas solidarias de los familiares de otros moribundos, a los sueros y a las radiaciones para extraterrestres. Pero el local se me volvió cada vez más opresivo con los rostros de aquella gente delatando que no me quedaba mucho tiempo en el convento- frase que le escuché a uno que murió antes que yo-. Cuando me sentí con las suficientes fuerzas para escapar. Aunque las tripas en la barriga, se bañaban en ácido y la cabeza se me había hinchado agrandándome los ojos y achicado el esqueleto, hasta parecer salido de un campo de concentración nazi; creí oportuno no dilatar más la fuga.

Esperé la noche, era imprescindible alejarme de tanta mierda de hospital, de sus paredes descascaradas, de la enfermera del uniforme remendado con hilo rojo y los ojos zurcidos  al rostro, inclinada toda la noche sobre la mesa del teléfono, y soportando: las quejas por las pastillas a deshora, por el suero a punto de acabarse o fuera de vena, y las amenazas del Testigo de Jehová –comemierda que se imagina uno de los cuarenta y cuatro mil no sé qué. Enfermera que al final de la jornada parecía más moribunda que yo. Y lo simpático era, que la muy cabrona, me hablaba solamente a mí de las carencias de medicamentos y lo malo de los alimentos y la grave situación de la salud, y eso, porque me pensaba más muerto que vivo e incapaz de acusarla ante las autoridades que, de vez en cuando, se aparecían a inspeccionar y nos preguntaban por el trato y otras imbecilidades. Al final, todo esta excelente y la basura sigue igual, refunfuñaba ella cuando salían los funcionarios. « ¿Por qué no les habla claro?» le pregunté una madrugada mientras me canalizaba una vena  « ¿Tú estás loco? Se ve que tienes cáncer y te importa poco el futuro». ¡Pobre enfermera condenada a ese oficio impagable en este hospital de cartón y yeso! Escenografía para los tontos que miran desde lejos.

Escapé sin problemas, frente a los ojos dormidos del custodio y el entusiasmo de una pareja de médicos- del mismo sexo- que templaban a un costado de la escalera. Atrás quedaba la comida insípida,-caldos sin color, sin una pisca de sal que echarle por arriba -como hacía en mi casa, con todas las pocas comidas que mi puta madre condimentaba de mala gana-; «Si quieres comer mejor, vete paun restaurante», me decía con desprecio, escupiendo todo el odio del mundo sobre mi cuerpo flaco, mientras besaba la boca desdentada del  marido de porras, el cornudo que la había traído a rastras desde la capital y que frente a nosotros le cayera a golpes hasta dejarla con un ojo morado, un brazo enyesado, dos dientes de menos; en fin, vuelta un negro esclavo, y total, luego vendría  el perdón de ambas esquinas y la muy hija de puta, continúa viéndose con el querido Teniente y al besarlo con desparpajo, le amasa los cojones con la misma mano que me fríe el único- tal vez el mismo- huevo que dice me toca. Huevo frito- comida de puta- afirmaba mi abuela también puta, mientras se rascaba el culo con la misma mano que comía el pan. Huevo, frito en manteca de corojo, que mezclo con el plato de arroz sin escoger y lo ingiero sin chistar, porque tengo hambre, un hambre enfermiza cada vez que regreso de la escuela; lugar absurdo donde me ha condenado el jefe del sector policial y sitio para darle un buen uso a mi poco tiempo, pues me paso el día ensayando- en la mente-  la forma de volverlo a matar. O matarlos a los dos. Tal vez a los tres. Al amante teniente, a la puta de mi madre y al cornudo de mi padre.

Reitero, ella regresó de sus puterías capitalinas, porque el borracho tarrú la trajo a rastras y no porque se enterara de mi ingreso y mi cáncer. No sé si sabe que lo tengo. Volvió, con el rabo entre las patas, como dice mi hermana-  porque ya es una vieja y su cuerpo gastado no es apetecible para los yumas. Mi cáncer está en un segundo o tercer plano, si es que vuelve su vista más allá de si misma y del amante.

Sería un alivio para ella que yo me muriera. « ¡Coño debiste morirte al nacer!», me ha gritado más de un millar de veces, y por lo tanto, si me muero ahora, será, con el paso del tiempo, como si no hubiera nacido. En caso de que me crea nacido y no una pesadilla. Eso cuando no ignore mi muerte, como hace con ese viejo al que llaman mi padre, siempre borracho y acostado en las cuatro esquinas, rodeado de otros seres tan apestosos como él, y que le tocan el culo a mi hermana cuando pasa- y me lo tocan. El también nos ha tocado el culo.

Insisto: debo matar al teniente Francés, a mi padre borracho y a ella también. Desnucarla junto al muerto, los dos juntos, muy juntos, como dos hijoeputas que son y mi padre enfrente. Los tres en la muerte como en la vida. Juntos y mirándose a los ojos sin respuestas a tanta mierda.

¡No!,  eso no, debo estar volviéndome un samaritano mariquita: al matar a mi puta madre estaría calmándole la angustia. Mejor será mutilarla, descuartizarla un poco, y dejarla viva frente al muerto bien muerto. Ella, con el arma homicida entre las manos, como si lo hubiera matado y después intentado suicidarse. Eso sí, con la lengua cercenada para que no pueda declarar en mi contra, y librarme, por otra parte, de sus cantaletas y sus frases ofensivas: malagradecidos que me chupan la existencia, ratas, serpientes, culebras sifilíticas;  y cuanta cosa sea capaz de vomitar su cerebro.

Dicen en la cuadra que mi madre tiene una fosa por boca. El otro día nos llamó alacranes que se comen a su madre. ¿Qué espera de nosotros? Desde que nací la única caricia que he recibido son las de Nerón, el perro del cojo de la casona de la calle Mercaderes. Un comemierda sin mujer que se pasa el tiempo oyendo a los Beatles, aunque el muy cabrón dice que Lennon le jodió la vida allá por los años sesenta. Viejo come candela que perdió una pierna en una de las tantas guerras a las que no quiso ir, y que espera emborracharse para contarme una y otra vez, la misma historia que intenta escribir y no hace porque no tiene cojones para decir las verdades que calla.  Ya me sé de memoria su inexistencia; y si lo soporto es porque las canciones de John Lennon me desconectan de su cháchara y con ellas practico el inglés que me enseña Juanito. La vida del cojo miserable es la suya, y si se la fastidió un drogadicto cantarín, a mi no me interesa; la mía, le digo,  no me la jodió Wisin y Yandel, ni don Omar - ningún cantante de porquería te jode la vida le estrujo en la cara- y cuando termino con el último trago de la botella le grito: busca de verdad quién te descojonó la vida y entiéndelo, no me cantes el mismo bolero que ese, es tuyo. Luego me voy a templarme al viejo pájaro.

Dicen que borracho sabe mejor.

Mi vida, la mía, la que venia viviendo me la jodió mi puta madre que me parió cuando tenía quince años, y que dos años antes había expulsado de su vientre maldito- según mi abuela- a mi hermana. Y no se lo digo a nadie porque, a quién le interesa mi vida;  y si el cojo me cuenta su bolero es porque se tiempla a mi hermana por unos euros de mierda que no suda- se los manda su hija médica, desde el restaurante noruego donde labora. El viejo Juanito tampoco suda los verdes, se los envía el primer marido que tuvo, un negro que ahora caza osos blancos en la nueva Rusia.

Mi vida puede parecer un tormento, una tragedia típica del cambio climático, las amenazas de guerras atómicas y enfermedades nuevas- tal vez creadas en laboratorios- Puede ser producto de esta crisis económica que ahoga al sistema capitalista y nos golpea de frente. No sé, es tan pendeja mi existencia que a veces me pregunto para qué pinga vine al mundo si el único momento de olvido y paz me lo proporciona mi hermana. Mi hermana del alma- otra desgraciada sin caricias en el bolso- y con la cual descubrí que hay cosas mas sabrosas que mirar a una muchacha por un hueco para rayarte una paja o templarte a un viejo profesor de tantas cosas, y es que te la mamen, y te la gasten, así como si tu rabo fuera un puñetero caramelo, hasta que te vacías y te quedas quietecito sobre la cama que ambos comparten; «Calladito mi hermano, y guarda el secreto, esto es entre nosotros, si mamá se entera que tienes la pinga tan rica quiere mamártela también, y esa pingona es mía solita».

En verdad soy un pingú, y lo sé porque mi madre tiempla en la cama junto a la columbina donde padezco mis desvelos, - le he visto el rabo a la mayoría de los que la montan, y puedo asegurar, sin autosuficiencia, que ninguno la tiene mas grande que yo. Dice mi hermana que debo ser hijo del mulato que dirige Deportes en la alcaldía, un baloncestista retirado que le enseñó la suya en el cine, y ella no pudo resistirse y se la mamó en el mismo asiento, y me asegura- la muy puta-  que tenía el mismo tamaño y sabor que la mía. Por sus frutos las conoceréis me dijo y se echó a reír como lo que es.
Mi hermana, lo bueno de mi vida, la razón de que- a veces- no quiera morirme. Mi bella y hermosa sangre que un día, para que no muriera, me trasfundieron. Todo lo que es, y lo que sea, yo lo sé, y nadie abusará de ella y menos el muerto. « Tu hermana es una desquiciá y está buena con cojones»; se lo escuché decir mientras se amasaba el rabo y mamá lo amenazó con arrancarle la cabeza si nomas lo veía acercársele, y él le gritó; «Métete el bollo de tu hija por el bollo»; y dio tremendo portazo, y mi puta madre le cayó detrás al muerto; «No michino mira que eso son celos míos, ¿cómo voy a pensar que tú?»… y es mejor que lo hubiera pensado porque a la semana mi hermana me dijo; « Tengo que irme de casa, nuestra puta madre está ciega con ese tipo que ya dos veces ha intentado violarme». « ¿Quieres que lo mate?» Le pregunté y aunque me dijo que no, y me hizo jurar por la virgen de la Caridad que no lo hiciera, yo reafirmé la decisión de matarlo, pues entre otras cosas, la virgen no me ha ayudado en nada, como no sea proporcionarme una madre más puta que las perras y una enorme fila de padrastros con fechas de vencimientos inminentes y rabos pequeños.

