
Por Luis Machado Ordetx
Los perros errantes apresuraron a partir de 1711 las obsesiones de vigilancias sanitarias del Real Tribunal del Protomedicato de La Habana, institución que por entonces organizó el ejercicio de la medicina, el funcionamiento de las farmacias y asumió pliegos de medidas epidemiológicas para enfrentar estragos originados por las enfermedades que hostigaron las poblaciones cubanas.
Las Juntas de Sanidad no se crearon hasta un siglo después en Pinar del Río, La Habana, Santa Clara, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba. Sin embargo, dos años después de aquella fecha Juan de Ortueta, vecino Regidor y Procurador General de la Villa de San Juan de los Remedios y su Jurisdicción, dispuso que «[…] se limpien y desmonten las calles y todo lo que hace el Pueblo. Y se cerquen los pozos que puedan hacer daño, y los perros que se saben de hacer ruido en el lugar de alguna novedad y los que deambulan por el territorio sean recogidos».
Es la noticia más antigua que se tiene sobre el animal doméstico que anda descarriado por los caminos de las atribuciones del centro del país. José A. Martínez-Fortún y Foyo lo asegura en Anales y Efemérides de San Juan de los Remedios y su Jurisdicción (1930), al recoger la ratificación que hicieron Juan Pérez de Prados y Miguel Hernández, alcaldes ordinarios, quienes sugerían a los habitantes que «[…] no tengan perros y el que lo tuviese que sea bien amarrado de forma que no pase perjuicio y origine enfermedades.» En caso contrario, dijeron, sacrif