
Por Luis Machado Ordetx
Doblegados y otra vez erguidos en símbolo de victoria, aquilato en imagen visual a los laureles del interior y la periferia del parque La Libertad, en Caibarién. Transcurren las horas y todo queda guardado en la memoria fotográfica.
Es la idéntica estirpe que forma al pueblo cubano en resistencia indoblegable frente a las violentas rachas de vientos de Irma, el huracán.
En el refugio improvisado en la emisora CMHS, según las posibilidades, una reproducción, y otra más, captó el hostil ambiente desde los portales. La lluvia, persistente y pulverizada, tenía sabor a salitre. Estábamos a unos 200 metros de la costa, desprovistos de alimentos y la mañana de sábado presagió, como ocurrió, que no tendría destellos de luminosidad.
La planta radial, entre informaciones que llegan y otras que van diseminadas por el éter y las redes sociales, marcan una impronta cuando nadie pega un ojo en Cuba. En muchas partes del mundo se mantienen atentos a los destinos de otra Villa Blanca que, como su homóloga de Gibara, permaneció a merced de la fuerza bruta de naturaleza.
Descomunal aquellos arranques enfurecidos hacia el noroeste del país. También gigantesco todo el espíritu de recuperación que resurge ahora. Nadie cesa.
Aunque es historia pasada, a las siete de la mañana, todo era incierto. La antena que evaluó la velocidad de los vientos colapsó. Eso ocurre cuando el soplo en furia rebasa los 180 kilómetros por hora. Entonces no existió comunicación con el personal cubano que custodia los hoteles de la cayer&iacu
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