
El espacio público, principalmente en parques de ciudades cubanas, reclama mayor respeto en el cuidado y atención en las esculturas que allí se exhiben.
Por Luis Machado Ordetx
En muchos parques y espacios públicos cubanos prolifera ahora la uniformidad. El hecho, como trasciende en muchos sitios villaclareños, tiende a la búsqueda del mal gusto, a la fealdad, como «belleza» interpretada en funcionalidad y estética. Ejemplos sobran.
A veces pienso en el rejuvenecimiento de émulos de Andy Warhol, el hombre que transformó el arte en negocio, y acuñó que «la razón por la cual estoy pintando de esta manera, es que quiero ser una máquina». Así ocurre cuando no se intenta crear algo nuevo, original y perdurable y se siguen dictados de publicidad y hasta cierto punto de «oficio» sustentado en cambios.
Todo abunda, desde rejas hacia lo vertical e inabarcable, o bancos y cestos para la basura, con identidades similares, hasta pintores de brocha gorda que ignoran la idiosincrasia específica de un lugar determinado, y no van al detalle.
Días atrás unos niños, con la mano en la boca, colocaron el dedo en la llaga cuando en Santa Clara apreciaron los bocetos de un mural en una pared y no se distinguían en planos de inocencias en lo que allí se pretende representar.
La «mentira artística», o la vuelta al Kitsch, retoma la comunicación con las audiencias. En nuestras ciudades abundan murales, y bellas esculturas que, en oca
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