
Por Luis Machado Ordetx
Marzo se escapa con el gozo de un «silencioso testigo», sentencia acuñada por Lezama Lima, y los cubanos disfrutamos el acontecimiento con un doble propósito.
Uno preludia el surgimiento de la Imprenta Nacional, allá en 1959, y la designación del narrador Alejo Carpentier en la dirección de esa institución cultural dedicada a afianzar los caminos de la sabiduría colectiva; otro constituye el nacimiento de Samuel Feijóo Rodríguez, allá en 1914, en San Juan de los Yeras, mítico territorio villaclareño que contribuyó a la forja de una visión particular de entender la filosofía del folklore campesino y rural dentro del ámbito de lo popular.
La imprenta cubana desde entonces está en constante renovación insular en la óptica de aquellos perfiles temáticos definidos; momento en los que también se insertan las surgidas hace dos décadas en las 14 provincias —llamadas territoriales—. El empeño acentúa la divulgación de las hornadas de escritores nacionales y el insustituible impulso de lo más trascendente de la cultura universal.
Todo tiene un destinatario común: el público lector que, con una avidez notable, colma librerías y se apropia de una sabiduría que enriquece la cultura espiritual, sea propia o colectiva, a la cual, de un modo u otro se sumó Feijóo Rodríguez en ese deambular por las zonas centrales de la Isla.
Su ánimo creció en el rastreo de un acervo virgen en la div