«Quieras o no, se la voy a pelar», le dije encendido por la rabia, cuando el teniente Francés la abofeteó porque se le perdieron doscientos cuc y ella se apareció- ese mismo día-  con una caja de tenis Converse para revender. Llena de furia me dijo en el escusao «Estos son de Paco, el que viaja a Ecuador cada tres meses y me los pasa para ayudarme, agradecido por las mamá que les doy». «Lo sé, le dije, él es cliente de Juanito». Nos reímos de lo chiquito del mundo y de la importancia de saber mamar con estilo y ella aprovechó y me la mamó.

Convenimos en que yo no me metería en sus asuntos y que ella, llegado el momento crucial, me serviría de cuartada. «No te impediré asesinarlo», me dijo; «ese tipo tiene que pagar lo que me hizo, pero tienes que hacer las cosas bien fino». Y me reconoció que él se la templó el día de su cumpleaños- el del muy cabrón-  luego de emborrachar a la puta madre y fumarse no sé cuantos pitos de marihuana.

Enseguida recordé la fecha exacta, ya que aquel día la sentí llorando, venia acabadita de bañarse, con olor a jabón; «Gasté la pastilla entera mi herma, tenía que arrancarme la peste de un hombre ahí». Nos abrasamos como dos huérfanos y se fueron calentando nuestros instintos y la sangre que nos unía comenzó a hervir y se desataron los pudores y dejamos de mamarnos como hasta entonces para templar hasta el amanecer. Fui tierno como no lo volveré a ser. La acaricié como debe acariciarse a una mujer y perdí la noción del espacio y el tiempo, y descubrí lo sabroso que es hacer el amor- una frase de ella- cuando se está enamorado. Y yo estuve enamorado de mi hermana hasta que mi puta madre y el degenerao del muerto, nos descubrieron templando- lo hacíamos como venganza contra la mala vida y el odio que nos asechaba; mi madre- en su histeria-  me dio con un palo: « engendro- escoria- maldito- enfermo mental»- y de tantos golpes me sangraron los ojos y el muerto golpeaba a mi hermana: «Degenerá de mierda que ese es un niño; ¿por qué no te atreviste conmigo? corruptora de menores debes morirte» y mi hermana le gritaba, «el bollo es mío y tu eres muy maricón pa gobernarme el culo». Y el tipo le pegaba con la mano abierta en plena cara: « Ese es tu hermano y ahora si les nace un muchacho les nace anormal».

Mi hermana cubría con su cuerpo, mi cuerpo, y recibía la mayoría de los golpes que venían de dos rabias. «Eres una alimaña. Eres una alimaña. Eres una alimaña». Reiteraba la amante del teniente Francés. Mi novia, mi amiga mi hermana la miró con tanto desprecio que me asusté; « ¿No sabes que ese me templó hace un tiempo?» Señaló al muerto lanzándole un escupitajo. Nuestra madre sonrió nerviosa y tras una andanada de improperios apuntó: « ¡Mentirosa, eso querías tú, pero te cogiste el culo con la puerta, no le gustas y de ahora en lo adelante, atrévete a mirarlo! ». Mi hermana le dijo bajito, irónica: «Te salvas que le tengo asco, pero te aconsejo vélalo, que bastante le toca el culo y se pajea mirando por el postigo del baño a la vecina». Salta el teniente: «¡Mentiras tuyas ¡Esa es una niña! ¡Tiene ocho años!» Mi hermana suelta una carcajada; «Para pajearte no vez la edad».

Yo también lo he visto en la masturbadera, pero el dolor de cabeza me impide el habla. El teniente toma a mi hermana por los pelos y la zarandea. Logro rescatar un mínimo de fuerzas y le doy una patá en los cojones. Se dobla, le falta el aire y mi puta madre se abraza a  sus entrepiernas, desesperada. «Michino, quieto, respira profundo, no hables deja a estas escorias».

Yo estoy a punto del desmayo. Mi hermana coge un palo y la emprende contra la pareja que pide auxilio. Llega la policía y se hace un silencio.

- ¿Qué carajo pasa?

- Nada capitán son cosas de familia.

- ¿Y por qué ese muchacho sangra tanto por la nariz y tiene esa cara verde?

- Capitán, eso son las adenoisdenosequé  nos dijo el médico del consultorio.

- Y esa, ¿por qué está casi desnuda? - Mi hermana ocultaba una de sus dulces tetas.

-    Nada capi, es que acabo de levantarme.

Es un capitán frente al teniente Francés. Se miran cómplices, y a mi hermana le agrada el recién llegado- y si no le gusta- lo hace por joder, y se le acerca seductora y lo toma de la mano; al principio éste se resiste, pero mi hermana tiene las nalgas duras y grandes y se vuelve y deja que el rabo del macho la rose. Con sus diecinueve años, está acostumbrada a seducir portañuelas y la muy puta huele a rosa, y sus labios son de natilla de fresas- rojos y pulposos- tibios y dulces, sus muslos blancos y con un cerquillo de pelos rubios para afeitar a mordidas, y lo más encantador, tiene el bollito estrecho y el culito virgen -no se lo deja tocar- y una voz de serpiente atrevida que te aprieta los testículos.

Es inevitable la caída y el oficial pierde el rumbo; «mi capitán, mi capitancillo querido vamos mi loco»; es miel la boca de mi hermana del alma y van para el único cuarto y ella me hace una señal y le tiro un beso. El carro patrulla con su luz giratoria espera frente a la casucha en que vivimos, en medio de un camino repleto de charcos cuajados de mosquitos. Rodeado de un centenar de casas parecidas. Y en el aire un olor a mierda tremendo que se mezcla a los cientos de malas palabras y quejidos y lamentos que hacen las parejas al templar.

Suena el despertador y termino el café. El teniente Francés y el capitán se marchan sin aceptarme la taza envenenada que les tiendo a la salida. Mi madre y mi hermana, se levantan y corren a orinar y el chorro me recuerda las vacas en los cuartones, antes de matarla. Se sienten las latas, el agua contra sus sexos maltratados. Se enjuagan la boca con agua y sal, escupen y terminan de peinarse frente al diminuto espejo del muerto. Arrojo por el escusao las tasas envenenadas, a ellas no le interesa beber en porcelana, y se sirven el resto del café en latas de compota. Están satisfechas y vuelven a la cama, duermen toda la mañana, soñando con una casa amplia y los maridos ejemplares que nunca tendrán.

Cada vez que sucede esto me escurro para la casa de Juanito-cuando las escucho templar se me pone la verga como un hierro- y la emprendo contra el culo del viejo, y después le cuento lo sucedido mientras me mama la pinga, no cómo lo hace mi hermana, sino mucho mejor, con miel de abeja que va tragando con mi semen, al tiempo que me ingiero  un bocadito de jamón de no sé que diablo. A él no le importa que yo piense en otra cosa, lo de él es que no se me caiga la pinga y sigue mamando hasta vaciarme- como en las matemáticas que no me entran- ene veces los testículos. Después se levanta, se asea y me sirve un vaso enorme de chocolate hirviente; «Para que cargues nuevamente esos cojoncitos mi ángel», me dice con la cara roja y los labios hinchados.

Cada vez que me vengo se me va un poco de la agonía y elimino un poco de neuronas enfermas. Con cada venida, muero un poco más. Es una forma de suicidio placentera y el muy maricón no sabe que me ayuda a morir- o no quiere saberlo.

Él es profesor de química, un viejo maricón que afirman se ha pasado a más de un millar de alumnos en sus veinte años de magisterio. Creo que se ha enamorado de mala manera. Lo cierto es que me ha pedido que venga a vivir con él y «esta es la gota que desbordó la copa de mi paciencia», dijo mi puta madre, y el teniente Francés se enfureció tanto que cuando ella se lo comentó, le dio un piñazo tan grande que estuvo tres horas inconsciente: «eso es por tu culpa, lo criaste maricón y primero lo mato». Nunca antes su rostro se había tornado tan rojo, ni el golpe había sonado tan contundente. Mi hermana, lloraba mientras le colocaba bolsas de hielo bajo la nuca; «La mataste degenerao la mataste», sollozaba. «Eso debí hacer hace años, pero descuida, esa tiene siete vidas», concluyó después de tomarle el pulso.

El teniente salió arrastrándome por los pelos, dándome patadas por las nalgas.

-    Si vas a ser maricón vete, lárgate, dale el culo a ese viejo, pero no olvides que lo voy a meter en la cárcel.

De una patada me lanzó contra la pared. Medio muerto logré gritarle:

- No tienes ningún derecho sobre mí.

- Tengo todo el derecho del mundo culicagao-  nueva patada, esta vez en las costillas.

-    ¡No soy nada tuyo!

Sacó la pistola.

- ¡Primero te mato!

-    Sí, dispárame a los cojones.

Me dolía la vida. Entonces mi puta madre se interpuso entre el muerto y yo:

-    ¡No! ¡No mates a tu hijo!

