
Por Luis Machado Ordetx
Ajubel, el Flaco, mira al terruño de Sagua la Grande, cuando tomaba lecciones de artes plásticas, allá en la escuela «Fidelio Ponce de León», animada por los maestros del pincel Manolo Guillermo Fernández García y José Ramón (Pepito) Núñez Iglesias. Fue tanta la perseverancia del discípulo, y la calidad de las lecciones aprendidas que, un excelente día a finales de los años setenta del siglo pasado, ese que lleva casi una década en el adiós, que aquel muchacho alto y desgarbado, comenzó a colaborar con el semanario humorístico Melaíto, recién constituido por entonces.
A la redacción de Vanguardia, a unos 30 kilómetros del asentamiento natal de Alberto, a quien casi nadie identificaba con el crédito de Ajubel, comenzó a crecer como caricaturista, y llegó a engrosar la plantilla oficial de aquel suplemento. Todavía en los anaqueles que guardan los ejemplares de entonces, el papel conserva un trazo que iba ganando en originalidad.
Ajubel, de un tiempo a esta parte, algunos lo identifican como un grande, pero creo, como cuenta Fernández García en sus Memorias del Recuerdo, el libro inédito del amigo pintor, la madera del caricaturista tomaba perfil en las manos del tallador. Un día Ajubel se fue a correr mundo, y ancló en la Península Ibérica, pero jamás, lo sé, esté dónde esté, dejará de pintar, porque ese bicho se impregnó en l
...
(... continúa)