
Por Luis Machado Ordetx
El sinfonismo del nacionalista checo Antoni Dvorák (1841-1904) provocó exaltaciones en Santa Clara, una ciudad cubana que, alejada a 280 kilómetros al este de La Habana, conoce a la perfección el virtuosismo musical que engendra la paleta de una orquesta foránea o su anfitriona surgida allí en las postrimerías de la segunda década del pasado siglo.
Esa forma fresca, novedosa y reluciente del compositor europeo vino con la majestuosidad de la sección de cuerdas y los cornos de la Orquesta de Harvard-Radcliffe, de Cambridge, Massachussets, durante el instante en que interpretaron la “Novena Sinfonía”; la habitualmente conocida “Del Nuevo Mundo”, ante un teatro “La Caridad”, con más de mil capacidades, de lleno total.
No se notó la ausencia de una tuba en el lirismo del segundo movimiento, y mucho menos en la estructuración del tercero y cuarto, al suplirse por el hechizo entre cuerdas y cornos, en medio de esa dignidad que Dvorák transfirió al tiempo cuando compuso su sinfonía durante la estancia en Estados Unidos en plena demarcación del siglo decimonónico.
Fue el “plato fuerte” del saludable programa que ejecutó la agrupación juvenil estadounidenese, por vez primera de visita en Cuba, tras la presentación el jueves en el coliseo “Tomás Ferry”, de Cienfuegos, y luego aquí en Santa Clara, anfitriona de ese encuentro entre dos culturas hermanadas en torno al sinfonismo y un lenguaje que no marca fronteras entre los pueblos del mundo.
El espíritu del compositor c
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