Pensé estar viendo una telenovela brasileña. Un culebrón para amas de casa, mujeres consentidoras y lloronas. Mi puta madre se tambaleaba, y con una mano pidió ayuda a mi hermana y con la otra se aferraba a un horcón del  inclinado y podrido portal. Salí corriendo ante semejante confesión. ¡Yo hijo del muerto! Y mi padre qué coño era mío.

Por mi mente pasaron las imágenes del infeliz borracho, descuartizando la res, dividiéndola por partes, clasificando los tipos de carne en paquetes sobre los que, con su letra de analfabeto ponía números que luego supe, tenían su lectura en la charada. Juego que comencé a aprender el día que entró el teniente Francés, que aun no se llamaba así, ni era teniente, ni lo quería muerto, sino que era jefe del Sector de la Policía y parqueó el jeep como a dos cuadras y vino a pie, bordeando los patios, esquivando la mierda, los charcos de orine, los animales muertos, y entró por la puerta del fondo sin saludar y cargó con su jaba marcada con el 51 y antes de salir le dijo a mi madre, que todavía no era tan puta o si ya lo era yo no tenía conciencia de ello: «Dile a tu marido que aguante por un tiempo que la cosa está en candela». Y se miraron y me miraron y si nunca lo había visto creí haber escuchado en algún lugar su voz. Tal vez en sueños, bajo el efecto de la tonga de pastillas que me daban para mi intranquilidad. Y antes de salir por el mismo lugar se encontró con mi abuela: «Cada día se parece más al padre»- dijo la vieja y el teniente le tomó la mano a mi madre y se la besó y volvieron a mirarme. Le comenté a mi padre lo sucedido y me dijo; «déjate de ver fantasmas que ese policía no está en na y es un hombre a to». Confiando en mi padre me quité el ruido de la cabeza.

Tal vez las visitas del teniente eran frecuentes, pero desde ese día comenzaron para mí. Sobre todo cuando el borracho no estaba. Me adapté a la presencia del maldito- qué remedio- y hasta comencé a saludarlo con tal de que a mi padre no le sucediera nada. Un día escuché como le comentaba a mí madre, los dos encerrados en el cuarto: «dile a tu marido que se lleve al chama con él para que aprenda bien el negocio». Y al otro día la orden era cumplida:

- Papi riqui, por qué no te llevas al niño contigo.

- ¿Tú estás loca? Si nos cogen me espantan por el güiro  una bola de años. Ella zalamera se le montó arriba.

-    Mira que eres bobo, con el niño puedes decir que estaban cazando tomeguines, llévate una jaula y que la carne la traigan los otros, así, si dan un chivatazo y los cogen te libras… - lo acariciaba- y agregó categórica-  y el que tú sabes te puede tirar un cabo más fácil.

El borracho la apartó con cuidado le dio un beso en la frente comencé a salir con la banda.

La razón era de peso aunque no tuviera razón y fueran otras las razones. La jaula me la regaló el propio teniente y desde ese día la cama era para ellos.

Mi hermana estaba becada en la secundaria y fue una jodienda cuando la cogieron robando en el comedor y nos la devolvieron embarazada, y hubo que hacerle un legrado de hoy para mañana. Mi abuela resolvió lo necesario para una menor de edad y se la llevó un tiempo para su casa, que no es en otro pueblo, ni otro barrio, si no a tres pasos de la nuestra, pero ella lo hizo para que nuestra puta madre se diera banquete con el apuesto policía.

Mis salidas con los matadores de reses fueron menos de una docena, el policía intervino para salvar a mis padres de una acusación por corrupción de menores y escuché cuando le decía a mi puta madre: «Si atrapo al hijoeputa que me jodió el estar contigomamitodoeldía lo parto por el eje, pero el deber es en deber. Dile a tu marido que aleje al chama de la tumbadera de reses».

Al muerto le agradezco lo que sé en torno al sacrificio de ganado- que no es ningún sacrificio- y al borracho el arte del camuflaje. Y lo aprendido me ha de facilitar el ajusticiamiento del teniente Francés y su amante, mi puta madre.

¡Cuánto empeño puso mi padre,- seguiré llamándolo así- para enseñarme el oficio. Apostado en la maleza, en espera de la oportunidad precisa me habló de la paciencia. Yo a su lado, quieto y sus palabras bajitas,  menos que en un susurro, no sé, tal vez hablándome dentro de la cabeza:

-    Escucha, lo primero que tienes que lograr es que los animales no lloren. Porque el llanto es sufrimiento y sufrir es crueldad-.

Al principio me pareció que era otro el que hablaba, y luego caí en cuenta de que en su trabajo era un doctor, y por eso hablaba con tanta propiedad y coherencia.

- Lo segundo – continuó calmado, sentenciosamente - es no mirarle a los ojos; hijo, todos los animales ponen la misma mirada de espanto y angustia cuando los estamos matando y se nos puede ablandar el impulso. Se persignó -él que no creía en dios- y mirándome a los ojos y apretándome por los hombros me dijo con fuerza:

-    El cuchillo no debe temblarte en la mano, como tampoco debes hundirlo hasta el cabo. Es un movimiento preciso, corto, como la caída de un rayo. Así, entre esta y esta costilla.- y me señaló el lado izquierdo de mi pecho, donde se marcaban mis huesos- sin apenas tocar al resto del animal. Es como si el dedo de dios te apagara la vida.

Parecía un poeta mi borracho padre. Y lección tras lección vi caer, doblarse de las patas delanteras, a toros de tres mil libras y mas, vacas preñadas, bueyes aun fatigados del arado, novillas, terneritas mamonas, y todos, sin chistar. Y un día sostuve el cuchillo por primera vez y quedó perplejo ante la rapidez de mis actos y la ternura- un gesto desconocido para él- pues yo acariciaba a la bestia mientras perdía las fuerzas y se desangrada a mis pies. Luego con unas palmaditas en el lomo le daba las gracias a dios.

Cuarenta y cinco minutos le bastaban a la banda para distribuir en jabas y sacos toda la carne. Las noches eran sin lunas, quietas, mudas y a la mañana ya todo el material estaba en sus destinos entre chiflidos, toques, señales y  contraseñas que llegué a identificar sin problemas y le decía para su regocijo: ese es fulano, este zutano, aquel esperancejo- no digo los nombres para no denunciarlos-. Ya en la casa, sosegados, vendrían los otros mandamientos: «Comerás huevo durante tres días y luego vendrá la recompensa». Deshacerse de la ropa y los instrumentos de trabajo colocándolos en lugar seguro. «No deben atraparte ni con media onza de carne». «Negarás con todas tus fuerzas cualquier relación con tráfico de carne». «No delatarás a nadie en caso de atraparte, toda la culpa es tuya». Los mandamientos brotaban espontáneos, sobre la marcha, delante de todos, como si quisiera grabarle en la mente a cada uno de los secuaces de su banda la importancia  de acatarlos como ordenes de dios. Nunca me habló de un décimo y concluí  que no todo tenía que ser como en La Biblia.

No sé a quien debo agradecer la destreza en el manejo del cuchillo, fueron muchas las manos que tomaron mi mano para encausar la punta del arma hacía el corazón del animal. Solo sé  que todo lo que se aprende  siempre tiene su utilidad; el crimen será perfecto.

Si soy hijo del muerto y no del tarrú, como afirma mi puta madre debo tomarme la justicia en las manos. Y salí de la casa. Las patadas del muerto me llevaron a pedir refugio en casa de mi abuela, -la puta madre de mi madre puta,-  no para desahogarme contándole lo que ella sabía sino porque no tenía adonde carajo ir.

Ella observó durante un rato, mi cabeza hinchada, los ojos rojos y fuera de sus orbitas, con unas manchas color tabaco diseminadas sobre mi esqueleto forrado en cuero mate y al final me dijo: «Tu madre pronto será una mujer feliz, te estás muriendo a ojos vista». Sentí que su pecho se desinflaba y vi como su labio inferior se torcía a la derecha. Tal vez la mueca de la muerte en su rostro o la misma muerte burlándose de mi.

El teniente- conocedor de mis intensiones-  entró como una tromba y casi no tengo tiempo de ocultarme. De un tirón se lo contó todo a la puta suegra y está le comentó.
- Déjate de güevadas  que maricón o no, a ti, al final te importa un pito el muchacho.
Sentía sus botas moviéndose inquietas, locas por aplastarme la cabeza.

- Si es mío, al menos tiene que ser macho.

- Mierda macho, vete pal carajo que él no está aquí, y te advierto,- se que lo miró con el dedo en alto y los ojos amarillos clavados en sus ojos de vidrio-  cuídate, que hecho talco como está, te la puede arrancar si lo acosas. Imagino que se aferró los testículos con las manos para gritarle:

-    Los cojones es lo que me va a matar y eso, sino lo pesco antes y le meto un tiro entre las cejas.

El portazo selló la última palabra y la abuela vino a buscarme.

-    Debes irte por donde entraste- me dijo- no quiero jodienda con la policía.

Dos noches estuve oculto, desandando las alcantarillas del pueblo, hasta que- cerciorado de que nadie vigilaba la casa- busqué a Juanito. «Ese loco de teniente vino a buscarte la otra noche y si no es por tu madre me mata a golpes». El pobre pájaro viejo tenía los ojos amoratados y los labios partidos. «Luego apareció tu padre borracho y entre los dos se lo llevaron». Mientras hablaba yo me engullía un plato de frijoles negros con arroz, papa fritas y sendos bistec de puerco con mucha cebolla blanca, conservado en el frío hasta mi aparición. Luego lo vomité y me quedé mas vacío que antes. Sin fuerzas me tiré en la cama y no sé cuantas horas dormí.
Juanito me preparó un baño tibio y cuando me secaba vino la pendejada del viejo pájaro.

