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Por Amador Hernández Hernández (Escritor).


Para mi abuelo Cheo Perico, que solía dormirme con este relato; para los viejos peloteros de mi central Constancia E.


Las emociones que se viven serie tras serie de pelota en toda la isla y mi fracaso por no haberme convertido en una gran estrella de esta pasión, trajo a mi memoria aquel memorable juego celebrado antes del triunfo revolucionario en el terreno de pelota del entonces central Constancia E —hoy Abel Santamaría—, donde la novena de Los Azucareros del Constancia venció una carrera por cero a un reconocido club de zona aledaña. 


El enfrentamiento debía comenzar alrededor de la una de la tarde. Desde muy temprano los fanáticos se habían apoderado de las pocas gradas hechas a base de tablones y raíles de ferrocarril. Los que no alcanzaron asientos se subieron en las ramas de los árboles más cercanos, en los techos, e incluso el Mulato, desmochador de palmas, trepó con sus arreos hasta el copito de una que se hallaba tras la pizarra que marcaba las estadísticas del juego. Los jinetes se mantuvieron sobre sus monturas. Mujeres con sus hijos compraban golosinas de todo tipo, los hombres se atragantaban con buenos buches de Bacardí, el Ron de Cuba, otros refrescaban con la Hatuey, mientras las bellas señoritas saboreaban con deleite los helados, durofríos  o cariocas con los que los comerciantes mejoraban su estado financiero.


Por los altoparlantes se anunciaba la proximidad del juego. A la música del Benny se unía el jolgorio de los aficionados. Diez minutos antes de comenzar el partido, el director de Los azucareros del Constancia se percató de que su jardinero derecho

... (... continúa)

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