
Por Luis Machado Ordetx
En una habitación-taller, la número 4, del Hotel “Santa Clara”, en la capital de Las Villas, Rita Longa soltó el buril de la mano derecha y dio un salto. La emoción la embargó tras leer el cablegrama enviado desde La Habana por directivos de la Academia Nacional de Artes y Letras: “El ingreso a la sección de Escultura fue aprobado”, legitimó la autenticidad del mensaje. Le restaba a la artista la realización del discurso de recepción, el elogio, y después posesionarse del correspondiente “Sillón” como Académica de Número en la más alta institución cultural cubana.
El hecho no lo olvidaría en su vida personal y artística. La noticia se desencadenó a partir del correo que recibió la escultora el viernes 14 de enero de 1949 en el céntrico inmueble-hospedaje de Santa Clara. Allí, en la calle Luis Estévez esquina Céspedes, residía desde hacía dos años.
La información histórica recogida al siguiente día por La Publicidad, el diario local de la prensa villareña, pasó desapercibida en la actualidad, ocasión en que el país celebra el centenario del nacimiento de Rita Longa Aróstegui (La Habana, 1912- Id., 2000), considerada entre los cinco escultores-pedagogos más significativos del siglo pasado.
Ese mérito lo comparte, según el crítico Luis de Soto y Sagarra, con los también creadores Teodoro Ramos Blanco, Alfredo Lozano, Ernesto Navarro y Juan José Sucre. Sin embargo, Rita Longa los aventajó en tiemp