- Yo quisiera que te quedaras pero debes marcharte.

- ¿A qué le temes?

- Tengo una acusación por sodomita y pederasta y si te cogen en casa no me salva nadie.
La luna sucia continuaba pegada al cielo y fue tomando forma en mi mente la solución a mi caso. A Juanito le sudaban las manos y al verme con el cuchillo grande en las manos se puso a llorar aferrado a mis piernas. Le entregué el arma para que no encontraran sus huellas en la evidencia y le dije: «si no es con este, es con otro, pero hoy nos libramos de este martirio».

Salí a la calle, tal vez una llovizna fina caía sobre el barrio. Mojando el parcho de la luna. La ropa húmeda se me pegaba al cuerpo y un perro salió corriendo asustado al ver el espectro que debí parecerle. El aire me faltaba, me repuse de un primer mareo y me dije: lo que has de hacer hazlo pronto.

Los sabía dormidos- a los tres- a mi puta madre y al teniente Francés en la cama grande, uno a cada lado, con las piernas abiertas y los sexos jadeantes; y a mi padre- que ya no lo era más- borracho, tendido frente a la puerta del cuarto y escurriéndosele entre el vomito y las lagrimas la única canción que parece saberse: mas hoy que estoy tan solo y tan cansado de llorar…

El teniente y su amante, sudaban a pesar del ventilador y las ventanas abiertas. El borracho matarife, vuelto un ovillo, sin quitarse las ropas ensangrentadas y con el cuchillo de sus andadas a un costado, como si hubiera tenido la idea de hacer lo que yo haría tenía la boca abierta y llena de espuma. Al contemplar el cuadro supe que al fin dios estaba conmigo. La escena estaba mejor preparada de lo que jamás supuse.

El teniente Francés no tuvo tiempo de abrir los ojos, no emitió el menor de los sonidos, tal vez un ligero temblor de sus labios y los ojos que se abrieron sin ver. El cuchillo penetró certero, conocedor del camino, fiel caminante hacia la muerte acostumbrada. Ella iba a moverse con intención de cruzar una pierna sobre el cuerpo del amante y pudo decir ¡ay hijo! o me maldijo, no sé, por un instante la luna se detuvo para dar luz al arma. Quedaron mirándose a los ojos muertos. Ambas sangres saturaron en un abrir y cerrar de ojos las mugrientas sábanas. El cuchillo volvió a su dueño y cuando una sirena le anunciaba el arribo de la policía, el borracho salió corriendo gritando que la carne no era de el. Lo atraparon con el saco a cuestas. Tendió las manos al capitán, y las esposas sellaron su garganta: no tenía nada que aclarar.

Mi hermana debió despertarse con la algarabía de los vecinos en la casa de algún vecino, llegó medio desnuda, con sus nalgas de luna y sus labios hinchados preguntando por mí. Nadie me había visto.

Y aunque quise salir a su encuentro permanecí sumergido en el escusao, con la mierda al cuello hasta que lentamente se fue calmando el barrio y el paisaje volvió a la cotidianidad.
En plena madrugada vine y me acosté en medio del prado verde, donde pastan las reses. Tirado bocarriba el sol del medio día seca la mierda sobre mi cuerpo desnudo.

Es un caso de fuerza mayor, - después de tantos CSI, Detectives médicos, Casos no resueltos. Tras las huellas y otros programas policiacos,-verdaderos posgrados para delincuentes- espero que la mierda y sus bacterias me borren el olor de la sangre, las posibles evidencias de un asesinato premeditado.

Y hasta puedo, con mierda, lavarme la conciencia, si es que el cáncer me ha dejado algo de ella.
 


LA FIESTA DEL TOCORORO; UN REENCUENTRO CON RENÉ

LA FIESTA DEL TOCORORO; UN REENCUENTRO CON RENÉ

Por Arístides Vega Chapú (Escritor Cubano, Reside en Villa Clara).

                                                                                 a María.
                                                                              

          Nadie escapa al fascinante mundo que René Batista (Camajuaní, 1941-2010), desde ese don de sapiencia popular, pudo visualizar con marcada meticulosidad para en diferentes libros publicados en editoriales disímiles mostrárselos a todos.

          La fiesta del tocororo, Ediciones Memoria, del Centro Pablo de la Torriente Brau, ganador del Premio Memoria del 2009, meses antes de su fallecimiento, nos permite volvernos a encontrar con quien tanto hizo por la identidad nuestra a través de títulos fundamentales como  Aquí está Felo García (1982), Chivos y Sapos (2006), Cuentos de guajiros para pasar la noche (2007), entre muchos otros.

          Conocí a René Batista en los años ochenta, siendo cajero de la pizzería de Camajuaní, un oficio que parecía estar muy alejado de su vocación pero donde encontró muchos de los personajes e historias que él jerarquizó en su obra, siempre respetuosa de la sabiduría popular, de la oralidad que él quiso resguardar sabiendo que esta es un valioso patrimonio que posibilita entender la vida, el desenvolvimiento, los sucesos de un país.

          Para René Batista todo era importante; dejar constancia de un instante a través de la fotografía, la conservación de documentos que él llevaba a escala de todo, absolutamente todo; la invitación a una actividad, un programa literario, un texto manuscrito.   

          También daba lugar a la conversación de cualquiera que tuviera algo que contar, fuese bodeguero, campesino o profesor universitario. Su amplio archivo confirma el valor que siempre tuvo para el folclorista la conservación del material que le posibilitó una obra literaria tan amplia y abarcadora.

          Este nuevo libro publicado por el Centro Pablo es un bestiario cubano que se mueve entre la fabulación y la realidad. Dejar este muestrario, que junta más de cien monstruos que han convido en el imaginario de muchos cubanos, desde los aborígenes hasta el cubano actual, fue uno de sus últimos placeres.

          Bichos, insectos, animales raros, en zonas rurales y urbanas, se dejan ver en estas páginas que jerarquizan ante todo el imaginario de un pueblo que siempre ha sabido llevar sus sueños y fantasmas, sus fabulaciones a escala de realidad. Porque estas siempre serán tierras para convivir no solo con lo real sino también con lo maravilloso.

          Campesinos, hombres y mujeres de diversas edades y oficios, poetas como Nicolás Guillén, Florentino Morales, Edelmis Anoceto, Jesús Díaz, Alexis Castañeda, Eduardo González Bonachea y Geovanys Manso, junto al periodista José Antonio Fulgueiras, van dejando en estas páginas una creíble descripción de la  rica zoología fantástica que nos propone La fiesta del tocororo.

          Edición que engalana en su cubierta un dibujo de Samuel Feijoo, este título merecedor del Premio Memoria, incluye un prólogo de la conocida escritora e investigadora Dulcida Cañizares, amiga personal de René Batista,  junto a una nota  de la Editorial que rinde con este libro, merecido tributo  a su autor.

          A este proyecto dedicó sus últimas fuerzas el folclorista más fiel al magisterio feijociano. Merecedor de la Distinción por la Cultura Nacional y de la Medalla Félix Elmuza, entre otras condecoraciones y reconocimientos.

          Años le llevó acumular las historias que conforman este bestiario. Pera nada, ni siquiera la enfermedad,  podía detener al poeta, periodista, editor, promotor cultural e investigador de temas históricos y etnológicos, cuando se proponía un nuevo proyecto. René Batista fue un hombre acucioso y abnegado, trabajador como para siempre sentirse en posibilidad de sumar nuevos proyectos a su enjundiosa obra. Fue fundador del Comité Provincial de la Uneac en Villa Clara y miembro activo de la UPEC. Fidelísimo amigo, que no cesaba de  jaranear, con una capacidad envidiable de crear fantásticas historias que  él contaba con la seriedad de estar testificando una verdad.

          La lectura de la Fiesta del Tocororo nos devolverá la posibilidad de sonreír con sus ocurrencias. Esta fue su última obra concluida, aunque dejó mucho material acumulado para nuevos proyectos de los que de seguro se ocupará su hijo Alejandro Batista. Lo veo como una señal, como un último mensaje de René Batista a todos sus lectores: No hay nada más cierto que lo imaginado por el Hombre.



POETAS DE IMPRESCINDIBLE CONVITE

POETAS DE IMPRESCINDIBLE CONVITE

Por Arístides Vega Chapú (Escritor cubano, reside en Villa Clara)

Faz de tierra conocida, antología de la poesía villaclareña, publicada por Letras Cubanas. Otro motivo para regocijarnos.

          En la Capilla de La Cabaña convertida por la XX Feria Internacional del Libro de la Habana en la Sala José Lezama Lima,  fue presentada, ayer jueves 17 de febrero, la antología de la poesía villaclareña Faz de tierra conocida, Editorial  Letras Cubanas, 2010.

          Extensa compilación de la poesía producida en esta región que incluye noventa y siete poetas realizada por el escritor Yamil Díaz quien además tuvo la responsabilidad de la presentación y notas de esta antología.

          Por orden alfabético se expone aquí la huella dejada por nacidos o radicados en esta región que valida, y esta monumental antología de más de trescientas cincuenta cuartillas lo demuestra, como una de las geografías líricas más notables del país.

          La edición de esta antología estuvo a cargo de Mayléen Domínguez Mondeja, a quien debemos agradecerle halla asumido con profesionalidad un proyecto tan extenso y abarcador, lo que se traduce, en términos de edición, a una dura y encomiable labor que hubiera atemorizado a cualquier inexperto.

          Su impecable factura y su atrayente visualidad, engalanada con una obra del fotógrafo villaclareño Juan José Fernández Gómez, aportan atractivo y suman valor a este engorroso y laborioso proyecto.

          Desde los más jóvenes poetas como Sergio García Zamora (1986) hasta los más consagrados y tutelares como Samuel Feijoo y Carlos Galindo, a los que el título escogido rinde homenaje: Faz y Hablo de tierra conocida, dos de las obras de estos reconocidos poetas, la antología de poesía villaclareña acoge a poetas fallecidos y activos, algunos que en su momento abandonaron la escritura o decidieron seguirla haciendo solo para sí, a poetas que nacidos en cualquier sitio se radicaron en esta porción de tierra al centro del país, o nacidos aquí decidieron marcharse a otros puntos con que se dibuja el mundo.

          Este proyecto tuvo a bien un aportador epílogo con los Rasgos recurrentes en la poesía villaclareña, a cargo de la competente investigadora Carmen Sotolongo, que hace un cierre necesario a una recopilación amplia, diversa y exponente de cuanta tendencia, estilos y  variedad, la conforman.

           El rencuentro con líricas imprescindibles para esta región como la de Félix Luis Viera, Heriberto Hernández. Poetas no olvidados como Williams Calero, Evelio Luis Capote, Antonio Hernández Pérez, Yamila Rodríguez Eduarte, junto a los que ya alcanzaron una sólida madurez como Sigfredo Ariell, Pedro Llanes, Bertha Caluff, entre muchos otros, inscriben este proyecto en imprescindible para todo aquel que quiera acercarse, disfrutar, conocer o estudiar la poesía producida y sostenida en esta región.

          Jóvenes y maduros, reconocidos y desconocidos poetas se juntan en este importante proyecto para mostrar la pujanza de un movimiento lírico que ha testimoniado con autenticidad la vida de un sitio de provincia que algunos han caracterizado, pese a todo,  como esplendoroso y  que este nuevo título de la Editorial Letras Cubanas, en su colección Poesía, lo demuestran.

         Agradezcamos la labor de Yamil Díaz, que una vez más capitanea un proyecto trascendental para la cultura y la literatura. Un proyecto que armoniza y junta diversas voces, logrando llevar a efecto un libro que desde la necesidad de testificar lo ocurrido en este territorio es ya una prueba irrebatible de la vitalidad lírica que ha alcanzado una región que apenas era reconocida en el mapa lírico del país hace apenas unos treinta años atrás.

CAPIRO TIENE MAESTROS IMPRESORES

CAPIRO TIENE MAESTROS IMPRESORES

Por Luis Machado Ordetx

La editorial Capiro acaba de cumplir 20 años de existencia, y contra viento y marea sortea todo tipo de dificultades económicas para convertir el libro y la lectura en un hecho cultural sin precedentes. Similar situación sufrieron otras que en el decurso de los siglos se ubicaron en predios villaclaraños; también entonaron entuertos para convertir los textos literarios e históricos en patrimonio de la colectividad.

Días atrás hubo un diálogo formal con algunos de los maestros impresores de Capiro; son parte de aquellos que, en septiembre de 1990, con el ánimo institucional del Instituto Cubano del Libro, y los aires renovadores que insuflaron Blas Rodríguez Alemán y Ricardo Riverón Rojas, recordaron los instantes en que apareció Una tarde en el río, recopilación de cuentos de Rafael Altuna Delgado.

La historia se reabría en el vínculo del universo de los impresores. Era un tiempo que reentroncó, según datos recogidos por Manuel Dionisio González Veitía, con dos casas impresoras que existían en Santa Clara en 1857; las primeras en preparar textos, anuncios, esquelas mortuorias y todo tipo de trabajo a partir de un taller manual relacionado con tintas, papeles, grabados y cajas de letras. Los tiempos de Guttemberg encajaban entre los villaclareños.

Allí, en la calle San José número 18 (actual Enrique Villuendas) estuvo enclavada la Imprenta del Siglo, y de esos obradores salió en 1858 el primer libro fundacional relacionado con nuestra época y existencia como pueblo nacido del desprendimiento poblacional de San Juan de los Remedios: Memoria Histórica de la Villa de Santa Clara y su Jurisdicción, de la autoría de González Veitía.

Tal vez sea ese uno de los libros imprescindibles a los que se tiene que acudir para escudriñar parte de la historia pasada. Sin embargo, no es el único que se propagó en Santa Clara, lo que de cierta manera emparienta con la rica tradición que lega Capiro en la actualidad, ya con casi 300 títulos impresos en dos décadas de vida útil a la sociedad.

Sagua la Grande, Remedios y Caibarién, también constituyeron centros urbanos en los que proliferaron impresiones de libros, folletos y periódicos. Otro texto notable para la investigación aparece con Historia de la Villa de Sagua la Grande y su Jurisdicción, de Antonio Miguel Alcover y Beltrán, logrado en 1905 a partir de la colaboración de tipógrafos de la Imprenta Unidos, La Historia y El Correo Español. De allí también hay otro manual antológico: Recuerdos de la Concentración (Weyleriana), de Francisco P. Machado, surgido en 1917 en una imprenta radicada en la calle Martí 11, en la Villa del Undoso.
 
Tendrían que recordarse, además, las aportaciones de Julio Arturo Valdés, para publicar en 1925 desde el periódico santaclareño Fundación, y el apoyo de la imprenta de López (en la calle Alemán número 25), el Apéndice de la Memoria Histórica de la Villa de…


Años después, la pedagoga María Dámasa Jova Baró, desde la imprenta de A. Clapera, en General Machado número 13 (actual Libertadores), publicó  Ufanías (juicios y consideraciones sobre Arpegios íntimos y otros poemarios), y con el tiempo y sufragio personal, fundó la casa Ninfas, de la cual salieron las revistas Ninfas y Umbrales, y significativas obras literarias de ese tiempo en la propagación de la cultura nacional y universal.

La memoria hay que retrotraerla también a la publicación de Cuaderno de Poesía Negra (1934), de Emilio Ballagas, en la imprenta La Nueva, de Sergio Fernández, y Pecorea (1939) y La era martiana (1941), editados en los talleres de E. Lanier, así como Balada de la espera interminable (1943), en la casa De Sed —otro taller homólogo—, todos de la autoría de Gilberto Hernández Santana.

Desde la imprenta de García-Llansó, Carlos Hernández López dio a conocer Feria y Chamberí, libros que recogían su poesía y crónicas periodísticas. Son ejemplos que demuestran en parte cómo la composición de libros en Santa Clara no constituye un hecho aislado, sino imbricado a una tradición y una historia cultural.

Esos fueron algunos de los pronunciamientos recopilados a partir de los diálogos que Reinerio Moure, Gonzalo Perdomo, Armando Llanes y Jesús Pérez —artífices en componer más de 30 libros para Capiro desde la unidad Gráfica 2 del Partido en Villa Clara—, recordaron de aquel momento en que Rodríguez Alemán y Riverón Rojas dieron los primeros pasos para erigir una editorial. En nuestros días, desde 2010, con  tecnologías modernas, ese sello de publicaciones se asegura para la posteridad los caminos del libro villaclareño, una exclusividad que brota de las brisas que circundan las montañas más altas de la ciudad.

Diría más: hay quienes ven a Samuel Feijóo como el antecedente más cercano a Capiro. No lo aseguraría en todas las probabilidades. De hecho, los libros que preparó desde 1958 ese folklorista villaclareño para el Departamento de Relaciones Culturales de la Universidad Central de Las Villas, fueron trabajados por los Impresores de Úcar García. S..A., en La Habana.

También las revistas Islas y después Signos, en una parte notable de la tradición impresora —al menos sus conclusiones—, fueron capitalinas hasta hace muy poco tiempo. Solo los grabados y algunos fotograbados de ilustración, gracias a la hechura de Barreras, el maestro impresor, salían de Santa Clara.

En los primeros tiempos de Capiro, esa cultura de imprenta total que existió antes, estaba perdida, es cierto. Sin embargo, se retomó sobre la marcha hasta en labores de corrección de galeras y de edición de textos en impresiones realizadas a partir de recorterías de papel en resmas o bobinas utilizadas en las tiradas del periódico Vanguardia.  Tendría que decir como Alcover y Beltrán, el historiador.

Al introducir su Memoria Histórica de Sagua la Grande y…, exponía: «Nadie podrá negar, sin embargo, que siempre es útil a un pueblo conservar la memoria de sus acontecimientos pasados, por muy insignificantes que parezcan, pues ellos al descorrer el velo de los tiempos, nos presentarán a ese pueblo tal como fue al principio, nos trazan la marcha que luego siguió y los progresos que hizo».

 Gracias a nuestro tiempo, y también al embrujo de muchos anónimos impresores, los escritores villaclareños tienen en la actualidad una historia que contar con la edición de libros confeccionados, casi de manera manual, por maestros impresores de Capiro.

BALLAGAS EN SOMBRA: CÓDICES DEL SILENCIO (lI)

BALLAGAS EN SOMBRA: CÓDICES DEL SILENCIO (lI)

Ballagas en sombra (Editorial Capiro, 2010. Colección Premio), es un libro que pone un énfasis desacralizador por deconstruir un mito de la poesía cubana contemporánea y acercarlo a una propuesta más humanizada en nuestro tiempo. Por vez primera, en ocasión del aniversario 56 del fallecimiento del poeta camagüeyano, aparecen algunos de los fragmentos que componen el primer capítulo de ese ensayo literario, compuesto a partir de documentaciones inéditas escritas por el Ballagas o algunos de sus amigos más cercanos. Tributo a un poeta, también al hombre, que aún yace sin exhumar su cadaver, en el Cementerio de Colón, en Ciudad de La Habana, ciudad en la que falleció el sábado 11 de septiembre de 1954.

Por Luis Machado Ordetx

Muchos de los criterios expuestos en la ensayística de ese escritor, y hablo desde «La poesía en mí»; los dedicados a Sergio Lifar o Rosanrd, hasta «Castillo Interior», tienen fundamentos previos o posteriores en una carta que remitió a Severo Bernal en 1939:

«[…] Escribir hoy en día, supone las más escrupulosas responsabilidades para no caer en portorriqueñismos ni en centroamericanismos. Tener un cúmulo de  conocimientos prácticos y teóricos enormes; amar la naturaleza hasta dañarnos, durmiendo debajo de un árbol noches enteras, recorriendo a pie los pueblos como hacía Unamuno, como hace John Dos Passos... o en borrico como Juan Ramón en Platero, comulgando sinceramente con hombres de todos los oficios, de todas las razas e ideas. Y saberse el idioma. Ahora que soy profesor de Gramática lo sé, aunque siempre lo adiviné. Trágico el destino de las provincias donde no hay público para crear un teatro, donde no hay oídos para una coral popular ni sensibilidades finas para el verso. En toda Cuba pero más aún en el interior, hay que ir contra el aplauso; torcerle el pescuezo, buscar otros estímulos más positivos o más ideales. Nosotros mismos tenemos en parte la culpa, por intentar divertir alguna vez a la gente con la gracia dolorosa y el sagrado dolor del negro;  por elevar a categoría de arte el chiste reiterado; por no engrifarnos contra el ambiente que, de un modo o del otro, nos desamparará siempre, porque nuestro vinagre no se compadece con su aceite burgués y digestivo.

Mientras ya sea necesario acudir al «Doctor fulano» para realizar el orden espiritual, estamos perdidos. Los doctores no son nada ni saben nada ni aman nada que no sea su mediocridad de orondos pavos de aldea. Los profesores, pluma de ave ridícula; los abogados, aspirantes a políticos y cazadores de pleitos; los médicos, gente más útil sin duda, pero que no han descubierto tampoco el Mediterráneo. Yo miro con bastante ironía al que me dice Doctor y con mucho cariño al que sin intenciones de faltarme al respeto me llama por mi nombre de pila. Después de todo, como decía la negra Horacia,(1) «cuando te muera, Dios no te pregunta má que si tú fuíte bueno, y no te ñama dotó sino como lo nombre que te puso e cura».  La gente se reirá, pero Horacia le da más Color y sabor a Cuba que todos los doctores juntos y la sociedad picúa que da vueltas por el parque..

Toda explicación es superflua: cree a toda costa en la salvación del país, y mira desde la perspectiva del profesional amparado en el credo religioso; hay comprometimiento, y recuerda aquellos «poemas sociales y de servicio» escritos antes de pronunciarse en la urgencia solidaria con Puerto Rico; la repercusión de la República Española o los días cubanos y universales de García Lorca.

Piensa al igual que Martí: «[…] Quién no ayuda a levantar el espíritu de la masa ignorante y enorme, renuncia voluntariamente a su libertad…»,(2)  criterio que  retoma durante una disertación dada el primer lustro de la cuarta década del pasado siglo. Más sincero no puede ser: solicita permisos estatales y va a las cárceles de Santa Clara y Remedios, según los esfuerzos institucionales del Club Umbrales, y da disertaciones públicas.

Juan Domínguez Arbelo, en la presentación de «La Condición Martiana», conferencia dictada por Ballagas el jueves 28 de Enero de 1943, examina ante a los reclusos y el personal militar, aquellos valores literarios y pedagógicos que el disertante entiende como reclamos del mejoramiento humano, la reivindicación social del individuo, y la validez en las perspectivas comunitarias para barrios humildes.

Los conceptos coinciden con los expuestos en «Castillo Interior»,  lección impartida  el viernes 14 de mayo de 1943, a instancias de la Sociedad Artístico-Cultural Ateneo de Villa Clara.  Aunque no está dicho en ninguna parte, sirvió para desafiar respuestas puntuales de José Ángel Buesa, quien defendió en Umbrales sus criterios sobre la «Decadencia de la poesía: responso al vanguardismo» y «Renacimiento de la poesía», ambos en charlas del sábado y domingo 16 y 17 de mayo, respectivamente, de 1936.

Esos tópicos, por un tiempo, quedaron pendientes de Ballagas, y cuando regresó de Francia en 1938, enfrentó la polémica. Obvio, todos conocemos las argumentaciones, pero en el «callejón» particular de una provincia, con hombres dispuestos a pensar, hubo alientos para retomar la poesía desde diferentes cauces estéticos en los que imperó el sentido de «No copiar, no imitar, crear una obra de arte por ella misma —o, de otra manera: una obra de arte es una realidad cósmica que el artista agrega a la naturaleza…»

Por eso, en «Castillo Interior»,(3) alertó: «En una época de colaboración en que la comunidad de bienestar es anhelo ecuménico, un ansia de los espíritus auténticamente cristianos inspirados en la fe de los grandes fundadores, el poeta no ha de quedarse solo en poeta, sino fundirse amorosamente al hombre, a su hermano...».  

Mayores insistencias sobre su intervención, desde el sentido de la entrega de Martí a la comunidad Iberoamericana, al mundo, y en especial a Cuba y Puerto Rico, se localizan en la comparación implícita de la Epístola Universal de Santiago: «Así pasa con la fe: por sí sola, es decir, sino se demuestra con hechos, es cosa muerta»,  insistiendo, que «Tal vez alguno dirá: tu tienes fe, y yo tengo hechos. Muéstrame tu fe sin hechos, y yo te mostraré mi fe con mis hechos».

El camagüeyano es preciso, y dice: «[...] El verdadero poeta sabe que el hecho lírico puro es inefable e incomunicable y, conciente de esta realidad, habla como él “sabe” y “puede”, como el que sabe poco y puede mucho, como el que se alza sobre los talones sin acercarse al cielo ni más ni menos, pero soñando que su frente se quema en azul místico...»(4)

 Después, refrenda: «La salvación del hombre está en el espíritu; la salvación de la poesía también…»,(5)  y sedimenta ambos en «estado de gracia» para el engrandecimiento de lo humano perdurable. Aun cuando esas formas de actuación social cambien o se transformen por determinados hechos o azares, lo espiritual contribuye al incremento individual del hombre y su desenvolvimiento personal.

Cierta vez también expuso: «El microscopio define las patitas, analiza los segmentos del cuerpo, la ingeniosa disposición de los ojos… pero a Dios, es decir, a la misma mariposa no se la encuentra por ninguna parte, exactamente como le sucede al crítico cuando se pone a buscar al poeta en las palabras del poema.» (6)

Son claves. Sin duda, eso sucede con sistematicidad en Ballagas. Años antes, similares intuiciones quedaron atrapados en «Crisis y crítica»,  artículo que dio a la revista Umbrales. Después los desdobló con mayor ensanchamiento en «Sergio Lifar, el hombre del espacio», y también en «Ronsard, ni más ni menos». En relación al danzante ruso, indica: «[…] es mil veces mejor ser cenicienta con plena conciencia de su condición y de sus posibilidades de rebeldía que convertirse en esas momias que son hoy las princesas, figuras ciertamente irreales situadas en un mundo de espaldas a la historia […]»  (7)

Ahí, de similar modo, está la valoración en «La poesía en mí», definitoria en la comprensión de su estética y ética: «[quien sea] capaz de impresionarse ante la fina arquitectura de la rosa ha de serlo de sufrir con más intensidad que otro hombre alguno la injusticia humana o la barbarie de la guerra egoísta; […] ser poeta comporta una actitud ante las cosas, una responsabilidad en todos los órdenes del vivir y del saber. Ser poeta es tomar antes de escribir una actitud vital…» (8)

Es febrero de 1943, y Ballagas está urgido de labores pedagógicas, a la par que prepara otra instrucción teórica. El domingo 11 de abril acude al Aula Magna del Instituto de Segunda Enseñanza, y dicta «El aporte vivo de Heredia a las Letras Cubanas», texto panorámico que inició el curso de Extensión Universitaria de ese centro docente. Más adelante formula su «Curva de la poesía española actual», versión villaclareña mucho más amplia a la planteada antes en la Institución Hispano-Cubano de Cultura de La Habana. Baste apuntar que ese escrito, por carta dirigida al declamador,  fue solicitado con urgencia en 1946 durante la estancia del poeta en los  Estados Unidos.

En cambio, nula mención hace la crítica literaria al prólogo «A un doble destino lírico», introducción a Canción Cruzada,  poemario de las hermanas Aída y Acacia Hernández Jiménez, alumnas graduadas en 1939 en la Normal para Maestros. Acude, en coincidencia, a «La poesía en mí», y allí remata:


 «La poesía existe independientemente del poeta; muérase de llanto en la lluvia, se desnuda en una rosa o asciende libre desde la mar en el júbilo blanco de una gaviota; entonces, pasa a la gravidez que incita la comparación en las actitudes vitales de un lírico, un filósofo y un investigador científico, no en el acto de crear, sino de descubrir, rastrear y hallar con la agudeza que corresponde a cada cual, las beldades  escondidas detrás los ojos vedados en otros, y abiertos, como elegidos, en la plenitud de los escogidos para el canto de una realidad tangible y hasta misteriosa.» (9)

Invoca a Bernanos, a Jorge de Lima, a León Felipe, y al neomisticismo español, como quien recuerda las ensoñaciones de Claudel y la resolución matemática de un instante poético dado; manera en que percibe la experiencia inscripta en el acontecimiento espiritual. También refiere nombres de poetisas, grandes escritoras en las letras cubanas; enumera curiosidades líricas, de composición y de estilo, y obtiene valoraciones estéticas con el propósito de resaltar las calidades del minúsculo libro que comenta.    

El sábado 17 de junio de 1944, frente al auditorio de la Sociedad Artístico Cultural Ateneo, presenta la conferencia «Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido)», y reconoce al poeta en el centenario de una muerte brutal propiciada por la intriga del colonialismo español; detalla aspectos de la  Conspiración de la Escalera; recuerda los infaustos tiempos de la esclavitud; particulariza en la historia de los ingenios azucareros, y  recita sonetos y romances de Poesías Completas del infortunado bardo, según las recopilaciones impresas en 1886 por el biógrafo Sebastián Alfredo de Morales. Es una lástima que esa disertación —tal vez perdida en alguna gaveta—, no esté incorporada en libros de Ballagas, y sólo su existencia se inscriba a programas literarios y  notas de  prensa de la época villaclareña.

Muchos de esos soplos teóricos se suceden a la existencia de los más cuestionados poemas agrupados en Sabor eterno (1939); libro que, por sus distintivos temáticos y estilísticos, coloca a Ballagas  —desde que Piñera desató un sonado aldabonazo—, en vórtice crítico, satánico y de apreciaciones subjetivas en el campo de la literatura cubana.

Errores de todo tipo, evaluaciones infundadas, criterios irreverentes e historias mal hilvanadas, manan de continuo. No obstante, existen hechos espirituales que no se corresponden con exactitud a enunciaciones apriorísticas sobre su poética e intimidad.

De allá acá, en la evaluación, los investigadores se afanan en los deméritos, aciertos, violaciones de «patrones», (auto) laceraciones y…Es Ballagas quien, para asombros de muchos, dirá aquí en letra  propia y no en voz ajena, gracias a la papelería original de Severo Bernal Ruiz, el por qué «Elegía sin nombre» se estaciona  dentro de los «misterios dolorosos» de su poética. Razones sobran para que, por vez primera, en público, se decante esa afirmación, y comiencen a considerarse otros cimientos menos especulativos.

Luis Álvarez Álvarez justiprecia el hecho: «Extraña permanencia la de Emilio Ballagas en nuestra poesía, donde se mantiene como un recinto aislado o una peligrosa excepción. La crítica, década tras década, parece estar más dispuesta a concederle algún sitio, uno cualquiera, que a descubrir el suyo exacto […]» (10)

 Con «Elegía sin nombre»  nació en 1936 la primera señal de ataque descarnado. Desde entonces no se contienen las suposiciones y los diretes en torno a la “sexualidad dolida”, “el pecado”, “la trasgresión”, “la irreverencia” y “el homo (erotismo)”. Pienso que la osamenta del poeta y su capitalidad artística, al cabo de tanto tiempo, aún se remueven de soberbia ante yerros desfigurados.

Prior Rice expone ¿sobre un ejemplar que vio?, pero no lo muestra: «[…] al lado del primer verso, la segunda estrofa y los tres últimos versos de la tercera, Emilio indica [en «Elegía sin nombre»], “Intuición directa Playa de Varadero”. Al lado de estos tres últimos versos añade, “Varios días de contemplación del mar”. También se quedan con el poeta recuerdos de visitas a la costa norte de Camagüey […]» (11)

¿Cosa extraña?: el escenario del poema nada tiene que ver con ese balneario natural de la costa norte de Matanzas. Gravísimo error repetitivo que acogen la ensayista Rosa Pallas y otros investigadores.  No es el «contexto» originario y tampoco artificial o imaginativo en que se desbocó la idea sugerente del texto y el sujeto lírico. Más descabellado reiterar lo expuesto por Víctor Rodríguez Núñez a partir de los criterios de Piñera:

 «[…] nos ha ofrecido un testimonio incuestionable sobre el comportamiento homosexual de nuestro poeta y sus repercusiones sociales. Cuando comenta “Elegía sin nombre”, nos informa que entre 1937 y 1938 “Ballagas acaba de salir […] de un amor fracasado con una persona de su mismo sexo”, experiencia que motiva el poema [...]»  (12)

Sin embargo, Salvador Bueno señala: «[…] El nombre de la amada ¿para qué le sirve? ¿Para qué le sirve su canción, el vibrar de su poesía? […], de antaño niño jubiloso, querencioso de los goces de la hermosa naturaleza, ha visto deshacer entre sus manos la maravilla de las cosas, aquellas cosas cuyo tacto se regocijaba con su contacto. Ya es otro el sabor que paladea […]» (13)

A diferencia de algunos estudiosos, no está interesado en «desempolvar» una identificación, un sexo; pero en cambio, es categórico, define al otro: una mujer.

Un temporal de «averiguaciones» anuncian, y no cesan, que el poeta dio la «caída al abismo» con Sabor eterno. Con juicios críticos y ojos especulativos se juzgan hechos creativos y actuaciones personales que no encajan con la verdad.

Ballagas está «Satanizado». Versos por dentro encontramos: «Yo andaba por la arena demasiado ligero, / demasiado dios trémulo para mis soledades, / hijo del esperanto de todas las gargantas, /  pródigo de miradas blancas, sin vuelo fijo».

Luego dice: «(¿Mis dedos sin moverse repasaban en sueños? Tus cabellos endrinos.)/ Así anduvimos luego uno al lado del otro, / y pude describir que era tu cuerpo alegre/ una cosa que crece como una llamarada que desafía al viento, / mástil, columna, torre, en ritmo de estatura/ y era la primavera inquieta de tu sangre/ una música presa en tus quemadas carnes. » (14)

Después: «Luz de soles remotos, / perdidos en la noche morada de los siglos, / venía a acrisolarse en tus ojos oblicuos, / rasgados levemente, /  con esa indiferencia que levanta las cejas.»

Termina con un quietismo de sufrimiento: «Y entre mis labios tristes se mecerá tu nombre/ que no me servirá para llamarte/ y lo pronuncio siempre, inútil, siempre inútil, /  inútilmente siempre.»

Ahora, ¿dónde está la “caída del ángel”, el “sexo como pecado original” y la “verdad erótica” o el “nefando”?  Recientemente Enrique Saínz subraya:

   «Hay en el poeta una compulsión natural, una honestidad imperiosa que decide su encuentro con el otro, el amante, el objeto de su deseo carnal y espiritual […] enriquece la belleza propia del amado […] él sabía de la existencia del amado desde antes de aparecer, presente siempre en sus más ocultas y oscuras apetencias, con las que aprendió a dialogar desde muy joven.» (15)

Antes que Ballagas responda por segunda vez, y en lo adelante para siempre, observemos que Saínz de la Torriente insiste en la asociación establecida para identificar al otro con el género masculino. Contrastados los subrayados de  «Elegía sin nombre», encontramos: el escritor estaba errante, buscaba calmar el amor y se pronuncia «pródigo de miradas blancas, sin vuelo fijo»;  hace referencia al pelo de la persona; obvio, lo insta al desgarramiento cuando luce «cabellos endrinos»; es por tanto una joven que denomina «llamarada que desafía al viento»; además,  por su gracia tiene el esplendor de la vida y la sitúa como «primavera inquieta de tu sangre»; llena del gozo rítmico de « una música presa en tus quemadas carnes», y decanta el color de la piel, ese que llegó a la isla con los ancestros «perdidos en la noche morada de los siglos», y define el mestizaje y el fenotipo con «ojos oblicuos,/ rasgados levemente,/  con esa indiferencia que levanta las cejas», para al final dejar el sollozo «lo pronuncio siempre, inútil, siempre inútil,/ inútilmente siempre». Estas representan apuntaciones esenciales que emplean algunos críticos.

¿Quién sabe si la apreciación anterior resulte pueril? Sin embargo, aquí viene lo trascendente, esclarecedor e irrevocable. En confesión íntima, más de medio siglo atrás, Ballagas escribe a Severo Bernal Ruiz el sábado 11 de enero de 1947 desde 999 Pelham, Parway 67, Nueva York, Estados Unidos:

«En realidad yo he muerto desde que sucedió la tragedia de la mulata de Manzanillo y escribí la “Elegía Sin Nombre”.  Todavía estoy herido de aquello; todavía estoy como un sonámbulo. Por eso no tengo del todo interés en la vida. El saber que otro le tiene puesta accesoria y le regala chales de burato y pantuflas bordadas me llena de desesperación. En los días en que el brandy se me va a la cabeza, o el whiskey se me sube demasiado, o me meto en la casa de la fea de aquí, me dan ganas de llorar. Aquello fue para mí el verdadero romance. La canela me hizo feliz […]» (16)

En estremecido sentido criollo todos quedamos con la boca abierta. Ballagas con su precisión no deja mayor opción en la impugnación. Habrá que redefinir y re (considerar) muchos aspectos teóricos, poco puntuales del sujeto erótico en torno a la pieza capital de Sabor eterno, y tendrá que revisarse también la poética terminante del escritor en cuanto al hetero-homosexualismo.

Antes ocurre la referencia a Hortensia ¿G.H?, joven mulata de Manzanillo, a quien el escritor conoció en esa ciudad durante una visita, y la cortejó allí cuando estaba instalado en la casa de Alicia Ballagas, la hermana de Buenaventura, Holguín.

En carta recogida aquí Ballagas lo expresa con claridad: la joven doméstica abandonó los furtivos amores con el poeta para vincularse, en calidad de «amante», a un político de la zona oriental, y ese acontecimiento descarta otras  lecturas que, críticos y estudiosos, observan de manera impresionista en un poema inscripto dentro de un contexto de rasgadura y desazón existencial, de  sufrido amor trunco e imposible. Por tanto, no tiene su origen en  un vínculo «homosexual», como señala Virgilio Piñera.

 Eso es evidente. Si leemos los versos y asumimos un detenimiento hacia la referencia de la soledad que persiste, a la liviandad  de los actos y amoríos diversos de juventud, la búsqueda afirmativa de la «autoculpabilidad», queda atada más al erotismo heterosexual que proyecta el sujeto quebrantado y adolorido por lo que escapó. En última instancia, habría que considerarlo tendente a un sentimiento reprimido de la bisexualidad.

Sin la presencia de esa correspondencia sostenida con el declamador villaclareño —la más vasta y original refrendada hasta 1948—, casi seguro, el cotilleo sobre la expresión-legitimación del sujeto homosexual se prolongaría a lo indefinido. Nadie discute que en el poeta aparezcan atisbos frecuentes  de articulación de una estética y una ontología homoerótica con marcado enunciado en la identidad sexual individual que se esconde en lo expuesto por los versos, los símbolos y el universo subjetivo.

Obvio, se extiende a un homoerotismo que, en ocasiones, sitúa su abarcadora explicitud en el deseo homosexual. Sin embargo, en las cartas, las evidencias significativas son tácitas, y lo  segundo adquiere proporción en la voz del escribiente, y por igual en la recepción y decodificación  indagatoria.

Ballagas vive inmerso en sociedad, y los documentos lo afirman en el aprisionamiento de normativas heterosexistas de una cultura patriarcal y machista capaz de acorralarlo; y un resbalón público concitaría la negación de ese otro sexual apto para el ejercicio pedagógico. Una purga, tal vez, lo invalidaría en la profesión y ulterior realización económica y familiar.

También, como creyente, recibe el férreo sentimiento de la homofobia eclesiástica que insiste, en todos los dictados, en que el matrimonio representa una institución sagrada entre el hombre y la mujer. No dudo tampoco que los vericuetos de las elipsis, claves referenciales y contextuales, estén pudientes en  recursos tropológicos que solapan el erotismo y todas las derivaciones homosexuales.

Aquí, surge la interrogante: ¿Seguiremos con el pataleo en idénticos lodazales?  No lo creo necesario, pues son más trascendentes otras apuntaciones. La «maldición» de Ballagas, y en él, estuvo vigente, tal vez en otras zonas jamás interesantes    —por la libertad y elección que toca a cada cual—, no así en la experiencia y la realización de «Elegía sin nombre», como expuso. Similar atajo puede que se compare, y hasta se empariente decisivamente en otros poemas surgidos casi al unísono por la preocupación de la existencia y la prolongación de la especie: la muerte, el olvido, el amor, el dolor y…

NOTAS

 (1)- SÁNCHEZ SOA, HORACIA: [La Esperanza, 1893-Santa Clara, 1957]. Casera de Ballagas.
 
 (2)- CONFERENCIA OFRECIDA en el Ateneo de Villaclara, primero, y luego el sábado 12 de junio de 1948 durante la presentación del declamador Bernal Ruiz en el teatro «La Caridad», en Santa Clara.
 
  (3)- EMILIO BALLAGAS: «Castillo Interior», Ob. cit., p. 289.
 
  (4)-  EMILIO BALLAGAS (1984): «Sergio Lifar, el hombre del espacio», Obra poética, pp. 241-242, Editorial Letras Cubanas, La Habana.
 
  (5)- EMILIO BALLAGAs (1934): «Crisis y crítica», Umbrales, 1(1):11; Santa Clara, Las Villas, sábado 15 de septiembre.

  (6)- EMILIO BALLAGAS (1984): Ob. cit., p. 239.

  (7)-Ídem, pp.233-234.

  (8)- EMILIO BALLAGAS (1940): Prólogo a Canción Cruzada, pp. 7-13, de Acacia y Aída Hernández Jiménez, Editorial La Verónica, La Habana.

  (9)- Ídem., p. 12.

  (10)-VIRGILIO PIÑERA (1955): «Revelaciones: Ballagas en persona», Ciclón, 1(5):41-50, La Habana, septiembre.

 (11)- LUIS ÁLVAREZ ÁLVAREZ (2004): «Emilio Ballagas, desde este fin de siglo», pp. 109-168, Saturno en el espejo y otros ensayos, Ediciones Unión, La Habana.

  (13)- ARGYLL PRIOR RICE (1966): Ob. cit., p. 133.

  (14)-  ROSA PALLAS (1973): Ob. cit., pp. 49-50.

  (15)- VÍCTOR RODRÍGUEZ NÚÑEZ (2001): «El cielo del rehén: La insubordinación sexual de los versos tardíos de Emilio Ballagas (Segunda parte y Final)», El Caimán Barbudo, 35 (307): 26-28, La Habana,  noviembre-diciembre. V. VIRGILIO PIÑERA (1955): Ob. cit., p. 44.

 (16)- SALVADOR BUENO (1964): «La poesía de Emilio Ballagas», Temas y personajes de la literatura cubana, pp.  244, ediciones Unión, La Habana.

  (17)-ENRIQUE SAÍNZ  DE LA TORRIENTE: «Emilio Ballagas o la Poesía», p. 20; prólogo a Emilio Ballagas, (2007), Ob. cit.

 (18)- EL TESTIMONIANTE SOLO APUNTÓ: HORTENSIA ¿G. H.?.EXISTE COPIA FACSIMILAR en el archivo del investigador.  

POEMAS AFIEBRADOS

POEMAS AFIEBRADOS

Poetisas, es un apartado inusual. Surge a partir de un Taller de Creación Literaria, como «La Primera Palabra», «Con luz Propia» o «Posesión de la Espera» que imparte, con carácter mensual, el narrador cubano Luis Alberto Pérez Castro.

La autora de estos versos libres, una fina sensibilidad del verso, comienza a erigir un camino propio. Su nombre: María de los Ángeles Martínez Moreno, nació en Santa Clara el 14 de febrero de 1967, y labora en la escuela de Trabajadores Sociales «Abel Santamaría», en su ciudad natal, ubicada en el centro de Cuba, a unos 270 kilómetros al este de La Habana.

 

«Madre Ausente»

             El silencio me dice que algo falta.

                                                      La ausencia de voz lo confirma.
                                                      Mañanas  frías, en noches resalta,
                                                      el recuerdo de alguien, no admite olvido.

                                                      En otro momento peleábamos por todo,
                                                      tú no entendías, poco  importaba,
                                                      ¿cuánto daría por escucharte?, ni modo,
                                                      ¿qué inútil es ahora?, antes lo ignoraba.

                                                      Sufrí demasiado ver como marchabas,
                                                      nada pude hacer, aceptar la despedida,
                                                      dolía el corazón mientras aferrabas,
                                                      pocos segundos en tu lecho tendida.

                                                      Fue una punzada profunda,

                                                      quedé suspendida, vacía,
                                                      alguien hablaba, otro quería apartar,
                                                      lo que desgarraba y mi sonrisa torcía.

                                                      Tantas imágenes deambulan
                                                       sé que  fui dura y tú inflexible,
                                                       pero sobre todas las cosas, de repente,
                                                       siento que necesito, al final, imposible.

                                                       Dura realidad.
                                                       No me resigno al espacio vacío,
                                                       recuerdo tu cuerpo ausente de mantos,
                                                       el último día y el retiro sombrío.




                                                             «Libre»

                                                     Busco en apretado espacio
                                                     interrogo sueños
                                                     desato cadenas imaginarias
                                                     voy a tu cumbre inhóspita.

                                                      Tomo algún camino
                                                      cero encuentros.

                                                      Siento la sangre.. hierve
                                                      no hay sosiego.

                                                      Viajo a ti pero en pasado
                                                       no logro
                                                       no logro ser libre.






                                                               «Puerta»


                                                     Ante mí está la puerta,
                                                     siento curiosidad por entrar,
                                                     percibo una sospecha incierta,
                                                     ésta vez me logro retirar.

                                                     Otro día paso y me detengo,
                                                     pero el valor abandona una vez más,
                                                     acercándome el aire contengo,
                                                     un frío que paraliza, además.

                                                     Hoy lo tenía decidido,
                                                     pero… algo debió cambiar,
                                                     ¿cuántas oportunidades he perdido?
                                                     otro día lo volveré a intentar.

                                                     Puede ser mañana, o la semana próxima,
                                                     ésta idea no va a descansar,
                                                     necesito esa fuerza máxima,
                                                     para decidirme y … traspasar.



                                                                 «Se Terminó»


                                                      Tomó el sendero más largo, ya sin regreso,
                                                      su maleta de viaje portaba las dudas,
                                                      los pasos eran firmes, ni un retroceso,
                                                      pensamientos confusos, imágenes mudas.

                                                      Destino indefinido, varias interrogantes,
                                                      ideas de alejarse donde haya caminos,
                                                      la vida le propone algunas variantes,
                                                      decisiones inexactas que se vuelven molinos.

                                                      No anunció despedida, fue una sorpresa
                                                      para quien esperaba sus caricias,
                                                      solo dejó con intención sobre la mesa,
                                                      breve nota, disculpas, simples noticias.

                                                      En el minuto final sintió pena, solo eso.
                                                      Recordó algo de placer, pero incluyó daños,
                                                      faltaban motivos y se mostraba confeso.
                                                      Se terminó el Amor de tantos años.